Las teorías sobre las ideologías en general han buscado modos de elaborarlas, de descubrir los elementos que las conforman, ya sean creencias compartidas, ya sean sistemas de ideas, de manera de darles cierta coherencia. Sabemos que en los sujetos no se dan de esa manera, pues a veces las prácticas no se condicen con las creencias. Es probable que esto ocurra por una incorporación incompleta de la ideología, o puede ser porque en los sujetos se superponen varias ideologías, algunas de manera consciente, otras no tanto. Bettina Seidl1 trabaja con esta última intuición, que pone a prueba en una serie de entrevistas con migrantes bolivianos en Buenos Aires en torno a la transmisión intergeneracional de las lenguas indígenas. Estas ideologías lingüísticas —sobre el estatus de las lenguas del entorno social, sobre la utilidad de transmitirla a los hijos, sobre el valor simbólico de una lengua en un contexto sociopolítico determinado— no solo no son homogéneas, sino que cambian en el tiempo y el espacio, y un mismo sujeto puede abandonarlas o recuperarlas de acuerdo con sus experiencias. El libro que reseñamos, producto de la tesis de doctorado de la autora, se ocupa de estas transformaciones a partir de un aspecto poco trabajado en las investigaciones sobre migrantes transnacionales: cómo influye en sus prácticas y discursos las políticas que se implementan en su país de origen. ¿Y qué mejor contexto para analizarla que el «proceso de cambio» que viene ocurriendo en Bolivia desde 2006, con la revalorización de las comunidades originarias y la construcción del Estado Plurinacional? Si bien las políticas bolivianas son investigadas intensamente desde diversas perspectivas, cómo influyen en el exterior no lo es tanto, y esta es una mirada innovadora que aporta esta tesis doctoral acerca del comportamiento sociolingüístico de la migración boliviana en Buenos Aires.
Este trabajo explora de qué manera las transformaciones sociopolíticas recientes en Bolivia y América Latina en general actúan sobre las concepciones acerca de la transmisión de las lenguas indígenas en la comunidad migrante instalada en Buenos Aires. Tradicionalmente, según investigaciones lingüísticas y antropológicas, la población indígena en contextos migratorios tiende a la no transmisión intergeneracional de su lengua. Sin embargo, la autora percibe que el nuevo marco legal en torno a las lenguas que promovió el gobierno de Evo Morales parece influir de otra manera en los migrantes hablantes quechuas y aymaras. Esta percepción, que activa el trabajo analítico y que se va consolidando en el transcurso de la tesis, es un aporte interesante a la perspectiva glotopolítica, ya que pone en cuestión ciertas concepciones monolíticas sobre las ideologías y prácticas sociolingüísticas. Su análisis de las narrativas de los migrantes, junto con la constante reflexión sobre el propio trabajo –práctica propuesta por la «teoría fundamentada» que orienta su tarea–, le permite desarrollar una mirada compleja sobre los comportamientos de los sujetos migrantes que pone el foco, por un lado, en las tensiones entre ideologías explícitas, prácticas y representaciones y, por otro, en la poco analizada influencia que tienen las políticas sociolingüísticas implementadas en la sociedad de origen.
La tesis está dividida en cinco partes. La primera da cuenta del marco teórico. La segunda explica la metodología de trabajo, asentada, como dijimos, en la teoría fundamentada: retoma las entrevistas autobiográficas-narrativas que ya había realizado para su tesis de maestría y las amplía con otras nuevas a migrantes de primera y segunda generación, a sujetos que volvieron a Bolivia y a personal docente de Buenos Aires. La tercera parte se ocupa de los procesos de construcción de hegemonías culturales en América Latina desde la mirada poscolonial, las políticas descolonizadoras que se han ido desarrollando desde la implementación de la nueva Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia, y el paradigma multicultural que parece regir en la Argentina (especialmente en el AMBA) con las políticas migratorias inclusivas de los gobiernos kirchneristas. La cuarta parte es el núcleo de la tesis, en la que se desarrolla el análisis del material empírico. La última parte resume las conclusiones de la investigación.
La autora parte del enfoque sociolingüístico de Blommaert y Pennycook y lo integra con la noción de habitus de Bourdieu para analizar las relaciones de las prácticas y las representaciones sociolingüísticas con las transformaciones sociopolíticas. El segundo eje clave de la tesis es la teoría de la ideología lingüística estadounidense de Silverstein, Kroskrity, Gal y Woolard. Un aspecto importante que va a orientar todo el análisis es el cuestionamiento que estos teóricos hacen a la supuesta uniformidad de evaluaciones sobre el lenguaje atribuida a los grupos: el género, la generación o la clase social, por ejemplo, son dimensiones internas que deben ser tomadas en cuenta y pueden afectar esas evaluaciones. En este sentido, la variedad de parámetros puestos en juego la llevó a no homogeneizar al grupo de migrantes bolivianos en Buenos Aires, lo que le permitió desarrollar los patrones (donde se combinan las ideologías con las prácticas y las actitudes), que van a ser el principal aporte teórico de su tesis.
Seidl asume que las ideologías lingüísticas no son simplemente conjuntos de creencias compartidas, sino «complejos de concepciones que dependen de cierta posición social e intereses particulares». En este sentido adelanta que no observa en los sujetos ideologías necesariamente coherentes ni que sean internalizaciones de concepciones dominantes o impugnaciones de esas concepciones. En consonancia con esto adopta la postura crítica de Woolard, quien afirma que la práctica social depende de la posición social y los intereses particulares de los sujetos, sin perder de vista la autoridad discursiva que pueden tener algunos actores para la repercusión de ciertas ideologías, ni la noción de hegemonía cultural gramsciana para poder conceptualizar la dominancia de ciertas representaciones del mundo social.
Si bien para varios autores las políticas lingüísticas son herramientas de los gobiernos, el propio análisis de las entrevistas la lleva a sostener con Blommaert que el poder estatal y sus instituciones, si bien juegan un rol clave, disputan con otros actores la capacidad de generar regímenes lingüísticos relevantes, como la normatividad lingüística. En el contexto boliviano, en el que actúan distintos actores en posiciones de poder, el éxito de las políticas estatales no está asegurado.
Seidl se apoya en los autores de lo que denomina «política del lenguaje crítica», como Tollefson, para cuestionar acciones tradicionales de las políticas lingüísticas que son vistas como estrategias de naturalización de la visión de una nación homogénea, que hacen que una visión como la de una nación plurilingüe se perciba como anómala o absurda. En este sentido, la definición de una lengua estatal y su estandarización contribuyen al establecimiento de una jerarquía lingüística. En tanto los hablantes de lenguas indígenas son integrantes de los segmentos más excluidos de las sociedades latinoamericanas, resulta crucial para la autora la noción de «violencia simbólica» de Bourdieu, que le va a permitir analizar los mecanismos que llevan a estos hablantes a abandonar sus idiomas. Este concepto va a entrar en relación con el de «superestructura lingüística» de Calvet, pues las ideologías lingüísticas coloniales siguen generando entrelazamientos: las lenguas autóctonas se relacionan con la tradición y las lenguas europeas, con la modernización.
La autora recupera la perspectiva de Pennycook en torno a la minorización de lenguas, que critica las miradas simplistas y plantea que las prácticas culturales son heterogéneas y discontinuas, no determinadas directamente por las ideologías coloniales.
Otro aspecto importante para la investigación sobre las ideologías de los migrantes es la mirada sobre la movilidad en la era de la globalización. La autora toma el enfoque del transnacionalismo (Glick Schiller, Basch, Blanc-Szanton), que supera el posicionamiento tradicional que pone el foco solo en la sociedad receptora. Esta mirada se complementa con la teoría poscolonial de Quijano y Mignolo, quienes consideran que la hegemonía de la racionalidad eurocéntrica y moderna está en crisis. En las décadas de 1980 y 1990, el multiculturalismo, reducido al plano cultural y simbólico, reemplazó la política cultural asimilacionista para la población indígena. En este siglo XXI, el Estado plurinacional es la propuesta contrahegemónica frente al multiculturalismo, en tanto que considera a los pueblos indígenas como base constituyente de la nación y supone la construcción de nuevas narrativas nacionales. El nuevo postulado es la interculturalidad, que se enfoca en las interacciones entre sistemas simbólicos (y no mera coexistencia sin influencia) y contrarresta la jerarquización. En educación, este postulado se refleja en la propuesta de la Educación Intercultural Intracultural Plurilingüe (EIIP), que es parte del andamiaje legal que pretende elevar el estatus de los idiomas indígenas.2 Como concluye la autora:
el desarrollo de nuevas prácticas sociales capaces de otorgarle sentido al uso de los idiomas indígenas en el marco de otro proyecto civilizatorio depende no solo de las elecciones y la voluntad de ciertos actores institucionales y políticos, sino también de las estructuras de poder de las que depende la viabilidad de sus postulados en un momento histórico específico.(166).
Este marco, que se lleva la mitad de la tesis, funciona como introducción al núcleo mismo de la investigación y que es su gran aporte teórico: la tipología de patrones que ponen en relación experiencias y sus interpretaciones con ideologías y prácticas lingüísticas. Su objetivo es «explorar el contexto sociopolítico de la constitución de los órdenes de indexicalidad, que se generan en dependencia de relaciones de poder y complejos ideológicos, y relacionan prácticas y recursos lingüísticos con otras características y con posiciones sociales de sus hablantes» (p. 190). Pretende captar los elementos de los esquemas mentales, interpretativos y de acción de los sujetos y cómo están relacionados con experiencias sociales.
A través del material empírico, la autora demuestra que «las ideologías de los migrantes se generan en relación con contextos variados que enfrentaron a lo largo de su vida y, además, con una variedad de mercados lingüísticos hacia los cuales están orientados en paralelo» (p. 190). Un sujeto puede seguir distintos patrones en distintos momentos de su vida o en simultáneo y uno de los objetivos del trabajo es analizar la concomitancia de distintos patrones.
Las prácticas de transmisión lingüística de los migrantes bolivianos se constituyen dentro de un campo de fuerzas en el que entran en juego las políticas de revalorización indígena en Bolivia (oficialización de lenguas, EIIP, obligatoriedad de conocimiento de idiomas para la administración pública), la percepción del futuro posible para los hijos, las experiencias de discriminación, etc.3 De esta manera, Seidl elabora tres patrones que le permiten establecer relaciones entre percepciones, experiencias, concepciones de lenguas indígenas, topografía social y lingüística y estructuras de sentido en función de la acción lingüística que los interlocutores consideran ideal y la transmisión intergeneracional real.
En el Patrón I («La interiorización de las jerarquías lingüísticas hegemónicas y la preferencia por el castellano») los órdenes de indexicalidad que desvalorizan los idiomas indígenas operan como fuerza en contra de la transmisión de los idiomas indígenas. A partir de experiencias de estigmatización, discriminación y violencia simbólica (en Bolivia y en Argentina), ligadas al habitus monolingüe que opera tradicionalmente en las instituciones latinoamericanas, los migrantes desarrollan una postura asimiladora, interiorizan las jerarquías que subalternizan a los idiomas indígenas y a ellos mismos. En definitiva, se da lo que podemos denominar «asimilación de la cultura hegemónica».
Los entrevistados actúan guiados por la idea de que un repertorio monolingüe en castellano fomenta éxitos económicos para sus hijos, que los superan a ellos mismos. La exclusión de la transmisión del idioma indígena se da sobreentendida, como estrategia para evitar experiencias de discriminación o exclusión de los hijos. Un motivo central de este patrón es la idealización de las prácticas sociales que se le adscriben a las clases urbanas medias-altas. Los sujetos consideran inferior su propia forma de ser y de expresarse. Para la autora «este fenómeno es la consecuencia de lo que los autores de la teoría poscolonial identifican como “colonización del imaginario”» (223).
En el Patrón II («Experiencias de reevaluación y la transmisión del idioma indígena como recurso con nuevos valores»), las formas en las que el reconocimiento de los idiomas indígenas y sus hablantes a través de la construcción de nuevas normatividades y jerarquías (gracias a las medidas tomadas por el gobierno boliviano) conduce a que los migrantes desarrollen nuevas perspectivas acerca de los idiomas indígenas, su rol social y los sentidos que tiene su transmisión. La orientación transnacional disminuye el impacto de los regímenes lingüísticos que operan en Argentina y aportan a la construcción de una visión de que el uso y la transmisión de los idiomas indígenas en la Argentina es posible. Se da lo que podemos considerar una revisión crítica de las propias acciones y la asunción de ideología del gobierno boliviano. Sin embargo, en muchos casos, este cambio de postura operado no se traduce en prácticas de transmisión del idioma indígena.
Para muchos, ha sido la segregación racial de Bolivia la que obligaba a migrar al extranjero para acceder a empleo y recursos económicos. La transformación en el orden social boliviano es una profunda nivelación de las asimetrías sociales. Evo Morales personifica la nueva posición de los sectores anteriormente subordinados. El Estado plurinacional deconstruyó los sistemas de diferenciación social de la república criolla y su discurso oficial sostiene que «la transformación del estatus de los idiomas indígenas y su difusión en la población está relacionada con la transformación de la sociedad, y concretamente con la descolonización de las relaciones sociales» (225). Los pueblos originarios son interpretados ahora como una riqueza cultural, una ventaja en comparación con los demás países de la región. Como explica la autora, «para los interlocutores, la puesta en práctica y la transmisión de la lengua originaria son comportamientos lingüísticos que apoyan los esfuerzos estatales de contrarrestar “la ideología del menosprecio”» (231).
En el imaginario de los sujetos, el idioma indígena en Bolivia es un rasgo simbólicamente valorado, pero también es un requisito para el desarrollo escolar y laboral. Esta vinculación con lo económico estimula la transmisión intergeneracional. La medida política clave ha sido la introducción obligatoria del idioma indígena en la formación escolar de toda la población. La autora concluye que, en el contexto boliviano, la combinación de las políticas de reconocimiento con medidas para generar transformaciones más amplias tiene un gran impacto para los hablantes. Sin embargo, la falta de fomento de la oralidad de la que hablan Sichra, Limachi y Plaza opera sobre las prácticas vinculadas con la transmisión: los sujetos entienden que los hijos van a aprender la lengua de alguna manera, dada la presión social, lo que justifica la no-transmisión y fomenta el monolingüismo en castellano.
Pero si en Bolivia disminuyeron las asociaciones negativas con los hablantes indígenas, eso no cambió en la Argentina. La percepción de las transformaciones sociales en el contexto de origen le da relevancia a la transmisión intergeneracional y le resta importancia a lo global. Las mejoras socioeconómicas en Bolivia hacen pensar en un futuro posible para los hijos allá. Sin embargo, como demuestran sus prácticas, los migrantes se orientan más de lo que quisieran o reconocen por el sistema sociolingüístico argentino: hegemonía del castellano, subalternización de idiomas indígenas, discriminación marcada por la lengua de otras épocas.
El Patrón III («Contestaciones de las jerarquías establecidas y la construcción de ideologías y prácticas lingüísticas “otras”») abarca las ideologías lingüísticas de migrantes que perciben la persistencia de jerarquías sociales y culturales que los desvalorizan a ellos mismos y a los idiomas indígenas, pero desarrollan concepciones que no coinciden con esas categorizaciones. Para estos sujetos, la transmisión intergeneracional y la enseñanza de los idiomas originarios es importante, sostienen orgullo étnico y una identidad indígena positiva.
Los entrevistados observan transformaciones en el orden social y cultural, pero siguen enfrentando la persistencia de jerarquías coloniales; resisten las diferentes formas de violencia simbólica, especialmente a través del uso y la transmisión del idioma indígena. Estos sujetos son conscientes de pertenecer a un segmento social subordinado y relacionan lo lingüístico con lo social: pueden adscribirse a un pueblo originario determinado, pero también asumir la diversidad lingüística como riqueza e identidad boliviana. En este sentido, deslegitiman las posturas asimilacionistas, pero sus prácticas están influenciadas por la dominación del castellano, por lo que valoran positivamente la transmisión y uso de los idiomas indígenas, aunque sea de competencias comunicativas muy limitadas: «La forma de transmisión de los idiomas indígenas que se enfoca en conocimientos léxicos y concepciones valorativas acerca de ellos es más fácilmente conciliable con una vida diaria en la que la oralidad de este idioma no juega un rol importante, en comparación con prácticas que llevan a la adquisición de competencias productivas» (308).
Estos tres patrones le permiten a la autora delimitar tres grupos: aquellos que interiorizan la ideología de la inferioridad de las lenguas indígenas (patrón I); aquellos que reevalúan los idiomas indígenas y los perciben como recurso importante de valor simbólico, funcional y económico (patrón II), y quienes confrontan la ideología de la subalternización a través de ideologías lingüísticas de valoración (patrón III).
En las conclusiones, la autora señala que la oficialización del discurso que valora lo indígena fomenta la difusión de distintas formas de relacionarse positivamente con lo originario y construye un nuevo sentido común: el idioma indígena es una marca de pertenencia grupal que ya no remite tanto a la comunidad local sino más bien al colectivo nacional, y esto afecta también a los migrantes en Buenos Aires. Sin embargo, la falta de fomento de la oralidad y la ausencia de estas lenguas en los espacios de poder atentan contra el afianzamiento de la transmisión intergeneracional.
Por otra parte, llega a la conclusión de que las contradicciones internas de las ideologías lingüísticas se deben a la «simultaneidad de experiencia», que coloca a los sujetos frente a dos sistemas clasificatorios (Argentina y Bolivia). Las políticas en el país de origen afectan su concepción de la bolivianidad, aun cuando sean parte de la segunda generación de migrantes en Argentina. Coincide con Blommaert en la consideración de que las prácticas se orientan más por las estructuras de la vida social que por las convicciones racionales; las concepciones conformadas en el pasado están inscriptas en el habitus lingüístico y siguen actuando. Es por ello que señala la necesidad de que se sigan transformando las ideologías lingüísticas del resto del conjunto social, entre ellas una «ideología plurilingüe» que no asuma como deseable y normal sujetos con competencias lingüísticas completas.
En definitiva, Seidl demuestra que las transformaciones sociopolíticas en un país, incluso periférico, pueden afectar a los migrantes en otras latitudes, especialmente en la actual globalización, que reduce las distancias y facilita las comunicaciones con el lugar de origen. Los sujetos pueden asumir las ideologías, hegemónicas o contrahegemónicas, en sus propios discursos, hacerlas explícitas, pero serán las tensiones en los contextos, las experiencias vitales y los horizontes posibles, lo que termine por reflejarlas en las prácticas. La noción de patrón que introduce la investigadora, como espacio de interacción de ideologías con prácticas, con sus valoraciones positivas o negativas, es un aporte clave para el análisis de las transformaciones de las ideologías lingüísticas en contextos políticos cambiantes como el actual.
1 La autora, que vive e investiga en Buenos Aires desde 2012, es bachelor y master en Estudios Románicos por la Universidad de Leipzig y doctora en Filología Hispánica por la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia (Alemania).
2 Sin embargo, como señalan algunos investigadores, parece que su aplicación no está funcionando: su implementación produce reacciones negativas en los maestros (que se asocian al sector privilegiado). Básicamente, no ven utilidad de los idiomas indígenas en el mundo globalizado, no tienen materiales para enseñarlos, no tienen indicaciones de qué hacer. Ven el entorno urbano como castellano hablante y monolingüe. Por su parte, los alumnos ven utilidad para comunicarse con mayores, pero en general prefieren el inglés.
3 Es importante señalar que los entrevistados por Seidl son hablantes de quechua y aymara, o se identifican con esas lenguas, que son los idiomas originarios más hablados en Bolivia, y ambos son de la región del altiplano. Nos parece que sería interesante investigar si estos patrones se dan de la misma manera en hablantes de lenguas indígenas amazónicas, cuyo contexto sociopolítico es diferente y su estatus y valor simbólico es otro.