El multilingüismo: una respuesta insuficiente a las desigualdades sociolingüísticas

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Alexandre Duchêne1

En su libro Le bilinguisme en procès, cent ans d’errance (1840–1940), Andrée Tabouret-Keller (2011) documenta y analiza con gran elocuencia cómo intelectuales, políticos y académicos han contribuido en Europa Occidental a la estigmatización y a la patologización del bilingüismo, de las personas bilingües y de la educación bilingüe desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. A primera vista, su descripción no concuerda con el discurso académico actual, que cuestiona la superioridad del monolingüismo frente al multilingüismo y reconoce el estudio de este último como una empresa académica con total legitimidad. No obstante, es preciso examinar con mayor detalle este aparente cambio histórico de perspectiva. Mi objetivo es identificar con precisión una serie de cuestiones que nos obligan a reconsiderar y a problematizar lo que podría considerarse en términos generales como un logro de la sociolingüística. Por ende, pretendo cuestionar la idea de que la promoción del multilingüismo constituye de facto una respuesta sociolingüística adecuada frente a la dominancia y la inmutabilidad de la mentalidad monolingüe contra la que la disciplina ha combatido desde sus inicios.

Logros

En sociolingüística, existe una larga tradición de posicionar la diversidad lingüística como uno de los principales factores constitutivos de la conducta humana y de la organización social. Al alejarse de una concepción monolingüe de la lengua y de su uso, es evidente que los sociolingüistas han desafiado ciertas actitudes relacionadas con la supremacía de las lenguas estándares, así como de las políticas lingüísticas monolingües y de las ideologías monolingües. En su lugar, estos académicos han postulado (desde perspectivas diversas y en ocasiones incluso opuestas) que la variación, las lenguas en contacto y los repertorios lingüísticos multilingües constituyen un componente de lo más «normal» de la interacción humana y de las prácticas sociales.

Con este cambio de perspectiva, la sociolingüística ha contribuido de forma sustancial a legitimar el multilingüismo como objeto de estudio académico y como práctica social tanto en la esfera de la investigación como en la política (cuyas agendas, como bien sabemos, a menudo se solapan). Asimismo, los sociolingüistas han contribuido a la elaboración de políticas lingüísticas nacionales que reconocen los rasgos multilingües de los ciudadanos. Algunos académicos han tenido una gran influencia en el ámbito de la educación, en el que han prestado asesoramiento mediante su participación en programas bilingües y en clases de lenguas heredadas2; otros se han implicado en procesos de revitalización lingüística, a los que han aportado un enfoque multilingüe (verbigracia, Hornberger, 2009). Para la mayoría de ellos, el multilingüismo fomenta la justicia social, pues sostienen que la injusticia reside en la mentalidad monolingüe (verbigracia, Clyne, 2008). La importancia que tienen los estudios del multilingüismo en nuestro ámbito también se mide por la proliferación de publicaciones, manuales, colecciones de libros, centros de investigación y programas universitarios dedicados a esta disciplina. A su vez, entidades nacionales, internacionales (como la UNESCO) y supranacionales (como la Comisión Europea) han realizado amplios estudios sobre el multilingüismo por todo el mundo.

Lejos de ser denostado, el multilingüismo es un fenómeno reconocido e incluso celebrado, y es evidente que los académicos han contribuido a esta evolución. Nuestros predecesores lucharon con la convicción de que reivindicar el multilingüismo conduciría a una mayor justicia social y reduciría las desigualdades entre hablantes, entre ciudadanos y entre sujetos subalternos: muchas de esas primeras batallas parecen estar dando sus frutos.

Complicaciones

Dicho esto, es preciso examinar en mayor detalle esta evolución. Como pone de manifiesto la serie de publicaciones «Sociolinguistic Frontiers», en la que se enmarca este ensayo, la producción del saber está relacionada de forma intrínseca con el preciso momento en el que se produce ese saber. Lo que en un primer momento parece una cuestión académica o política, en el fondo está estrechamente ligado con nuestra forma de entender cuáles creemos que son (o cuáles se nos enseña a creer que son) los problemas de nuestra época.

Tal y como demuestra Monica Heller (2020) en su análisis esclarecedor del Comité de Sociolingüística del SSRC (que constituye el ensayo introductorio de la serie de publicaciones «Sociolinguistic Frontiers»), la aparente posibilidad de debatir algo y la aparente imposibilidad o improbabilidad de articularlo están ancladas en un determinado momento histórico. Por consiguiente, en el caso del multilingüismo, el paso de un enfoque disciplinario estigmatizado a uno revalorizado debería someterse a un examen crítico de acuerdo con las condiciones particulares en las que se produce nuestro saber. Desde mi punto de vista, no deberíamos darnos por satisfechos con demasiada facilidad con el entusiasmo que envuelve al multilingüismo, sobre todo porque ese mismo entusiasmo ha ocultado problemas fundamentales que no podemos seguir ignorando. En la sociedad contemporánea, el multilingüismo se valora de manera simultánea en términos de «expansión de mercado», de «productividad» o de «creatividad», y se presenta como un posible recurso que puede transformarse en distintas formas de capital. En tal contexto, la labor académica se moviliza y se instrumentaliza para secundar ese discurso del multilingüismo. En el sector de la educación privada, asistimos a la proliferación de anuncios publicitarios que alaban las bondades del multilingüismo; observamos intentos de introducir procesos de mercantilización de la lengua en la actual economía globalizada; nos encontramos con movimientos reivindicativos que apuestan por la movilización del multilingüismo como un planteamiento viable para la creación de sociedades respetuosas; observamos cómo instituciones internacionales promueven el multilingüismo como una herramienta esencial para lograr una ciudadanía mundial. Estos discursos entusiastas y optimistas dan por sentado que, si promovemos el multilingüismo, lo celebramos y lo consideramos como una habilidad, como un talento o como una propiedad, este reportará beneficios para el individuo, para la empresa, para la comunidad, para el Estado y para el conjunto de la sociedad.

Ahora bien, estos discursos guardan silencio con respecto a las relaciones de poder y las condiciones sociales que dan forma a la idea del multilingüismo como un bien deseable; obliteran de forma tácita el hecho de que la lengua (incluido el multilingüismo) constituye un terreno clave para la producción de diferencias sociales. Estas diferencias constituyen un factor a la hora de crear una jerarquía social entre los hablantes, pues otorgan a ciertos individuos o a ciertos grupos el beneficio de la distinción, mientras que privan a otros de recursos simbólicos y materiales. Así pues, el multilingüismo no es neutro, sino que representa una parte intrínseca de los procesos que determinan qué hablantes, qué idiomas y qué prácticas se consideran legítimos. Desde esta perspectiva, el multilingüismo es un terreno en el que se lucha por obtener y por distribuir saber, recursos y estatus. De hecho, la imagen ideal de competencia multilingüe, de hablante multilingüe y de lengua más o menos deseable (o de la combinación de distintas lenguas) forma parte de la economía política del intercambio lingüístico; estos factores son muy variables y dependen de la historia, del contexto y del mercado que residen en la lógica capitalista, patriarcal y colonial según la que operamos.

Resulta evidente que no todos los hablantes ni todos los repertorios lingüísticos multilingües poseen el mismo valor en todas partes y en todo momento. Tener el japonés en su repertorio lingüístico puede ayudar a un responsable a conseguir un mejor empleo en una empresa multinacional, del mismo modo que saber francés, alemán, inglés e italiano en Suiza puede facilitar a un trabajador del sector turístico el acceso al mercado laboral. Sin embargo, hablar con fluidez portugués o español no supone necesariamente una ventaja en este último país, sino todo lo contrario: no es extraño que ese repertorio lingüístico multilingüe en particular se considere un problema (o incluso una carencia), pues implica diferencias de clase y de raza. Cabe añadir que en la práctica diaria hay competencias multilingües que se capitalizan, pero que no reciben un reconocimiento oficial. Por ejemplo, a una empleada de hotel se le puede pedir que traduzca al francés un correo electrónico de un cliente polaco. Sus competencias lingüísticas constituyen un recurso para el hotel, pero no recibe ningún tipo de compensación o de beneficio a cambio.

En las condiciones actuales, como académicos, estamos obligados a cuestionar qué significa que el multilingüismo se convierta en el objeto de tal apropiación, qué efecto tiene en quién y cuáles son sus consecuencias sobre nuestro posicionamiento. Respecto a esto último, también debemos tener en cuenta hasta qué punto podemos ser cómplices tanto del entusiasmo como de la obliteración que este conlleva. Considero que responder a estas cuestiones es importante, pues las respuestas podrían esclarecer el motivo de nuestro gran entusiasmo por el multilingüismo y por todo aquello que dicho entusiasmo ha obliterado, así como ayudarnos a entender mejor cómo reconsiderar nuestra postura.

Por qué el reconocimiento no es suficiente

Gran parte del problema que plantean el entusiasmo de los sociolingüistas por el multilingüismo y nuestra esperanza de que este último remedie las dificultades relacionadas con las desventajas lingüísticas se debe a que secundamos de forma más o menos consciente la idea de que el reconocimiento de la diversidad lingüística impulsará el progreso social. Nos apoyamos predominantemente en una visión de la justicia social que se sustenta en políticas de reconocimiento, por usar la locución acuñada por el filósofo político Axel Honneth. Tanto en el pasado como en la actualidad, hemos creído que un reconocimiento apropiado conduciría a una redistribución equitativa. Nancy Fraser constata que las movilizaciones sociales, intelectuales y políticas a las que estamos asistiendo, así como las contribuciones políticas y teóricas en materia de justicia social que han tenido lugar desde la década de los setenta, se rigen principalmente por la idea de que las desigualdades dependen en gran medida de identidades «deterioradas», por lo que la solución consiste en que la justicia social actúe sobre ellas3. Fraser destaca una serie de cuestiones para analizar esta tendencia. Por una parte, la autora resalta que, al hacer énfasis en el reconocimiento, se tiende a obliterar la importancia de la redistribución, que antaño era la clave para hacer una lectura de la desigualdad y definir lo que es la justicia social. Por otra parte, Fraser pone de manifiesto cómo el énfasis en las políticas de identidad ha desbancado a las cuestiones de clase social. Para ello, hace especial hincapié en la idea de que un planteamiento de la justicia social basado en la identidad también induce, incita o promueve una forma de competición entre grupos identitarios, lo que impide la creación de lógicas de solidaridad entre dichos grupos. Pese a que la autora no estima de ninguna manera que las políticas de reconocimiento sean completamente inútiles o que no resulten pertinentes bajo ninguna circunstancia, sugiere que pensemos en términos de un «dualismo perspectivista», en el sentido de que es necesario pensar y actuar en términos tanto de reconocimiento como de redistribución.

Al adoptar esta perspectiva dual, Fraser considera una vez más que la economía política es el elemento clave de las cuestiones relacionadas con la justicia social. Este posicionamiento también le permite cuestionar una cierta ingenuidad psicológica que reside en nuestra idea de que el problema de la desigualdad social puede atajarse mediante el reconocimiento y la legitimidad de las identidades «deterioradas». Este enfoque nos recuerda la importancia de pensar en términos de interseccionalidad, tal y como sostuvieron distintas intelectuales negras a finales del siglo XIX (Guy-Sheftall, 1995). Esto implica acción y transformación tanto en materia de reconocimiento como de redistribución, así como el derribo de barreras entre identidades y la neutralización de cualquier competencia posible entre grupos identitarios. En última instancia, Fraser propone concebir la justicia social en términos de paridad de participación. Si no se tienen en cuenta las desigualdades materiales y estructurales de ciertos ciudadanos, el reconocimiento de su diversidad cultural acabará desembocando en un simple simulacro de participación. El reconocimiento por sí solo otorga meramente una voz simbólica a los sujetos subalternos si no se les garantizan las condiciones materiales para ejercer una participación real.

El ámbito de los estudios del multilingüismo y su impulso político están relacionados con esta visión general del reconocimiento como forma de justicia social. Al valorizar el multilingüismo y promoverlo, al creer que celebrarlo puede neutralizar desigualdades, los académicos han creado nuevas jerarquías y hemos omitido las experiencias monolingües de la clase obrera, por ejemplo. Hemos olvidado que el multilingüismo también es un régimen ideológico que crea diferencias y posibles desigualdades. El hecho de que las sociedades actuales acojan de tan buena gana el multilingüismo pone a su vez de manifiesto que nuestro posicionamiento se ajusta a intereses capitalistas. El multilingüismo también puede concordar con intereses nacionalistas4 e incluso (pos)colonialistas y patriarcales, tal y como muestra Beatriz Lorente (2017) en el caso de las niñeras filipinas multilingües. Por consiguiente, el multilingüismo no es per se emancipador para todo el mundo, sino que también puede producir y reproducir explotación y dominación. Quizás hemos aprendido a amar el multilingüismo y a ignorar las desigualdades, parafraseando a Walter Benn Michaels (2006), incluso aunque creíamos de buena fe que estábamos contribuyendo a un cambio social positivo. En efecto, mediante nuestras propias acciones podemos habernos convertido en cómplices de la obliteración de los procesos de gran complejidad que entran en juego cuando hablamos de lenguas y de igualdad. Puede que también hayamos actuado de manera ingenua y en ocasiones irresponsable al no haber considerado del todo las sociedades capitalistas, patriarcales, colonialistas y nacionalistas en las que operamos.

No obstante, si este diagnóstico es correcto, la pregunta sigue siendo la siguiente: ¿qué es lo que podemos hacer al respecto? Uno de los posibles pasos sería reclamar la redistribución como un interés principal (para entender mejor lo que está sucediendo de fondo), pero también como una explicación plausible a los dilemas a los que nos confrontamos los académicos y con los que se encuentran ciertos miembros de la sociedad en su día a día. De este modo, estaríamos en la obligación de resistir a los insistentes y persistentes cantos de sirena del discurso celebrador sobre el multilingüismo. Otro posible enfoque sería analizar cómo se despliega esta dinámica de reconocimiento y de redistribución y cómo esta permite (o imposibilita) la aparición de nuevas solidaridades interseccionales en las que la lengua desempeña una función. Podríamos explorar otros imaginarios que luchen contra el orden social actual en el que operamos o que intenten escapar de él, así como involucrarnos e incluso ser partícipes de los mismos. Ahora bien, tenemos que desterrar la idea de que el multilingüismo es una parte esencial de la solución a los problemas relacionados con la lengua y con la desigualdad, lo que a su vez significa que debemos replantearnos de manera fundamental lo que puede considerarse como un logro.

 

Ensayo traducido por Alejandro Santano Suárez. Revisión de la traducción por Nicolás González Granado.

Fuentes citadas

-Baker, Colin y Wright, Wayne E. (2017). Foundations of Bilingual Education and Bilingualism. Brístol, Reino Unido: Multilingual Matters.

-Beacco, Jean-Claude et al. (2016). Guide for the Development and Implementation of Curricula for Plurilingual and Intercultural Education. Bruselas: Consejo de Europa.

-Benn Michaels, Walter (2006). The Trouble with Diversity: How We Learned to Love Identity and Ignore Inequality. Nueva York: Macmillan.

-Clyne, Michael (2008). The Monolingual Mindset as an Impediment to the Development of Plurilingual Potential in Australia. Sociolinguistic Studies 2(3), 347–366.

-Del Percio, Alfonso (2016). Branding the Nation: Swiss Multilingualism and the Promotional Capitalization on National History under Late Capitalism. Pragmatics and Society, 7(1), 82–103.

-Fraser, Nancy y Alex Honneth (2003). Redistribution or Recognition?: A Political-Philosophical Exchange. Nueva York: Verso.

-Guy-Sheftall, Beverly. ed. (1995). Words of Fire: An Anthology of African-American Feminist Thought. Nueva York: The New Press.

-Hornberger, Nancy H. (2009). Multilingual Education Policy and Practice: Ten Certainties (Grounded in Indigenous Experience). Language Teaching 42 (2), 197–211.

-Lorente, Beatriz P. (2017). Scripts of Servitude: Language, Labor Migration and Transnational Domestic Work. Brístol, Reino Unido: Multilingual Matters.

Tabouret-Keller, Andrée. (2011). Le bilinguisme en procès, cent ans d’errance (1840–1940). Limoges, Francia: Lambert-Lucas.


1 El ensayo aparece originalmente en Items: Insights from the Social Sciences, una publicación del Social Science Research Council (SSRC). Duchêne, Alexandre. «Multilingualism: An Insufficient Answer to Sociolinguistic Inequalities», en la serie de ensayos «Sociolinguistic Frontiers», en Items: Insights from the Social Sciences. https://items.ssrc.org/sociolinguistic-frontiers/multilingualism-an-insufficient-answer-to-sociolinguistic-inequalities/. También se encuentra disponible en libre acceso en International Journal of the Sociology of Language (número 263, páginas 91-99). Reimpreso con autorización.

2 Consultar, por ejemplo, Colin Baker y Wayne E. Wright (2017) o Jean-Claude Beacco et al. (2016).

3 Consultar el debate entre Nancy Fraser y Alex Honneth, publicado en 2003.

4 Consultar, por ejemplo, Alfonso Del Percio (2016).