Dedicamos el dossier de este cuarto número a la dimensión lingüística de los procesos insurgentes que ha experimentado América Latina en los últimos años. Intensas movilizaciones populares en Bolivia, en Chile, en Colombia, en EE. UU. y otros lugares del continente han llevado a las calles una contundente respuesta ante cruentas políticas que agravan las ya agudas desigualdades sociales y económicas en la región. La pandemia de COVID-19 —que hizo violentamente visibles algunas de esas desigualdades— obligó a ralentizar, interrumpir o reinventar —por ejemplo, utilizando los espacios virtuales, como en Brasil— algunas de esas luchas contra la pobreza, el racismo y la marginación. Otras movilizaciones, en cambio, se han mantenido constantes a lo largo del último año y medio, sorteando los desafíos de la crisis humana provocada por el coronavirus —como es el caso de EE. UU.— o han resurgido con mayor fuerza en los últimos meses —como en Colombia, donde al tiempo que escribimos esta introducción la virulenta represión de las fuerzas del Estado contra el paro nacional se cobra ya más de setenta víctimas—.
El aumento de las demostraciones populares, protestas masivas y paros nacionales no deja de ser un vívido reflejo del fracaso del discurso del Estado-nación y la democracia liberal que durante décadas (siglos, en realidad) ha movilizado unas ideas de progreso y ciudadanía que no hacen más que sustentar un sistema opresor y subyugador de grandes masas poblacionales en aras de un proyecto político-económico que sirve solo los intereses de una minoría en cada país. Junto con las luchas sociales, otros frentes en los que el resquebrajamiento de ese sistema se materializa son la creciente polarización de fuerzas en el terreno político, y el surgimiento de grupos y partidos de extrema derecha que despliegan un discurso abiertamente racista, xenófobo, sexista y homófobo (fenómeno no exclusivo, por supuesto, del espacio latinoamericano).
Que los sistemas liberales representativos están en quiebra lo atestiguan los ataques promovidos por las propias élites conservadoras a los procesos democráticos en sí mismos, desestabilizando así uno de los pilares fundamentales en los que se asienta el discurso del Estado-nación: la participación ciudadana en supuestas condiciones de igualdad. Y ya no solo nos referimos a los ataques al ejercicio del voto a través de mecanismos legales y sociales que lo restringen o lo dificultan, o a la manipulación de los grandes medios de comunicación que falsean e invisibilizan el programa de algunos candidatos o siembran el caos ante la perspectiva de un cambio de rumbo político; sino que nos referimos además a los ataques directos que, ante resultados adversos, han lanzado últimamente algunos candidatos conservadores hacia los propios procesos democráticos de sus países, a través de acusaciones infundadas de fraude electoral, como en Bolivia en 2019 (desencadenando un golpe que llevó a Evo Morales al exilio), en EE. UU. en 2020 (donde la respuesta de Trump a su derrota electoral culminó en un ataque de grupos defensores de la supremacía blanca al Capitolio), o en las más recientes elecciones de Perú en 2021 (cuyo Jurado Nacional de Elecciones todavía no ha nombrado a Pedro Castillo, el candidato más votado, dos semanas después de celebrados los comicios).
En este contexto el dossier reflexiona sobre el modo en que las insurgencias y revueltas populares movilizan el lenguaje como acción destituyente de un orden económico-político-social establecido. Los textos incluidos observan la lucha social a través del despliegue del lenguaje, de su intervención en una confrontación que no solo (o no necesariamente) se plantea la toma del poder sino la deslegitimación de los órdenes semióticos que posibilitan ciertas formas de organización social e imposibilitan otras. Así, los autores se aproximan desde diferentes ángulos al modo en que el lenguaje constituye subjetividades políticas (también durante la propia acción movilizadora), y al modo en que determinadas palabras —como «horda» o «parcelera»— se convierten en índices que naturalizan la marginalización de ciertos grupos sociales y que legitiman todo tipo de violencias físicas, materiales y simbólicas ejercidas sobre ellos, mientras que otras expresiones —como «I can’t breathe» o «Fora Bolsonaro!»— se vuelven símbolos de las movilizaciones que luchan por el fin de esas violencias y el orden económico-político-social que las produce.
Abre el dossier Rodrigo Karmy Bolton con un texto en el que «I can’t breathe» («no puedo respirar»), las últimas palabras de George Floyd (afroamericano asfixiado por el agente de policía Derek Chauvin durante su detención en mayo de 2020), son el punto de partida de una reflexión sobre la muerte como una tecnología del poder. Karmy hila así la brutalidad policial, la contaminación medioambiental y la crisis provocada por el coronavirus como retazos de un sistema político y económico que corta la respiración a las poblaciones a las que ha empobrecido y vulnerabilizado.
Carmín Quijano Seda estudia el discurso del Estado Libre Asociado en Puerto Rico como un complejo sistema de significados cuya finalidad es presentarlo como un país soberano. Quijano Seda se centra en el análisis de un índice en particular, el de «parcelera», para mostrar cómo el sistema político-discursivo del ELA ha comenzado a desestabilizarse, un resquebrajamiento del orden político neocolonial que se materializó en las masivas movilizaciones que forzaron la renuncia de Ricardo Rosselló en el verano de 2019.
A partir del análisis de carteles desplegados en las movilizaciones de Bogotá, Colombia en 2019-2020, Daniel Rudas reflexiona sobre diferentes actores sociales que tomaron parte en las marchas, identificados a través de diferentes elementos semióticos (desde el lenguaje empleado en sus pancartas y el material del que estaban hechas, hasta la indumentaria y el habitus de los manifestantes). Pero sobre todo el texto de Rudas considera cómo se conforman las expectativas sociales y cómo se reparan (a través de correcciones y deliberaciones) los desvíos de lo esperado (también en lo que respecta al uso normativo del lenguaje).
Edmundo Paz Soldán presenta una crónica de las masacres ocurridas en Sacaba, Cochabamba, en noviembre de 2019 en el contexto de las protestas provocadas por la salida forzada de Evo Morales de Bolivia. Paz Soldán reflexiona sobre el modo en que expresiones como «turba» y «horda», empleadas para describir a los manifestantes (en su mayoría indígenas), surten el efecto de identificar a quienes participan de las movilizaciones sociales con seres primitivos, premodernos. Paz Soldán alerta así del peligro de un racismo encubierto en el lenguaje cotidiano de la clase media por su connivencia con la violencia represora del Estado que se confiere a sí mismo la legitimidad de hacer un uso excesivo de la fuerza en la desarticulación de las protestas.
Cierra el dossier María Teresa Celada con un texto que analiza el uso de la provocación como clave de la práctica política de Jair Bolsonaro. Su controversial ejercicio de la palabra —reñido con el lugar social de presidente— ha sido objeto de críticas por parte de amplios sectores de la población, así como por el establishment político y mediático. Ese rumor —la oposición constante a su gobierno— se volvió grito con la consigna «Fora Bolsonaro!» y la masiva oposición —a través de las redes sociales— suscitada por un esquema de corrupción que en el verano de 2020 salpicó a la esposa del presidente. Celada cerraba su texto en enero de 2021 con una proyección, una esperanza de que ese grito de oposición pudiera trasladarse a las calles. Hoy, con 500.000 fallecidos por coronavirus en el país, parece posible un resurgimiento de las movilizaciones en Brasil.
Estos cinco textos sobre movilizaciones sociales recientes en América Latina dialogan con otros trabajos publicados en AGlo, como el de la pasada edición en el que José del Valle recorría el paisaje glotopolítico del estallido de insurrección en Chile en el otoño de 2019, o el de Germán Labrador Méndez y Jorge Gaupp en el mismo número sobre el lenguaje de la Nueva Extrema Derecha Populista en España, o como el texto de Victoria Furtado en este número en el que repasa las prácticas político-discursivas del feminismo uruguayo. Todos ellos reflexionan sobre el lenguaje como sustento de un orden político-económico-social que margina, destruye y (literalmente) ahoga, pero también sobre cómo el lenguaje se moviliza durante los procesos de insurgencia popular en contra de ese orden opresor, haciendo visible sus mecanismos de subyugación y las violencias que su discurso de orden y democracia naturaliza.