Dossier. Oswaldo Zavala. La guerra en las palabras: una historia intelectual del «narco» en México (1975-2020). México: Debate, 2022, 503 pp.

Reseñado por Rafael Lemus

El 11 de diciembre de 2006 —apenas once días después de haber tomado posesión de la presidencia de la república— Felipe Calderón Hinojosa anuncia en televisión abierta un operativo militar contra el «crimen organizado» en el estado de Michoacán. Unos meses más tarde la operación se extiende ya por casi todo México y, en el camino, desata un estado de violencia pandémica. Tras dos décadas de una sistemática tendencia a la baja, la tasa nacional de homicidios se dispara un 50% en 2008 y otro 50% en 2009. De acuerdo con cifras oficiales, alrededor de 100 mil personas son asesinadas entre aquella fecha y diciembre de 2012 como consecuencia del combate al tráfico de drogas. Lejos de amainar, el horror se extiende y recrudece en los dos gobiernos que siguen: durante el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018) los homicidios rebasan los 160 mil mientras que en el de Andrés Manuel López Obrador (2018-2024) la cifra roza casi las 200 mil personas asesinadas. Súmese a ello las decenas de miles de desapariciones forzadas, los cientos de miles de desplazados, la diaria destrucción del país.

También descomunal es el escándalo discursivo que la «guerra contra el narco» detona. Previsiblemente signos como guerra, narcotráfico y violencia se apostan, casi de inmediato, en el centro de la discusión púbica y a su alrededor se constela una incontable, inapagable suma de artículos, ensayos, novelas, poemas, películas y prácticas artísticas. Ahora, casi veinte años después de aquel primer operativo militar, aparece La guerra en las palabras: una historia intelectual del «narco» en México (1975-2020), del escritor y académico Oswaldo Zavala, una obra que, a la vez que suma más páginas al escándalo, se propone pensarlo y desarmarlo. Mejor aún: un libro que —a caballo entre la historiografía, el periodismo, la teoría política y la crítica cultural— invierte el orden de los factores y advierte que, antes de la guerra, estaba ya el escándalo; que, previo a la campaña militar contra el «crimen organizado», el Estado mexicano había emprendido ya otra campaña, simbólica, para construir una narrativa que posibilitara y justificara esa guerra; que en el principio estuvo el verbo.

Como ya lo anuncia el subtítulo, La guerra en las palabras es, en primer plano, un ejercicio de historia intelectual. A diferencia de otros trabajos (Guillermo Valdés Castellanos, Historia del narcotráfico en México; Ricardo Ravelo, El narco en México), esta obra no traza ni pretende trazar una historia —digamos: material— del tráfico de las drogas en México. Tampoco es, o quiere ser, una continuación de la crítica cultural emprendida en el libro anterior de Zavala, Los cárteles no existen (Malpaso, 2018), ocupado sobre todo en analizar representaciones (narco)culturales surgidas a partir de 2006. La guerra en las palabras se remonta más atrás, hasta los años setenta del siglo pasado, y se entretiene menos con novelas y películas que con documentos, declaraciones y acciones estatales. Su objeto no es tanto el «narco», y ni siquiera la «guerra contra el narco», como los relatos tejidos desde el poder sobre el tráfico de drogas en el país. Su objetivo: historizar esos relatos, hacer aparecer y examinar la «lógica discursiva» que —construida y difundida a partes iguales por el gobierno mexicano y el estadounidense— «ha sido utilizada a lo largo de cuatro décadas para justificar la agenda de “seguridad nacional” y su violencia estratégica de militarización, asesinato y despojo».

Para armar y desarmar esa «plataforma epistémica», el libro se desdobla en cuatro partes. La primera revisa la década que va de 1975 a 1985 y se detiene en el año axial de 1977, cuando los gobiernos de México y Estados Unidos emprenden la primera acción militar binacional para erradicar sembradíos de droga en el norte de México. Esta acción —bautizada con el repetido nombre de «Operación Cóndor»— supone a la vez el inicio de la permanente campaña militar antidrogas que perdura hasta hoy y la puesta en práctica —la entrada en acción— de un nudo de discursos oficiales que, por lo menos desde el gobierno de Richard Nixon, se habían obstinado en representar al tráfico de drogas como una amenaza para la «seguridad nacional» de ambos países.

La segunda sección gira en torno a un evento que reconfigura la organización material e imaginaria del narcotráfico en México: el secuestro y asesinato, en 1985, del agente de la DEA Enrique «Kiki» Camarena en la ciudad de Guadalajara. Atribuido oficialmente al Cártel de Guadalajara, este homicidio sirve al gobierno estadounidense para «obligar a México a transformar su política antidrogas, que gradualmente pasa del control policial doméstico a una permanente estrategia de combate militar»; y al Estado mexicano, para intensificar otro tanto su estrategia discursiva y concebir entonces el «nuevo lenguaje» (articulado alrededor de vocablos como «cárteles», «capos», «sicarios», «levantones») que habría de transformar «el espacio simbólico del crimen organizado en el país».

La tercera parte analiza la «invención discursiva» de uno de esos «cárteles», el «Cártel de Juárez», y de su «jefe de jefes», Amado Carrillo Fuentes, asesinado en 1997. Este caso le permite a Zavala analizar un giro más en la estrategia discursiva de los gobiernos estadounidenses y mexicanos a finales del siglo pasado e inicios del presente, dedicados uno y otro a presentar a los traficantes mexicanos ya como el mayor enemigo hemisférico, una vez que la «amenaza comunista» ha perdido fuerza. También le deja desmontar una serie de productos culturales (corridos, películas, novelas) que circulan durante esos años difundiendo, deliberadamente o no, la lógica discursiva del Estado.

Es en la última parte cuando el libro se ocupa, al fin, de la violencia desatada en México a partir de 2006. Después de las tres secciones anteriores, la «guerra contra el narco» emprendida a partir de ese año aparece no como una anomalía sino como la lógica y radical consumación del «proceso de simbolización» puesto en marcha desde décadas atrás. Revelada su factura estatal e imaginaria, aparece también como el mecanismo a través del cual el Estado mexicano militariza efectivamente el país y despliega un estado de excepción que, entre otras cosas, le permite debilitar poderes locales, desplazar comunidades y disponer de territorios y recursos naturales.

A lo largo de las cuatro partes de La guerra en las palabras Zavala desmonta, así, la narrativa securitista del Estado y apuntala otro relato histórico, ya esbozado en su libro anterior y en las obras de académicos como Luis Astorga, Mónica Serrano y Froylán Enciso y de periodistas como Javier Valdez, Dolia Estevez y José Reveles. En este contrarrelato el foco no está puesto —como lo está allá— en los «cárteles», «capos» y «sicarios» que en teoría habrían fracturado la soberanía del Estado mexicano sino en el Estado mexicano mismo y en su formidable capacidad para inventar un enemigo a modo que le funciona como excusa para ejercer su soberanía de modo más radical y necrológico. Este contrarrelato se resiste, además, a reconocer la supuesta separación entre el Estado y el «narco» que aquella narrativa postula; aquí el Estado aparece en todas partes, a la vez construyendo y combatiendo la amenaza del «narco» y regulando, de una manera u otra, las distintas economías criminales.

La potencia crítica de este libro desborda, sin embargo, el contexto mexicano y el fenómeno del narcotráfico. En el fondo de su intervención hay un blanco más común y difundido: el mito de la transparencia del lenguaje, tan útil para el poder a la hora de inventar y designar a sus enemigos. Según este mito, el lenguaje estaría ahí para comunicar una realidad preexistente y, en consecuencia, el Estado, al enunciar, no haría otra cosa que señalar lo que en teoría ya existe: cárteles, amenazas, cuerpos peligrosos y sacrificables. No aquí. Aquí el lenguaje aparece más opaco y más actante, tan capaz de inventar realidad como de ocultar que la ha inventado. Aquí el mundo está determinado por el lenguaje que lo representa. Aquí la guerra, que es guerra y es materia y mata, es también simbólica y está en las palabras.