
A Gustavo Petro lo vemos acercarse al micrófono en medio de la multitud, y Francia Márquez, cuyas palabras empezaban a alcanzar alto vuelo tiene que redondear rápidamente lo que está diciendo, aupada por la maestra de ceremonias: “Soy la primera mujer afrodescendiente de Colombia. Soy su vicepresidenta, y quiero presentarles a su presidente Gustavo Petro”, cierra su discurso y le cede así el piso de la conversación al presidente electo, al que vemos sonreír y tomar el micrófono con la mano derecha mientras sostiene en la izquierda un pedazo de papel doblado. Un papel que mira rápidamente mientras empieza a articular sus primeras palabras como presidente electo. Vuelve eventualmente al papel, pero luego de varios minutos y de miradas ocasionales lo guarda en uno de los bolsillos exteriores de su chaqueta y desaparece.
Seguro que no era el discurso escrito y preparado por su equipo de asesores, sino una lista de temas de los cuales hablar; quizás algunas frases claves que decir y repetir para poner a circular en el país, a partir de ahora, en su condición de voz encarnada del poder. ¿O acaso sí era ese pedazo de papel el discurso de aceptación, breve, reposado y directo que el orador decidió archivar en el bolsillo ante la oportunidad de expandirse frente a un auditorio excitado por el triunfo?
Por más de cuarenta minutos, Petro va a hablar de lo que ha venido hablando siempre, del cambio, de la política del amor, de la justicia social, de la transición energética: los puntos claves del programa de gobierno que está escrito y publicado hace semanas en cincuenta páginas de apretada retórica progresista. Un programa de gobierno que, valga destacarlo, descansa sobre un relato histórico de promesas incumplidas. En su discurso, sin embargo, son pocos los momentos donde podemos oírlo hablar como presidente electo. En dos ocasiones aparece la voz del poder bajo la forma de una petición: cuando solicita al Fiscal General de la Nación “que libere a nuestra juventud”, refiriéndose a jóvenes de la “primera línea” (de las protestas sociales del 2019) capturados y enjuiciados en los últimos meses; y cuando le solicita a la Procuradora General de la Nación “que resituya en sus puestos a los alcaldes de elección popular”, en clara alusión al alcade de Medellín (también progresista) destituido recientemente.
A pesar de esos cuarenta minutos al micrófono, creo, el discurso del triunfo quedó pendiente. No puedo decir cuál ni cómo debió ser, aunque me parece que pudo ser un discurso más estructurado y menos improvisado; más preciso, que evadiera los lugares comunes de la oposición; generoso y no necesariamente fundado en el programa ganador; incluso más abarcador, mostrando cómo, si acaso posible, la agenda de los derrotados —que incorporaba temas manidos como la lucha contra la corrupción, el despilfarro y la politiquería— tiene un espacio en el nuevo gobierno.
Las preocupaciones principales de políticos, empresarios, académicos y opinadores nacionales e internacionales es qué va a hacer esta izquierda primeriza como gobierno nacional democráticamente electo, es decir qué será de su mandato en la política económica, en las relaciones internacionales, en la seguridad pública, entre otros temas de alta política estatal. Pero también es oportuno preguntarse cómo va a manejar el discurso en el poder. El discurso, cuya construcción social es más sutil y etérea que la formulación de políticas públicas desde las oficinas del Estado; el discurso, que es la materia prima del cambio sociopolítico y no solo un reflejo de los programas partidistas y las coaliciones electorales. Es decir, ¿cómo este gobierno va a hablar, a comunicar y a transformar a la sociedad nacional con las palabras desde el atril del poder institucional?
La pregunta por el discurso es la pregunta por el destinatario, por el auditorio: ¿A quién le estás hablando? Tras la victoria, para Petro y para Márquez el auditorio cambió en dos sentidos: primero no se dirigen ya únicamente a la base social y demográfica que constituye el factor real, humano e histórico que da forma a su proyecto político y, segundo, no le hablan ya solamente a sus electores, fieles y convencidos, o pragmáticos y coyunturales, sino a una audiencia que es el país. De ahí el lugar común de que en la democracia se gobierna para todos, incluso para los perdedores y para los abstencionistas.
Como recuerdan Perelman y Olbrechts-Tyteca en su Tratado de la Argumentación, con el triunfo electoral viene usualmente un cambio de mentalidad discursiva en el político que “después de años en la oposición se convierte en miembro responsable del gobierno”. No se trata de un cambio súbito de ideología o de convicciones del orador, sino más bien de un cambio de roles resultante de la (trans)formación de nuevos destinatarios del discurso. Lo mismo sucede para quienes fueron antes el gobierno y ahora son la oposición (el uribismo): su auditorio cambió. Qué imagen forjarán y qué medios de persuasión movilizarán gobierno y oposición en este nuevo escenario está por verse, y ese es, a mi juicio, uno de los más emocionantes aspectos de este hito en la historia republicana de Colombia.
Hay dos aspectos uno histórico y otro social de este giro electoral y de sus esperadas realizaciones discursivas que vale la pena comentar. Por una parte, no se puede perder de vista la intrincada historia que en Colombia tienen las cuestiones del lenguaje con el poder. Célebre por una tradición de cultivo de la lengua que dio a finales del siglo XIX una generación de presidentes gramáticos, por décadas la lengua correcta, su estudio y uso, no fue solo medio de distinción social sino instrumento de legitimación del poder político y cultural de una élite letrada blanco-mestiza que se imaginaba escogida por designio divino para gobernar sobre una masa racializada, analfabeta e inculta. Tales ideas sobre la labor política y el discurso político echaron raíces en el país, y por más de un siglo todos los que aspiraron a un trozo del poder tuvieron que mostrar tarde que temprano sus dotes gramaticales y de expresión verbal, o batirse en los terrenos de los asuntos del lenguaje como periodistas, opinadores u oradores.
Por décadas la política profesional se decantó por una visión y unas prácticas conservadoras del discurso público que tenía tan intensa fuerza centrípeta que disolvía los rasgos propios de cada facción o ideología partidista. Dicho de otro modo, en plaza pública todos terminaban hablando igual, o aspirando a articular discursos de un modo más o menos establecido. El historiador británico Malcolm Deas lo pone de presente en su texto “Un día en Yumbo y Corinto: 24 de agosto de 1984” donde narra y comenta la firma de una tregua en medio de la guerra entre la guerrilla del M-19 (en la que Petro militó) y representantes de una comisión de paz del Estado colombiano. El testimonio de Deas, que asístía a la reunión en condición de académico internacional, permite apreciar con atención sagaz las rutinas y los ritos colombianos del discurso de tarima, así como ciertos rasgos sociales de sus participantes, tanto de quienes hablan como de quienes escuchan. Cito en extenso a Deas:
Al fin de las deliberaciones entré a la oficina donde redactaban en vieja máquina de escribir el acuerdo de tregua. Desde el muro, un gran retrato del general Obando miraba a Fayad, Ospina, Enrique Santos, Alvaro Tirado, Horacio Serpa, nuestros senadores, Bernardo Ramírez. Atmósfera de distensión y familiaridad. Esta gente se conoce bien. No hay ningún gran abismo entre los dos lados, en términos de origen social, vocabulario o comportamiento social en esta singular ocasión —o no tan singular, ya que la mayoría tiene cierta familiaridad con estos encuentros— . Muebles metálicos, grises, golpeados, hombres en mangas de camisa, el general Obando, y unas pocas páginas de documentos, dos o tres mal escritas a máquina, con las correcciones hechas con equis repetidas: no hubo servicio de secretaria para sacarlas en limpio.
Para los discursos y la firma se trasladaron todos a la plaza, que ya estaba llenándose, en anticipación de este acto final. Los niños subieron a los árboles: árboles grandes con docenas de niños y jóvenes, árboles chiquitos con media docena, todos mirando hacia la plataforma, niños de bluejeans camisa de sport en este pueblo, no tan obviamente abandonado la gente no se viste mal. Los niños, atentos en los árboles, con sus miradas fijas en la plataforma; al fin de cuentas, por lo menos ellos sí suscribían la idea de que tal vez algo histórico iba a pasar (…)
De los discursos no recuerdo mucho, porque no fueron nada originales. El discurso político colombiano de plaza pública parece que tiene que seguir cierto patrón, aun el discurso guerrillero. Recuerdo referencias a Jaime Bateman y algo sobre los vientres de las madres colombianas. Recuerdo que cerrando los ojos no era fácil, por la retórica, saber si el orador de turno era miembro de la comisión de paz o del liderazgo del Eme.
Hubo también una canción de paz, pero casi nadie sabía la letra. Poco éxito. La misma relativa falta de éxito que en la llamada a lista de los ausentes «presentes», entre los cuales (si apunté bien, y el apunte no se refiere al retrato de la alcaldía) figuraba, con Jaime Bateman Cayón y Carlos Toledo Plata, el malogrado general José María Obando. Que el pueblo tenga el soberano derecho de mirar no implica nada sobre sus opiniones, como bien lo sabe cualquier político colombiano que haya cumplido con el tantas veces improductivo deber de llenar una plaza. En seguida todo el mundo cantó el Himno Nacional, y mientras estábamos cantando fue notorio que nadie sintió indeferencia, ni por ese corto espacio pensó en sus propios asuntos. Conmovedor, lágrimas. Uno de los mandos del Eme anunció entonces por altoparlante el principio de la «rumba de la paz». (negritas añadidas)
El punto en cuestión es que aun el discurso guerrillero, antiestatal y revolucionario, tomó en Colombia unas formas modélicas (Deas no nos dice cuáles) de comunicación pública. Con los ojos cerrados, a un extranjero bien informado le era imposible distinguir por la forma y el contenido del discurso de tarima si el que hablaba al micrófono era un representante del gobierno o su rebelde enemigo levantado en armas. Llenar plazas, dice Deas, era deber patriótico e improductivo en el país. ¡Reveladora etnografía de la comunicación nos ofrece este pasaje!
Habida cuenta de que tal tradición del discurso político pudo haber sufrido importantes cambios al inicio de la década del noventa con la experiencia de la Asamblea Nacional Constituyente, lo cual está por investigar glotopolíticamente, parece en todo caso útil encuadrar los discursos de Petro y Márquez en esta historia cultural de discurso político estilísticamente conservador, a partir de la cual podremos mejor interpretar sus eventuales desmarques e innovaciones.
Por otra parte, el gesto del papel embolsillado por Petro durante su discurso me hace pensar en la importante e invisible —y cuanto más invisible más importante, como parece ser el principio que rige el trabajo de los oficios de la palabra, tales como el de los transcriptores, correctores de estilo, intérpretes, traductores, entre otros— figura del asesor/escritor de discursos. Hay pocos trabajos sobre quiénes han desempeñado este rol en la historia nacional reciente. En una breve y sustanciosa nota sobre estos personajes, el periodista Juan Manuel Arias (2020) escribe que mientras el deseo de todo presidente es dejar huella, escribir para un presidente consiste precisamente en todo lo contrario, esto es, en “renunciar a dejar huella”.
¿Qué hace el escritor de discursos? Para Arias, “se trata, en esencia, de alguien encargado de escribir las palabras que más tarde una figura emitirá ante los micrófonos y firmará en las cartas membreteadas”. Pero uno de sus entrevistados, jefe de discursos durante el segundo gobierno de Juan Manuel Santos (presidente que firmó el Acuerdo de Paz con la guerrilla de las FARC en 2016), explica que el oficio es algo más que mera escritura sucedánea, pues consiste en suprimir la voz propia para encarnar la de la persona del poder, los que significa “ser como un espejo en el que el personaje público mira sus propias palabras, y al verlo le devuelva el reflejo de lo que debería decir”.
La historia de los escritores de discursos en Colombia está llena de suculentas anécdotas, como sugiere el breve texto de Arias, y también promete valiosos accesos a la trastienda del poder para conocer y estudiar mejor el funcionamiento de los discursos políticos oficiales. Institucionalizada la figura del escritor de discursos dentro del equipo de trabajo presidencial en Colombia desde finales de los noventas, a continuación a continuación presento algunas de las personas que que han desempeñado tal labor (Arias, 2020):
Presidente | Asesor / Escritor de discursos |
Andrés Pastrana Arango (1998-2002). | Juan Carlos Torres |
Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) | José Obdulio Gaviria, Tulio Elí Chichilla, Paola Holguín |
Juan Manuel Santos (2010-2016) | Luis Guillermo Forero |
Iván Duque (2016-2022) | Francisco Miranda |
Como hay un discurso pendiente que ya no será, me permito preguntar en público: ¿Quién fraguará con ritmo y método los discursos de la “política del amor” y del “vivir sabroso”, lema fácil y pegajoso del ganador dueto Petro-Márquez? ¿Quién le tomará la cadencia a la retórica latinoamericanista reformista de una figura como Gustavo Petro, y la soltará en las dosis apropiadas en las innumerables declaraciones y discursos que supone el ejercicio de la presidencia? ¿Quién pondrá por escrito la palabra brillante y jugosa de Francia Márquez y fijará para la historia en moldes de elocuencia presidencial “el gobierno de la gente con manos callosas, el gobierno de los nadies y las nadies de Colombia”?
Referencias
Arias, J. M. F. (2020, February 28). Escritores del poder: Los secretos tras los discursos presidenciales. http://www.elcolombiano.com. https://www.elcolombiano.com/colombia/escritores-de-los-discursos-de-los-presidentes-uribe-santos-duque-y-pastrana-DH12513055
Deas, M. (1993). Un día en Yumbo y Corinto: 24 de agosto de 1984. En Del poder y la gramática. Y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas (pp. 313-326). Taurus.
Perelman, C., & Olbrechts-Tyteca, L. (1973). The New Rhetoric: A Treatise on Argumentation. University of Notre Dame Press.
Petro, G., & Márquez, F. (2022). Colombia, potencia mundial de la vida 2022-2026. Programa de Gobierno. Portal Web oficial del candidato a la presidencia Gustavo Petro. https://gustavopetro.co/programa-de-gobierno/
* Candidato a Doctor en Latin-American, Iberian, and Latino Cultures, The Graduate Center, City University of New York (CUNY), línea de Sociolingüística Hispánica. Miembro del Grupo de Glotopolítica de CUNY. Correo electrónico: jorgealvis@gmail.com