Yadira Calvo Fajardo (2017). De mujeres, palabras y alfileres: el patriarcado en el lenguaje. Barcelona: Edicions Bellaterra. 226 p.

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Reseñado por Lara Solórzano Damasceno

Este precioso volumen de 2017 publicado por edicions Bellaterra fue una de las lecturas que abrió nuestra primera reunión de Indisciplinadxs (antes de llamarnos así) el viernes 5 de junio de 2020, junto al artículo Glotofemismo de Ernesto Cuba (2018); artículo que, dicho sea de paso, fue un complemento ideal debido a que, tal como lo hace Yadira Calvo, pone en jaque a aquellas nociones mecanicistas sobre el lenguaje. He utilizado aquí el adjetivo «precioso» para referirme al ensayo que aquí reseño en su acepción de aquello que tiene un gran valor, eso que es inestimable y sin duda esta contribución de una de las teóricas del feminismo más sólidas del istmo centroamericano, Yadira Calvo Fajardo, es primordial para asentar los fundamentos de la Lingüística Feminista sobre bases firmes. En De mujeres, palabras y alfileres, a través de una serie de postulados se dilucida la manera en la cual percibimos y entendemos el fenómeno que llamamos lenguaje y como este, con los mitos que lo circundan, explican y justifican un estado de cosas, entiéndase relaciones de poder, permitiendo validarlas y prolongarlas (Calvo, 2017: 9). En palabras de la misma autora, el libro no pretende imponer una verdad absoluta sobre los hechos del lenguaje pero sí «mostrar lo que se ve desde donde la cultura dominante estima que no es válido ver» (10).

El ensayo consta de 13 capítulos que en el Círculo de Lingüística Feminista leímos de dos en dos, siendo entonces que esas primeras reuniones de Indisciplinadxs fueron dedicadas al estudio y discusión de esta obra. Desde el portal del libro apreciamos la manera en que el lenguaje amarra y mantiene vigente las relaciones de poder pues desde «el hablar se estimula, se limita, se regula, se prohíbe, según el peldaño que se ocupe en la escalera» (10); justamente en eso radica la importancia de esta obra que se atreve a repensar el lenguaje desde la otra trinchera. Para Valentín Volóshinov (1976: 24) el signo es un fenómeno ideológico por excelencia y de ello se desprende que la comunicación es un campo de batalla social (véase Stam, 1992: 31 que cita a Volóshinov como si fuese Bajtín), en dicho campo se dan los más fuertes embates políticos tanto en la esfera pública como en la íntima. La lengua y el poder cohabitan en una intersección en la cual cada palabra tiene la capacidad de transformarse en la arena donde se compite sobre la base de un orden social asimétrico. Cada vez que se menciona o que alguien se expresa públicamente haciendo uso del lenguaje incluyente (más conocido como lenguaje inclusivo), y cada vez que alguien se atreve a trastocar la gramática para incluirlas a ellas, a nosotras, aparecen cantidades de puristas del lenguaje que agreden e intentan disminuir a las/les/los usuarias/es/os de las nuevas propuestas lingüísticas. Por ello, es que desde ese surco en la tierra que llamamos trinchera, Yadira Calvo nos habla con gran maestría, rigor académico, y al mismo tiempo con buen humor, y sin petulancias ni esnobismos, de un tema que por todo lo dicho anteriormente urgía ser tratado.

Uno de los textos de base que la autora utiliza es La lengua del Tercer Reich, de Victor Klemperer, el cual sirve de inspiración para el título del primer capítulo «Arsénico y palabras». De acuerdo con Klemperer las palabras pueden actuar como dosis mínimas de arsénico, dosis en apariencia inofensivas que solemos tragar sin darnos cuenta, pero con el tiempo se hacen evidentes las consecuencias de haberlas ingerido. Yadira Calvo pone en paralelo las estrategias lingüísticas empleadas por los nazis que les permitieron arrasar con millones de vidas en nombre del Tercer Reich, con aquellas estrategias de dominación a través del lenguaje que el patriarcado explota para mantener las desigualdades en perjuicio de los derechos de la mujer. Ella también se nutre de Los once principios de la propaganda, de Goebbels, para hacer esta comparación, sobre todo en el capítulo dedicado a las metáforas y cómo a través de estas se suele reducir a las mujeres a condición de animal (203) —entendiendo desde la lógica del patriarcado al animal como un ser inferior.

La incongruencia vinculada al uso del genérico masculino, deficiencia de nuestras lenguas románicas, es otra de las tantas temáticas abordadas en el ensayo. Algunos de los fundamentos provienen del pensamiento y estudios de la sociolingüista Mercedes Bengoechea. Ella sostiene que el hecho de que la lengua se adquiera en la infancia, evidencia que el proceso de generalizar usando el masculino es posterior al entendimiento de lo que es femenino y lo que es masculino, es decir primero se adquiere la noción de lo que corresponde a lo masculino y a partir de eso se aprende a generalizar, la consecuencia de eso es que las niñas interiorizan muy pronto en la vida el hecho de que no serán ni podrán ser nombradas y expresarán esa ausencia con naturalidad. También apoyándose en el estudio de Yasmina Okan, explica cómo el uso del genérico tiene sus efectos nocivos en el imaginario de la colectividad pues el lenguaje activa las representaciones mentales que nos formamos haciendo que las mujeres y sus contribuciones sean olvidadas, entre muchos otros prejuicios (63-64).

Este libro pone en evidencia a aquellas personas que se han autoatribuido el cargo de policías o higienistas del idioma a quienes el mínimo cambio, la mínima feminización de alguna palabra les parece un crimen digno de sufrir el escarnio público. Es fácil darse cuenta de su misoginia disfrazada de amor ciego a la lengua española cuando extranjerismos, sobre todo anglicismos, se suman al repertorio léxico del castellano más fácilmente y sin tantas agresiones públicas como sucedió en 2008 con Bibiana Aído y su famosa frase «miembros y miembras», exministra de Igualdad en España en el período 2008-2010. Este caso es retomado en el Capítulo 5 en la sección titulada «Las horribles palabras de las mujeres» (69). Entre este «exclusivo y distinguido grupo» de policías de la lengua llenos de arrebatos glosocéntricos, ególatras y colonialistas que atacaron a la hoy Doctora Honoris Causa por su trabajo en Derechos Civiles encontramos personalidades del periodismo y la academia, escritores y personas que les siguen ciegamente.

Lo anterior constituye parte de lo que trata la primera mitad del libro, más enfocada en analizar y explicar los mitos lingüísticos que el pensamiento patriarcal ha construido, mantenido y defendido por siglos. Defensa que se sostiene en la noción de la existencia de una supuesta pureza lingüística —objetivismo abstracto— que hace del lenguaje un sistema de formas normativas que la conciencia individual encuentra listo, ignorando que hablamos lenguas vivas en constantes transformaciones provenientes muchas veces, sino que siempre, de la presión ejercida por el uso cotidiano. Me permito aquí citar a Ernesto Cuba, quien sobre este punto en «Glotofeminismo» (2018) explica que dicha concepción formalista y referencial del lenguaje, fundamento de la lingüística moderna, así como su pretendido cientificismo ofrecen una coartada ideológica a la disciplina, interviene en los debates sobre el sexismo y discriminación en/a través de la lengua con una visión política la cual supuestamente es neutra, trivializando de ese modo el interés que el feminismo y las ciencias sociales tienen por señalar el sexismo en el idioma.

Ya a partir del Capítulo 7, «El club de Toby», Yadira nos habla del caso del «exemplar semejante»: se refiere nada más y nada menos que a María Isidra Guzmán (1767-1803), la doctora de Alcalá, de quien se dice que habría roto todos los moldes de su época y es recordada por ser la primera mujer en ser admitida en la Real Academia de la Lengua Española dejando claro que dicha admisión fue apenas de orden honorario; siendo así la primera mujer que fue considerada para ese título en los 71 años de existencia con los que contaba RAE en aquel momento. No obstante, la referida consideración está en entredicho hasta el día de hoy porque al parecer la inclusión de esta mujer «excepcional» no fue por voluntad de los miembros que fueron obligados por «capricho real» (Calvo, 2017: 105) ya que Carlos III admiraba el intelecto de la joven quien al momento de su doctorado tenía tan solo 17 años y exigió su incorporación a la Academia. De otra manera pasaría casi otro siglo para que se incorporara otra mujer en la Academia. La existencia de un «exemplar semejante» da a entender que el hecho de que María Isidra Guzmán recibiese tantas honras y fuese considerada como una mujer con una inteligencia excepcional, ese pensar evidentemente termina en menoscabo de su sexo. Se dice que rompió los moldes de su época porque las otras mujeres no lo hacían, puesto que de acuerdo con la aritmética patriarcal que una mujer fuese inteligente a ese punto era considerado una rareza. La joven doctora de Alcalá sin duda tenía una mente privilegiada pero también tuvo acceso a educación e instrucción igualmente privilegiadas que como bien sabemos le eran negadas a la mayoría de las mujeres de su época, muchas veces inclusive a aquellas de «alta cuna». Así que este capítulo analiza pasando por María Isidra Guzmán hasta llegar a Emilia Pardo Bazán, y hasta nuestros días, la escaza participación de las mujeres en la RAE que sigue siendo un club de machos en cuya puerta cuelga el aviso «Se prohíbe la entrada a mujeres» con la salvedad de que se trate de un «exemplar semejante».

La autora reflexiona también en los capítulos siguientes sobre cómo se desprestigia el habla de la mujer. Cuando una mujer toma la palabra se ha aceptado culturalmente que es únicamente para chismes, intrigas, quejas y tonterías más; como lo dice ella «las palabras de las mujeres se cotizan a la baja» (131). Llama la atención que hace poco, y más precisamente el 19 de abril de 2022, en la página oficial de Facebook de la RAE se ha usado una imagen de dos jóvenes mujeres, una hablando al oído de la otra, para ejemplificar el significado de «dizque» cuya primera acepción es: «dicho, murmuración o reparo». Jamás habrían usado la imagen de dos hombres hablándose al oído para ejemplificar este tipo de término.

Captura de pantalla de la publicación del 19 de abril de 2022 en la página oficial de Facebook de la RAE

De modo que queda clara la relevancia de este análisis que sigue vigente a pesar de que hoy día seamos muchas las mujeres que trabajamos con/desde la palabra, sin importar que ocupemos cargos en la política, y que ganemos espacios en la academia y la ciencia; chistes y proverbios que nos disminuyen cuando tomamos la palabra resuenan haciendo eco desde la antigüedad. Se nos ha querido obligar a ser silenciosas mediante campañas de desprestigio, y ese callar no implica únicamente carencia de ruido, implica sumisión. Basta poner un poco de atención a los discursos que circundan el hablar cuando es una de nosotras la que toma la palabra. Yadira nos dice:

En el imaginario popular, en realidad ellas no conversan, dialogan o platican, sino que parlotean, chismorrean, cotillean, cotorrean, chacharean… y en su parlotear son «murmuradoras», «detractoras», «porfiadoras», «chocarreras», «necias» y «mentirosas». Además, no solo hablan demasiado sino que lo hacen para hacer daño, porque, ya se sabe, «el alacrán tiene la ponzoña en la cola y la mujer en la boca». (132)

Este tema es tocado también con diferentes matices y profundidades en sus libros La canción olvidada (2002) publicado por EUNA, y en Aritmética del patriarcado (2013) por editores Uruk. En La canción olvidada el tema es abordado en el primer capítulo titulado «De mujer a mujer: cuentos de viejas» donde explora el origen de estos discursos perniciosos acerca del hablar femenino desde la antigua Grecia y también como resultado de la difusión del cristianismo en Europa, y en Aritmética del patriarcado dedica el segundo capítulo a analizar los constructos filosóficos patriarcales creados para sostener la idea de que las palabras pronunciadas por mujer constituyen apenas un ramo de «monerías» e «inesencialidades». De hecho, los primeros dos capítulos de este libro también fueron estudiados y discutidos en las reuniones de Indiciplinadxs.

Algunos de los últimos temas que son cubiertos en este ensayo son las sinonimias y metáforas de corte fálico, desde las cuales se interpreta la realidad (205), así como las metonimias nefastas que resultan de esa interpretación. Veamos, las metáforas pueden otorgarle poder simbólico a un ser sobre otro, así como perpetuar ese poder, y del mismo modo quitarle poder a un ser en detrimento de otro. Las metáforas que surgen construyen imágenes que conceden a los hombres privilegios de señor y cabeza. Aquí la autora hace referencia a Lakoff y Johnson quienes en Metáforas de la vida cotidiana (1995) afirman que entre las propiedades de la metáfora está el poder generar realidades, especialmente realidades sociales. Con una gran variedad de ejemplos que van de representaciones de lo animal (para la mujer) a lo militar (para el hombre), Yadira revela la naturaleza dialógica de las metáforas. Dialogismo que por cierto en este contexto es inevitable y es peligroso.
Al explicar el uso de metonimias y sinécdoques la autora nos cuenta sin pelos en la lengua cómo en el habla popular en Costa Rica el vocablo culo es para muchísimos hombres sinónimo de mujer. Siendo las mujeres reducidas a una parte de la anatomía, es la única parte que importa de acuerdo con ese tipo de mentalidad. Lamentablemente, se trate de una metáfora, una metonimia o cualquier otro tropo de sustitución, todos terminan adquiriendo «un estatus de verdad» (217) en el imaginario colectivo.

De alguna manera, a través de su obra De mujeres, palabras y alfileres: el patriarcado en el lenguaje, Yadira Calvo nos recuerda que el lenguaje no es únicamente la lengua, sino que es todo un ente vivo que se reproduce mediante la interacción social y se recrea en las diferentes condiciones materiales e históricas acompañado de un sinnúmero de elementos extralingüísticos que comunican y significan. Por esa razón si no traemos a debate la supuesta legitimidad del prescriptivismo lingüístico continuaremos contribuyendo para que nuestra lengua siga promoviendo e inmortalizando mecanismos de exclusión. Lenguaje es poder y, como dice la autora, este se manifiesta en verbos, en sustantivos, en pronombres, en frases y discurso.

Fuentes citadas

-Cuba, Ernesto (2018). Glotofeminismo. Anuario de Glotopolítica, 2, pp. 21-40.

-Lakoff, George y Mark Johnson (1995). Metáforas de la vida cotidiana. 7ª ed., trad. Carmen Gonzáles Marín. Madrid: Cátedra.

-Stam, Robert (1992). Bakhtin: da teoria literária à cultura de massa. São Paulo: Ática.

-Voloshinov, Valentín N. (1976). El signo ideológico y la filosofía del lenguaje. trad. Rosa María Rússovich. Buenos Aires: Nueva Visión.