Reseñas. Soledad Chávez Fajardo (2022). Diccionarios del fin del mundo. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica. 294 pp.

Reseñado por Gabriel Alvarado Pavez

La relación entre Estado-nación y diccionario es extraordinariamente decidora del papel del lenguaje y de los discursos en torno a él en los procesos de establecimiento de las hegemonías socioculturales y, con ello, de los sistemas de dominación político-económica. La lexicografía, y en particular la monolingüe, corresponde a un sistema de promoción y establecimiento de un «orden de la lengua» específico cuyos alcances van mucho más allá del carácter del sistema educativo y los regímenes de control simbólico establecidos dentro del perímetro de una determinada nación. Lo lexicográfico, a través de los objetos-diccionario, afecta en profundidad la constitución del tejido íntimo de la cultura, algo particularmente cierto en el caso de las naciones hispanoamericanas. Estos espacios Estado-nacionales poseen una singularidad simbólica constituida a partir de la ineludible tensión emergida de los independentismos del siglo XIX, dada por una lengua y un modelo de dominación política heredados de una metrópoli que se desea, simultáneamente, emular y rechazar. En el caso chileno, como en otros ámbitos del continente, ello se expresa en la contradicción entre la centralidad de una lengua cuyo modelo se sitúa en la antigua nación colonizadora (llamada, incluso con naturalidad, «Madre Patria») y la urgencia de enfatizar la particularidad del proyecto nacional local. Dicha tensión produce espacios de constante negociación ideológica en torno a qué debe ser lo «correcto», lo «admisible» y lo «deseable» en cuanto al lenguaje, especialmente al momento de enfrentar dichas urgencias normativas con las peculiaridades lingüísticas de cada país. Se perfilan en este quehacer, asimismo, las autoridades correspondientes y sus modos de legitimación, involucradas íntimamente en la aparición de institucionalidades y normatividades que se ha perpetuado hasta hoy. En efecto, estos procesos, lejos de haberse disipado en el contexto de las naciones americanas, han evolucionado de modos disímiles y, a ratos, impredecibles, en paralelo a sus dispares derivas político-económicas y culturales.

Por estos motivos, es bienvenida la aparición de Diccionarios del fin del mundo en tanto constituye un significativo aporte para el enriquecimiento de los estudios no solo metalexicográficos y lingüístico-históricos de Chile y el mundo hispanohablante, sino también a su historiografía social e intelectual.

El libro provee una sólida base para reflexionar cómo los diccionarios, en tanto artefactos lingüístico-culturales, constituyen dispositivos centrales en el modo de pensar a Chile como nación. Nos ayuda a pensar de manera compleja el arco ideológico que subyace a nuestra lengua, saturado de pulsiones hondamente anidadas en su historia y lleno de vivas contradicciones. Es, a la vez, foránea y local; es histórica, codificada y erudita, pero también actual y mutable. Se asume que es propia de todas las personas nacidas en estas tierras (borrando su heredada diversidad etnolingüística), al tiempo que solo unos pocos elegidos conocen y tienen autoridad sobre sus normas íntimas, su constitución real. En tanto aporte que trae a la luz las bases ideológicas de tales pulsiones históricas, Diccionarios del fin del mundo es un trabajo extraordinario. Notablemente, se publica casi en paralelo a otra obra tremendamente informativa y pertinente dedicada al análisis de diccionarios monolingües hispanoamericanos: Lengua y política: historia crítica de los diccionarios del español de la Argentina de Daniela Lauria (2022). En esta obra, desde la mirada glotopolítica, también se aborda la relación histórica entre un Estado-nación y lo lexicográfico, problematizando el valor simbólico de los diccionarios, el proyecto de nación que representan, y su impacto en la instrumentalización del lenguaje.

Es indudable que el título Diccionarios del fin del mundo sugiere un carácter fundamentalmente metalexicográfico en la obra, es decir, un foco en los objetos-diccionario primero en su macro y microestructura y, en segundo lugar, en sus métodos y razonamientos de producción. No obstante, en seis de sus siete capítulos, Diccionarios del fin del mundo aborda principalmente el macrocontexto histórico en que fueron producidas algunas obras lexicográficas hispanoamericanas del siglo XIX y principios del siglo XX, con un énfasis en Chile y sus naciones vecinas. Los diccionarios (especialmente lo contenido de sus artículos) con frecuencia se citan para analizar y profundizar dicho macrocontexto. Esto, más que una debilidad, es una enorme oportunidad para labores metalexicográficas posteriores, ya que brinda una base sólida y nutrida de datos invaluables sobre procesos ideológicos, agentes, productores y espacios culturales e institucionales que han condicionado los discursos en torno a la lengua en los confines del mundo.

El libro se organiza en siete capítulos. Primeramente, en la introducción la autora nos invita a no mirar la historia con los ojos de hoy y a aproximarnos a los sujetos que estuvieron a cargo en la etapa temprana de la producción lexicográfica bajo las condiciones de su momento sociocultural. Había «polímatas, abogados, educadores, sacerdotes, políticos y políglotas», incluyendo «un presidente de la República, un connotado político sindicalista, varios ministros, directores de periódicos y revistas y sacerdotes con un rol dinámico dentro de la vida cultural de sus países» (18). Luego Chávez nos recuerda que la aparición de propuestas de labor lexicográfica que se posicionan a sí mismas como de orden científico son posteriores y se instalan desde el ámbito académico, es decir, desde las emergentes disciplinas de la lingüística y la filología en el siglo XX. Se configura así un análisis histórico, glotopolíticamente situado, compenetrado e informado de la posición de los discursos en los macro y microcontextos socioculturales de los estados-nación americanos.

El primer capítulo («De la explicación al diccionario de -ismos») consiste en una rica descripción de las primeras obras lexicográficas y paralexicográficas que antecedieron y condujeron a la profusión de los trabajos enfocados en los -ismos (chilenismos, bolivianismos, colombianismos, argentinismos, etc.), rastreando su origen en los microdominios lexicográficos tempranos producidos en la España medieval (Glosas Emilianenses, Glosas Silenses), pasando por los glosarios de la conquista y colonización de América hasta la aparición de los diccionarios de provincialismos. Chávez aquí rescata nociones coserianas en torno al problema de la heterogeneidad lingüística, subrayando las de corrección y ejemplaridad en la constitución de lo normativo. Argumenta que los puristas y quienes han buscado «una inflexible unidad idiomática tienden a reducir lo correcto a la ejemplaridad» (30), algo que aplicaron sistemáticamente en su aproximación al problema de los «ismos». Si bien la ejemplaridad corresponde a aquella variedad «unitaria» de la lengua cuya función es expresar «la cohesión político-social y de la cultura mayor de la comunidad histórica» (31), esta no puede corresponder al único parámetro útil para determinar la corrección del lenguaje (en sentido coseriano). La ejemplaridad, sugiere Chávez con sutileza, es al final un rasgo de orden político-social y no propiamente lingüístico.

En el segundo capítulo («De americanismos, de -ismos: definir un concepto») la autora replantea las críticas de Haensch (1997) acerca de los problemas de la lexicografía hispanoamericana a finales del siglo XX para construir un argumento acerca de las fisuras centrales que atraviesan dicha producción lexicográfica desde los momentos mismos de su constitución. Haensch señalaba hondas falencias en el estudio del español de América a nivel dialectológico, lexicológico y etimológico, vinculadas directamente a la noción misma de americanismo. Esta se asocia con una perpetuación de un esquema ideológico donde los diccionarios diferenciales hispanoamericanos deben construirse sustentados en una oposición firme y constante entre el español de América y el de España. En efecto, la noción misma de americanismo comporta una serie de inconsistencias y dificultades en su definición. En este sentido, Chávez cita las debilidades que Rabanales (1953), posicionado con firmeza en la epistemología y métodos de la lingüística estructural del siglo XX, apunta sobre dicho concepto, en particular, su indeterminación y su constitución a partir de un «subentendido». Se vislumbra así el horizonte crítico desde el cual la autora plantea la problemática que atraviesa de punta a cabo la lexicografía monolingüe hispanoamericana, en contraste con la española general: el problema de delimitar qué es propiamente distintivo de un país o del continente americano. Es decir, se hace clave aquí desenmarañar la diferencialidad. Chávez entonces contrapone críticamente visiones de diversa autoría, explicitando la multidimensionalidad del fenómeno lexicográfico, al tiempo que nos recuerda que, como indica Ramírez Luengo (2012), el americanismo ha de entenderse hoy como un concepto «dinámico y flexible», cuyos límites y alcances se redefinen constantemente. Asimismo, desde la mirada glotopolítica está la invitación a analizar y cuestionar el impulso de quienes producen diccionarios (y de quienes estudian dicha producción) a aplicar la noción de americanismo (o de cualquier -ismo) sin entrar a observarla de manera crítica.

«El papel de la lexicografía: de la lexicología a la pragmática», el tercer capítulo del libro, reflexiona sobre el diccionario monolingüe en tanto objeto social, poseedor de un aspecto pragmático intrínseco, cuya naturaleza corresponde (en sus microdinámicas) a un «acto verbal» multidimensional. Quien recurre al diccionario busca «aclarar dudas, precisar sentidos y significaciones» a las que «el diccionario responde» (78). Así, por un lado, es un acto pragmático de «respuesta» (de parte de quien haya escrito la obra lexicográfica) al acto de «pregunta» de quien lo consulta, en tanto provee información acerca de diversos aspectos del léxico de una lengua. Para Lara (1997), el diccionario monolingüe tiene este fundamento pragmático, por el cual «deja de ser un arbitrio histórico, creado por la práctica comercial para difundir información o por los intereses de un Estado para legitimarse, y por el contrario encuentra sus fundamentos en la necesidad de entendimiento de la sociedad». Por otro lado, no obstante, la obra lexicográfica se ha imaginado de manera ideal como un objeto capaz de satisfacer estas demandas de entendimiento social. Para que ello ocurra, como sugiere Habermas (2010), debe suponerse como vinculada con firmeza a pretensiones de racionalidad, credibilidad y verosimilitud y ha de obedecer a un «principio de rectitud». El diccionario como objeto ve legitimada su existencia a partir de dicho principio, el cual se perpetúa en las dinámicas sociales que le otorgan autoridad y atributos de confiabilidad y veracidad. Finalmente, Chávez añade que las obras lexicográficas estudiadas en su libro no cumplen con dicho «principio de rectitud» y que su valor, como sugiere Huisa (2014) está en que pueden estudiarse como «documentos de una época» que constituyen un reflejo de la vida de una determinada comunidad lingüística. Esta reflexión invita, al incorporar la mirada glotopolítica, a pensar toda obra lexicográfica como necesariamente informativa de un momento y un lugar específico, donde las condiciones discursivas, institucionales y materiales se imbrican necesariamente con lo político.

En esta línea, el cuarto capítulo («El papel político del diccionario») ahonda en la relación histórico-política entre nación y lexicografía. La autora aquí presenta los diccionarios como agentes al servicio de la difusión y perpetuación de imaginarios nacionales, mediante procesos de estandarización y organización de hegemonía territorial. Ello ocurrió tanto en el contexto europeo del siglo XIX como en el hispanoamericano, si bien con las diferencias inherentes a cada entorno. Chávez perfila aquí el diccionario como constitutivo de un acto eminentemente glotopolítico, en tanto se halla compenetrado con la configuración y consolidación de los Estados mediante ideologías de dominación sociocultural y política, con características pulsiones homogeneizantes y centralizadoras. Tales pulsiones permitieron en cada país la institución de una lengua oficial o legítima, apta para la administración del Estado y, consecuentemente, el establecimiento de instrumentos de dominación y control social (tales como la iglesia, el ejército, la escuela, etc.). Como sugieren Del Valle y Gabriel-Stheeman (2004) y Arnoux y Del Valle (2010), se naturaliza la superioridad de la lengua estandarizada y se establece su condición hegemónica, de momento que encarna el espíritu de la nación y representa la unidad nacional. En este proceso intervienen, por ejemplo, la textualización, la gramatización y la diccionarización. En efecto, los diccionarios del siglo XIX constituyeron así herramientas utilizadas por la clase letrada para educar y ordenar a la población de las nuevas naciones a la luz de los proyectos estado-nacionales. Se determinaba por tanto que el español era lengua autorizada, al tiempo que se establecía siempre como modelo (es decir, como lengua ejemplar) su variedad peninsular centronorteña, respaldada por autoridades como la Real Academia Española.

En el quinto capítulo («Ideas e ideologías lingüísticas»), Chávez anota los ideologemas (que visibilizan y expresan ideologías lingüísticas) fundamentales para la constitución de las hegemonías estado-nacionales aquí descritas. La autora da cuenta de dos tendencias discursivas en torno al problema de la lengua en las emergentes naciones americanas. La primera, romántica, aliada al nacionalismo lingüístico (en figuras como Sarmiento), enfatiza la diferencia de cada país. La segunda, una racionalista, asociada al unionismo (por ejemplo, en Bello) se enfoca en la indisolubilidad formal, geográfica y política del idioma. En ambas corrientes subyacen impulsos propios de dicho momento político-cultural, que tensionaron las bases del discurso estandarizador de la lengua en la construcción nacional de países como Chile y Argentina. Chávez sugiere que, al menos en parte, el sustento ideológico de la estandarización en Chile fue finalmente dominado por las visiones racionalistas, debido al ideologema persistente que instaba a la «unidad idiomática» de las naciones hispanoamericanas y que subsiste hasta hoy.

El capítulo sexto, «El elemento indígena», lo indígena da cuenta de cómo la intelectualidad latinoamericana del siglo XIX abordaba el problema de la cultura y las lenguas originarias de los territorios de las nuevas naciones independientes. En aquel momento se consideraba que la europeización era inevitable y necesaria para el establecimiento de las institucionalidades nacionales, en todas las posibles dimensiones de la vida humana. Ello ocurría por fuerza de supuestos racistas compenetrados a fondo con el optimismo positivista de la época, pero también con visiones eurocéntricas heredadas de la conquista y colonización españolas. Tales supuestos, hondamente establecidos en la política, la cultura y la religión de la élite hispanoamericana, llevaron a considerar al mundo indígena como un obstáculo, un problema que se debía de erradicar, absorber o marginar. Se estableció entonces una pugna entre «civilización» y «barbarie» que forzaba la integración de lo indígena en un mundo cultural monolingüe de base hispano-católica, el que se concebía siempre como intelectual y moralmente superior. El éxito de tal proceso se perfilaba ideológicamente como un «avance» del progreso y la civilización. Este sistema ideológico —cuyo despliegue discursivo Chávez observa en figuras como Román, Vicuña Mackenna y Zeballos, entre otras— era predominante tanto bajo la impronta católica y autoritaria de los gobiernos conservadores como bajo la visión laico-racionalista de las liberales. En consecuencia, lo indígena nunca fue parte de las preocupaciones centrales de las reflexiones acerca de las culturas y lenguas nacionales, sino que se relegaba a los márgenes, en paralelo a la discriminación y violencia ejercida contra personas pertenecientes a los pueblos originarios. No obstante, siempre fue evidente que desarraigar o ignorar por completo elementos culturales y lingüísticos de origen indígena del vocabulario y del hábito social de las naciones americanas era tarea imposible. Por tanto, en los diccionarios termina manifestándose una tensión entre incorporar voces indígenas, a ratos ineludiblemente sentidas como propias de los espacios y culturas nacionales, y la necesidad de borrar toda presencia de elementos «incivilizados».

El séptimo capítulo, «El caso de Chile», corresponde a una descripción del contexto sociopolítico y del desarrollo institucional del país y su relación con los discursos en torno a la lengua nacional. Notablemente, comienza abordando el perfil de los cuerpos constitucionales tempranos, en particular la Constitución de 1833. Con ella se estableció un orden político autocrático con formas republicanas que reaseguraba el poder a las clases tradicionales así como la influencia de la Iglesia Católica, dado que impedía la libertad de culto. Retenía, por tanto, rasgos del orden colonial indiano. Se estableció en Chile entonces «un orden estatal tradicionalista» pero con «ribetes liberales», el cual posibilitó el asentamiento de un modelo de estandarización de la lengua española conservador y racionalista (169). Este fue, finalmente, el promovido por Andrés Bello, un intelectual que transformó directa y profundamente en las políticas lingüísticas y educacionales dentro del país. Bello dirigió la expansión de institucionalidad académica local, por ejemplo, con la fundación la Universidad de Chile, produjo una obra vastísima en los campos literario, lingüístico, filosófico y jurídico (asistiendo a la redacción del Código Civil) y logró consolidar la «ortografía chilena», que se usó hasta 1927. Chávez luego describe cómo a finales del siglo XIX llegaría otra figura clave en la historia intelectual de Chile, Rodolfo Lenz. Trajo consigo «una nueva forma de codificación dentro del proceso estandarizador: la del trabajo lingüístico, paralelo al prescriptivo, que emana de las labores científicas de investigación» (188). Con posterioridad, emergen además obras lexicográficas como Voces usadas en Chile, de Echeverría y Reyes; el Diccionario de Chilenismos y de otras voces y locuciones viciosas de Román y, posteriormente, Chilenismos, apuntes lexicográficos de Medina, que manifiestan tensiones ideológicas resultantes de la crítica a la prescripción y al apego irrestricto al modelo de la RAE. Estas a menudo demostraban discursos contradictorios, por ejemplo, mostrando actitudes prescriptivistas en el prólogo que no se reflejaban en los artículos. El impulso estandarizador, sugiere Chávez, tuvo que lidiar con estas tensiones. Por ello, tendió a oscilar entre tres fuerzas: la aparición de líneas disciplinares de investigación científica en torno al español de Chile y las lenguas indígenas; la defensa del orden monocéntrico de la autoridad lingüística (dominado por la RAE); y la urgencia de llevar a cabo un trabajo descriptivo y coordinado con dicha autoridad de modo que se contemplase la singularidad nacional.

Diccionarios del fin del mundo constituye un valioso aporte para la historiografía lingüística, social e intelectual de Chile e Hispanoamérica. Brinda un rico compilado de las agencias productoras de discursos en torno a la lengua y de las políticas, instituciones y sujetos vinculados. Sitúa asimismo dichos discursos, los interrelaciona y pone en relieve en función de su momento histórico. Del mismo modo, desde una perspectiva glotopolítica, esta obra sienta una base fértil para análisis de ideologías lingüísticas relativas al español de Chile en el momento contemporáneo, en tanto pone en el horizonte de análisis un arco, a la vez ambicioso y detallado, de la historia intelectual y de los discursos en torno a la lengua en el cierre nacional.

Fuentes citadas

Arnoux, Elvira Narvaja de y José del Valle (2010). Las representaciones ideológicas del lenguaje: Discurso glotopolítico y panhispanismo. Spanish in context, 7, 1-24.

Del Valle, José y Luis Gabriel-Stheeman (eds.) (2004). La batalla del idioma: la intelectualidad hispánica ante la lengua. Frankfurt/Madrid: Vervuert/Iberoamericana.

Habermas, Jürgen (2010). Teoría de la acción comunicativa i. Racionalidad de la acción y racionalidad social . Madrid: Trotta.

Haensch, Günther (1997). Los diccionarios del español en el umbral del siglo XXI. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca.

Huisa Téllez, José (2014c). Hacia la edición crítica del Diccionario de peruanismos, ensayo filológico de Juan de Arona. Estudios lexicográficos sobre Juan de Arona. Lima: Academia Peruana de la Lengua, 99-135.

Lara, Luis Fernando (1997). Teoría del diccionario monolingüe México DF: El Colegio de México.

Lauria, Daniela (2022). Lengua y política: historia crítica de los diccionarios del español de la Argentina. Buenos Aires: Eudeba.

Rabanales, Ambrosio (1953). Introducción al estudio del español de Chile: Determinación del concepto de chilenismo. Anejo I del Boletín de Filología de la Universidad de Chile. Santiago de Chile: Editorial Universitaria.

Ramírez Luengo, José Luis (2012). El léxico en los procesos de dialectalización del español americano: el caso de la Bolivia andina. Cuadernos del Instituto de Historia de la Lengua 7, 393-404.