Shifting how we think about language
and how we use it necessarily alters
how we know what we know.
hooks, 1994: 226
0. Introducción
Las siguientes reflexiones son la instantánea de un proceso mayor, aún en curso, enmarcado en mi formación doctoral en CUNY y en mi contacto estrecho con redes de investigación en sociolingüística histórica variacionista, en Europa y Estados Unidos1. Las líneas de pensamiento dentro de este campo son múltiples, sin embargo, todas invocan tarde o temprano la normatividad y, específicamente, los procesos modernos de estandarización en el contexto de la conformación de los estados nacionales.
Es precisamente la centralidad de la normatividad en este campo lo que motiva a realizar una lectura glotopolítica del mismo, es decir, una reflexión sobre las posibles continuidades entre el andamiaje teórico de la sociolingüística histórica y a prioris ideológicos ligados a categorías sociales políticamente relevantes2.
Recientemente, algunos de los principales exponentes de la sociolingüística histórica —en un número temático publicado en Language Policy (2020), a modo de conmemoración de los 50 años de la publicación de «Dialect, Language, Nation» (Haugen, 1966)— han revisitado el modelo de planificación lingüística propuesto por el sociolingüista noruego-estadounidense (1906-1994). Tal como Del Valle señala en ese volumen, es imperativo del lingüista revisitar críticamente los conceptos y métodos desarrollados en la disciplina, en general, y aquellos en torno a la planificación lingüística en particular, entendida esta última como práctica y como objeto de reflexión académica3. A este mismo esfuerzo glotopolítico se suma este ensayo cuyo propósito es interrogar los cimientos teóricos sobre los cuales se ha pensado la estandarización en la sociolingüística histórica variacionista. Para lo anterior, será necesario repasar críticamente las bases conceptuales del modelo «normas y usos» (Rutten, Vosters y Vandenbussche, 2014) y, especialmente, las de la categoría «ego-documentos» (Elspass, 2012), no solo con el cometido de exigir mayor profundidad teórica a dicho modelo y categoría, respectivamente, sino también para problematizar la concepción de normatividad subyacente en ambos.
Inspirada en Haugen (1966), la perspectiva «normas y usos» ha imaginado el proceso estandarizador como un ejercicio planificador ejecutado desde arriba, es decir, por grupos de poder, y como un cambio lingüístico teleológico impulsado por operaciones de selección, codificación, elaboración y aceptación. Las normas corresponden, grosso modo, al resultado de los procesos de selección y codificación, relativos al aspecto formal de la estandarización, a través de los cuales los planificadores —a veces organizados en forma de academias de la lengua— seleccionan y favorecen una variedad lingüística por sobre otras para su selección como estándar y, con ello, intentan reducir su variación formal a través de ortografías, gramáticas y diccionarios. Los usos, por su parte, corresponden a las prácticas, regionales o vernaculares, potencialmente afectadas por la acción de dichas «normas» estándar. Se subentiende en este modelo que, a diferencia de las «normas», los «usos» se relacionan con el aspecto funcional de la estandarización, vinculado con la diseminación y aceptación social del estándar impuesto. El examen de las normas en relación con su influencia y/o influjo en los usos es central en esta perspectiva (Rutten y Vosters, 2021).
Cabe señalar que la historiografía de perspectiva glotopolítica ha dedicado importantes esfuerzos al estudio de los procesos codificadores, en el marco de la emergencia del estado-nación moderno (Arnoux, 2008; Del Valle, 2015; Rojas, 2015; Villa, 2010, solo por mencionar algunas). Sin embargo, tal como Urla señaló en este anuario, «nuestro trabajo en glotopolítica puede hacer más que rastrear la producción y reproducción de la normatividad y la ideología lingüística monoglósica en la gobernanza del lenguaje» (2021: 39). En línea con lo anterior, esta propuesta profundiza en el proceso de aceptación de las normas estándar e ideologías que las acompañan entre los hablantes/escribientes y focaliza críticamente las diversas instancias de negociación que surgen a raíz del contacto con regímenes de normatividad hegemónicos, y que son rastreables a través de las funciones indiciales de las opciones lingüísticas. Si el modelo «normas y usos» examina tal relación normativa de manera unidireccional y siempre orientada hacia el estándar, en esta propuesta conceptualizamos ese contacto como un espacio de tensión heteroglósica.
Para lo anterior, es necesario abandonar la perspectiva del lingüista especialista, es decir, la mirada externa en el examen de estos procesos y adoptar, en su lugar, la de los propios hablantes/escribientes, lo cual es posible gracias al abordaje etnográfico de las prácticas discursivas (Zavala, 2020). Proponemos que en el caso de estudios en el pasado, la perspectiva etnográfica es recreable a partir del análisis de documentación histórica solo en la medida en que esta última es entendida como práctica social y no como mera fuente de documentación lingüística. Dado que nuestro interés es examinar las funciones sociales del estándar en prácticas lingüísticas concretas, promovemos una glotopolítica de la interacción (Guespin y Marcellesi, 1986), para así señalar no solo la reproducción de la ideología monoglósica que se pueda observar a través de las prácticas, sino también y, especialmente, los desafíos a estas ideologías (Urla, 2021).
Rutten, Krogull y Shoemaker (2020) han ofrecido recientemente directrices metodológicas para aproximarse al problema de la implementación y aceptación del estándar en el pasado, y aseguran que la escasez de estudios «empíricos» abocados a este componente crucial de la estandarización ha dificultado el surgimiento de nuevas preguntas. Ahora bien, antes que plantear nuevas preguntas, resulta urgente revisar las que ya existen por medio de un ejercicio crítico que interrogue los fundamentos y categorías teóricas a través de las cuales se ha imaginado la estandarización en sociolingüística histórica variacionista, puesto que estos descansan en «a set of unanalyzed assumptions that are conditioned by the standard ideology» (Milroy, 2001: 545). De esta manera, evitaremos contribuir a la reproducción de prejuicios y sesgos ideológicos en la propia práctica intelectual del lingüista quien, tal como cualquier hablante/escribiente, difícilmente puede escapar de su inscripción social en culturas de la lengua estándar.
1. Estandarización
Como señalamos en la introducción, la matriz haugeniana ha sido central en los estudios de sociolingüística histórica de corte variacionista para explicar el desarrollo histórico de la estandarización, en el marco de la conformación del estado-nación moderno (cf. Deumert y Vandenbussche, 2003). En su propuesta de 1966, Haugen entiende el proceso estandarizador como una intervención lingüística «desde arriba», de la cual es responsable una élite o grupo privilegiado (925), organizado en cuatro etapas: selección y codificación, relacionadas con la dimensión formal de la norma estándar, y elaboración y aceptación, vinculadas al aspecto funcional de esta. En su visión, estas etapas «form a matrix within which it should be possible to discuss all the major problems of language and dialect in the life of a nation» (933). Si bien la direccionalidad «desde arriba» no es la única explicativa de los procesos estandarizadores (cf. Joseph 1987; Tuten 2003; Elspass, 2021), es la que analizaremos más en detalle puesto que ha sido reproducida por Labov (1972, 1994) y, por tanto, ha gozado de mayor atención y desarrollo en la sociolingüística histórica4.
Los estudios sociolingüísticos de perspectiva histórica han interpretado los procesos modernos de estandarización lingüística, siguiendo la matriz propuesta por Haugen, como un tipo específico de cambio lingüístico «desde arriba» (Deumert & Vandenbussche, 2003: 1), y se han preguntado, particularmente, cómo las variedades vernaculares se convirtieron en lenguas estándar (Joseph et al., 2020: 169). De acuerdo con Labov (1972), los cambios desde arriba pueden entenderse como «the overt process of social correction applied to individual linguistic forms» (123) y, por consecuencia, la sociolingüística histórica ha desarrollado una división conceptual entre norma y uso («the norms-and-usage divide», Elspass, 2020: 284; Rutten, Vosters y Vandenbussche., 2014), un enfoque a través del cual se pretende determinar en qué medida los patrones de variación y cambio lingüístico observables en el uso de los hablantes revelan influencia y/o efecto de la prescripción hecha desde arriba.
De acuerdo con este modelo, los ámbitos de las «normas y usos» sirven para organizar la realidad heteroglósica del lenguaje en dos tipos de normas: normas codificadas, las cuales resultan del proceso de selección y codificación, i.e. la fijación de las formas gramaticales, léxicas y fonológicas del estándar en instrumentos lingüísticos como gramáticas, diccionarios y materiales de alfabetización; y normas de uso, correspondientes a los patrones de uso influenciados por el proceso de implementación, i.e. la aceptación y diseminación de la norma estándar a lo largo de la comunidad, y que ocurre principalmente a través de instituciones educativas. Las normas codificadas, impuestas desde arriba, son concebidas «[as] an abstract gramatical system of normative forms» (Bakhtan, 1981 [1935]: 288), cuyos efectos se observarían en el uso lingüístico de los grupos medios bajos y bajos de la sociedad, quienes orientarían sus usos lingüísticos hacia dichas normas estándar. El presupuesto subyacente señala que «prescriptive norms are only truly effective if they develop into community norms» (Rutten et al., 2020: 259), por lo tanto, la efectividad de las normas y cómo se diseminan socialmente es una preocupación central de esta perspectiva. Tal como Joseph, Rutten y Vosters (2020) afirman: «Top-down interference with language can certainly be found in historical contexts, though it remains to be seen to what extent language users felt the need to comply with superimposed norms» (174).
La propuesta de la perspectiva «normas y usos» es problemática en cuanto a la direccionalidad del cambio lingüístico que implica, puesto que se conceptualizan en relación con el estándar (Silverstein, 1996: 284). Por lo tanto, de sus presupuestos se subentiende que «a standard variety is first recognized as definitive and central» (Milroy, 2001: 534). Si retomamos la distinción entre «lengua» y «vernacular» (o «dialecto») en la reflexión de Haugen, existe una relación icónica entre normas, lengua y élite, y entre uso, vernacular y «clase baja» (lower-class), que es reproducida tal cual en «normas y usos». Tal como Haugen reconoce: «This results from the de facto development of a standard language, with all the segregation of an élite and the pyramidal power structure that it has usually implied» (1966: 925). Las formas estándar, se subentiende, se concentran en la cúpula de la pirámide social mientras que todo lo que está «fuera de la lengua» es evaluado como no estándar.
En línea con lo anterior, el modelo «normas y usos» organiza el universo sociolingüístico «within this standard/non-standard class-based [opposition]» (Milroy, 2001: 533), lo cual es afín a los estudios labovianos que, contemporáneamente a Haugen, demostraban que la variación reflejaba un patrón de estratificación socioeconómica en situaciones sociolingüísticas dominadas por la cultura de la lengua estándar (Labov 1972: 132; Eckert, 2012: 88). En términos generales, el variacionismo suponía que en los eslabones más bajos hay más variación y uso de formas «no estándar», y que estas formas «no-estándar» disminuyen a medida que nos movemos hacia la punta de la pirámide social y, por tanto, nos acercamos al habla de la élite o de las personas educadas. La normatividad del lenguaje es unidireccional «arriba-abajo», y los usos lingüísticos de los hablantes/escribientes se orientan siempre hacia el estándar, lo cual explica que la agencia esté reducida a la mera auto-corrección, como implica la preocupación central del modelo normas y usos, puesto que los hablantes/escribientes sienten la necesidad de orientar sus usos al estándar, en tanto que son sensibles a la variación lingüística de clase5. De allí la pregunta central de la perspectiva: «…it remains to be seen to what extent language users felt the need to comply with superimposed norms». La conciencia del hablante/escribiente queda reducida a las actitudes, cuyo estudio ha sido descartado en el modelo a causa de la imposibilidad de acceder a los sujetos en el pasado, y queda fuera de cualquier consideración respecto al posible rol de las ideologías en el cambio lingüístico (Irvine y Gal, 2000: 47). Dejando de lado la dimensión actitudinal, «patterns of variation and change may reveal the influence of norms and prescriptions on language users» (Rutten, Krogull y Schoemaker, 2020: 263).
Son, en gran medida, estos supuestos teóricos los que subyacen a la división entre normas y usos, y que han obstaculizado reflexiones en torno a la direccionalidad del cambio lingüístico por fuera de la organización jerárquica de la variación. Estos supuestos han llevado a la sociolingüística histórica variacionista a la reproducción acrítica de la ideología de la lengua estándar, en la medida en que reduce las múltiples fuerzas normativas que operan en el lenguaje al eje de diferenciación estándar / no estándar, contribuyendo a la estigmatización de las formas vernaculares presentes en los así llamados ego-documentos (Elspass, 2012), considerados hasta ahora como la base documental idónea para examinar la estandarización en el pasado, como veremos en la siguiente sección. De la misma manera, se imponen al análisis de las lenguas del pasado categorías modernas (estándar / no estándar), sin considerar los valores socialmente inscritos de la alfabetización.
Problematizar la concepción de la normatividad subyacente a la perspectiva «normas y usos» implica, como ha afirmado Del Valle (2020), abordar a Haugen más allá de su matriz «en cuatro etapas», y adentrarse en su visión del lenguaje como problema inherentemente normativo6. Absolutamente consciente de la heterogeneidad del lenguaje y de la impronta manipulativa de la planificación lingüística, Haugen afirmó en un trabajo posterior a 1966 que el corazón de ella es «the exercise of judgment in the form of choices among available linguistic forms» (1972: 512). Si el lenguaje es variable y varía entre hablantes a lo largo de la vida social, como habían afirmado Weinreich, Labov y Herzog (1968), entonces, «we can speak of L[inguistic]P[lanning] as an attempt to influence these choices» (512).7 Tales influencias estarían mediadas por esquemas de evaluación que suponen estándares frente a los cuales se evalúan las innovaciones asociadas al cambio lingüístico impuesto desde arriba. Estos esquemas han sido teorizados por Del Valle y Arnoux (2010) como regímenes de normatividad lingüística, concepto al que también volveremos en seguida. Cabe señalar que aunque la matriz explicativa «en etapas» gozó de mayor desarrollo en el pensamiento de Haugen, este sí fue consciente de que dichos procedimientos respondían a condicionantes ideológicos regulatorios de las prácticas lingüísticas, aunque la mayor teorización del aspecto ideológico de la estandarización se le ha concedido a Milroy y Milroy (2012).
El reconocimiento de la conciencia metalingüística de los hablantes/escribientes («the exercise of judgment…»), junto con la apertura hacia la pluralidad lingüística que se vislumbra en la forma en que Haugen define la acción de la planificación lingüística es, en nuestra visión, un reconocimiento a la heteroglosia en la que operan los individuos cuyos repertorios buscan influenciarse. Tal como Bajtín reconoció: «the centripetal forces of the life of language, embodied in a «unitary language», operate in the midst of heteroglossia» (1981 [1935]: 271). De esta manera, en lugar de orientar la conciencia metalingüística y los usos exclusivamente hacia un sistema abstracto y absoluto de normas codificadas —hacia la unidad—, como imagina el modelo ‘normas y usos’, los hablantes se posicionan activamente en entramados de fuerzas sociales juxtapuestas, complementarias y contradictorias —la heteroglosia—. Todas aquellas fuerzas normativas «encounter one another and co-exist in the consciousness of real people» (292) […] «facing the necessity of having to choose a language» (Bajtín 1981 [1935]: 295).
Tal como Del Valle hizo notar en su lectura a contrapelo de Haugen (2020: 313), la consideración de la agencia en el proceso de estandarización no permite pensarlo como un ejercicio exclusivo de imposición normativa vertical, de arriba hacia abajo, sino que resulta más conveniente pensarlo como un eje vertical de poder que entra en conflicto o en tensión con el ejercicio reticular del poder por parte de los hablantes, cuyas decisiones lingüísticas pueden siempre, potencialmente, escapar o resistir a las fuerzas de regulación oficial. Y es que, de nuevo de acuerdo con Del Valle, Haugen estuvo completamente consciente de la naturaleza ideológica y negociada del proceso estandarizador y, por tanto, otorgó a los hablantes el poder de tener la última palabra frente a las decisiones normativas de los planificadores: «In the end, the decisions are made by the users of the language, the ultimate decision-makers» (Haugen, 1972: 524). Como se desprende de lo anterior, Haugen otorga primacía a la agencia de los hablantes/escribientes en los procesos estandarizadores y reconoce el rol de la conciencia metalingüística en materia de opción/decisión lingüística.
Por tanto, tratándose de una cuestión de opción lingüística, se subentiende que Haugen reconoció, por una parte, los repertorios plurilingües de los hablantes, es decir, la heteroglosia compuesta por «available linguistic forms» y, por otra, las acciones normativas que buscan influenciar sus decisiones lingüísticas. Reconocido el repertorio y su estatus normativo, así como las limitaciones de la planificación y las redes reticulares de poder que ejercen los hablantes en cada opción lingüística, es plausible pensar que es precisamente en esas prácticas en donde podemos comenzar a rastrear los desafíos y limitaciones a la norma que se intenta imponer. En la medida en que la estandarización es un intento por influenciar decisiones normativas, no puede desconocerse del proceso la agencia del hablante en la toma de dichas decisiones, a través de las cuales, como pretendemos demostrar, este es capaz de producir una voz, la huella de un posicionamiento normativo heteroglósico, que puede reproducir la normatividad dominante o puede, en el mejor de los casos, desafiarla e iluminar sus limitaciones: «¿Qué se vuelve imaginable [para el estudio de la estandarización en sociolingüística histórica TAV] cuando adoptamos una visión crítica heteroglósica del lenguaje y la condición del hablante?» (Urla, 2021: 39 en Rosa y Flores, 2015) es la pregunta que guía la reflexión en los apartados siguientes.
2. Repertorios
A propósito de la crítica a la direccionalidad de la normatividad que impone el modelo ‘normas y usos’, señalamos el reconocimiento que Haugen hace de los repertorios plurilingües de los hablantes/escribientes y de cómo la planificación lingüística intenta regular su utilización a través de esquemas de evaluación. Del Valle y Arnoux (2010) los han llamado regímenes de valor lingüístico, entendidos como sistemas ideológicos socioculturalmente situados que asignan valores diferentes a los usos del lenguaje. En esta sección queremos demostrar por qué la sociolingüística histórica de corte variacionista no ha sido capaz de capturar la fluidez del uso lingüístico inscrito en regímenes de normatividad lingüística hegemónicos —como el estándar—, y evaluamos en qué medida los aportes teóricos de la tercera ola del variacionismo (Eckert, 2008, 2018) pueden dar cuenta de los posicionamientos ideológicos que resultan de las opciones lingüísticas y sus valores indiciales. Para lo anterior, lo primero es revisar el concepto de ego-documentos elaborado por Elspass (2012), puesto que este tipo de documentación se ha concebido como un eslabón sine qua non para evaluar la aceptación de la norma estándar en el proceso de implementación, bajo el supuesto de que «variational patterns that move in the direction of prescribed forms may indicate increased acceptance of these forms» (Rutten, Krogull y Schoemaker, 2020: 262).
Cabe señalar que la propuesta teórica y metodológica de los ego-documentos se inscribe en un proyecto mayor que busca ampliar las perspectivas a través de las cuales se ha estudiado el desarrollo histórico de las lenguas modernas europeas, las cuales desde el siglo XIX y gran parte del siglo XX se han basado en textos literarios y/o escritos por autores cultos y, por tanto, son más representativos de la historia de la norma estándar que del discurso natural en el que tiene lugar la auténtica, espontánea y sistemática variación, es decir, el vernacular (Elspass, 2012; Milroy, 2002; Watts, 2015). Si recordamos la estructura social piramidal identificada por Haugen en la sección anterior, se podría decir que la lingüística histórica tradicional ha basado sus recuentos en textos escritos por la cúpula letrada representativa de la clase alta de la sociedad. Esta perspectiva ha sido denominada como «historia de la lengua desde arriba» frente a la cual se opone la «historia desde abajo», promovida con el análisis de los ego-documentos: «This approach implies a change of perspective from a “bird eye” to a “worm’s eye” view» (Elspass, 2012: 160). Sin embargo, aun cuando este esfuerzo abre la posibilidad de contar historias alternativas de las lenguas modernas, «in their full varietal spectra» (Elspass, 2012: 162), la estructura piramidal que organiza el universo sociolingüístico, la normatividad y el poder social permanece intacta.
Los ego-documentos son textos producidos en la esfera privada por los así llamados autores semicultos –comúnmente sobreentendidos como autores de poca formación educativa y poco influenciados por modelos de escritura–, siendo las cartas y diarios personales sus mejores representantes. Se los considera de utilidad especial para el estudio de la variación y el cambio lingüístico desde una perspectiva diacrónica. Bajo el presupuesto teórico de que la variación y el cambio lingüístico ocurren típicamente en el discurso oral (Milroy, 2002), Elspass (2020) propone utilizar como base para la elaboración de historias de la estandarización fuentes escritas que representen la oralidad histórica («historical speech») o lo que Oesterreicher (1996) y Koch y Oesterreicher (2007) denominan «lo hablado en lo escrito», i.e. un registro conceptualmente oral, menos planificado e influenciado por tradiciones de la lengua escrita o también llamada «de la distancia». La lengua de la inmediatez, en su opinión, corresponde a «the place where language variation and change occur, typically, inherently, and daily» (Elspass, 2012: 160). Por ese motivo, el modelo ‘normas y usos’ ha considerado estas fuentes como un lugar idóneo para observar la influencia de la prescripción en el uso lingüístico.
Desde el punto de vista de las normas, Oesterreicher (1996) afirma que la manifestación de la variación diatópica, diastrática y diafásica, así como la variedad estándar misma, está condicionada por «lo hablado» y «lo escrito», señalando que «por regla general, solo una determinada variante se utiliza en la distancia comunicativa y en la escritura» (322), a saber, la de la variedad estándar, mientras que hay variantes de la lengua, —las subestándar, se entiende— que «solo se emplean en el dominio de la inmediatez comunicativa» (323).8 Bajo esta lógica, Oesterreicher evalúa los géneros discursivos representativos de «lo hablado en lo escrito», como los ego-documentos, como textos que «contiene[n], por regla general, construcciones y elementos que normalmente solo se utilizan en el ámbito de la inmediatez comunicativa» (325). Dado que dichos elementos son exógenos a «lo escrito», su manifestación en la escritura es interpretada desde la perspectiva del déficit, puesto que quien escribe o dicta, es decir, el autor semiculto, «no conoce suficientemente ni la variedad lingüística exigida por el género respectivo», entiéndase, la norma estándar, «ni las reglas discursivas para la estructuración del texto» y, por tanto, «esta inseguridad en el manejo de las normas lingüísticas y discursivas provoca ultracorrecciones» (325).
Es esta misma perspectiva del déficit, mediada por el eje de diferenciación estándar / no estándar, de la que depende la propuesta de Oesterreicher y en la que se basa la caracterización de los ego-documentos. Y es la que lleva a Elspass a afirmar que «in symmetrical written communication […] grammatical correctness, spelling, or particular sets of formulae were not crucial to a successful communicational act» (158) o que «[f]or the production of texts for personal needs, a knowledge of different registers of writing was not necessary» (159). Como efecto de los presupuestos anteriores, los ego-documentos son concebidos como repositorios de usos lingüísticos «as locatable only in terms of Standard» (Silverstein, 1996: 287). Hasta aquí el lingüista, desde una perspectiva externa, reproduce la cultura del estándar, imponiendo valores predeterminados y estáticos a la variación que observa en los ego-documentos, los que utiliza como reflejos de sistemas lingüísticos.
En nuestro análisis de cartas familiares escritas por la clase trabajadora chilena a finales del siglo XIX y principios del siglo XX (Avilés, 2022) promovemos una mirada centrada en el actor, o émica, como tradicionalmente se le ha llamado en antropología, para dar cuenta de la manera en que los hablantes «talk about and treat language normatively» (Taylor, 1999: 17), y en la fluidez de significados indiciales que conectan el signo lingüístico con factores contextuales (Kroskrity, 2000: 7). Sostenemos que al adoptar la condición del hablante, es posible centrar la mirada no en las «lenguas», tal como estas han sido inventadas (Makoni & Pennycook, 2007), y reproducidas en modelos teóricos como el de Haugen y sus continuadores, sino en las prácticas de los hablantes, constitutivas de los ego-documentos y de las normas. Desde la perspectiva de los hablantes, normas y usos son consustanciales y su fusión reconoce la naturaleza inherentemente normativa e ideológica del lenguaje (Del Valle, 2017).9
Este ejercicio de revisión y reformulación teórica, que defiende una concepción de los ego-documentos como práctica social, es deudor de la perspectiva de translanguaging desarrollada por Ofelia García. A través de esta lente se plantea que los hablantes/escribientes poseen «one linguistic repertoire from which they select features strategically to communicate effectively» (García y Li Wei, 2014: 22, resaltado propio). Rescatamos de sus planteamientos dos principios que resultan útiles para nuestra reflexión: en primer lugar, translanguaging toma como punto de partida las prácticas lingüísticas y, por tanto, posiciona al hablante en el proceso de la interacción: «A translanguaging approach […] extends the repertoire of semiotic practices of individuals and transforms them into dynamic mobile resources that can adapt to global and local sociolinguistic situations» (18). En segundo lugar, tan relevante como la centralidad del hablante/escribiente y sus prácticas, García mantiene que translanguaging también reconoce la construcción social de las lenguas en las que los hablantes operan, especificando que al translenguar los hablantes/escribientes «select features from their entire semiotic repertoire, and not solely from an inventory that is constrained by societal definitions of what is an appropriate language» (23).
Hemos señalado anteriormente que para Haugen la estandarización fue conceptualizada como «the process of evaluation and choice» (1972: 512) y, por tanto, el autor reconoce a los hablantes/escribientes como poseedores de repertorios plurilingües, así como la existencia de parámetros de evaluación frente a los cuales se valoran sus opciones lingüísticas. En una línea de reflexión afín, García conceptualiza el uso lingüístico como un proceso dinámico de selección, el cual es constreñido por constructos ideológicos en torno a las lenguas y su valor social («…societal definitions of what is an appropriate language»). Podemos entender tales condicionamientos, tal como aparecen en el pensamiento de Haugen y García respectivamente, en términos coherentes con la noción de regímenes de normatividad lingüística (Del Valle y Arnoux, 2010). Para los autores, los regímenes de normatividad corresponden a sistemas ideológicos que asignan valores diferentes a los usos del lenguaje y, como tales, estos esquemas de percepción y evaluación ideológica de las formas lingüísticas se imponen y actúan principalmente desde instituciones. Por ese motivo, algunos de los múltiples regímenes de normatividad que regulan el uso lingüístico se consideran hegemónicos, tal como es el caso de la imposición de la lengua nacional en el contexto de la formación de los estados nacionales (Bourdieu, 1991). Son estos sistemas de normas ideológicas reguladoras de las prácticas lingüísticas a los que, creemos, se refiere García en su conceptualización de translanguaging, y cuya relación con el uso lingüístico situado en los ego-documentos continuaremos explorando en la próxima sección.
Pero antes, queremos dejar planteadas las oportunidades que la reorientación disciplinar de la tercera ola del variacionismo ofrece para superar las vallas que nos limitan a imaginar y analizar el lenguaje, no como un repertorio heteroglósico normativo, sino como «a hierarchically sociolinguistic spectrum with the prestigious standard at the top» (Eckert, 2008 en Joseph, Rutten y Vosters, 2020: 173).10 De esta corriente la principal exponente es Penelope Eckert, quien establece una conexión interdisciplinar entre la sociolingüística variacionista y la antropología lingüística, a través del concepto de indexical fields desarrollado por Michael Silverstein (2003), con el propósito de focalizar la atención de los análisis sociolingüísticos de corte variacionista «on the social meaning of variation», un propósito que ha quedado subordinado en los estudios cuantitativos «[b]y viewing the social as a fixed and external structure that is only reflected in linguistic variability» (Eckert, 2008: 453). El estilo (style), sostiene Eckert, reconceptualizado sobre la base de una teoría indicial del lenguaje, es el lugar idóneo para analizar el significado social, puesto que «[d]ifferent ways of saying things [by the stylistic agent] are intended to signal different ways of being» (2008: 456). Esta visión la aleja, de una manera consciente, de ideologías del estándar subyacentes al correlacionismo que conciben los estilos como «different ways of saying the same thing», esto es, normas referenciales socialmente diferenciadas (Silverstein, 1996: 285).
La propuesta de Eckert critica el supuesto de que el significado de las variables, en tanto componentes de estilos, son un reflejo de categorías sociológicas predeterminadas, que marcan la pertenencia de los hablantes/escribientes a unas determinadas categorías sociales, y en su lugar sostiene que el significado de las variables no es preciso, fijo o estático, sino que constituye «a field of potential meanings —an indexical field, or constellation of ideologically related meanings, any one of which can be activated in the situated use of the variable» (454).11 Sin contar con el espacio suficiente para profundizar en la propuesta de Eckert, quisiéramos rescatar de su pensamiento la conceptualización fluida de la variación, el anclaje político económico de su significado y, lo que es más importante, el reconocimiento de la variación como un sistema indicial, «that embeds ideology in language and that is in turn part and parcel of the construction of ideology» (453). Su llamado es a integrar el estudio de la variación y del lenguaje, en general, a una teoría del lenguaje como práctica social que, por tanto, dirigirá la atención del análisis hacia «the local indexical work that speakers do with variation» (453). Tomar como punto de partida el significado interactivo de las variables ha implicado el desplazamiento de la perspectiva desde la cual las analizamos —implica una visión desde dentro—.
De esta manera, si volvemos al problema de la estandarización, el objetivo ya no es (o no solo) demostrar cuándo los hablantes ajustan o adaptan sus usos lingüísticos al estándar, puesto que «even if standardization is a top-down phenomenon, language users are not all expected anymore, theoretically nor empirically, to model their behaviour after normative pressures from above» (Joseph, Rutten y Vosters 2020: 173-174). En el marco de la tercera ola, lo social «is a meaning-making enterprise» (Eckert 2008: 472), por lo tanto, un análisis de los procesos de estandarización a través de ego-documentos permitiría examinar, por ejemplo, cómo los hablantes/escribientes asignan significado a variables socialmente diferenciadas en el proceso de implementación, pues tal como afirma Labov, todo cambio lingüístico implica variación, sin embargo, «[o]nly when social meaning is assigned to such variations will they be imitated and begin to play a role in the language» (1972: 23). Recientemente, Rutten y Vosters (2021: 84) han reconocido que para determinar el grado en que las normas que son prescritas e impuestas «de arriba-abajo» influencian la práctica lingüística hay que considerar diversos criterios, incluyendo el funcionamiento de la indicialidad. Con su consideración, las variables pueden examinarse como «a site for political […] identity work» (84). Es aquí donde resuena la propuesta de Del Valle (2020), que nos invita a imaginar el contacto con el régimen normativo hegemónico como un enfrentamiento reticular y vertical simultáneo, tal como Bajtín lo imaginó, «as a contradiction-ridden, tension-filled unity of two embattled tendencies in the life of language» (1981 [1935]: 272). Intentaremos ilustrar dichas tensiones normativas con el análisis de un ego-documento chileno de principios del siglo XX.
Voz
En mi tesis doctoral defiendo una concepción de los ego-documentos como un espacio de conflicto o tensión normativa, en el que tiene lugar un proceso de negociación de normas rastreable a través de las opciones lingüísticas y sus funciones indiciales (Avilés, 2022). Se ha reconocido que durante el siglo XIX tuvo lugar en Chile un proceso estandarizador (Cartagena, 2002; Matus, Dargham y Samaniego, 1992), a través del cual se impuso un régimen normativo hegemónico basado en una norma lingüística de marcado carácter peninsular, academicista y clasicista (Rojas, Avilés y Villarroel, 2021). En el marco de dicho proceso, analizo un corpus de cartas familiares (o ego-documentos) escritas por soldados, mineros y sus respectivas mujeres, a quienes concibo como alfabetizados recientes, en un contexto de intensas transformaciones socioeconómicas a raíz de la complejización capitalista de la economía nacional y la modernización del estado-nación. Este proceso incluyó la organización del sistema educativo primario, proyectos masivos de alfabetización y la imposición de la lengua oficial (Bourdieu, 1991), que trajo consigo, además de la estigmatización del habla local, la invisibilización de la realidad multilingüe del territorio.
Ahora bien, el análisis de la carta como un espacio de pluralidad normativa en tensión en contextos de estandarización requiere del abandono de una teoría que privilegie el papel explicativo de los estándares externos, reproduciendo así la ideología de la lengua estándar e imponiendo la visión del déficit en el análisis lingüístico. Frente a este abordaje, proponemos un análisis centrado en la perspectiva de los propios hablantes/escribientes y, con ello, un estudio del significado social de las prácticas lingüísticas a través de sus propias visiones y posicionamientos. Como intentamos demostrar en aquella tesis, los repertorios normativos movilizados en las cartas proyectan subjetividades y participan de la construcción lingüística de la persona social, es decir, de la voz (Keane, 2000), a través de la cual se expresan «ideas about social relationships and personhood, identity and affect» (Makihara y Schieffelin, 2007: 7). De acuerdo con García y Li Wei (2014), «[w]riters translanguage to make sense of themselves and their audience» (26). Eckert (2008), por su parte, señala: «we connect linguistic styles […] with the kind of ideological constructions that speakers share and interpret and that thereby populate the social imagination» (456).
Creemos que la mejor manera de ilustrar estos planteamientos es a través de la comparación entre nuestra propuesta y el tipo de análisis que se ha venido realizando en sociolingüística histórica variacionista de los ego-documentos en contextos de estandarización en el marco del modelo «normas y usos». Aun cuando las propuestas actuales reconocen la naturaleza ideológica y metalingüística de los procesos estandarizadores (Rutten y Vosters, 2021), la interpretación de la variación observada en los ego-documentos sigue respondiendo a los principios teóricos del correlacionismo, que hemos comentado en las secciones anteriores. Para lo anterior, analizamos una carta escrita por Domingo Molina, probablemente localizado en Alto Caleta Buena (Tarapacá, Chile), dirigida a Bonifacio Guardia, quien se encontraba en la oficina salitrera San Lorenzo (Tarapacá, Chile). La carta es del 23 de agosto de 1905 y fue escrita en pleno boom de la economía salitrera, poco antes de las crisis económicas asociadas a la Primera Guerra Mundial (edición en Avilés, 2016).
1. Señor Bonifasio Guardia
2. Mi mui apresiado i querido amigo
3. tengo el honor de saludarloU
4. i al resivo de esta que se encuentre usteU i familia gosando de una completa salu que yo quedo bueno a sus ordenes
5. amigo querido que aviV sido
6. no aU sido capas de aveme escrito cuando seU vino del alto
7. o seU encuentra agarviado conmigo
8. disculpe la mala i formada letra
9. el disio[c]ho 18 de setienvre lo espero en el lalto para tomar una copa
10. o sino benre para ca a pasiar amigo
11. memoria a uste i esposa
12. Domingo Molina
En el marco del correlacionismo, el lingüista supone que la carta fue escrita por un sujeto perteneciente a los eslabones bajos de la sociedad, lo cual se puede inferir por la cantidad de rasgos «no-estándar» presentes en la escritura de Domingo, bajo la lógica de que a través del uso lingüístico se puede predecir la posición social y viceversa. En el análisis, el sociolingüista impone el valor «no-estándar» a formas como «uste» [vs. usted] (4), «aveme» [vs. haberme] (6), «pasiar» [vs. pasear] (10), y a la forma voseante «avi sido» [vs. has sido / ha sido] (5). Todos estos rasgos eran característicos y muy comunes de las hablas locales chilenas para el momento en que se construye y reproduce un régimen normativo estándar que, precisamente, impone una norma exógena opuesta a las hablas locales en sus características fonético-fonológicas y morfológicas (Rojas, Avilés y Villarroel, 2021). En la variedad chilena local eran característicos (y lo siguen siendo) los debilitamientos consonánticos implosivos (/-s/, /-d/), la neutralización de ciertas oposiciones fonológicas (/s/-/Ɵ/ /y/-/ʎ/, /l/- /ɾ/), y un sistema de pronombres de tratamiento singular tripartito, que incluía «usted» (uso deferente), «tú» (uso solidario) y «vos» (uso solidario íntimo). Estos rasgos lingüísticos eran todos proscritos por la norma estándar exógena, caracterizada por un consonantismo implosivo conservador, la preservación de las oposiciones fonológicas mencionadas, y un sistema de tratamiento singular bipartito, que no incluía «vos». Dichos usos lingüísticos, como los que se observan en la carta de Domingo, fueron durante el siglo XIX señalados como «vulgares», propios de «[l]a incorrección con que en Chile se habla y escribe la lengua española» (Rodríguez, 1875: i, en Rojas, Avilés y Villarroel, 2021).
De esta manera, el correlacionismo subyacente a la perspectiva ‘normas y usos’ evalúa el uso lingüístico desde una perspectiva del déficit: desde lo que no tienen o no pueden hacer los escritores. En este caso, Domingo no posee un conocimiento suficiente de la norma estándar exigida en la escritura, quizás, debido a sus escasos niveles de educación formal (Elspass, 2012). En ese sentido, Domingo es un autor semiculto, ya que sus usos no-estándar, inapropiados en la escritura, revelan desconocimiento de la norma estándar, apropiada para la escritura. El lingüista interesado en evaluar a través de esta escritura el efecto de las normas prescriptivas asociadas a la estandarización y el forjamiento ideológico de una lengua nacional en Chile sopesará cuantitativamente la evidencia lingüística en base al análisis de ciertas variantes altamente estigmatizadas —previamente seleccionadas en la metodología— y el uso de dichas variantes en una muestra cuantitativamente representativa del uso lingüístico vernacular. Todo con el objetivo de dilucidar cuál ha sido el efecto de dichas normas en los respectivos usos.
Un caso tan interesante como la alternancia en las formas de tratamiento —en la línea 5, de ustedeo a voseo y luego a ustedeo nuevamente— sería explicado como la aparición del vernacular vs. la adecuación al estándar. Quien escribe mantiene un sentido de autocorrección activo en la apertura de la carta, sin embargo, poseído por las emociones —léase como algo negativo—, deja entrever en su escritura el vernacular —forma espontánea, libre de la conciencia correctora— y aparece el voseo, que estaba vigente en el habla de la época, aunque fuertemente estigmatizado tanto en la oralidad como en la escritura, según se observa en metadiscursos de la época. La conciencia de autocorrección se reactiva nuevamente y este lapsus es sobreseído por el retorno a la forma de tratamiento ustedeante, considerada en la época la única apropiada en la escritura, según revelan los manuales de escritura epistolar que hemos podido revisar. La normatividad es unidireccional y se orienta exclusivamente hacia el estándar, mientras que la agencia se reduce a la atención que los hablantes/escribientes prestan a la escritura. Sin dar importancia a reflexiones metalingüísticas como la presente en la línea 8, el analista examinaría aisladamente los patrones de variación observados en la muestra para posteriormente elucubrar en qué medida Domingo sintió la necesidad de ajustar sus usos a la norma.12
Como hemos señalado en el desarrollo de estas reflexiones, nuestro interés es profundizar en las funciones sociales y políticas del estándar en la interacción, en general, y en la epistolar íntima, en particular. Creemos que tan importante como indagar en los momentos en que los hablantes/escribientes orientan sus usos lingüísticos al régimen normativo hegemónico es analizar aquellos en que esto no ocurre: ¿en qué ocasiones los hablantes/escribientes no sienten la necesidad de orientar sus usos lingüísticos a las normas superimpuestas?
En nuestra investigación, inspirada por los desarrollos teóricos de García y Eckert, respectivamente, así como en una aproximación etnográfica a las prácticas sociales (Zavala, 2020), entendemos la carta de Domingo como un espacio de interacción y negociación social o, siguiendo a Narvaja de Arnoux (2014), como una escena glotopolítica. Según la autora, las escenas glotopolíticas son «situaciones de conflicto propias de un determinado momento histórico motivadas por cambios en las relaciones de poder, transformaciones económicas, políticas y/o tecnológicas» (10-11). En nuestro caso, esta situación de conflicto es mediada por la introducción de la lecto-escritura y las ideologías de la lengua estándar asociadas a esta tecnología en un sector social que se enfrentaba, quizás por primera vez, a una forma de comunicación que trascendía la oralidad (Serrano, Rengifo y Ponce de León, 2012). La escena glotopolítica focaliza el contacto de los repertorios lingüísticos de los hablantes/escribientes con la lecto-escritura así como con las ideologías prescriptivas asociadas a su enseñanza y aprendizaje, y la consecuente incorporación de dicha tecnología a los repertorios comunicativos previos.
La estandarización o, como es preferible en este ensayo, el forjamiento y reproducción ideológica de regímenes de normatividad hegemónicos, no puede reducirse a un cambio lingüístico impuesto desde arriba que los hablantes/escribientes adoptan así sin más, sino que es también un problema de literacy (Heller y McElhinny, 2017) y, por tanto, deben considerarse las ideologías lingüísticas asociadas a la tecnología por parte de quien la introduce y de quien la recibe e incorpora a los repertorios comunicativos propios (Besnier, 1995; Makihara y Schieffelin, 2007). Esta forma de complejizar el problema permite focalizar en las cartas huellas de estos procesos de contacto, abriendo el análisis a las creencias e ideologías en torno al lenguaje que se expresan como efecto de dichos encuentros. Volvamos a la carta de Domingo, ahora conceptualizada como una escena glotopolítica:
1. Señor Bonifasio Guardia
2. Mi mui apresiado i querido amigo
3. tengo el honor de saludarloU
4. i al resivo de esta que se encuentre usteU i familia gosando de una completa salu que yo quedo bueno a sus ordenes
5. amigo querido que aviV sido
6. no aU sido capas de aveme escrito cuando seU vino del alto
7. o seU encuentra agarviado conmigo
8. disculpe la mala i formada letra
9. el disio[c]ho 18 de setienvre lo espero en el lalto para tomar una copa
10. o sino benre para ca a pasiar amigo
11. memoria a uste i esposa
12. Domingo Molina
La carta de Domingo constituye ahora un despliegue o movilización de determinadas variables socialmente diferenciadas por el régimen de normatividad lingüística hegemónico, con funciones específicas en la interacción. Se trata de un conflicto ideológico entre la lengua nacional y el habla local, puesto que la alfabetización implicó el encuentro conflictivo entre una norma exógena y una local, de lo cual puede ser indicio la alternancia pronominal en las líneas 5-6, entre ustedeo y voseo. Nuestro análisis de silabarios de la época muestra que la lectoescritura movilizó el ideologema «escríbese como se pronuncia, pronúnciase como se escribe»; sin embargo, el modelo normativo promovido no era el local, caracterizado por rasgos de debilitamiento consonántico, la tendencia antihiática y el uso de voseo verbal, sino la norma antes descrita, que no poseía estos rasgos.
Todos los datos historiográficos con los que cuento me hacen suponer que el aprendizaje de la lectoescritura ocurrió en la escuela. Desde una perspectiva sociolingüística, si se tiene en cuenta la normatividad asociada a la tecnología de la escritura, en conjunto con las prácticas pedagógicas alfabetizadoras de la época, parece evidente que sujetos como Domingo no solo aprendieron en la escuela a leer y escribir cartas, sino que además estuvieron una temporada importante para interiorizar inseguridad lingüística, como se observa en la reflexión metalingüística de la línea 8. Esta fórmula se refiere a la caligrafía, método ampliamente utilizado en la enseñanza de la escritura y que establecía otros criterios de valoración del estándar, asociados a la forma del trazado y, en definitiva, a la estética de la escritura.13
Si se analiza el uso de las formas de tratamiento, en casi todos los casos Domingo utiliza el ustedeo, la forma «civilizada» de tratamiento según los preceptores y que, además, está presente en los modelos de escritura de cartas utilizados en la escuela. En cambio, Domingo emplea el voseo verbal solo en una ocasión. ¿Se trata de un semiculto, tal como la disciplina lo ha entendido? Creemos que no, puesto que las señas de inculcación de la ideología estándar son evidentes en sus opciones lingüísticas y en su reflexión metalingüística. Por lo tanto, a la pregunta por la influencia del estándar, planteamos como contraparte cuánto y cómo los escribientes internalizaron la ideología que lo acompañaba, cuestión que hasta ahora no ha llamado la atención del estudio variacionista histórico (cf. Cameron, 2012: 14-15).
La pregunta que queda es por qué en determinados momentos de la carta no utiliza las formas del estándar. El lingüista apegado al correlacionismo diría que Domingo no sabe lo suficiente. En realidad, la evidencia que he comentado demuestra que sí sabe y, sin embargo, en el contexto inmediato de la interacción pareciera que el voseo le es más útil a los fines comunicativos: por eso lo selecciona. Me pregunto qué función comunicativa está en juego en la utilización de formas socialmente valoradas como estándar y no-estándar por el régimen de normatividad hegemónico, bajo el supuesto de que cada variable se asocia ideológicamente con diferentes formas de ser y estar en el mundo social.
Mi interpretación de este caso sostiene que el estándar y sus valores de modernidad, progreso y civilización asociados no son suficientes para la preservación de vínculos afectivos en la distancia. Es precisamente en el momento en que Domingo interpela a Bonifacio en que moviliza el voseo verbal, puesto que este último no ha respondido, poniendo en tela de juicio la amistad. Esta forma de tratamiento le permite crear o, quizás, recuperar una atmósfera afectiva e íntima que, en conjunto con las otras formas vernaculares de su repertorio, permiten entre interlocutores un proceso de identificación lingüística, que no es posible a través de la voz anónima del estándar (Woolard, 2016).
En este tipo de alternancia se fragua una identidad local en disputa, a través de la movilización del voseo, aquella forma de tratamiento estigmatizada y erradicada del estándar y, al mismo tiempo, se pone en jaque la subjetividad moderna «no voseante» que se buscaba imponer entre estos nuevos escritores, en el marco del proyecto nacional que buscaba integrarlos. A través de la reflexión metalingüística de Domingo se puede interpretar que el estándar tuvo un valor entre ellos, pues era posible que su escritura fuera objeto de escrutinio prescriptivo, pero al mismo tiempo es una norma que no le permite la afectividad requerida por la sociabilidad en la distancia que la escritura intenta mediar. El poder de dominación del estándar es puesto en jaque para la negociación de relaciones íntimas entre interlocutores, y surge una voz bajo la dominación, expresada a través del recurso a repertorios plurilingües, heterogéneos y fluidos. Tal como hooks señalaba: «For in the incorrect usage of words […] was a spirit of rebellion that claimed language as a site of resistance» (1994: 170).
Cierre
La invitación es a conceptualizar la escritura epistolar como un espacio dinámico de tensión heteroglósica y de posicionamientos sociopolíticos. En el marco de procesos históricos de estandarización, es importante no solo examinar cuánto habría influenciado el estándar el comportamiento lingüístico de los escribientes, sino que también cómo ocurren los procesos de inculcación ideológica asociados a dichos procesos sociohistóricos. Lo anterior nos exige posicionar en la escena teórico-analítica al actor social y las múltiples dinámicas de poder en las que opera cotidianamente y visualizar, a partir de sus opciones lingüísticas, las tensiones del encuentro de usos lingüísticos socialmente diferenciados por la ideología de la lengua estándar. En aquellas tensiones emerge la voz como la huella lingüística de una subjetividad experimentadora de cambio lingüístico, social e identitario.
En su reflexión sobre la relación entre el Standard English y el Black-American Vernacular English, la recientemente fallecida bell hooks (1952-2021) señalaba: «When I need to say words that do more than simply mirror or address the dominant reality, I speak black vernacular» (1994: 175). Aunque salvando las distancias, la frase inevitablemente nos remite a la experiencia lingüística de Domingo y de tantos otros y otras que como él pudieron forjar espacios de intimidad al tiempo que de conflicto y, por qué no, de resistencia, frente a la dominación del régimen estándar por medio de la movilización del vernacular. hooks nos recuerda del vínculo indisoluble entre lenguaje y dominación y nos invita a pensar el poder como el motor principal de la producción lingüística. De mayor relevancia epistemológica, quizás, de qué manera cambiar la forma en que imaginamos el lenguaje puede, inevitablemente, transformar aquellas lógicas de desigualdad que estructuran las disciplinas que practicamos.
Es por este motivo que el principio glotopolítico que ha guiado este ejercicio ha sido el de revisar críticamente modelos teóricos y métodos para interrogar su inscripción en la ideología del estándar, con el afán de crear «an awareness of the link between languages and domination» (hooks, 1994: 168), y de cómo el lingüista, en su quehacer intelectual, contribuye a la reproducción de desigualdades y prácticas discriminatorias para con los hablantes/escribientes que estudia. Es necesario recuperar el espíritu crítico fundacional de la sociolingüística en el abordaje de la relación entre lenguaje y sociedad —aquel espíritu del 68 tan bien expuesto en Labov, Herzog y Weinreich— y avanzar hacia una sociolingüística que no reproduzca el estatus quo, social y disciplinar, sino que lo interrogue e ilumine el conflicto y la tensión que lo constituye. El contexto chileno en el que actualmente vivo, así como sus continuidades históricas, lo exigen.
Es imperativo abogar por modelos teóricos que visibilicen al sujeto agente, al actor social, y no por aquellos que anulan su agencia; que den cuenta de la fluidez y heterogeneidad normativa que caracteriza sus repertorios lingüísticos y sus múltiples significados interactivos desde la perspectiva de los hablantes, y no impongan una visión estática, dicotómica y predeterminada de la normatividad; que examinen la relación reticular entre variación y poder con el fin de exponer cómo el lenguaje se instrumentaliza para producir y reproducir la desigualdad social, pero también cómo este puede constituir un recurso para resistir y/o llegar a transformar las estructuras de inequidad sin quedarnos en la mera movilidad social. Por último, debemos abogar por una sociolingüística de la gente y no de los sistemas.
Hace ya un tiempo que la sociolingüística histórica se viene preguntando qué debe contar la disciplina. Sin embargo, no se ha considerado otorgar la voz a los propios hablantes/escribientes para contar la historia de su gente en relación con su lenguaje. Es de esperar que este sea un futuro posible en la subdisciplina; pero para ello, es necesario avanzar en una concepción ideológica y semiótico-funcional del lenguaje, que atienda a las reflexiones metalingüísticas de los hablantes/escribientes así como las funciones que ellos asignan a los usos lingüísticos socialmente diferenciados. Los patrones de variación en sí mismos no pueden dar cuenta del cambio lingüístico, puesto que tal como Guespin y Marcellesi (1986) afirmaron, el cambio lingüístico es también un cambio identitario. El cambio de perspectiva es urgente y ha sido nuestro interés demostrar en este ensayo que las bases teóricas para que esto ocurra ya se encuentran disponibles. Tal como Eckert ha señalado, «[w]hile the larger patterns of variation can profitably be seen in terms of a static social landscape, this is only a distant reflection of what is happening moment to moment on the ground» (Eckert, 2008: 472). Es tiempo de que la sociolingüística histórica deshaga el binomio lengua y habla saussureana y todos sus sucedáneos, incluida la perspectiva «normas y usos».
Agradecimiento
Quisiera agradecer en este ensayo a todas mis profesoras y compañeras del programa doctoral Latin American, Iberian and Latino Cultures con las que tuve la oportunidad de aprender, reflexionar y crecer intelectualmente durante mi estadía en CUNY.
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1 Corresponde a la investigación de la historia de las lenguas que toma las correlaciones entre variación lingüística y las estructuras sociales como elemento explicativo central de la evolución de aquellas. Para una revisión completa de la subdisciplina, véase Auer et al 2015.
2 En esta línea de estudios cabe destacar Crowley, 1995, Del Valle, 1997 y Roberge, 1990, entre otros.
3 Para una mayor discusión en torno a la distinción entre planificación y glotopolítica, véase Del Valle, 2021; Guespin & Marcellesi, 1986; Narvaja de Arnoux, 2014.
4 En Bruselas están presentes ambas lenguas.
5 Según Eckert (2008), la reducción de la agencia a la auto-corrección en el modelo variacionista «keeps the study of variation in the cognitive realm as it determines the amount of attention paid to speech» (456).
6 Para una revisión del concepto de normatividad y la forma en que lo entendemos en este ensayo, véase Del Valle, 2017, en este mismo anuario.
7 En el mismo texto, Haugen afirma: «Normative or prescriptive linguistics may be regarded as a kind of management or manipulation of language» (Haugen, 1972: 511).
8 La asociación icónica del estándar con la escritura también se observa en el pensamiento de Haugen: «It is a significant and probably crucial requirement for a standard language that it be written» (1966: 929).
9 Para una mayor discusión teórica de la normatividad, véase Del Valle (2017), en este mismo Anuario.
10 Según nuestras observaciones, los primeros diálogos entre la sociolingüística histórica y la tercera ola del variacionismo los encontramos en el trabajo de Juan Manuel Hernández Campoy y Tamara García Vidal (2018a y 2018b).
11 Eckert también reconoce que estudios anteriores han señalado que las variables no reflejan categorías sociales, sino que se asocian con posturas lingüísticas (stance) y características que constituyen, por medio de procesos de racionalización ideológica, dichas categorías. Para un planteamiento crítico actual respecto de la postura lingüística, véase Makihara y Rodríguez (2020) en este mismo Anuario.
12 El análisis mejor desarrollado de este tipo de reflexiones metalingüísticas, su frecuencia e interpretación está en Avilés (2022).
13 Un mejor desarrollo de esta propuesta en torno a la enseñanza de la lecto-escritura está en Avilés (2022).