Lenguaje y sociedad, Rozalija Šor.

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Rozalija Šor (traducción del ruso
de Lidia Becker y Sebastià Moranta)

Nota introductoria

Nos complace presentar una serie de apartados seleccionados de Lenguaje y sociedad (Язык и общество, Moscú, Rabotnik Prosveščenija, 1926, 1ª y 2ª ed.; aquí en la redacción de la editorial URSS, 2010, 3ª ed. corregida y aumentada, 160 págs.), el primer libro de Rozalija Osipovna Šor [o Schor, según la grafía alemana del apellido] (1894-1939). La autora define su objetivo como un intento de mostrar a los lectores rusos los logros más recientes del pensamiento lingüístico de Europa Occidental en el campo de la sociología del lenguaje. Según Vladimir Alpatov, que firma el prólogo de la edición de 2010, con este propósito Šor se condenó a ocupar una posición secundaria en los círculos académicos. Lo que se presenta en este caso como una mera recopilación con fines didácticos, en un gesto típico de (auto)degradación de la labor científica realizada por mujeres, en realidad constituye la primera síntesis de sociología del lenguaje concebida desde la teoría materialista, una obra que apareció tres años antes de Marxismo y filosofía del lenguaje (Марксизм и философия языка) de Valentin Vološinov (quien, por cierto, no conocía personalmente a Šor, y en el libro, donde cita unas cuantas veces su artículo «La crisis de la lingüística moderna», presupone que se trata de un hombre). La autora se distingue por una erudición excepcional, tanto con respecto a la historia y el presente de una multitud de idiomas y culturas como al estado de la investigación lingüística de la época. Lenguaje y sociedad incorpora numerosas citas, que Šor suele incluir sin señalar la fuente de manera precisa, solo aportando una bibliografía general en el prefacio. La siguiente referencia, por ejemplo, hay que atribuirla a Schuchardt (Ueber die Lautgesetze. Gegen die Junggrammatiker. Berlin: Oppenheim, 1885, p. 10): «La fragmentación incesante del lenguaje va de la mano con la mezcla lingüística incesante». Y este otro pasaje pertenece al Cours de linguistique générale de Saussure: «De todas las instituciones sociales, el lenguaje es la que deja menos lugar a las iniciativas. Se fusiona con la vida del colectivo social, y este, siendo inerte por naturaleza, es sobre todo un factor conservador para el lenguaje».1 Las fuentes principales del texto fueron Saussure, Meillet, Bally, Sapir, Marty, Jespersen, Nyrop, Bréal, Schuchardt, Steinthal, Baudouin de Courtenay, etc. A pesar de la afirmación de que el libro es solo una compilación del estado de la disciplina lingüística en ese período, y aunque algunos puntos de vista de la autora son obsoletos o erróneos —por ejemplo, se adhiere a la llamada «nueva teoría del lenguaje» o «teoría jafética» de Nikolaj Marr—, Šor propone muchas ideas originales de alta relevancia para la investigación glotopolítica actual, en concreto sobre la «conciencia lingüística ingenua», el carácter histórico-cultural y social del lenguaje, tabúes y eufemismos, lenguaje y emociones, lenguaje y cambios sociales, el purismo, los prejuicios de la «lingüística burguesa», el hábito colectivo entendido como la base de los usos lingüísticos, la unificación y diferenciación lingüísticas, la necesidad de incluir la lingüística en el conjunto de disciplinas culturales, etc.

En cuanto a la recepción de la obra de Šor en Europa Occidental, donde durante décadas pasó casi inadvertida debido a factores sociopolíticos y al desconocimiento de la producción intelectual soviética de los años veinte y treinta, es preciso mencionar el volumen Rozalija Šor (1894-1939) et son environnement académique et culturel, editado por Ekaterina Velmezova y Sébastien Moret dentro de la colección Cahiers de l’ILSL (núm. 47, 2016) de la Universidad de Lausana,2 y que reúne los textos que destacados especialistas presentaron en el coloquio internacional homónimo.

Hemos decidido respetar la historicidad y, en algunos casos, la literalidad a veces forzada del original. En este sentido, hemos mantenido lo resaltado en cursiva y entre comillas en el texto ruso. Cuando no se indica la procedencia de las citas, es porque la autora tampoco lo hace. Las notas a pie de página son de la traductora y el traductor. Nuestras adiciones explicativas dentro del texto aparecen entre corchetes. Finalmente, allí donde se mencionan antropónimos rusos hemos optado por la transliteración académica, mientras que cuando se trata de ejemplos de léxico incluidos en el texto traducido damos una transcripción ortográfica.

L. B. y S. M.

* * * *

[…] El ensayo que proponemos supone un primer intento de reducir toda la diversidad de los hechos lingüísticos a una unidad causal, destacando la dimensión social de la palabra. El autor3 es consciente de no haber superado ni de lejos todas las dificultades asociadas a tal intento. Pero quizá este pequeño libro no sea inútil para familiarizar al lector no especialista con las principales tendencias de la moderna ciencia del lenguaje.

Moscú, 20 de julio de 1926

IX

[…] Cuando anteriormente dilucidamos la característica principal del lenguaje como hecho del mundo sociocultural, partimos de la premisa de que la conexión de la vertiente fónica de la palabra con su significado es por completo arbitraria y se basa únicamente en la tradición del colectivo. No obstante, más tarde descubrimos una serie de hechos que en cierto modo refutaban nuestra posición de inicio.

En efecto, en los fenómenos del tabú lingüístico y el eufemismo, así como en las locuciones de marcado carácter expresivo, el conjunto fónico no está vinculado al significado de manera directa e immediata, sino a través de la «imagen» y la «connotación» evocadas en el oyente, y que atraen la comprensión de este en la misma dirección que la del hablante.

Sin embargo, el uso del lenguaje «figurado» no se limita a los fenómenos que hemos enumerado aquí, sino que es mucho más amplio e impregna todo el sistema del lenguaje humano. Basta fijarse en el llamado «sentido literal» de las palabras que utilizamos, para convencerse de la enorme importancia que tienen las expresiones figuradas en las formas más rutinarias de nuestra habla coloquial. […]

Pero si el «carácter figurado» es una de las condiciones insoslayables de la expresión verbal, si forma un vínculo mediador entre el hablante y el oyente, ¿no se derrumba con ello toda nuestra construcción basada en la índole exclusivamente convencional, tradicional y supraindividual del signo lingüístico?

De hecho, en las metáforas, metonimias y sinécdoques del lenguaje hablado tenemos en cierto sentido una analogía completa con las metáforas, metonimias y sinécdoques de la creación poética individual. Por consiguiente, las leyes según las cuales los significados de las palabras cambian, surgen y desaparecen son leyes de la psicología individual más que de tipo sociológico.

Pero ¿es cierto esto?

Antes hemos ilustrado la esencia del «carácter figurado» de la expresión verbal mediante el ejemplo particular de las locuciones expresivas. Esta esencia se basa, como hemos visto, en la posibilidad de llevar a efecto los significados de las palabras apuntando a las «connotaciones» comunes existentes en la conciencia colectiva; tales «connotaciones» contribuyen a que la comprensión sea posible en la misma dirección, y forman una especie de vínculo mediador entre el sonido y el significado, facilitando la función comunicativa del habla. […]

Sin embargo, por muy ricas y diversas que sean estas «imágenes», todas apuntan al mismo significado de la palabra, al igual que un mismo significado es señalado por conjuntos fónicos no menos diversos. De ahí que este tipo de «connotaciones» se denominen comúnmente en lingüística «formas internas» de la palabra, de igual modo que los conjuntos fónicos se conocen a menudo como sus «formas externas».

No es difícil convencerse de que la «forma interna» de una palabra guarda tan poca relación con su significado como su forma externa. […]

En ausencia de una conexión natural obligatoria entre la «forma interna» y el significado de la palabra, el hecho de establecer una conexión etimológica entre dos palabras no revela en absoluto su significado, no hace que este significado sea «figurado» y evidente.

«La etimología no tiene nada que ver con la definición de un concepto. La explicación de una palabra no constituye una explicación del objeto». […]

No basta con establecer el hecho de la conexión en sí misma, es necesario descubrir sus fundamentos; pero para ello es preciso situarse en la misma etapa del desarrollo cultural en la que se crearon tales «imágenes» y «connotaciones», y se convirtieron en vínculo entre el significado existente en el colectivo y la vertiente fónica de la palabra. Porque «fuera del entorno social, una palabra no puede cambiar su significado»; y la elección de tal o cual «forma interna» siempre viene determinada por condicionantes de tipo psicológico e histórico-cultural.

Por eso, el conocimiento de las técnicas primitivas de producción, así como de las antiguas instituciones sociales, religiosas y domésticas nos descubre tantos detalles sobre la etimología de las palabras. […] Pero la etimología, que es efectiva mientras se basa en la historia y la arqueología, se vuelve inútil en cuanto se abandona a sí misma; porque no hay otro vínculo necesario entre la forma interna seleccionada y el significado de una palabra aparte de la tradición del colectivo.

Sea como fuere, el nexo entre el signo y el significado es asimilado por el individuo a través del colectivo del que pasa a formar parte, gracias al vínculo de comprensión mutua que se establece entre él y los demás miembros de ese mismo colectivo. Esta conexión es, por tanto, objetiva, dada externamente al individuo; le obliga a elegir unos conjuntos fónicos determinados, unas «imágenes» muy concretas para expresar unos significados precisos, y a asociar estos significados a la percepción de tales conjuntos fónicos y de tales «imágenes». No es la experiencia psicológica personal del individuo, sino la tradición del colectivo lo que define este vínculo. Y en este carácter objetivo, supraindividual de la conexión entre el signo y el significado consiste la especificidad de la función de la palabra-signo. […]

Esta distinción [entre la palabra-signo, como fenómeno del mundo sociocultural, y la palabra-grito, como fenómeno de la naturaleza] permite establecer una clara demarcación entre la ciencia de la palabra-signo y las ciencias de la palabra como fenómeno de la naturaleza. A estas últimas hay que remitir la psicología, que estudia la palabra como indicio del estado psicofísico particular del hablante, y la antropología, que la examina como atributo general del ser humano. Ciertamente, lo característico del lenguaje no son los procesos psicofisiológicos asociados con el acto de hablar. Los mismos procesos se pueden detectar en los gritos desprovistos de sentido y fenómenos similares a los que no es aplicable el término «lenguaje». La diferencia específica entre el habla consciente y el grito desprovisto de sentido consiste en que, en el primer caso, tales procesos van dirigidos a conseguir algún objetivo social; en concreto, a crear un signo verbal existente dentro de la comunidad lingüística dada que sea portador de un significado conocido.

La justificación científica de la teoría social del lenguaje reside en el hecho de que el carácter significativo de la palabra es un fenómeno supraindividual que existe en la comunicación.

El carácter significativo específico de la palabra como hecho sociocultural exige crear una ciencia especial provista de un método propio, esencialmente distinto de los métodos de las ciencias naturales, los cuales se aplican al estudio de la palabra como fenómeno natural.

La esencia de este método está condicionada por el carácter particular de la cognición de la palabra-signo, que consiste en introducir esta palabra en un cierto contexto semántico y denominativo que sea conocido y comprendido por parte del oyente. Dicho de otro modo, se trata del método de la interpretación, que detrás de la expresión revela el significado, el sentido, del cual esta expresión constituye el signo. Dado que la palabra, como objeto de estudio de la lingüística, es siempre un fenómeno de cultura, el método de interpretación que se le puede aplicar (situándola en su contexto pertinente) es siempre un método histórico.

Una palabra, como cualquier objeto, es incomprensible si se arranca de su contexto histórico-cultural. Un trozo de piedra con un orificio o un fragmento de una vasija de arcilla de tal o cual forma hallados durante unas excavaciones no dicen nada en sí mismos. Sin embargo, para el investigador ya dice mucho el hecho de que sean un indicador de tal o cual etapa del desarrollo cultural; en otras palabras, que formen parte de un determinado conjunto de cosas. Y pueden decirnos aún más si esos objetos se mencionan en viejas leyendas o si su imagen aparece en un fresco antiguo. Así ocurre también con la palabra: los nombres de lugares y pueblos conservados casualmente y mutilados por la tradición no dicen más al investigador que un solitario fragmento de vasija o un trocito de piedra encontrados en un lugar ignoto. No obstante, el análisis revela la pertenencia de estas palabras a un grupo particular de lenguas que aún existen hoy en día, las incluye en un sistema lingüístico concreto y nos permite juzgar el grado de arcaísmo del tipo lingüístico que representan.

Y estos fragmentos de lenguaje dirán aún más si los resultados del análisis lingüístico coinciden con los datos de otras ciencias (por ejemplo, con los resultados de investigaciones arqueológicas e histórico-culturales).

Así, de la revelación del carácter de una palabra como producto social resulta la segunda mitad de nuestra tarea: la revelación de la palabra como expresión de la sociedad.

X

[…] Hemos visto que el lenguaje presupone la existencia de la sociedad humana, siendo al mismo tiempo su herramienta necesaria y más importante; puesto que, como hemos mostrado antes, el lenguaje es ante todo un fenómeno social, un hecho cultural e histórico. Pero si el lenguaje es un fenómeno social, si el lenguaje es un prerrequisito necesario y un instrumento de comunicación social, si el entorno en el que y a través del cual se preserva y transmite es un entorno social, entonces, obviamente, cualquier diferenciación social debe reflejarse en la diferenciación lingüística, cualquier cambio lingüístico debe expresar cambios sociales (y económicos que le subyacen) en la vida de la colectividad cuyo patrimonio es constituido por esta lengua.

Justamente de eso se trata. Cuando en la estructura de la sociedad hay clases y grupos separados que sirven a diferentes propósitos productivos, el lenguaje de esta sociedad se divide en los correspondientes dialectos sociales. Allí donde existe división del trabajo (y tal división se observa en todas partes, coincidiendo en los pueblos de cultura primitiva con la diferenciación de género, de la que surgen «lenguas femeninas» especiales), cada rama de la producción se ve obligada a crear su propio repertorio especial de «términos técnicos» —las denominaciones de las herramientas y los procesos de trabajo asociados a su papel en la producción, y que los miembros de otro grupo de producción no entienden—. Y a medida que la producción se hace más compleja, a medida que aumenta la diferenciación social, más se singularizan los dialectos sociales. Es difícil imaginar la variedad de lenguajes especiales que existen en la sociedad capitalista moderna; y solo los vocabularios y manuales técnicos dan una imagen vaga de esta sorprendente riqueza de lenguajes de especialidad que ningún miembro de la comunidad lingüística en su conjunto domina plenamente. […]

Las diferencias entre los idiomas de ciertos grupos sociales se intensifican por el hecho de que el vocabulario de cada grupo refleja una atención especial a los fenómenos y objetos más importantes en su proceso de trabajo, lo que conlleva la correspondiente diferenciación de significados y palabras.

Las obras populares de lingüística suelen contener observaciones sobre la incapacidad del pensamiento «salvaje» para generalizar los procesos lógicos; al mismo tiempo, como prueba de esta incapacidad, se da una multitud de denominaciones de ciertos hechos u objetos concretos e individuales en el idioma «salvaje», en ausencia de una denominación común genérica.

Por ejemplo, leemos en Pogodin (El lenguaje como creaсión. Járkov, 1913): «El lenguaje (de los nativos de Java) es pobre en palabras abstractas y expresiones generales… No hay ni siquiera nombres genéricos para animal, mineral; más aún, tampoco para fiera, pájaro, reptil e insecto. Por otro lado, los nombres específicos son tan abundantes que es difícil distinguirlos. Hay cinco nombres para perro, seis para cerdo y elefante, siete para caballo».

Con no menos perplejidad se nos informa de que los criadores de renos del norte de Asia tienen docenas de nombres para el pelaje de estos animales, mientras que carecen de designaciones para algunos colores básicos del espectro; o que las tribus indias de América del Sur tienen un nombre para cada especie de loro, pero no disponen de un nombre común para toda la familia.

Entretanto, los defensores de esta postura se olvidan de procesos completamente análogos que encontramos en los idiomas de los pueblos civilizados modernos. Así, una persona corriente se fijará en la letra «pequeña» o «grande» allí donde el impresor va a distinguir los tipos «diamante», «brillante», «petit», «nonpareil», «corpus», «cícero», etc.; dirá «verdura» donde para el hortelano cabe diferenciar entre «hojas», «tallo», «brote», «cogollo», etc.; hablará de «carne», mientras que el carnicero distingue entre «nalga», «cuadrada», «paleta», «cuadril», «matambre», «garrón», «filete», etc. Asimismo, el cazador conoce varios términos para cada parte del cuerpo del animal […]; el criador de caballos puede usar muchas expresiones para describir los aires del equino (paso, trote, trote de trabajo, trote reunido, trote largo, trote sentado, trote levantado, galope medio, galope largo, etc.); y el criador de pájaros conoce hasta doce tipos de canto del ruiseñor […].

De acuerdo con esta diferenciación, el ganadero nómada distingue con todo detalle el pelaje del ganado que es importante para él, y tiene suficiente con utilizar términos más generales para los colores que no le conciernen. El cazador en medio de la selva, por su parte, encuentra una designación propia para cada especie de loro.

Por lo tanto, no es el hecho mismo de la diferenciación lo que es indicativo en este caso, sino la dirección que esta diferenciación toma en uno u otro sentido; como vemos, esta dirección está enteramente determinada por el papel productivo de cada grupo lingüístico, su economía y su forma de vida.

Junto con la creación de sus palabras especiales, los dialectos sociales enriquecen su vocabulario técnico modificando los significados de las palabras ordinarias del lenguaje hablado. Todo oficio, arte o ciencia, al crear su propia terminología, deja su impronta en las palabras que son patrimonio de todo el colectivo lingüístico. ¿Cuál es la esencia de este proceso? No es difícil revelarlo si nos basamos en la capacidad, a la que nos hemos referido antes, de que una palabra funcione dentro de un grupo concreto y culturalmente vinculado como referencia a un determinado objeto.

Es evidente que el objeto será idéntico para los miembros de un mismo grupo profesional o de producción, y no es necesario definir con mayor precisión la palabra que se utiliza para referirse a ese objeto. […]

Cuando existe una comunidad con una psicología de clase o de grupo constituida por una vida cotidiana común, no es de extrañar que las expresiones «figuradas» (metafóricas, metonímicas, etc.) estén muy difundidas en esa terminología técnica; ya que las asociaciones de ideas son las mismas para todos los miembros de un grupo determinado, y las «connotaciones», que son incomprensibles para los miembros de otro grupo, hacen que la comprensión se oriente de manera idéntica.

Así como las locuciones «expresivas» suelen zoomorfizar y pragmamorfizar4 las relaciones humanas, el lenguaje técnico «figurado» recurre de buen grado a analogías de la vida de los animales y del hombre al designar relaciones concretas entre las cosas. […]

Junto con la inclinación general del lenguaje hacia el «carácter figurado» antes aludido, en este tipo de especialización de significados encuentra su expresión la conciencia de grupo o de clase. «La diferenciación en el vocabulario no se limita a las necesidades naturales del grupo respectivo; aumenta de modo arbitrario debido a la tendencia de cada grupo a marcar también externamente su carácter autónomo e independiente. En la vida de cada idioma hay como dos tendencias contradictorias: mientras que la sociedad en su conjunto tiende a unificar el idioma, la actividad de los grupos particulares tiene por objeto diferenciar el léxico de los individuos a los que aquellos incluyen».

Vamos a volver a este fenómeno en otra ocasión; aquí sólo queremos observar que la manifestación extrema de esta tendencia es la creación de los llamados lenguajes «secretos» o «artificiales».

Estos lenguajes suelen crearse en el seno de pequeños grupos sociales, en el marco de un aislamiento necesario por parte de un grupo social determinado; por ejemplo, en las circunstancias de su asentamiento en un entorno que les resulta ajeno en lo económico o político, y donde buscan aislarse lingüísticamente. […]

En ámbitos muy condicionados por la estructura patriarcal se dan «lenguajes secretos» entre mujeres —la parte más débil de la población y la más sometida al trabajo duro—; estos «lenguajes femeninos» existen, por ejemplo, en algunas tribus caucásicas que han preservado en gran medida su sistema de clanes, como los osetios y otros.

Los «lenguajes secretos» de los escribanos y gente letrada se forman en épocas en que la alfabetización es privativa de unos pocos; el antiguo «lenguaje secreto» de los eruditos rusos era la llamada «tarabárskaya grámota» [«escritura tarabar»], de la que se tiene constancia en registros del siglo XII. Más tarde, este código sigue siendo utilizado por los «staroveri» [«viejos creyentes»], un grupo social perseguido políticamente y privado de derechos, y pervive en los seminarios eclesiásticos como una lengua «escolar». Por último, en el contexto de una sociedad diversificada, a partir de la época en que se expande el capital monetario y comercial aparecen las llamadas «jergas de ladrones» o «germanías», lenguajes secretos de ciertos grupos del lumpemproletariado tales como prostitutas, mendigos o delincuentes (el «jargon» y el «jobelin» en Francia desde el siglo XV, el «Rotwelsch» en Alemania a partir del siglo XIII, o el «cant» en Inglaterra desde el siglo XVI).

El aislamiento lingüístico intencionado de tales grupos nos permite calificar estos lenguajes como «artificiales»; pero este carácter artificial no es ni mucho menos el resultado de la creatividad lingüística individual. Dejando de lado que este tipo de lenguajes conforman para un hablante externo la información sobre la colectividad que este puede asimilar, el aislamiento como tal se logra en ellos utilizando el material proporcionado por el idioma común: ya sea modificando parcialmente el aspecto fónico de la palabra, ya sea sustituyendo el término patrimonial por un préstamo extranjero, o bien usándolo en sentido figurado. […]

¿Es necesario que nos sigamos ocupando de la terminología técnica propiamente dicha, que no se ha convertido en parte integrante del lenguaje hablado (es decir, la terminología de la producción industrial, la ciencia, el arte)? La universalidad de la cultura europea es hoy en día de tal magnitud, que conlleva que casi la mitad del vocabulario de las lenguas europeas modernas sea coincidente. Y la cantidad de palabras comunes seguirá aumentando si añadimos a los préstamos de lenguas extranjeras los llamados «calcos», que son traducciones literales de términos extranjeros como «chemin de fer» – «Eisenbahn» – «ferrocarril». Hablaremos de las causas de este tipo de traducciones en otra ocasión. Ahora solo queremos señalar que las designaciones mismas de los inventos técnicos más recientes atestiguan el carácter internacional que ha adquirido la cultura moderna; pues, mientras que los antiguos términos técnicos suelen conservar el carácter de la lengua nacional que los creó (véase, por ejemplo, el predominio de palabras inglesas y holandesas en la antigua terminología marítima, de palabras italianas en la música y el teatro, o de voces de lenguas románicas en la ropa, la comida y la decoración del hogar), la base de las designaciones más recientes se suele adoptar de las lenguas muertas, es decir del griego y el latín («automóvil», «aerostato», «teléfono», «telégrafo»), desprovistas de coloración nacional.

De todo esto se desprende claramente que la historia de los «préstamos lingüísticos» no solo revela al investigador el cambio de influencias culturales de los diferentes pueblos sobre la lengua respectiva, sino que permite determinar qué grupos sociales se vieron afectados por esta influencia y de qué grupos procedía. […]

XI

[…] Hemos visto que gracias a la diferenciación económica y social de un colectivo lingüístico, su lenguaje se divide en una serie de dialectos; en consecuencia, una palabra siempre puede percibirse como parte integrante de un dialecto social dado, es decir, como patrimonio de una clase o un grupo social. […]

Según el grupo social en el que se utilizan habitualmente las palabras, estas resultan groseras o elegantes, de tono coloquial o libresco, ampulosas o vulgares.

Esta coloración expresiva de la palabra, que plasma de una manera u otra la conciencia de clase, se refleja a su vez en una serie de hechos interesantes de la historia del lenguaje.

En primer lugar, en el fenómeno del purismo.

Las tendencias puristas en la lengua de un determinado grupo social suelen mostrar la lucha de este colectivo contra la dependencia económica y cultural con respecto al grupo cuyas palabras empieza a expulsar de su lengua. De este modo, las tendencias puristas se observan por igual tanto en el lenguaje de un grupo social económicamente avanzado en el momento en que comienza o florece su desarrollo económico y cultural autónomo, como en el lenguaje de un grupo económicamente atrasado cuando es desplazado por una nueva clase. […]

Además, el aumento de la diferenciación social conlleva una relación más compleja entre los individuos, que se refleja en la valoración expresiva de las palabras. La conciencia de clase del colectivo dirigente requiere formas especiales de tratamiento «cortés» por parte de los miembros de otros grupos sociales. No solo se utilizan otras formas de tratamiento («vuestra excelencia», «su señoría», «excelentísimo señor», «muy señor mío») en la comunicación con los miembros de la clase dominante, sino que sus defectos o acciones también se mencionan en expresiones especiales «suavizadas» […].

Así es como surgen nuevas formas de expresiones eufemísticas, un tipo algo diferente de las que hemos tratado antes. Cuando se dirige a los miembros de la clase a la que pertenece, así como a los integrantes de las clases superiores, el lenguaje evita la «rudeza» de las expresiones directas. En lugar de «¡Entre!», aparecen las fórmulas «¡Sea usted bienvenido!», «¿Me haría el honor?»; en vez de «Está usted mintiendo», uno empieza a decir «Se equivoca», «Disculpe usted, pero…», «Está exagerando un poco», «Esto que usted afirma no es del todo exacto»… Y sobre un miembro de la misma clase social no se puede decir que «ha sido un malversador», a menos que se le quiera insultar; será más procedente comentar que «ha sido negligente con los asuntos pecuniarios», «un poco descuidado», «se le fue un poco la mano», «il a cherché à corriger sa fortune», etc.

Finalmente, la presencia de tal o cual tonalidad expresiva puede llevar a un cambio en el significado de la palabra misma. Es en estos cambios de significado que la lucha entre clases y grupos sociales encuentra su más brillante expresión.

De este modo, en la época en que la aristocracia es el grupo dominante, los nombres de las clases bajas se transforman en palabras injuriosas —así sucede con «podli» [«ruin, miserable»] y «poshli» [«vulgar»] en ruso, «vilain» en francés, «Tölpel» y «gemein» en alemán, «mean» en inglés—, mientras que los nombres de su misma clase adquieren un carácter laudatorio —véase «blagorodni» [«noble»] en ruso, «edel» y «höflich» en alemán, «gentil» y «franc» en francés, «gentle» en inglés—. Los representantes del capital monetario otorgan una connotación negativa a ciertas palabras que en el lenguaje caballeresco no la tenían —«schlecht» y «frech» en alemán, o «rustre» en francés—. En otros casos, se puede observar la superioridad de la ciudad sobre el campo, así como la lucha entre grupos religiosos o étnicos.

No menos característicos son aquellos matices que se han conservado en las designaciones más generales de las cualidades morales, y que nos indican el grupo social en el que pueden haberse originado. […]

XII

[…] En los fenómenos del purismo y el eufemismo se puede observar cómo una palabra ligada a un signo con un significado conocido que existe en un grupo lingüístico determinado se convierte en un símbolo de este grupo lingüístico en sí mismo. Así, la atención del hablante se desplaza hacia la vertiente fónica externa de la palabra: lo que importa no es la comprensión, sino la reproducción de la palabra.

Pero puede suceder que los hechos lingüísticos peculiares de un grupo social le parezcan a otro grupo social no necesariamente odiosos, sino también dignos de ser imitados. Surgen así fenómenos que presentan un contraste particular con los fenómenos del purismo: las clases y los grupos sociales más bajos tienden a asimilar, junto con las formas de la cultura, las formas de comunicación verbal inherentes a la clase dominante. De ahí que se produzcan cambios peculiares de significado en las formas de trato cortés y su característica «democratización». […]

Los fenómenos de este tipo no se limitan a las formas de comunicación, aunque se manifiestan en estas de manera elocuente; de hecho, pueden afectar a la designación de cualquier objeto o fenómeno de la cultura material y espiritual, cuyas formas trata de asimilar la nueva clase que avanza por la senda de la construcción cultural. […]

Este tipo de «desplazamientos» de significado, basados en el uso «impreciso» de una palabra, en una asimilación imperfecta de su significado original, pueden servir de indicador característico de la transición del hecho cultural respectivo hacia un entorno social diferente.

De tal modo, este fenómeno se manifiesta muy vivamente en las épocas de transformación cultural de las clases y de ruptura de las viejas relaciones cotidianas, cuando la incorporación masiva de nuevos términos en el lenguaje de las clases «inferiores» a menudo solo conlleva la asimilación del aspecto puramente externo de la palabra. […]

Sin embargo, con tal comprensión o reproducción de una palabra, la atención se centra en su vertiente fónica externa; un paso más y nos encontramos ante un (aparente) vaciamiento completo del significado de la palabra, con la apreciación exclusiva de su sonido.

En efecto, percibimos la vertiente fónica de algunas palabras (por ejemplo, préstamos de lenguas extranjeras) como especialmente musical y elegante (palabras latinas, griegas, italianas), o bien nos asombra su ridícula falta de sonoridad (palabras alemanas). No es difícil, sin embargo, descubrir las premisas culturales e históricas de estas valoraciones, que según parece son puramente emocionales: el francés, que durante mucho tiempo fue la lengua de las clases altas, es percibido por la conciencia popular como elegante, mientras que el alemán, que se transmitió a Rusia a través de maestros artesanos y menestrales, se define como torpe, malsonante, pedante. El latín, que durante siglos fue la lengua de la escritura, la ciencia y el culto, y se transmitió exclusivamente a través de los libros, se considera especialmente solemne. Los vestigios del Romanticismo, así como el hecho de que sigue estando al alcance de la conciencia popular, sobre todo gracias al léxico del arte (música, arquitectura), explican que el idioma italiano sea para nosotros eufónico y musical, etc.

La valoración de las palabras griegas es muy característica: los nuevos préstamos léxicos que nos han llegado mediante los libros y la escuela parecen ser extraordinariamente eufónicos («efebo», «armonía», «eros»), mientras que los grecismos que se integraron en el lenguaje popular hace mucho tiempo —«oladi», «kulich» [productos de repostería]; «krovat» [«cama»], «malajái» [«gorro de piel con orejeras»]— carecen de estos matices.

Lo mismo puede decirse de la valoración del sonido de los arcaísmos, dialectalismos y neologismos de la lengua materna, ya que esta también se basa en la apreciación de los fenómenos culturales cuyo indicador y parte integrante lo constituye el hecho lingüístico correspondiente.

Mientras tanto, esta apreciación del aspecto puramente externo de la palabra es uno de los factores más importantes en el desarrollo y en los cambios del lenguaje. No nos vamos a detener aquí en los fenómenos patológicos del habla —la glosolalia de los seguidores de sectas vinculadas a prácticas extáticas, los «nuevos lenguajes» de los pacientes con histeria, etc.—, aunque los condicionamientos histórico-culturales de la valoración emocional del sonido encuentran una expresión singularmente vívida en este tipo de fenómenos. Basta recordar que los miembros de nuestras sectas buscan reproducir combinaciones sonoras típicas del griego (Pamos, pamos, bagos, Nasontos, lesontos, etc.) y del hebreo antiguo (Rivan navidon zaneveravin), mientras que un obrero del San Petersburgo del siglo XIX en estado de histeria imita sonidos franceses (Alsont Darmont, Damis) en un alarde de creatividad (según observaciones de Gurvič). Mucho más importante es el significado que adquieren este tipo de apreciaciones a la hora de difundir ciertos rasgos de la pronunciación.

En efecto, cada cambio en el lenguaje se origina, como hemos visto antes, mediante los fenómenos de la vida lingüística individual.

«Pero la innovación individual (una innovación que, por supuesto, es involuntaria e inconsciente) se desgasta y desaparece sin dejar rastro si no se coordina con el estado de ánimo general del grupo lingüístico. No obstante, este proceso normal, que propicia la interacción de los principios individuales y sociales, puede en ciertos casos modificarse bruscamente en favor de los primeros, en caso de preponderancia cultural o de otro tipo de unos elementos sobre otros: los elementos dominantes invitan a la imitación, a veces consciente. Es cierto que muchos de los cambios lingüísticos resultantes de esa imitación pueden ser muy efímeros y transitorios; pero otros, que corresponden a las tendencias generales del entorno hablante, también pueden arraigar en él». […]

En cada caso particular en que se difunde una nueva pronunciación más allá de una localidad o un grupo social determinados, se pueden establecer sus condicionantes histórico-culturales. […]

Una antigua leyenda romana sobre el demagogo Clodio, miembro de la noble familia de los Claudios, cuenta que este, para complacer a la plebe, comenzó a pronunciar su nombre a la manera del pueblo llano (en latín popular el diptongo «au» cambia tempranamente a «o»). Sin querer, esta leyenda apunta a la esencia social de uno de los momentos más importantes en la vida de un idioma: los cambios en su vertiente fónica.

XIII

[…] Antes hemos citado los casos más llamativos del reflejo de la diferenciación social en la diferenciación del lenguaje. Pero la misma conexión causal entre los cambios en la estructura socioeconómica de una sociedad y los cambios en su lenguaje se puede constatar en todos los casos de cambio lingüístico. […]

Ya señalamos en el capítulo anterior los factores sociales de los cambios fonéticos, pero no hemos caracterizado con claridad suficiente el proceso mismo de asimilación de los nuevos sonidos. De hecho, difícilmente se puede hablar en este caso de una imitación consciente por parte de un grupo social o étnico de la pronunciación de otro, ni de una adopción deliberada de tal o cual sonido al margen de su soporte, que es la palabra.

Pero una palabra, como ya hemos visto, existe, se transmite y se difunde como signo de un fenómeno cultural conocido. Y, en consecuencia, los márgenes de su difusión deben ser determinados por los límites de estas u otras entidades culturales.

Las observaciones de la dialectología moderna sobre los límites de los dialectos lo confirman: siempre que dos lugares establecen relaciones económicas y culturales permanentes, la pronunciación de ambos tiende a uniformizarse. Así pues, la nueva pronunciación abarca preferentemente solo las partes del léxico que están conectadas de algún modo con las nuevas relaciones culturales, mientras que las palabras que no desempeñan un papel en la comunicación cultural a menudo conservan la antigua pronunciación. […]

De esta manera, siempre que se establece alguna interacción cultural (económica) entre los grupos lingüísticos (étnicos o sociales) existentes, los idiomas de esos grupos comienzan a influirse mutuamente, lo que revela una tendencia general a la unificación. Y en sentido inverso: cuando esta relación está ausente o se rompe, se produce una diferenciación de las lenguas de los respectivos grupos lingüísticos (étnicos o sociales) que puede llevar a una separación total de dichas lenguas.

Detengámonos primero en los hechos de la unificación de las lenguas, entre los cuales es necesario destacar:

a) el idioma de un determinado grupo étnico desplaza idiomas afines o no afines de otros grupos étnicos;

b) el dialecto de un determinado grupo social desplaza dialectos afines de otros grupos sociales.

En ambos casos, los grupos atrasados económica y culturalmente asimilan el lenguaje del grupo más avanzado en lo económico y cultural. Al mismo tiempo, las formas de asimilación varían según las formas en que se establecen las relaciones económicas y culturales.

Así pues, en una situación de comercio de intercambio o de esclavitud primitiva, es decir, en unas condiciones que no requieren la participación de ambos grupos en la producción común, sino solo de una manera puramente externa, aunque sea regular, la asimilación del lenguaje suele ser incompleta.

La asimilación parcial, la creación de un cierto vocabulario limitado y una serie de giros lingüísticos necesarios para las relaciones rutinarias y simples son suficientes en este caso. Así se crean las llamadas «lenguas mixtas» —por ejemplo, las jergas comerciales (el petit-nègre, los criollos negro-inglés y negro-portugués) que aparecieron en África Occidental sobre la base de la trata de esclavos; la jerga comercial anglo-china del Lejano Oriente, llamada «pidgin English»; la jerga comercial Beach-la-Mar de las plantaciones del Pacífico, etc.

Cuando las relaciones laborales provocan un contacto más estrecho entre los dos grupos lingüísticos en el seno de una economía desarrollada, los grupos atrasados económica y culturalmente asimilan el lenguaje del grupo más avanzado en los ámbitos económico y cultural. Un ejemplo clásico de este tipo de asimilación es la latinización de Europa Occidental durante el Imperio romano.

Por último, cuando dos grupos económica y culturalmente iguales combaten entre ellos, se observan diversas formas de mezcla lingüística. Así, la conquista de Inglaterra por los normandos, que se encontraban en la misma etapa de la economía feudal natural que los anglosajones, lleva a crear una lengua inglesa mixta. La cultura árabe y aramea, al cruzarse con la iraní, crea una nueva lengua persa híbrida.

Aún más a menudo, en estas condiciones se observa una asimilación parcial del vocabulario del grupo cultural dominante por parte de otros grupos; por ejemplo, el dominio de la cultura china en el Lejano Oriente se refleja en muchos préstamos chinos en los idiomas japonés, vietnamita y coreano. El sánscrito, debido a la difusión del budismo, enriquece los idiomas de Asia Central, Indochina e Indonesia con terminología teológica, científica y gramatical. El carácter común de la cultura europea se expresa en la existencia de un vocabulario técnico y científico europeo común, con diferentes «capas» que reflejan los períodos de dominación económica y cultural de los diferentes Estados europeos (véase lo dicho más arriba).

Asimismo, como hemos señalado repetidamente, la unificación del idioma pasa por ciertos grupos sociales que están en constante comunicación cultural, mientras que abarca a otros solo en parte. Este hecho aparece de forma bastante elocuente en las observaciones sobre los dialectos locales; así, los cambios con respecto a la asimilación del «dialecto urbano» suelen ser introducidos en el idioma por la parte masculina de la población, la que está empleada en actividades temporales, ha servido como soldado, etc., mientras que los guardianes de las antiguas formas lingüísticas son las mujeres y los ancianos, que llevan una vida sedentaria en el pueblo.

Los mismos factores actúan cuando un dialecto social suplanta a los demás y constituye la variedad llamada «koiné» —Gemeinsprache, langue commune, lengua literaria—. También en este caso, la base de la lengua literaria —la de la cultura y la escritura— es el habla del grupo social que encabeza el desarrollo económico y cultural del país.

Las formas de unificación también pueden ser muy diversas a este respecto. La base de la koiné puede ser el dialecto de cierta ciudad que conforma un importante centro industrial, comercial y político del país; de este modo, la lengua literaria francesa se basa en el dialecto de París, y la inglesa en el dialecto de Londres. O bien la unificación se logra a través de un dialecto social en sentido estricto: por ejemplo, el habla de una clase de empleados o comerciantes, cuyos miembros no pueden formar una unidad étnica estable debido a las condiciones mismas de su existencia. Así, el idioma literario alemán tiene su origen en la manera de hablar de la población mercantil de las ciudades de Bohemia y Sajonia, regiones que fueron colonizadas por los germanos ya en la Edad Media y cuya nueva población, mezclada en cuanto a origen y composición étnica, estaba unida por los lazos económicos, políticos y culturales que habían surgido en esas ciudades.

El asunto se complica por el hecho de que un grupo social que reemplaza a otro no suele sustituir la manera de hablar de este grupo por la suya propia (aunque tales casos son posibles, como nos demuestra la lucha entre los dialectos noroccidental y suroriental en el alemán literario medieval), sino que la asimila junto con las formas de la cultura de este colectivo, realizando solo algunos cambios en su vocabulario y pronunciación. […]

Por último, cabe señalar que la unificación de la «lengua literaria», si bien refleja los intereses de ciertos grupos sociales, no suele ser completa. En algunos casos se limita a un determinado grupo social, como por ejemplo el clero, porque la clase sacerdotal forma una unidad que va más allá de la unidad étnica —pensemos en el papel de ciertas «lenguas de culto» como el latín para la Iglesia Católica o el árabe para los musulmanes.

Pero incluso cuando la koiné pasa a ser patrimonio de estratos sociales más amplios, de las clases privilegiadas de la sociedad en general, la unificación sigue sin abarcar el lenguaje en su conjunto. Suelen quedar al margen las palabras de la vida cotidiana; y un grupo de términos tan típico como el de la cocina y la vida hogareña, por ejemplo, da lugar a múltiples divergencias dialécticas incluso en el lenguaje de la llamada «sociedad culta». Es significativo que la gramática y la lexicología normativas tradicionales, que son la expresión ideológica de la unificación del lenguaje de las clases dirigentes, se nieguen en estos casos a establecer una norma uniforme. Por ejemplo, en sus Observaciones sobre el uso y abuso de otras palabras y dichos teutones de 1758, Gottsched comenta sobre las palabras «Sahne Rahm» y «Schmand», que significan nata en diferentes dialectos alemanes: «Sobre estas palabras, que están conectadas con la vida rural, es imposible lograr que toda Alemania tenga una opinión unánime».

Así pues, toda unificación de una lengua presupone dos aspectos: la existencia de vínculos económicos y culturales entre los respectivos grupos lingüísticos y la existencia de un grupo social o étnico que lidere el desarrollo económico y cultural, y que se imponga sobre los grupos más atrasados económica y culturalmente. La unificación lingüística es solo una expresión, un reflejo de estos vínculos establecidos.

Y en sentido inverso: si no existieran esos vínculos, el desarrollo de los grupos lingüísticos seguiría caminos separados y aumentaría el número de rasgos divergentes. El final de este proceso podría ser la completa separación de los idiomas, con formas de diferenciación lingüística tan variadas y determinadas cultural e históricamente como las formas de unificación del lenguaje.

En todo caso, es preciso discernir entre el hecho de que se hayan preservado antiguas divergencias etnolingüísticas y la diferenciación de una unidad lingüística ya existente. Tales divergencias se mantienen con particular empeño en condiciones de economía primitiva, cuando cada clan, cada tribu y cada aldea son un mundo cerrado y autosuficiente en lo económico. De ahí la diversidad de idiomas que existe entre los pueblos de culturas primitivas (los aborígenes de Australia, África y América). Y con ello también se explica otro fenómeno característico: en los pueblos con una cultura desarrollada las diferencias dialectales, que son residuos de antiguas diferencias étnicas —compárense, por ejemplo, los límites de los dialectos rusos con ciertas leyendas sobre el asentamiento de tribus eslavas, o los límites de los dialectos alemanes con datos de historiadores romanos y crónicas sobre el asentamiento germánico—, se mantienen con singular persistencia entre la población rural.

Además de contribuir a la conservación de antiguas diferencias etnolingüísticas, las formas de economía de subsistencia, que dividen un país en varias unidades económicas independientes, también pueden causar una diferenciación de la unidad lingüística original. Así, la enorme regresión de la estructura económica de Europa Occidental que se produjo tras la gran migración de pueblos, conduce a la desintegración de la antigua unidad latina en lenguas románicas separadas; del mismo modo que el lento declive económico de Bizancio, que aísla una provincia tras otra del Imperio Romano de Oriente, se refleja en la diferenciación de la koiné del griego medieval, que se había formado unificando los antiguos dialectos tribales.

El paso de las formas de economía de subsistencia a la época del capital monetario, al crear una serie de centros con el mismo vigor económico y social en ciudades comerciales, provoca una unificación parcial de los pequeños dialectos, contribuyendo al mismo tiempo a la diferenciación de las grandes unidades dialectales que surgen a partir de aquellos. Basta recordar la competencia entre varios grandes dialectos como lenguas de literatura y escritura, tan típica de Alemania, Francia o Italia durante la Baja Edad Media.

Además de la unificación geográfica en ese tipo de situaciones, existe también una unificación social parcial, que se lleva a cabo mediante la creación de lenguas comerciales especiales, o la difusión de un dialecto a expensas de otros, manteniendo por lo demás las mismas diferencias lingüísticas.

Por último, el fuerte desarrollo de la diferenciación de clases implica, como hemos visto, la creación de la dialectología social. Y no solo en el ámbito del vocabulario, sino también en los campos de la fonética y la morfología. Puesto que, junto con los antiguos dialectos étnicos, las clases dirigentes crean su propia «lengua literaria» unificada, los primeros adquieren el carácter de «hablas de la gente común». Con todo esto, observamos que, por una parte, lograr una mayor estabilidad en el modo de vida de la población rural contribuye a proteger las formas arcaicas del lenguaje (repárese, por ejemplo, en que ciertas formas antiguas de declinación se han mantenido en los dialectos rusos); y, por otro lado, la ausencia del factor conservador de la escritura y el lenguaje escrito permite que se desarrollen más rápido las tendencias inherentes a la lengua (véase cómo han desaparecido la pronunciación aspirada en el cockney londinense o las formas del género neutro en algunos dialectos rusos).

Y así sucesivamente.

De este modo, la unificación y la diferenciación de las lenguas son las principales formas en que se reflejan las relaciones económicas e histórico-culturales de las unidades lingüísticas. Y la diversidad de esas formas no es más que un reflejo de la diversidad de los posibles vínculos. Por este motivo, es imposible no ser escéptico ante cualquier intento de reducir el desarrollo de las lenguas a una sola pauta, como la idea de un colapso simultáneo de la unidad lingüística primigenia tras el cual habrían surgido diversas unidades nuevas (por ejemplo, a causa del reasentamiento de varias tribus escindidas de una tribu mayor), y el posterior desarrollo cerrado y aislado de estas últimas. Gracias a la diferenciación de la estructura social de la comunidad, es posible establecer las más diversas relaciones entre dos unidades étnicas, abarcando uno u otro de los grupos sociales que las componen. El principal factor de la evolución lingüística es, por lo tanto, el factor de la interacción lingüística entre entidades étnicas culturalmente unidas. «La fragmentación incesante del lenguaje va de la mano con la mezcla lingüística incesante».

XIV

[…] Los condicionamientos exclusivamente sociales e histórico-culturales del signo verbal, que pusimos de relieve en el análisis de la primera parte, nos permitieron reducir a la unidad causal toda la diversidad de cambios observados en el lenguaje. También se podría llegar a las mismas conclusiones de una manera ligeramente distinta, estableciendo los factores constantes y variables que existen en el lenguaje.

En realidad, las leyes psicofisiológicas y físicas no bastan por sí mismas para explicar los múltiples hechos de los cambios lingüísticos; solo definen las condiciones permanentes en las que se producen tales cambios. Pero incluso si se consiguiera exponer de manera exhaustiva y completa todas esas condiciones, este enunciado no nos daría ningún indicio sobre la evolución futura del lenguaje —señal segura de conocimiento incompleto—, porque no quedaría aclarada la variable que permite, facilita o dificulta la realización de las posibilidades fijadas por estas leyes.

Esta variable, obviamente, no puede ser ni la estructura anatómica de nuestros órganos del habla, ni la actividad de estos órganos; tampoco puede ser la actividad del aparato mental; porque todo esto son datos permanentes, claramente iguales en todas partes, y que no incluyen los principios de variación. Ese elemento que varía continuamente, creando nuevas condiciones de la existencia humana, es la estructura de la sociedad.

Pero, como hemos visto, el lenguaje es el hecho social κατ᾽ ᾽εξοχήν [«por excelencia»].

Y cualquier modificación de la estructura social debe reflejarse en las condiciones en las que se desarrolla el lenguaje. Por supuesto, el lenguaje tiene, como ya se ha mencionado, condiciones previas psicológicas, fisiológicas y anatómicas generales para su desarrollo; pero el único elemento variable, cuya existencia puede explicar los cambios en el lenguaje, son los cambios en la estructura de la sociedad.

Y cualquier cambio en esta última se refleja o bien directamente, o (aún más a menudo) indirectamente en los cambios del lenguaje. De este modo, la posibilidad y la necesidad de los cambios lingüísticos se derivan del carácter social del signo lingüístico.

Pero el mismo carácter exclusivamente social y no natural del signo lingüístico crea el segundo rasgo característico del lenguaje: su inherente tradicionalismo e inercia.

En efecto, el uso de tal o cual signo en una comunidad lingüística se basa en principio en un hábito colectivo, en una convención, en una regla generalmente aceptada; solo esta regla obliga a utilizar un signo, y no otro, y en ningún caso depende de su significado interno.

El signo, como hemos visto antes, no está motivado en su relación con el significado, y no está ligado con este por ninguna conexión natural; pero al ser elegido libremente (sin que haya motivación) con respecto a la idea que representa, el signo en relación con la comunidad lingüística que lo utiliza no es libre, le es dado a cada uno de sus miembros desde el exterior, sin posibilidad de sustituir un signo por otro. Por eso, pese a que es imposible entender el lenguaje como un contrato social, los investigadores llegan repetidamente a esta idea, que se nos inculca mediante una sensación inusualmente vívida de la arbitrariedad del signo lingüístico.

La absoluta falta de motivación del signo verbal para cada miembro del colectivo lingüístico crea su asombrosa estabilidad, su inmutabilidad elemental.

El colectivo, asimilando inconscientemente un sistema complejo y diverso de signos lingüísticos, es incapaz de discutir sobre él. Porque solo se puede discutir sobre algo que se construye con una base racional… Es posible discutir sobre un sistema de símbolos, porque entre el símbolo y su significado hay una conexión racional; pero esta base racional está ausente del lenguaje, un sistema de signos arbitrarios.

Además, de entre todas las instituciones sociales, solo la lengua es patrimonio no de una parte, sino de todos los individuos de una comunidad dada.

«De todas las instituciones sociales, el lenguaje es la que deja menos lugar a las iniciativas. Se fusiona con la vida del colectivo social, y este, siendo inerte por naturaleza, es sobre todo un factor conservador para el lenguaje».

Sin embargo, la inmutabilidad final del lenguaje como producto de las fuerzas sociales se deriva del hecho de que estas fuerzas actúan en el tiempo. La unidad con el pasado priva al presente de la libre elección; hablamos así porque se ha hablado así antes de nosotros.

De todo ello resulta —como ya hemos subrayado repetidamente— el carácter histórico del signo lingüístico. Las «connotaciones» desveladas por la investigación etimológica, los nombres de los objetos y fenómenos de nuestra cultura material y espiritual contienen representaciones comunes de épocas culturales más antiguas, indicios de otras formas más primitivas de producción y distribución.

Así, la moderna terminología europea en el campo de las relaciones políticas, administrativas y sociales nos traslada a menudo a la época del feudalismo temprano, a los tiempos del Imperio romano esclavista, y a veces incluso a épocas más remotas —a la vida tribal y a la primitiva organización militar. […]

Nos importa constatar solo un hecho: el lenguaje, al reflejar los cambios en la economía y la estructura social de la colectividad que lo habla, conserva al mismo tiempo una serie de capas de las antiguas épocas culturales, y preserva la memoria de las formas de vida cotidiana y de producción anteriores a la modernidad.

De todos modos, el análisis de estas capas requiere mucha precaución. La presencia de términos culturales comunes en el idioma de varios grupos étnicos, como hemos visto, no siempre es una prueba de su unidad cultural y lingüística originaria; a menudo solo puede ser una prueba de su posterior unificación sobre la base de la interacción cultural.

Por ejemplo, los pueblos europeos disponen de nombres comunes para el vino (griego «οἶνος», latín «vinum», germano «wein», eslavo «vino», etc.); sin embargo, esta palabra no es un legado de la unidad indoeuropea primigenia, como tampoco lo son los términos culturales de los siglos XIX y XX —el griego «οἶνος», ancestro de estos nombres, así como el «wainu» semítico, se remontan a la cultura prehelénica y presemítica (jafética) de la cuenca mediterránea.

Así pues, la posibilidad de proyectar un término sobre una época en la que coexisten hablantes de varias unidades lingüísticas sigue siendo problemática. ¿Cómo podemos explicar, por ejemplo, los elementos comunes del llamado «léxico europeo occidental»? ¿Basándonos en que hubo una época en la que estas lenguas coexistieron, o en el hecho de que los hablantes culturalmente más débiles de algunas de ellas asimilaron una serie de hallazgos culturales de la economía más desarrollada de otras?

La cuestión sigue abierta, y solo la presencia o ausencia de las mismas palabras en los idiomas que se separaron para siempre tras el período de unidad primigenia puede ayudar a resolverla en una u otra dirección. De este modo, la presencia de un término común para la labranza en las lenguas del noroeste de Europa y en el tocario nos lleva a suponer que los indoeuropeos tenían esos mismos conocimientos ancestrales sobre el cultivo de la tierra.

Además, como ya hemos subrayado, los estudios etimológicos solo son convincentes en la medida en que se basen en datos objetivos procedentes de la historia, la arqueología y el conjunto de las disciplinas culturales; en caso contrario, carecen de fundamento, sobre todo porque, como hemos visto, una palabra-designación se puede transferir fácilmente de un objeto a otro. […]

Así, el análisis del signo verbal como testimonio de épocas culturales anteriores de la existencia de su colectivo de hablantes nos lleva otra vez a incluir la lingüística en el ámbito de las ciencias de la cultura. Solo en estrecha cooperación con estas disciplinas, lingüística puede emprender su doble tarea de interpretar el lenguaje como expresión del presente y como testimonio de las vicisitudes pasadas por su colectivo de hablantes. Y solo a través de la interpretación histórico-cultural, aquella será capaz de resolver el problema que le plantea la conciencia ingenua cuando reflexiona sobre hechos del lenguaje, y que constituye el principal reto de la lingüística: la cuestión de la diversidad de lenguas.


1 En la traducción de Amado Alonso (Buenos Aires: Losada, 1945, p. 99): «La lengua es de todas las instituciones sociales la que menos presa ofrece a las iniciativas. La lengua forma cuerpo con la vida de la masa social, y la masa, siendo naturalmente inerte, aparece ante todo como un factor de conservación».

3 La noción de género en el lexema masculino ávtor, «autor», no ha sido aceptada en la norma lingüística rusa, como ocurre con muchas otras designaciones de oficios y actividades humanas: vrach («médico»), proféssor («catedrático»), vodítel («conductor), etc. [N. de los T.].

4 Este verbo es un hapax legomenon utilizado por la autora, probablemente con el significado de «dar una forma determinada según fines pragmáticos» [N. de los T.].