
1. El Cojo Lenz
La figura y obra del lingüista alemán nacionalizado chileno Rudolf (Rodolfo) Lenz (Halle, 1863 – Santiago, Chile, 1938) revisten un interés especial no solo para entender las dinámicas de emergencia del campo de los estudios disciplinares del lenguaje en Chile y Latinoamérica, sino también para comprender la forma en que la construcción de estos saberes se imbrica con determinados procesos políticos. En particular, Lenz representa un caso ejemplar para conocer la formación de representaciones ideológicas sobre el lenguaje y de los regímenes de normatividad lingüística y social con los que estas se articulan.
Además de tener este interés, afortunadamente se trata de un caso muy bien documentado. La mayor parte de la abundante obra publicada de Lenz es accesible en formato digital, sobre todo gracias a la iniciativa del sitio Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional de Chile. Asimismo, el Departamento de Francés de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación resguarda un valioso conjunto de materiales inéditos, cartas y documentos personales del autor en su Fondo Rodolfo Lenz, de los cuales, por otra parte, solo una parte menor ha sido estudiada y publicada (cf. por ejemplo Ennis & Soltmann, 2022).
Los estudios lenzianos no son una novedad; de hecho, los trabajos sobre su figura y obra proliferaron desde su muerte, e incluso desde antes, pero durante la última década ha habido un notable resurgimiento del interés por Lenz (Bernaschina, 2013, 2016; Cáceres & Rojas, 2019; Cáceres, Ortiz & Rojas, 2020; Chávez, 2011; Concha, 2019; Ennis, 2012, 2016, 2020, 2023; Gómez Asencio, 2016; Gómez Asencio & Rojas, 2019; Payàs, 2015; Pavez, 2015; Rojas, 2011; Soto, 2016; Valdez & Jansen, 2019, entre otros). Algunos de los principales hitos de este resurgimiento fueron el Coloquio Rodolfo Lenz, celebrado en 2016 en la Universidad de Chile, y el dossier «Rodolfo Lenz, revisitado» (Ennis & Rojas, 2020), publicado en el Boletín de Filología de la misma institución, que recoge parte de los trabajos presentados en aquel coloquio.
Una característica clave de una mayoría de estos estudios recientes es que intentan distanciarse de las lecturas hagiográficas que han elevado a Lenz a la condición de héroe, mártir y pionero de la ciencia del lenguaje chilena. Hay numerosos ejemplos de estas lecturas hagiográficas entre los textos contemporáneos a Lenz o inmediatamente posteriores a su muerte; en fechas más recientes, podrían contarse como tales Valencia (1993), Dannemann (2000-2001), Chávez (2011) o Sánchez (2013). A diferencia de estos, la mayoría de los estudios mencionados en el párrafo anterior aspiran a comprender la forma en que las intervenciones de Lenz en el espacio público del lenguaje tienen sentido político en una pluralidad de facetas y dimensiones. Merece la pena destacar dos trabajos que resaltan de manera brillante la dimensión política de la figura y obra de Lenz: primero, el extenso capítulo dedicado a este autor en la monografía de Pavez (2015) sobre los «laboratorios etnográficos» de la antropología chilena; segundo, el artículo en que Ennis (2016) se propone dilucidar la contribución de la obra lenziana a la configuración de una «economía de la lengua» en Chile.
En la presente semblanza, intentaré ofrecer un panorama general de la trayectoria de Rodolfo Lenz precisamente desde este tipo de enfoque. En tal recorrido, sigo la senda ya trazada por los diversos estudios historiográficos críticos de la última década mencionados más arriba. La biografía de Lenz ha sido relatada muchas veces, y de manera ejemplar por Escudero (1963) y Rabanales (2002), por lo cual me parece redundante revisitarla en profundidad en esta ocasión (también hay biografías breves en Maas, 2010, y en Rojas, 2020a). También en Münnich (1928) y Sand (1958) pueden encontrarse muchos datos interesantes sobre su vida, junto con muchos testimonios de quienes lo conocieron personalmente como estudiante. Estos coinciden en contrastar su personalidad con la de su colega Federico Hanssen: mientras que Hanssen representaba fielmente el estereotipo del carácter germánico, reservado y compuesto, Lenz parecía ser más bien «de temperamento latino, más chacotero, jocoso» (entrevista a S. Fuentes Vega, cit. en Sand, 1958: 159), «un espíritu latino en un alemán» (entrevista a F. García Krautz, cit. en Sand, 1958: 165). Otra caracterización elocuente en este sentido es la siguiente: «Gran simpatía personal. Sencillo. Modesto. Bondadoso. Alegre. Jovialmente irónico. Mentalidad extraordinariamente ágil. Sumamente observador. Ojillos vivaces. Mirada inteligentísima» (entrevista a C. Bunster, cit. en Sand, 1958: 165). Todo ello además se condecía con lo que muchos percibieron como un genuino entusiasmo, aprecio e interés no solamente intelectual sino que también afectivo por la cultura chilena.
Al parecer también su propia apariencia física y complexión contribuyeron a crear una impresión duradera en la memoria que ha quedado de Lenz: «Era de baja estatura, de contextura débil. Tenía una pierna más corta que la otra, por lo que, al andar, cojeaba, apoyándose en su bastón. Una barba en punto, bigotes, anteojos de gruesos lentes. Sus ojos eran vivaces y su sonrisa amplia» (entrevista a G. Gaete Pequeño, cit. en Sand 1958: 162). Esto, quizá, es lo que hacía a Lenz fácilmente caricaturizable, como ilustra un número de 1909 en la revista infantil El Peneca, en la que se sintetiza su reconocible apariencia física con la percepción de sus méritos intelectuales:

En síntesis, los testimonios referidos dibujan a Lenz como una personalidad afable y hasta bufonesca. Valgan como ejemplos de ello el haberse apropiado jocosamente del apodo que le pusieron sus estudiantes: «el Cojo Lenz», o del epíteto descalificador que debe haber venido de boca de sus adversarios: «el gringo leso» (Rabanales 2002: 163-166).
2. Las condiciones de posibilidad
2.1. La modernización oligárquica
La llegada de Lenz a Chile fue posible por la creación del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile en 1889, en el marco de los esfuerzos del Estado chileno por entrar en la modernidad.
La estabilización del sistema político amarrada durante la República Conservadora (1831-861), cuyo ideologema matriz fue el del progreso dentro del orden (Stuven, 2000), había sido coronada con una considerable expansión territorial hacia el sur, con la Ocupación de la Araucanía (1861-1883), y hacia el norte, con la Guerra del Pacífico (1879-1884). Esto supuso un incremento de los recursos materiales (minerales y agropecuarios, fundamentalmente) disponibles para la explotación por parte de las élites, que se enriquecieron a expensas de la perpetuación de la miseria de la mayor parte de la población. Si en la época colonial la población indígena y los mestizos habían sido explotados como fuerza de trabajo agrícola por la clase dominante (compuesta por españoles y criollos), la llegada de la independencia no cambió sustancialmente su situación, pues esta fue obra principalmente de la élite criolla, que se aseguró de mantener su posición de privilegio (Collier & Sater, 1998: 35-38). En la segunda mitad del siglo, la consolidación del orden portaliano (producto de la hegemonía conservadora de la primera mitad del periodo) y la expansión de la economía basada en un modelo exportador no significaron un mejoramiento de la situación de estos grupos (Pinto, 2008a; Pinto, 2008b).
Por eso es que resulta muy acertada la precisión que hace Grinor Rojo (2022) al calificar de modernidad oligárquica la que él considera la primera modernidad latinoamericana, que se despliega entre 1870 y 1920. Esta primera modernidad se caracteriza por el «re-ajuste interno y […] re-inserción externa de nuestras naciones, de sus economías, de sus sociedades, de sus culturas, de acuerdo con/en los moldes de la modernidad de Occidente» (Rojo, 2022: 23). Sin embargo, esta inserción de Chile en el sistema-mundo capitalista moderno no alteró en lo fundamental las relaciones sociales preexistentes, lo cual supuso «la mantención […] de sociedades de clase, desiguales e insolidarias, como las europeas, pero, a diferencia de las europeas, culturalmente antiburguesas o burguesas a medias y a regañadientes» (Rojo, 2022: 31). Es decir, los ricos se hicieron más ricos al participar (en posición subordinada, en todo caso) en el capitalismo global, mientras que los pobres siguieron siendo pobres o se hicieron más pobres.
La legitimación de la hegemonía oligárquica se lograría bien por «la fuerza bruta o por medio de aquello que nombra el ensanchamiento que Cornelius Castoriadis le introdujo al concepto de ideología cuando habló de la existencia paralela […] de un “imaginario”» (Rojo, 2022: 31). En esta construcción del imaginario, concurren las intervenciones no solo de los políticos, sino también de los intelectuales hegemónicos, «que no sólo le dan su visto bueno al proyecto modernizador […] sino que también asumen la responsabilidad de argumentarlo, de divulgarlo y no infrecuentemente de imponerlo por su propia mano. Esto significa que son intelectuales modernizadores, pero modernizadores oligárquicos, que no cuestionan sino que apoyan los fundamentos materiales del modelo económico, político y social que simultáneamente se está echando a andar» (Rojo, 2022: 41).
De acuerdo con Subercaseaux (2011: 348-358), el proceso de modernización chileno estuvo marcado por un cuño ilustrado positivista, por lo cual uno de sus supuestos básicos era el de la racionalidad-técnico científica, que permite entender la relevancia que cobra la ciencia como epistemología y como método para la organización del Estado en esta época. Dicho supuesto «[r]esponde a la convicción de que la ciencia y la técnica son las vías fundamentales para lograr la plenitud del hombre y la sociedad» e «[i]mplica una confianza ciega en la razón (sobre todo en el racionalismo empírico) como fuerza emancipadora y como instrumento para el progreso de la humanidad» (Subercaseaux, 2011: 362). En paralelo a la consolidación institucional de las ciencias que había acaecido en Estados Unidos y Europa (principal referente, este último, de las recientemente independizadas naciones americanas), en Latinoamérica también se vivió un crecimiento pronunciado de la institucionalización de la ciencia entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, «el cual se manifestó en la multiplicación de facultades y cátedras universitarias, institutos y centros de investigación, revistas científicas y en general en la profesionalización de sus cultivadores» (Carreras & Carrillo, 2014: 15-16).
Al igual que en la etapa inicial de la época independiente, la ciencia tuvo en este momento una razón de ser instrumental: «era un recurso para europeizar las culturas locales, hacer más productiva la economía, conocer mejor territorios aún no del todo explorados, y educar, disciplinar y controlar a las grandes poblaciones» (Carreras & Carrillo, 2014: 16). La razón de ser ideológica, sin embargo, no puede soslayarse, pues de hecho influye en cuáles intereses u objetos de estudio reciben un trato preferente de parte del Estado:
Los mayores o menores obstáculos para el desarrollo de una ciencia dependen de su comprensión/valoración respecto del rol que puedan llegar a jugar en el proyecto de construcción de la nación […]. Lo que está de fondo tiene relación con la jerarquía de los objetos en tanto expresión de un sistema simbólico constitutivo del imaginario social de ciertos grupos de poder, que se transforman en instrumento de imposición o legitimación de sistemas de clasificación política bajo la apariencia de taxonomías filosóficas, religiosas, jurídicas, culturales, etcétera, donde las relaciones de fuerza allí presentes se tornan irreconocibles al ser traducidas a relaciones de sentido que se naturalizan, enmascarando sistemas de clasificación y estructuras mentales objetivamente ajustadas a estructuras sociales […]. (Mora, 2018: 133-134)
Para Rojo, el positivismo proveyó a los intelectuales hegemónicos de «una filosofía materialista, que fue no tanto científica como cientificoide y que por ser cientificoide fue también empirista, factualista, mecanicista, tecnocrática, biologicista, antimetafísica» (Rojo, 2022: 65); y a la oligarquía, de un argumento que les permitía legitimar su posición dominante:
Basándose en los datos «positivos», los que la «ciencia de los hechos» ha descubierto y avalado, quienes dirigen lo hacen entonces sin titubeos, mientras que al mismo tiempo encuentran también en esos datos la justificación que necesitan para obligar a los dirigidos a que obedezcan sus órdenes. Y por supuesto para adoptar las medidas de fuerza que más convengan y cuando convengan si es que los dirigidos desconocen la realidad de su inferioridad, que es lo que acaece al fin y al cabo. (Rojo, 2022: 72)
Estos son los «alcances políticos del discurso positivista» (Rojo, 2022: 65), que vale la pena tener en mente al momento de levantar una lectura glotopolítica de la obra de Lenz.
2.2. La modernización de la educación: el Instituto Pedagógico
Entre los proyectos en que se materializó en Chile la modernización de corte ilustrado positivista se encuentran «la institucionalización, expansión y modernización de la educación laica» y «la constitución de diversas disciplinas en el ámbito de las ciencias sociales y humanas» (Subercaseaux, 2011: 399). Dado que «la política científica se encuentra vinculada, y en muchos casos se desprende, de aquella implementada en el ámbito educacional» (Mora, 2018: 144), no pueden disociarse ambas esferas políticas (científica y educativa) en el periodo finisecular. Frente a la riqueza del país constatada por las expediciones científicas, se percibía un retraso en la preparación intelectual y técnica de los ciudadanos, por lo cual «la educación se convierte en la clave que legitima la política de intervención sobre grupos sociales subalternos» (Mora, 2018: 145). En consecuencia, se implementaron importantes avances en el mejoramiento del sistema educativo y su laicización, una de cuyas manifestaciones concretas fue la creación del Instituto Pedagógico (Sanhueza, 2013).
Las reformas tendientes a la modernización de la educación comenzaron por el sistema primario y contaban entre sus medidas con el reclutamiento de profesores extranjeros. Alemania, en particular, se presentaba como el gran referente en el campo educativo en aquella época, sobre todo tras su ascenso como potencia europea bajo Bismarck; una de las razones a las que se atribuía su ascenso era precisamente la calidad de su sistema educativo (Sand, 1958: 26). En 1884, el gobierno chileno encomendó a José Abelardo Núñez traer 22 profesores alemanes para la escuela normal, destinada a la formación de profesores de educación primaria. La misma idea se aplicó algunos años más tarde para el sistema de educación secundaria. Valentín Letelier contribuyó a revitalizar un antiguo interés por crear una institución dedicada a la formación de profesores secundarios no solo en lo relativo a los métodos de enseñanza, sino también en lo que atañía a los saberes disciplinares (los «contenidos» por enseñarse en el sistema escolar). Mientras Letelier cumplía funciones diplomáticas en Alemania entre 1882 y 1884, pudo comprobar la efectividad del sistema alemán. Su reporte de esta experiencia (escrita en colaboración con Claudio Matte) influyó en que al año siguiente el ministro de Instrucción Pública Pedro Montt presentara oficialmente el proyecto de creación del Instituto Pedagógico.
Diversas circunstancias provocaron una demora de este proyecto, hasta que en 1888 los ministros de la misma cartera, Federico Puga y Julio Bañados Espinosa (bajo la presidencia de Balmaceda), llevaron a la realidad la iniciativa, gestionando con la legación chilena en Berlín los detalles del reclutamiento de seis profesores alemanes para conformar el personal docente del Instituto Pedagógico (cf. la carta de Puga al embajador chileno en Alemania, reproducida en Sand, 1958: 34-39).
Tras el concurso, se contrató finalmente un total de siete profesores-científicos, entre los cuales se encontraban dos lingüistas: Federico Hanssen y Rodolfo Lenz. El paso de seis a siete profesores se debió precisamente a que se determinó en última instancia la conveniencia de separar el ámbito lingüístico en dos áreas: lo que hoy llamaríamos «filología» (gramática histórica) y lenguas modernas. Vale la pena hacer una digresión para destacar que el cultivo de estas dos sendas en el seno de la Universidad de Chile ya estaba inscrito en la creación misma de la institución, como muestra el famoso «Discurso de instalación» de la universidad, leído por el rector fundador Andrés Bello en 1843:
Paso, señores, a aquel departamento literario que posee de un modo peculiar y eminente la cualidad de pulir las costumbres; que afina el lenguaje, haciéndolo un vehículo fiel, hermoso, diáfano, de las ideas; que, por el estudio de otros idiomas vivos y muertos, nos pone en comunicación con la antigüedad y con las naciones más civilizadas, cultas y libres de nuestros días; que nos hace oír, no por el imperfecto medio de las traducciones siempre y necesariamente infieles, sino vivos, sonoros, vibrantes, los acentos de la sabiduría y la elocuencia extranjera. (Bello, [1843] 2013: 36; resalte mío).
La formación de Lenz y Hanssen en el centro geopolítico del campo disciplinar de la lingüística, que por entonces había encontrado su legitimidad como ciencia mirándose en el espejo de las ciencias naturales, fue lo que los hizo atractivos para el proyecto institucional de modernizar la educación chilena sobre criterios positivistas. ¿Qué mejores representantes de la «ciencia normal» de la época que dos lingüistas formados en Leipzig y Bonn, respectivamente? La tesis doctoral de Lenz (Zur physiologie und geschichte der palatalen, publicada en 1888), evaluada muy positivamente por especialistas como Gaston Paris o Juan Storm, es muy representativa de un tema (la materialidad de la pronunciación de las palatales) y enfoque (neogramático) que para ojos de sus contemporáneos debían rezumar modernidad por todas partes.
La fonética, de hecho, era por entonces el summum del positivismo cientificista, por ser «una de las ramas mas recientes de la sabiduría del hombre, pues solo en los últimos veinte años ha tomado un desarrollo de verdadera importancia científica i práctica» (Lenz, 1892: 901), así como por el hecho de que «solo desde que la fonética ha venido a ayudar la lingüística, ésta posee un material seguro e incontestable de conocimientos de las lenguas i los dialectos actualmente hablados» (Lenz, 1892: 905); asimismo, no debía ser un dato menor el que «la fonética es una ciencia esencialmente jermánica» (Lenz,1892: 905). Además, se trataba de una ciencia de gran importancia para el propósito de la llegada de Lenz a Chile, pues «el conocimiento teórico i práctico de los elementos de la fonética es indispensable a todo profesor de lenguas vivas» (Lenz, 1892: 908). Por añadidura, Lenz era un gran conocedor de lenguas modernas y antiguas (al terminar sus estudios universitarios, «sus estudios de idiomas abarcaban entonces: francés, antiguo y moderno; provenzal; alemán, antiguo y moderno; sajón antiguo; inglés, latín, griego, árabe y ruso»; Münnich, 1928: 6), se había titulado de profesor de Estado de francés, alemán, latín e inglés y antes de venir a Chile había sido nombrado profesor de idiomas en institutos de Colonia y Wolfenbüttel. ¿Qué mejor campeón de la enseñanza de lenguas modernas, entonces, que un especialista como Lenz?
De este modo, la inserción de Lenz (y Hanssen) en el Instituto Pedagógico garantizaba que la formación de los profesores de Castellano y de «lenguas extranjeras» cumplía con los requisitos de la modernización. A Lenz, en particular, se le encomendó hacerse cargo de Inglés y Francés (también de Italiano, lo que no se concretó), mientras que su colega Hanssen enseñaría Filología General, Latín y Alemán. El curso de Castellano, por otro lado, le fue encomendado al chileno Enrique Nercasseau y Morán. Por supuesto que esta distribución se alteraría con el paso de los años.
La consecuencia directa del emplazamiento institucional de Lenz como profesor de lenguas modernas es que una parte considerable de su producción bibliográfica se relaciona con la enseñanza de idiomas. Esta producción parece haber quedado opacada, desde el punto de vista actual, por sus investigaciones sobre el castellano chileno y el mapuzugun (que revisaremos en la siguiente sección), pero vale la pena destacar que corresponde a lo que podría entenderse como la producción «orgánica» o «programática» de Lenz, en la medida en que tributa directamente a las funciones para las que había sido contratado en Chile. La fonética, como destaqué antes, era una de las novedades del enfoque pedagógico de Lenz1, y en consecuencia en los primeros años de su estadía publicó en los Anales de la Universidad «Fonética aplicada a la enseñanza de los idiomas vivos» (1892-1894), entre otros trabajos dedicados al problema de los métodos de enseñanza de lenguas (por ejemplo, Lenz, 1893).
También en esa primera época publicó libros de lectura y gramáticas de referencia para la enseñanza del francés y del inglés, en colaboración con profesores chilenos (Lenz & Diez, 1894; Lenz & Brosseau, 1895; Lenz & Diez, 1895). Un hito culminante de su experiencia como agente supervisor de la enseñanza secundaria fue la Memoria sobre las tendencias de la enseñanza del idioma patrio en Chile (1899), publicada el mismo año en que comenzaron a ver la luz varios documentos programáticos respecto de la enseñanza en liceos: Proyecto de programa de castellano (1899), Proyecto para la revision de los programas de idiomas estranjeros (1900) y Programa para la enseñanza de los idiomas vivos en los liceos en Chile (1901). También dentro de esta línea pueden incluirse textos que abordan desde un punto de vista teórico-metodológico el problema de la enseñanza de la gramática, tal como su famosa conferencia «¿Para qué estudiamos gramática?» (1912) o «La enseñanza del castellano i la reforma de la gramática» (1920). Incluso su famoso tratado gramatical La oración y sus partes (1920), que a primera vista tiene una dimensión puramente teórica, cobra su pleno sentido como intervención en el campo educativo (Ennis, 2023). También lo deja muy claro en una carta que le envía a Robert Lehmann-Nitsche en 1917, mientras preparaba la publicación: «Abordo el asunto desde un punto de vista lingüístico bien amplio, como para aclarar a los maestros de escuelas algunas cosas acerca de las cuestiones gramaticales» (cit. en Ennis & Soltmann, 2022: 222).
En suma, sus escritos de índole pedagógica no fueron pocos (los antes mencionados son solo una muestra representativa) y sin duda tuvieron una influencia importante en la modernización de la enseñanza de lenguas en Chile durante la primera modernidad chilena. En consecuencia, su empleador, el Estado chileno, pudo darse por pagado satisfactoriamente. Sin embargo, Lenz no tardaría en traspasar los límites impuestos por esta distribución docente, en primer lugar a través de la adopción tempranísima de una serie de objetos de investigación que concitarían su atención por el resto de su carrera, a pesar de tener un carácter extraprogramático en el marco de las funciones que se le encomendaron en el Instituto Pedagógico.
Hay que tener muy en cuenta que «la enseñanza de idiomas constituía, para la propia autopercepción de la disciplina, la instancia instrumental superada por la investigación científica, el trabajo del especialista sobre un medio para un fin práctico, externo, frente al trabajo científico que encuentra su fin en sí mismo» (Ennis, 2016: 126). En consecuencia, invirtiendo una parte considerable de su tiempo y esfuerzo en abordar estos objetos de investigación, y contrariando una de las cláusulas de su contrato con el Estado chileno, «Lenz irá construyendo los espacios para su labor científica desde su lugar de trabajo» (Ennis, 2016: 128). Según relata el propio Lenz en forma retrospectiva, estos intereses extraprogramáticos no por ser tales tenían una importancia secundaria: «Desde que llegué a Chile, en 1890, he dedicado todo el tiempo que me dejaban mis ocupaciones obligatorias en la enseñanza superior i secundaria, a la continuacion de mis estudios predilectos, la filolojía románica i la lingüística en general» (Lenz, [1905-1910] 1979: 22). Tan predilectos eran estos, que finalmente terminó dejando las cátedras de lenguas modernas (se hizo cargo de la de Inglés solo hasta 1903 y de la de Francés hasta 1919) para concentrarse en las que mejor calzaban con sus intereses: «Gramática Moderna e Histórica del Castellano y Lingüística General» (Münnich, 1928: 14).
En una carta dirigida a Yolando Pino Saavedra, escrita en 1927, llama a este tipo de intereses «mis “chifladuras”» (Sand, 1958: 288). Por esa fecha se refería al papiamento (cf. Ennis, 2012 para detalles sobre este, uno de sus entusiasmos más tardíos), pero en su primera década de estadía en Chile se trataba de un objeto de interés congruente con la formación de Lenz y con el objeto privilegiado por la lingüística de la época: el castellano chileno.
3. Las «chifladuras» de Lenz
La principal línea extraprogramática de investigación de Lenz se concentró en el castellano chileno, específicamente en sus variedades populares, que consideró particularmente relevante para la lingüística (histórica), y para la romanística en particular, por tener características atribuibles al contacto con el mapuzugun, la principal lengua indígena del país. El caso era especialmente atractivo por el hecho de que, a diferencia de la mayoría de los casos de influencia de sustrato en las variedades románicas europeas, en el caso chileno la variedad receptora del influjo podía ser minuciosamente documentada a la vez que la lengua de sustrato aún tenía una considerable vitalidad (Bachmann, 2014: 257-258).
Además, a diferencia de la enseñanza de lenguas modernas, este objeto de interés tenía prioridad mayúscula en el marco del programa de investigación de los neogramáticos, a la sazón la escuela dominante en la ciencia lingüística de la época, y aquella en la que se había formado Lenz. Los neogramáticos consideraban el cambio lingüístico como el principal problema teórico de la lingüística, y creían firmemente en la premisa de que el cambio debía ser estudiado en el lenguaje vivo en boca del pueblo, a través del estudio de los dialectos, en lugar de en los textos literarios de la antigüedad, como habitualmente se había hecho. Siguiendo estos principios, Lenz terminó ocupándose sobre todo del lenguaje vivo tal como que se oía en boca del pueblo chileno. Varios de los primeros trabajos que Lenz publicó tras llegar a Chile responden a esta prioridad. Entre estos destacan «Zur spanisch-amerikanischen Formenlehre» (1891), «Chilenische Studien» (1892-1893) y «Beiträge zur Kenntnis des Amerikospanischen» (1893); es en estos dos últimos textos donde el autor desarrolla y enuncia su famosa y polémica tesis «araucanista» sobre la pronunciación del castellano chileno2:
Si ahora comparamos la fonética del habla chilena, tal como la he estudiado detenidamene en los Estudios Chilenos, con la araucana, aparecen —estoy personalmente convencido de ello— tantos puntos de contacto entre ambas lenguas, que creo lícito atribuir la evolución peculiar del español de Chile precisamente a la influencia de este estrato araucano subyacente. Con otras palabras: el español de Chile (es decir, la pronunciación del pueblo bajo) es, principalmente, español con sonidos araucanos. Esta tesis recibe fuerte apoyo de mi observación de que la pronunciación española de los indios hispanohablantes que he podido interrogar no se distingue en absoluto de la de los guasos chilenos, lo que no podría suceder, sin duda, si hubiera diferente base y manera de articulación. (Lenz, [1893] 1940: 249; destacado en el original)
El que estos trabajos hayan sido publicados en alemán, y en revistas europeas especializadas en lingüística3, da cuenta justamente de que a Lenz le interesaba primero que nada que sus indagaciones fueran conocidas en el medio europeo, capital del campo global de los estudios del lenguaje por entonces, y que tenía la convicción de estar situado en la primera línea de la disciplina por estar en posición de ofrecer datos de interés general y además respaldados por evidencia empírica de gran calidad, como la que podía aportar la fonética. En la «Advertencia del autor», fechada en 1937, que acompaña la traducción castellana de 1940, Lenz dice:
Esperaba que fueran de interés para los romanistas mis observaciones sobre la pronunciación del español en Chile […]. Pero, a mi juicio, el estudio de la pronunciación chilena atrae además el interés general de todos aquellos que, aun sin ser romanistas, ven en la investigación fisiológica detallada de cualquier dialecto una contribución al conocimiento y reconocimiento de la historia lingüística general. (Lenz, [1937] 1940: 81)
El momento culminante del interés de Lenz por el contacto hispano-indígena corresponde al inconcluso proyecto de estudio de Los elementos indios del castellano de Chile. Estudio lingüístico y etnológico, cuya única parte publicada fue la primera: Diccionario etimolójico de voces chilenas derivadas de lenguas indígenas americanas (1905-1910), obra ampliamente reconocida por los especialistas contemporáneos (Cáceres, Ortiz & Rojas, 2020: 22-27) y que ocupó buena parte de sus esfuerzos durante la primera década del siglo XX. En el marco del objetivo principal del proyecto («estudiar cómo se refleja en el idioma actual del pais el efecto del continuo roce con jentes de otros idiomas, con los indíjenas americanos»; Lenz, [1905-1910] 1979: 22), el diccionario sirve como acopio de materiales que le permitirán en el futuro desarrollar estudios diacrónicos de índole fonética y morfológica con un sólido sustento empírico. Nuevamente, la beneficiaria última de este estudio de caso sería la lingüística (histórica) general:
Así podemos contribuir a la dilucidacion de los mas interesantes problemas de la lingüística, a saber cuáles son las influencias étnicas en el desarrollo de los idiomas causadas por la mezcla de razas. No dejaré de sacar las consecuencias que se pueden derivar de mi estudio concreto de la mezcla de razas en Chile i las aplicaré para aclarar la formacion de las lenguas románicas i otros problemas de lingüística jeneral. (Lenz, [1905-1910] 1979: 39)
Por otro lado, con la elaboración de este diccionario, Lenz aspira a contribuir no solo al conocimiento de la historia lingüística del territorio chileno, sino también al saber histórico-antropológico sobre sus habitantes:
El estudio lingüístico de los elementos indios [del castellano chileno] será seguido de un estudio sicolójico i etnolójico. […] Las [palabras] que se refieren a cosas materiales nos darán muchas luces sobre las relaciones de vida esterna de los indios i conquistadores, las abstractas otras tantas sobre su modo de pensar. En una palabra, conoceremos al pueblo por medio de su vocabulario. (Lenz, [1905-1910]1979: 39)
En relación de subordinación al interés por el contacto castellano-mapuzugun emerge otra línea de trabajo de Lenz: la investigación sobre la lengua y la cultura de los mapuche, así como de otras lenguas y culturas indígenas del territorio chileno. Él mismo dejó muy clara la secuencialidad de estos objetos: «Principié por el estudio del lenguaje vulgar de Santiago desde el punto de vista de la fonética. Luego vi que para comprender el desarrollo de ese lenguaje tenia que conocer el idioma de los indios chilenos» (Lenz, [1905-1910]1979: 22-23). Como veremos en el apartado 5, es de vital importancia tener en cuenta la subordinación del interés por lo indígena al interés por lo popular chileno, en virtud del encadenamiento de efectos glotopolíticos que esta jerarquía confiere al aparato investigativo lenziano (cf. Ennis, 2016: 136).
A pesar de su condición subsidiaria, el interés de Lenz por el mapuzugun dio origen a otra de su obras monumentales: los Estudios araucanos: materiales para el estudio de la lengua, la literatura i las costumbres de los indios mapuche o araucanos, publicados en 12 partes entre 1895 y 1897 en los Anales de la Universidad de Chile y luego reunidos en un solo tomo con algunas adiciones. Estos materiales incluyen, según indica su subtítulo, «diálogos en cuatro dialectos, cuentos populares, narraciones históricas y descriptivas y cantos de los indios de Chile en lengua mapuche, con traducción literal castellana». Lenz los había recogido en visitas que hizo a la Araucanía entre 1891 y 1894, además de trabajar con informantes mapuche en Santiago. Las redes de colaboración con mapuches competentes en su lengua (como Segundo Jara, llamado en mapuzugun Kallvün), así como con intermediarios residentes en la Araucanía (como Víctor Chiappa), fueron determinantes en el éxito de este proyecto (Pavez, 2015: 85-96).
Uno de los propósitos de los Estudios araucanos, igual que en el caso del Diccionario etimológico, era acopiar materiales para un futuro estudio «psicológico y gramatical de la lengua mapuche» (Lenz, [1920]1933: 44), que el autor nunca llegó a concluir, a pesar de anunciar en 1920 que trataría de publicarlo «en breve»; trazos de este estudio aparecen por aquí y por allá en La oración y sus partes (1920). De nuevo como en el caso del estudio sobre el castellano chileno, Lenz concebía que estos estudios serían de utilidad para la lingüística general, sobre todo porque, para avanzar el estado de esta disciplina en el primer cuarto del siglo XX, «lo que más urge, según mi opinión, es que, conocedores de lenguas no indoeuropeas, traten de escribir gramáticas analíticas en que expongan los principios lingüísticos de aquéllas desde el punto de vista de la psicología étnica» (Lenz, [1920]1933: 43).
Una tercera chifladura de Lenz se consolida durante la primera década del siglo XX, pero responde a una perspectiva ya inscrita en su interés por el castellano chileno: los estudios sobre el folklore. Es casi una perogrullada destacar que el interés por el folklore responde igualmente al bagaje formativo de Lenz en Alemania, pues se trataba también de una disciplina esencialmente germánica, como ilustra el esfuerzo de Jacob Grimm por conformar «un corpus para el relato de la nación» (Ennis, 2015: 22). El 18 de julio de 1909 se funda formalmente la Sociedad de Folkore Chileno (en adelante, SFCh), encabezada por Lenz e integrada por varios de sus colaboradores chilenos. Lenz había mostrado interés en la cuestión folklorológica, el estudio del «alma nacional» y sus productos, desde su llegada a Chile (Contreras, 1989: 48). También tempranamente había publicado un «Ensayo de programa para estudios de Folklore Chileno» (1905), que sirvió de base para el documento fundacional de la SFCh (Lenz, 1909).
El Programa de la SFCh plantea un mapa de temas y perspectivas definidos como los objetos de estudio legítimos de una ciencia de la vida síquica del pueblo chileno, en cuyo marco las disciplinas lingüísticas ocupan un lugar central, tanto por ser el lenguaje vehículo de expresión de diversas manifestaciones del alma del pueblo, entre ellas la literatura popular, como por ser el lenguaje mismo una de esas manifestaciones. Lenz sigue a R. F. Kaindl al entender el folklore como una subdisciplina de la etnología; esta última se ocupa de investigar «las leyes de la formación de la humanidad con el fin de presentar un cuadro de la vida síquica» (Lenz, 1909: 5), destacando lo que esta vida psíquica tiene de social, es decir, la mentalidad compartida por un colectivo de seres humanos.
El folklore, en concreto, es «aquella rama de la ciencia del hombre que busca la mayor parte de los materiales que se necesitan para la aplicacion del método inductivo i comparado de la etnolojia» (Lenz, 1909: 8). El término folklore, además, se refiere a «todas las variadas manifestaciones del alma popular i todas las formas características de la vida del pueblo» (Lenz, 1909: 9), que son precisamente los materiales que la disciplina folklorológica se propone recolectar, y que son el sustrato empírico sobre el cual luego la etnología podrá proceder de forma inductiva a establecer leyes generales del pensamiento humano. La misión de recolectar materiales, desde el punto de vista de esta época, se concibe por otro lado como una labor museística, pues existe la percepción de que el progreso moderno ha hecho desaparecer muchas de esas manifestaciones, y que por tanto la misión de la ciencia antropológica corre riesgo de quedarse sin sus fundamentos empíricos. Para Lenz, existen razones muy importantes para que especialmente en Chile se promueva y apoye la investigación folklorológica:
No sólo se trata de averiguar en qué consiste lo particular del pueblo chileno, en qué se distinguen de sus hermanos sud-americanos. Hai que investigar cuáles elementos fueron traídos de la patria común, España; cómo se desarrollaron i se diferenciaron en cada rejion; qué elementos indígenas se aceptaron en la gran mezcla de razas. En ningún país colonizado por europeos hai tanta mezcla de distintas razas con tan feliz resultado. Naturalmente esta circunstancia también dificulta la cuestión, porque muchos puntos del folklore criollo dependerán del folklore de las tribus indias que entraron en mezcla con los españoles. (Lenz, 1909: 10)
En el marco de este proyecto, entonces, se inscribe otra parte importante de la producción bibliográfica de Lenz, dentro de la cual podría también incluirse los «Estudios chilenos», pero que a la vez amplía el interés lingüístico hacia otro tipo de manifestaciones discursivas, como la llamada «lira popular», sobre la cual trata «Über die gedrückte Volkspoesie von Santiago de Chile» (1895), que se publicaría en 1919 en Chile como «Sobre la poesía popular impresa en Santiago de Chile». También forma parte de esta línea «Un grupo de consejas chilenas» (1912) y «Adivinanzas corrientes en Chile» (1912). Aunque el Programa de la SFCh establece claramente un interés exclusivo por el lenguaje popular de la población castellanohablante (depositaria de la nacionalidad chilena), también podría estimarse que forman parte de esta línea de trabajo de Lenz algunas obras sobre las tradiciones mapuche, como las partes VI-XI de los Estudios araucanos, además de «Der Ausbruch des Volcans Calbuco nach der Beschreibung eines Indianers von Osorno» (1895, traducido en 1912 como «Tradiciones e ideas de los araucanos acerca de los terremotos») y «De la literatura araucana» (1897). Sin embargo, la mayor parte de la producción vinculada a la SFCh quedó en manos de los colaboradores de Lenz, como Julio Vicuña Cifuentes, Francisco Cavada o Ramón Laval (cf. Cáceres & Rojas, 2021; Rojas & Cáceres, 2020).
4. El posicionamiento de Lenz en el campo: confrontamientos y alianzas estratégicas
Las ideas de Lenz acerca de la naturaleza y objetivos del estudio del lenguaje y su actitud hacia las variantes chilenas del castellano significaron una fractura respecto del sentido común de las elites chilenas respecto del saber disciplinar y de la relación entre lengua, cultura y nación, sentido común articulado por la ideología dominante bellista (Ennis & Rojas, 2020: 16). Por enfrentarse a una ideología dominante con tanta fuerza hegemónica, la fractura introducida por Lenz fue resistida enérgicamente por muchos integrantes de la intelectualidad tanto chilena como internacional. En el medio chileno, la más famosa de estas polémicas es la que lo puso en pugna con el filólogo Eduardo de la Barra, quien acusaba al Estado chileno de haber caído víctima de un «embrujamiento alemán», en virtud del cual se le concedía a los profesores alemanes del Pedagógico méritos y atribuciones inmerecidas, a expensas de los profesores chilenos (cf. Velleman, 2007; Altschul, 2011; Pavez, 2015: 133-144). En el ámbito internacional, la hipótesis araucanista de Lenz sobre la pronunciación chilena fue y ha sido históricamente resistida por el hispanismo representado por la Escuela Filológica Española, en particular mediante los cuestionamientos de Amado Alonso, Américo Castro y Ramón Menéndez Pidal (Bernaschina, 2013).
Por otra parte, Lenz tenía una conciencia muy clara de estar situado en un emplazamiento periférico respecto de los circuitos centrales de producción y circulación de conocimientos especializados de su época. Ambas situaciones revisten a Lenz de una «doble marginalidad», pues «no solo se encontraba distante de los centros de referencia en términos geográficos, sino también en una función exclusivamente docente, y a la vez cuestionada en sus fundamentos por la comunidad intelectual local» (Ennis & Soltmann, 2022: 27). Por esto es que otro de los ámbitos en que invirtió gran cantidad de esfuerzos fue la articulación de redes intelectuales a través de las cuales cimentar su posicionamiento como autoridad en el medio local y como voz legitimada en el medio científico internacional, lo cual le otorgaba la capacidad de resistir los embistes a los que se enfrentaba habitualmente y de eventualmente mitigar esa «marginalidad» que lo afectaba. La noción de campo de Pierre Bourdieu, obviamente, se presta productivamente para entender el caso de Lenz, en la medida que permite resaltar el hecho de que la producción de conocimientos especializados se da a través de agentes sociales inmersos en relaciones de poder y la lucha por acumular capital simbólico y material (Hanks, 2005: 73).
Uno de los vehículos principales de articulación de estas redes, para Lenz, fue el intercambio epistolar, que le sirvió para afianzar colaboraciones dentro de Chile y para intercambiar información y difundir su propia obra con colegas del extranjero (Velleman, 2008). Entre estos últimos se cuentan académicos situados en las grandes metrópolis del Norte global, tales como Franz Boas (cf. Ennis & Soltmann, 2024) o Hugo Schuchardt (cf. Mücke & Moreira de Sousa, 2020), entre una larga lista que incluye a personalidades como Amado Alonso, Rufino José Cuervo, Aurelio Espinosa, Charles Grandgent, David Jones, Henry Lang, Meyer-Lübke, Paul Passy, Wilhelm Viëtor, Max Leopold Wagner y Adolf Zauner; pero que también incluye pares que estaban en situación similar a la suya (alemanes emigrados a Sudamérica), como es el caso bien estudiado de Robert Lehmann-Nitsche, radicado en La Plata (cf. Ennis, 2020; Soltmann, 2020; Ennis & Soltmann, 2021; Ennis & Soltmann, 2022). También es muy revelador el celo con que Lenz rastreaba, coleccionaba y exhibía orgullosamente los gestos de reconocimiento de pares extranjeros, tales como las elogiosas reseñas de sus obras, publicadas en revistas alemanas o europeas en general, que Lenz conservó como verdaderos trofeos (cf. el caso de las reseñas a su Diccionario etimológico, estudiado en Cáceres, Ortiz & Rojas, 2020: 22-31), y también en varios pasajes de su obra publicada. Puede verse, a partir de los nombres citados, que el horizonte académico germánico no era exclusivo en la red de corresponsales de Lenz, pero sí es claro que creía que en Sudamérica el único par que tenía, además de sujetos como Lehmann-Nitsche, era Cuervo («el único filólogo sudamericano de origen»; carta de Lenz a R. Lehmann-Nitsche, 1903, cit. en Ennis & Soltmann, 2022: 126).
En el caso de sus vínculos con intelectuales y colaboradores chilenos, se puede apreciar claramente la construcción de un espacio simbólico en que Lenz se posiciona en un lugar de jerarquía que le permite operar como vector de legitimidad para las indagaciones de los chilenos que no contaban con las credenciales científicas del alemán. Cuando se sentía en confianza, como en sus cartas a Lehmann-Nitsche, dejaba muy clara su percepción del asunto: los demás servían para acopiar materiales, pero él sería el encargado de entenderlos científicamente. Por ejemplo, sobre la SFCh, no tuvo reparos en afirmar que esta institución era «exclusivamente obra mía», y que «con que dure un par de años, hasta que esté impreso el material reunido, estaré satisfecho» (en carta a R. Lehmann-Nitsche, 1910, cit. en Ennis & Soltmann, 2022: 159-161). Una actitud igualmente paternalista y utilitarista puede verse en el caso de su colaboración con el intelectual y educador mapuche Manuel Manquilef, a quien se enfrentó en pugna por acaparar la «autoridad discursiva sobre el conocimiento de la lengua y la cultura» (Payàs, 2015: 110; cf. también Scholz & Soltmann, 2020: 473). En general, su relación con la «red etnográfica araucanista» (Pavez, 2015: 96) se basó en una lógica que hasta cierto punto tiene tintes extractivistas.
Un ejemplo muy clarificador es el de su relación con Víctor Chiappa, un agricultor y comerciante chileno radicado en la Araucanía, aficionado al estudio del mapuzugun, que le serviría de enlace con el mapuche Segundo Jara, también llamado Calvun, uno de los informantes clave para los Estudios araucanos. Chiappa y Lenz establecieron una relación académica fructífera para ambos: Chiappa le proporcionaba materiales lingüísticos que recogía entre sus empleados mapuches y Lenz a su vez contribuía con el aparato teórico y metodológico que permitía abordar esta materia prima de manera científica. La correspondencia Chiappa-Lenz (conservada hasta ahora inédita en el Fondo Rodolfo Lenz) muestra claramente esta simbiosis. Pero esta simbiosis es asimétrica, como lo percibía Chiappa, quien en algunas de las primeras cartas que le envió solo trata a Lenz de «Mui apreciado señor» pero ya al poco tiempo se cambia a un «Mi estimado señor i maestro» acompañado del cierre «S. mas afectísimo discipulo i amigo». Y en otra carta, un poco posterior: «Le agradezco sinceramente su benevolencia. I estoi perfectamente de acuerdo con Ud. en lo nada que yo solo habria alcanzado ha hacer en el estudio del Mapuche». Es decir, Lenz se erige, ante los ojos de Chiappa, como el oficial de la república de la ciencia, que tiene la autoridad para sancionar como legítimos los acercamientos a los objetos definidos por la disciplina como de su propio interés.
Otro ejemplo ilustrativo, esta vez a propósito del estudio del castellano chileno, es el del abogado y político Aníbal Echeverría y Reyes, un aficionado a la bibliografía jurídica que mostró además un gran interés por el lenguaje, las lenguas y la literatura. Echeverría, en la elaboración de su Voces usadas en Chile (1900), tuvo siempre en cuenta todo lo que Lenz pudiera aconsejarle, y tuvo a este mismo como modelo de científico al materializar sus propios intereses de investigación lingüística, tanto en cuanto a la lengua española como en cuanto a lenguas indígenas de Chile. En Rojas (2011) se estudia la correspondencia pertinente que se conserva en el Fondo Rodolfo Lenz, que da cuenta de la forma en que Echeverría aspira a legitimar su obra mediante el visto bueno y la asesoría de Lenz, que el abogado solicita insistentemente. Desde un comienzo Echeverría solicitó la participación del lingüista alemán como revisor de forma particular, y consideraba su propio trabajo como parte integrante de una obra mayor en que las ideas ortográficas de Lenz jugaban un papel central. Sin embargo, Lenz, al parecer, nunca llegó a interesarse mucho por la obra de Echeverría, o no hasta el punto de intervenir directamente en ella. Es revelador al respecto el hecho de que Lenz, algunos años después, dedique comentarios negativos a algunas secciones de Voces usadas en Chile.
En suma, no cabe duda de que Lenz actuó como una figura gravitante en la elaboración de Voces usadas en Chile, pero esta influencia Lenz la ejerció más bien como modelo o referente en cuanto a la orientación descriptivista que asume Echeverría como propia. Este es un tipo de influjo que pudo haber tenido incluso sin que este solicitara su ayuda. En cambio, la participación efectiva y directa del filólogo alemán en el manuscrito de la obra, que era lo que aparentemente buscaba conseguir Echeverría a través de sus continuas solicitudes, parece haberse limitado más bien a la etapa final de la preparación del texto, y se materializó principalmente a través de la entrega de indicaciones generales respecto de la estructuración de la obra. Una especie de «apadrinamiento», pero sin mucho compromiso. Un apadrinamiento ansiosamente requerido por Echeverría, quien quizá sentía que su obra, ya en la década de institucionalización de la «ciencia del lenguaje» en Chile, necesitaba de dicho espaldarazo para tener impacto y aceptación.
Queda claro a estas alturas que Lenz parecía no creer contar con una cantera de pares en el medio intelectual local, sino solo con estudiantes, colaboradores, informantes, fuentes de información y potenciales fuentes de reconocimiento de su propia autoridad. Cabe traer a colación, a propósito de las palabras de Chiappa que cité un poco más arriba (los términos «maestro» y «discípulo»), que una de las críticas más recurrentes que sus contemporáneos hicieron a Lenz fue la de no haber formado una escuela, es decir, no haberse ocupado de formar una masa crítica de discípulos capaces de continuar con su enfoque epistemológico y metodológico dentro del Instituto Pedagógico. Si bien quien blandió esta crítica con más virulencia fue Eduardo de la Barra, y se la achacaba no solo a Lenz sino al conjunto de profesores alemanes del Pedagógico, las entrevistas que hizo Sand a fines de los 1950 dan cuenta de que era una impresión compartida por varios de quienes estudiaron con Lenz, entre los que sobresale la famosa educadora Amanda Labarca:
Eran buenos profesores, pero no dejaron discípulos. Lenz era hombre de gran sabiduría, pero no tenía idea de formar investigadores. Formó profesores pero sin la intención que esa gente un día sería investigadora. (entrevista a A. Labarca, cit. en Sand, 1958: 171)
No han hecho seminarios de investigación; no formaron discípulos; en las clases no dieron bibliografía, era pura exposición… Tenían libros para ellos mismos pero en alemán. No había nada para los alumnos […] Los profesores hicieron sus propias investigaciones pero miraban con desprecio a los chilenos. […] Cumplieron con los términos de su contrato y nada más. Prepararon buenos maestros para los liceos, pero sus investigaciones eran por su prestigio personal. (entrevista a L. Puga, cit. en Sand, 1958: 184-185)
Al parecer a Lenz no le interesaba particularmente contribuir a conformar un campo disciplinar local (al fin y al cabo no lo habían contratado para eso, y el Instituto Pedagógico no era principalmente un centro de investigación al estilo de las universidades alemanas), sino que siempre concibió sus trabajos como aportes a la ciencia alemana, como dice a propósito de La oración y sus partes: «Es una propaganda para la ciencia alemana» (carta a R. Lehmann-Nitsche, 1917, cit. en Ennis & Soltmann, 2022: 222). Por cierto que la actitud cerril que una parte importante de la intelectualidad (y la política) local mostró ante las ideas de Lenz no debió haber contribuido exactamente a desarrollar en el alemán una disposición distinta. Lo que terminó predominando, tanto en el caso de Lenz como en el de Lehmann-Nitsche en Argentina, fue el «recelo hacia un contexto que no dejan de percibir con frecuencia como hostil» (Ennis & Soltmann, 2022: 41).
5. Los efectos políticos de la obra de Lenz
No perdamos de vista que, a pesar de todo, Lenz dista de haber sido una víctima del establishment. Su voz fue oída y respetada, e incluso terminó siendo convertido en una especie de héroe, mártir y pionero de la ciencia del lenguaje en Chile, como atestiguan los diversos reconocimientos que se le dieron en vida y de forma póstuma. ¿Por qué los intereses de Lenz resonaron en el contexto del proceso de modernización finisecular del Estado chileno? ¿Por qué razón incluso sus «chifladuras» tuvieron sentido y tanta relevancia pública?
Una primera respuesta, la más obvia, es la de que Lenz contribuyó efectivamente a la modernización del campo del estudio del lenguaje, introduciendo la perspectiva novedosa de la ciencia lingüística germánica y las últimas tendencias de la enseñanza de segundas lenguas. La principal beneficiaria de esta contribución (en que Lenz tuvo un papel importante si bien no fue el único responsable) fue la enseñanza secundaria, pero, además del efecto observable en la praxis educativa, hay que tener en cuenta que esta contribución también conlleva la generación de un capital simbólico del cual el Estado puede sacar buen provecho: la modernización en sí misma indexa el éxito de un proyecto estatal relativo a una de sus misiones más relevantes, como es la educación.
La eficacia práctica y el valor simbólico de los avances educativos no agotan, sin embargo, la participación de la obra de Lenz en la modernización chilena. Sus estudios hicieron una contribución igualmente importante a la conformación de un imaginario de la nación congruente con el proyecto de modernización oligárquica que se discutió en el apartado 2.1 de este trabajo. Recordemos que «statements about languages are never only about languages» (Gal & Irvine, 2019: 1); dado que las prácticas lingüísticas indexan a las personas que las usan, la representación del lenguaje siempre tiene efectos en la representación de los hablantes y, especialmente si viene revestida de la autoridad y poder legitimador de la ciencia, tiene un efecto político profundo al apuntalar jerarquías sociales y desigualdades materiales entre las personas.
Joseph Errington tiene mucha razón en advertir, a propósito del papel de la lingüística en el colonialismo europeo, que «linguists work had meanings and uses which outstripped their own purposes and understandings, taking lives of their own when, as texts, they circulated among different readers in different societies, and served different projects» (Errington, 2008: 12). Esto quiere decir que la pregunta por la posible participación de Lenz en la legitimación de la desigualdad, la dominación y el proyecto colonialista republicano en Chile no puede ser coartada por los numerosos testimonios que dan cuenta de sus demostraciones públicas de aprecio y cariño por el pueblo chileno y por los mapuche. Lo que está en cuestión no es un juicio moral sobre las acciones del lingüista alemán ni la aprehensión de su personalidad o intenciones, sino una correcta comprensión de los efectos que sus discursos (que, recordemos, son siempre formas de acción social en que interactúan textos y lugares sociales) tuvieron en su entorno.
Desde este punto de vista, no puede obviarse que Lenz se ajusta cómodamente al perfil de los intelectuales modernizadores oligárquicos a los que se refiere Rojo (2022), según vimos en 2.1, en cuanto fue un productor de conocimientos que sirvieron al Estado chileno para legitimar el ordenamiento social funcional al proyecto modernizador oligárquico. Si la obra de Lenz no fue silenciada y relegada activamente al olvido (sino más bien al contrario, fue ampliamente difundida por el aparato divulgativo científico del Estado, representado ejemplarmente por los Anales de la Universidad de Chile) no fue solo por sus contribuciones más obvias a la educación, sino también porque, a pesar de que incorporaba a los sectores subalternos («rotos», «huasos» e indígenas) en el imaginario sobre la nación, lo hacía precisamente subalternizándolos. Es decir, no cuestionaba el orden oligárquico. Siguiendo con una imagen que hemos movilizado en otros trabajos para comprender los efectos políticos de la obra de Lenz, podemos decir que sus obras contribuyeron a la domesticación de estos sectores:
Decir que se trata de domesticación implica, por un lado, activar el sentido de doméstico como «de la casa, del hogar, o relacionados con ellos» (CLAVE, s.v. doméstico), entendiendo al Estado-nación como esa casa/hogar. En este marco, la domesticación conlleva pensar en la asimilación, en el hacer pertenecer al lugar donde uno habita, pero sin poder soslayar que, al mismo tiempo, ese hacer pertenecer incluye la otorgación de un lugar subordinado. Por otro lado, usar este término permite destacar el sentido de domesticar como «referido a una persona, hacer que sea más agradable y de carácter menos áspero» (CLAVE, s.v. domesticar), definición que no podemos dejar de vincular con la frase del Diccionario etimológico de Lenz sobre «hacer simpática la figura del indio» (Lenz [1905-1910] 1979: 41) a ojos del Estado para propiciar su civilización y asimilación a la nación chilena. (Rojas & Cáceres, 2020: 454-455)
La alusión al Diccionario de Lenz no es trivial, pues hace notar la centralidad del efecto de domesticación en uno de sus proyectos principales, como es el del estudio del castellano chileno en cuanto resultado del contacto hispano-mapuche. No es un efecto menor, pues atañe a la relación de los dispositivos de conocimientos modernos con las políticas racistas del colonialismo republicano chileno. Para Lenz, el castellano popular chileno está en boca de los huasos («el estrato último de la población rural, cuya pronunciación y vocabulario son los que más rasgos indígenas ofrecen»; Lenz, [1892-1893] 1940: 92) y los rotos («la clase ínfima» urbana, «el proletariado»; ibid.), que son básicamente mapuches castellanizados: «el núcleo principal de la población baja está constituido casi exclusivamente por indios que han olvidado su lengua e introducido algún cambio en su género de vida» (Lenz, [1893] 1940: 227). Como se argumenta en Cáceres, Ortiz & Rojas (2020: 40-41), la representación del castellano chileno contenida en el Diccionario etimológico esboza un horizonte monoglósico como fundamento de la nacionalidad chilena, en virtud de que el elemento indígena es una reliquia del pasado y ya en vías de desaparecer (por ello precisamente la urgencia de estudiarlo):
Este enorme número de palabras araucanas i quechuas incorporadas en la lengua castellana son como las cicatrices de la lucha jigantesca en que el español de Chile venció al indio de Chile, i lo obligó a aprender un idioma europeo i a formar con él una nacionalidad nueva i firme, la mas sólida i homojénea que se enjendró en suelo americano pisado por español.
Pues esto hai que recordarlo al estranjero que lea este libro. Los que usan el lenguaje del cual el diccionario que sigue forma una parte integrante no son indios sino chilenos puros, de los cuales muchos ni siquiera sospechan que las voces que usan pertenecieron a otra lengua. No se crea que se trate de un lenguaje criollo en el sentido como toma la filología románica la palabra. El lenguaje del último huaso chileno es lingüísticamente castellano puro no obstante las voces indias, como el ingles es lengua jermánica pura no obstante los millares de voces francesas i latinas asimiladas. Ni siquiera el bajo pueblo recuerda o conoce la lengua del indio.
El chileno no habla mas que un solo idioma, el castellano chileno. Los pocos individuos bilingües que hai en el país (fuera de los europeos recien imigrados) son los indios que ya han aprendido el castellano. […]. Tampoco debe creer el extranjero que el lenguaje del bajo pueblo chileno sea incomprensible para otros hispano americanos o para los españoles. Lo esencial de la lengua, toda su gramática i las nueve décimas partes de las palabras, entre ellas todas las mas usadas, son castellanas puras. […] Ojalá que mis estudios contribuyan a hacer simpática la figura del indio, para que se comprenda que esos millares –mas de cincuenta, quizas ochenta– no deben ser aniquilados cuanto ántes, sino civilizados i asimilados a la nación chilena. (Lenz, [1905-1910] 1979: 41-42)
No puede soslayarse lo bien que le venía a la oligarquía chilena gobernante una comprobación científica (o «cientificoide», como precisaría Rojo) de la homogeneidad nacional y de la necesaria asimilación de lo indígena a lo chileno (en posición subordinada), precisamente en el contexto posterior a la Ocupación de la Araucanía. De esta forma, «la ciencia alemana se muestra […] como un instrumento útil para el nacionalismo chileno y su colonialismo republicano» (Pavez, 2015: 129). Tampoco puede tratarse como un detalle menor la relativa similaridad que la representación de lo indígena en Lenz tiene respecto de los metadiscursos normativistas que se remontan a la ideología dominante bellista (cf. Rojas, 2020b, y Rojas, 2023a, para la consideración de lo indígena en un diccionario normativista representativo de la ideología dominante). Supuestamente Lenz estaba en pugna frontal con el bellismo, pero cabe preguntarse si no se trata más bien de esos disensos aparentes que tanto convienen a la ideología dominante para mostrar su «punto de honor liberal» (Bourdieu & Boltanski, 2009: 10).
La misma dinámica lingüístico-ideológica puede comprobarse en otras obras producidas por colaboradores cercanos de Lenz en la Sociedad de Folklore Chileno, fuertemente influidas por el programa de investigación del alemán (recuérdese su posición de arconte en dicha institución). Un primer ejemplo ilustrativo es el estudio sobre el coa, el antilenguaje usado por los delincuentes chilenos, publicado por Julio Vicuña Cifuentes en 1910 y estudiado en detalle en Rojas & Cáceres (2020). A fines del siglo XIX, la clave contextual relevante es la llamada cuestión social (Grez, 1995): el problema que le presentó a la oligarquía la visibilización brutal de los efectos de la desigualdad material y la consecuente pregunta de qué hacer con estos Otros (los huasos, los rotos, los indios) que, a pesar de todo, se necesitaba conservar dentro de la nación (esto es, domesticados) para hacer funcionar el modo de producción capitalista. Si a través del coa se está imaginando no solo a los delincuentes, sino a los sectores subalternos, especialmente los urbanos, la representación de dicha variedad como una variedad de muchas formas inferior, deficiente y monstruosa no puede tener como consecuencia sino «“imaginar” de cierta forma a las clases subalternas urbanas, construyéndolos al mismo tiempo como un Otro radicalmente diferenciado de la población “normal”, pero, paradójicamente, al mismo tiempo parte integrante de la nación, aunque sea como un “parásito” indeseable y que representa un estadio primitivo de la evolución humana» (Rojas & Cáceres, 2020: 473).
Otro ejemplo pertinente es el estudio sobre el lenguaje de Chiloé publicado en 1914 por Francisco Cavada, corresponsal y colaborador de Lenz en la tarea de extender el dispositivo científico al extremo sur del territorio chileno. Chiloé representaba todavía por esas fechas la frontera y el conocimiento sobre sus costumbres y características se asumía como parte integral de su integración al país. La tesis de Cáceres & Rojas (2021) sobre el sentido glotopolítico de la obra de Cavada es la siguiente:
[…] el dispositivo de construcción de un saber erudito lingüístico cultural del que forman parte las obras de Cavada cumplen una función en el marco del proceso de «descubrimiento» e incorporación de Chiloé (y, metonímicamente, de las demás provincias extremas) a la nación-comunidad imaginada del Chile de comienzos del siglo XX, y que al mismo tiempo, de acuerdo con los intereses de la SFCh, pone foco en la condición subalterna de la comunidad castellanohablante chilota por el interés del Estado por asimilar a estos en la nación mediante su representación como otro diferenciado de las élites urbanas metropolitanas, con lo cual las élites naturalizan la asignación de un lugar socialmente subordinado a los sujetos no metropolitanos. En otras palabras, las representaciones ideológicas sobre el lenguaje de Chiloé son ideológicas justamente por estar asociadas a la necesidad estatal de re-conocer la zona «no sólo para asentar la soberanía estatal-republicana en la provincia, sino además para planificar la colonización de la misma» (León, 2015b, 53). (Cáceres & Rojas, 2021: 410)
Por ello es que Cavada escoge resaltar el gran potencial de integración/asimilación a la modernidad nacional que tiene Chiloé, en virtud de que su singularidad y diferencia respecto de Chile, señalizada por el arcaísmo castellano y la influencia indígena, está en vías de desaparición. De tal modo, la obra de Cavada, igual que el Diccionario etimológico de Lenz y muchas otras obras asociadas a su círculo y a la SFCh, «viene a cumplir entonces la función de museo para resguardar lo que en adelante solo será una memoria de esa parte conflictiva (pues para algunos no es honrosa) de la identidad de los chilotes» (Cáceres & Rojas, 2021: 418).
6. Lenz desde la crítica
La lectura crítica de la figura y obra de Rodolfo Lenz es pertinente en vista de la persistencia de las interpretaciones hagiográficas o, mejor dicho, heroizantes sobre este autor y su siempre latente potencial de convertirse en fetiche. Si las lecturas heroizantes me parecen cuestionables por ignorar (¿voluntariamente?) las numerosas claves discursivas y contextuales que permitirían mitigar, cuando menos, los entusiastas afanes de defender a Lenz (victimizándolo frente al establishment hispanista), o de «rescatar» sus aportes a la ciencia (como si no fueran y ya hubieran sido ampliamente conocidos y citados), no pienso, por otra parte, que una lectura crítica implique intentar mostrar que estaba equivocado en sus propuestas o juzgar moralmente su posicionamiento político. Lo crítico, desde mi punto de vista, está determinado por el interés en comprender su papel en la conformación y reproducción de relaciones de dominación (papel que no dependió completamente de su propia agencia) así como el por qué hoy, a 75 años de su muerte, Lenz sigue jugando un papel en los regímenes de normatividad sociolingüística en Chile.
Lenz (como Andrés Bello) se ha convertido en un significante (semi)vacío susceptible de ser movilizado desde distintas posiciones del campo intelectual y científico, gracias a los sentidos y valores que se le han ido atribuyendo a su figura en lo que podríamos considerar un proceso de heroización (Schlechtriemen, 2016; Sonderforschungsbereich 948, 2022). Lo interesante del caso de Lenz, que ilustra ejemplarmente la heroización de los científicos (cf. Mommertz, 2019), es que, como indica Nielsen, «the scientist as hero recapitulates mythic archetypes in a modern context» (2023: 2), y que «scientists not only function as heroes, but also as a clerisy of the modern social order» (2023: 2).
Un ejemplo muy ilustrativo de la persistencia de la heroización de Lenz es el que, mientras escribo estas últimas páginas, se acaba de desarrollar en Santiago de Chile un «homenaje a Rodolfo Lenz» organizado por la Academia Chilena de la Lengua4. Esta actividad sirvió como marco para la presentación en sociedad de la reedición de la conocida conferencia de 1912 «¿Para qué estudiamos gramática?» en la colección Clásicos ASALE, de la Asociación de Academias de la Lengua Española, publicada el 2020. Una parte de la jornada se dedicó al asunto central de la conferencia (la enseñanza de la gramática) y la otra contó con presentaciones de especialistas en estudios del lenguaje provenientes de la Academia Chilena y de universidades. La tónica de la mayoría de las presentaciones fue congruente con el que se trataba precisamente de un «homenaje». El título de la nota que se publicó el día anterior al evento en el periódico santiaguino El Mercurio (16/11/23, página A9) sintetiza perfectamente el espíritu hagiográfico del encuentro: «Rodolfo Lenz: una mirada al “pionero de los pioneros”».
A primera vista podría parecer una apropiación cínica de la figura de Lenz por parte del aparato hispanista internacional, ya que, como destacan Bernaschina (2013) y Pavez (2015), Lenz se enfrentó a la hegemonía de la ideología hispanista y normativista de la Real Academia Española y sus redes, cuyos campeones, en este caso en particular, fueron Amado Alonso, en el ámbito internacional, y Eduardo de la Barra y Manuel Antonio Román, en el ámbito local. Sin embargo, la cercanía entre Lenz y la Academia no tiene nada de extraño: la propia Academia Chilena correspondiente de la Española lo nombró miembro honorario en 1924, justo un año antes de jubilarse de su puesto en el Instituto Pedagógico (Araneda Bravo, 1976: 46). El nombramiento y su aceptación no fueron meros gestos protocolares por parte de ninguno de los involucrados, pues Lenz participó activamente en varias comisiones e iniciativas de la corporación, relacionadas especialmente con tareas lexicográficas (contribuir al Diccionario de la Real Academia Española) y conmemorativas (organizar la celebración del Día del Idioma), todas funcionales en el régimen de normatividad hispanista (cf. Rojas & Avilés, 2021 para las tareas lexicográficas, y Rojas, 2023b para el Día del Idioma).
La extrañeza se disipa, a fin de cuentas, si se tiene en cuenta la armonía que existe entre los efectos glotopolíticos de la obra de Lenz y los intereses de la Academia Chilena y de la ASALE, que representan la continuidad histórica del proyecto modernizador de la oligarquía de la primera modernidad chilena.
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1 De su experticia en esta entonces novísima disciplina emerge su intervención en los debates sobre la reforma ortográfica en Chile, para cuyos detalles cf. Cáceres & Rojas (2019). Como era esperable de un fonetista científico moderno, Lenz era partidario acérrimo del criterio fonético en la ortografía, y por tanto enemigo de la ortografía de la RAE y campeón de la ortografía chilena reformada, la que estimaba debía mantenerse vigente, frente a los embistes conservadores de la última década del XIX que pretendían que en Chile se hiciera oficial la ortografía académica. Entre las publicaciones de Lenz sobre ortografía (reunidas las más importantes en Lenz, 1914), destacan «De la ortografía castellana» (1894) y «Apuntaciones para un texto de ortología y ortografía de la lengua castellana» (1894).
2 Sadowsky (2020) y Rogers (2020) han reconsiderado esta hipótesis con nuevos datos y argumentan convincentemente en favor de ella.
3 Se publicaron versiones en castellano de estos estudios tan solo en 1940, con los títulos de «Sobre la morfología del español de América», «Estudios chilenos (fonética del castellano de Chile)» y «Para el conocimiento del español de América».
4 En el siguiente enlace se puede acceder a las presentaciones, registradas en video: https://academiachilenadelalengua.cl/academia/2023/11/28/la-academia-rinde-homenaje-a-rodolfo-lenz/.
