El analista es un investigador. Ya Freud (1997 [1923]) lo percibía tempranamente: el analista indaga procesos anímicos difícilmente accesibles por otros caminos. Desde sus inicios, el movimiento psicoanalítico se funda en este quehacer investigativo, motor pulsional de un sinfín de elaboraciones orales y escritas que develan su derrotero. Supervisiones, ateneos, congresos, revistas, seminarios, talleres y cursos sobre psicoanálisis son algunos de los espacios en los que circula, se produce y se transmite el saber sobre el inconsciente1. La academia, por su parte, es un lugar que aloja y que –fundamentalmente en las últimas décadas– promueve e impulsa la investigación, que se muda y se transmuda en diferentes modelos discursivos, regidos a partir de un anhelo por unificar las formas del decir. Frente a este escenario, una pregunta se impone: ¿qué sucede en el punto en el que se entrecruzan la investigación psicoanalítica y la investigación universitaria?
Estas líneas no tienen el fin de abordar la problemática de cómo se investiga psicoanálisis en la universidad, sino de analizar el modo en que la escritura refleja el lazo que une (o des-une) el lenguaje psicoanalítico con el lenguaje académico. En los últimos años, el incremento de la oferta de posgrados que brindan formación analítica ha motivado la escritura de múltiples tesis y la realización de sus correspondientes defensas inscriptas dentro de este campo del saber. Ante la singularidad característica de la retórica psicoanalítica, en particular de la retórica lacaniana, y su “desvío” de las convenciones exigidas por la institución, es interesante tomar como objeto de análisis las formas discursivas a través de las cuales los tesistas-psicoanalistas producen los conocimientos alcanzados por ellos en sus tesis y los sostienen en sus defensas, para pensar sobre esta zona de encuentro/desencuentro2. Consideramos, en este sentido, que es necesario que los tesistas-candidatos identifiquen la complejidad en la construcción de un decir psicoanalítico académico de posgrado para evitar la confección de un discurso sintomático, es decir, de un discurso en el que se manifieste la tensión entre estas modalidades del decir. El objetivo de estas páginas es convocar, pues, la producción reflexiva de las tesis y las defensas de tesis relativas al psicoanálisis.
En este capítulo, desarrollamos, entonces, la ardua articulación entre el discurso académico y el discurso psicoanalítico, por lo que desplegamos algunos síntomas –algunos elementos discursivos en los que se visibiliza este cruce– de tesis y defensas presentadas en los últimos años por psicoanalistas lacanianos. El recorrido por los avatares por los que debió atravesar la conformación del título de doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires podrá atestiguar, desde una mirada institucional, el conflicto latente entre el ámbito de posgrado y el campo psicoanalítico. A ello se dedicará el siguiente apartado.
Una institucionalización tardía
Si bien el psicoanálisis fue motivo de un sorprendente interés en los claustros académicos en épocas muy tempranas (Flesicher, 2003; Rossi, 2000; Vezzetti, 1996), su vínculo con la investigación universitaria –en especial, con las tesis académicas– ha sido significativamente postergado. A los efectos de mostrar esta singular demora y su tardía institucionalización, recordamos brevemente las vicisitudes por las que ha atravesado el título de doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires y el espacio destinado al saber psicoanalítico en las tesis universitarias. Esta larga espera descubre, en cierto modo, la incomodidad del psicoanálisis en los lugares académicos de posgrado.
En los años anteriores a la creación de la carrera de Psicología, ninguna de las tesis realizadas para la obtención del título de doctor en Filosofía y Letras enmarcadas dentro del área de la psicología incorporaba al psicoanálisis como su principal objeto de estudio. Entre 1901 y 1960 se aprobaron en la Facultad de Filosofía y Letras ciento setenta y cuatro tesis de doctorado, de las cuales solamente seis se entroncaban dentro de esta disciplina3: La conciencia del punto de vista biológico de Donato Coppola (1912), La responsabilidad de María Teresa González (1919), Condiciones fisiológicas de las emociones de María Eugenia Etchegoyen (1920), La psicología de Ardigós de Carmelo Campolongo (1925), Personalidad y carácter: introducción a una pedagogía de la personalidad de Carlos Biedma (1945), La doctrina de la inteligencia en la psicología de Spearman de Luis Felipe García de Onrubia (1947). Este primer dato da cuenta, en primera instancia, de la baja tasa de producción de tesis de psicología que se escribieron a lo largo de este período. En efecto, constituyen el 3,4% del total de trabajos presentados. El escaso interés en la escritura de tesis de este campo contrastará, posteriormente, con el aluvión de alumnos que se inscribirá en la carrera, convirtiéndose en una de las más concurridas dentro de la Facultad.
Una lectura pormenorizada de estos materiales refleja, por un lado, la vigencia del paradigma positivista en la investigación en el área de la psicología durante la primera mitad del siglo XX y, por el otro, la relevancia que adquieren los autores extranjeros dentro del campo intelectual local. De hecho, solamente en la primera tesis (La conciencia del punto de vista biológico) se cita a un autor nacional: José Ingenieros.
El único espacio que ocupa el psicoanálisis en estas páginas se reduce a tres carillas que pertenecen al trabajo de Carlos Biedma: Personalidad y carácter: introducción a una pedagogía de la personalidad. En esta disertación, Biedma afirma lo siguiente:
El interés despertado por la psicología profunda está a nuestra vista. Una verdadera multitud de investigadores intervinieron en la lucha a favor o en contra del psicoanálisis, y pocas personas más o menos informadas en estos estudios, eludieron tomar parte en la discusión.
Sin embargo, a pesar de destacar el fuerte interés que despertó el psicoanálisis dentro de la disciplina, el autor le destina muy pocos párrafos a esta teoría, en los que expone brevemente algunos desarrollos de Freud, Adler y Jung relacionados con la personalidad.
En este contexto, cabe mencionar como excepción que la primera tesis dedicada íntegramente al psicoanálisis de nuestro país, y, según Barsky, (1970) de Latinoamérica, se escribió en el marco del Doctorado de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata. En la década de 1930, Ángel Garma –uno de los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina– presentó y aprobó su tesis titulada Psicoanálisis de los sueños, que será luego publicada como libro.
En 1957 se creó, finalmente, la carrera de Psicología dentro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, carrera que luego se constituyó como departamento. En el primer plan de estudios que se elaboró se contemplaba la creación de los títulos de doctor, licenciado y profesor de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial en Psicología. Un tiempo antes, en el Primer Congreso Argentino de Psicología realizado en Tucumán en 1954, se hacía referencia a la creación de estos títulos, incluyendo el título de doctor:
El Primer Congreso Argentino de Psicología declara la necesidad de crear la carrera universitaria del psicólogo profesional con arreglo a las siguientes condiciones (…) II. La carrera comprenderá un plan completo de asignaturas teóricas y la debida intensificación práctica en las distintas especialidades de la profesión psicológica, otorgando los títulos de Licenciado en Psicología (previa tesis de Licenciatura) y de Doctor en Psicología (previa tesis de Doctorado) (citado en Dagfal, 2009: 199).
No obstante, en estos primeros años, debido a la falta de egresados, el doctorado no llegó a establecerse. De esta forma, afirma Dagfal (2009: 31), en contra de la voluntad de muchos de los fundadores de la carrera, “los psicólogos argentinos permanecieron relativamente apartados de los circuitos de investigación durante varios lustros, […] se volcaron en forma masiva a la práctica clínica privada y al trabajo en otras áreas”.
La carrera se desprendió de la Facultad de Filosofía y Letras en la década de 1970 y recién en 1985 se creó la Facultad de Psicología. A comienzos de los años setenta, la facultad decidió otorgar el título de doctor a aquellas carreras que no tenían su propio doctorado. Para el caso de psicología, el título conferido era el de doctor en Filosofía con orientación psicológica. Sin embargo, al poco tiempo de sancionada esta reglamentación, esta medida quedó trunca debido a los avatares político-institucionales de la época y solamente pudieron recibirse algunos alumnos: aquellos que conservaron su constancia de inscripción4.
La creación del Doctorado en Psicología en la Universidad de Buenos Aires de-
berá esperar, entonces, un tiempo más para lograr su concreción. Será en 1995 que se implementará el doctorado en la Facultad de Psicología. En los años previos a su creación, los psicólogos interesados en la obtención del título de doctor debían doctorarse en el exterior, en otras facultades de la Universidad de Buenos Aires5 o en universidades privadas6(Rossi, 1997).
Las políticas académicas del lenguajes
Es la institución académica la que regula la producción, reproducción, distribución, selección de los discursos que allí emergen y circulan, a través, entre otros elementos, de políticas vinculadas en torno al lenguaje. Estas políticas –expresadas, por ejemplo, en las indicaciones y sugerencias de profesores y directores de tesinas o tesis, y reflejadas, a su vez, en las recomendaciones de los manuales universitarios– no solamente determinan, entre otros elementos, los géneros discursivos, es decir, los tipos relativamente estables de enunciados (Bajtín, 2005), que pueden o deben elaborarse, sino también la forma que el lenguaje adopta en ellos. En términos generales, podría definirse el discurso universitario como un discurso que presenta un conjunto de regularidades asociadas a un imaginario o ideal académico, que, por lo general, se correlaciona con el modelo hegemónico de las mal denominadas “ciencias duras”. Esta estandarización de las prácticas académicas no solamente las unifica, las homogeneiza, sino también las legitima en la institución universitaria y opera como un mecanismo de control y, por tanto, de conservación. Actúa, a su vez, organizando los comportamientos y forjando la creación de expectativas.
La voluntad de verdad (Foucault, 2005) a la que está asociada el saber no es ajena a la forma en que ese saber se manifiesta. Según Foucault (1992), cada sociedad acoge determinados discursos y los hace funcionar como verdaderos. En el caso de la universidad, los procedimientos discursivos a los que se vincula la transmisión del saber, acorde al régimen de verdad científico, apuntan a presentar los objetos de conocimiento como “objetivos”. De allí que se propongan y empleen ciertos modos de decir académicos que aspiran a la comunicación “neutral” de ese conocimiento y que tienden a eliminar las marcas de subjetividad que pueden estar relacionadas con su formulación. Para autorizarse dentro de la academia, los sujetos universitarios deben, entre otras condiciones, apropiarse de estas formas del decir, cuya eficacia simbólica contribuye a la configuración de una imagen acorde a las exigencias y demandas de la institución.
Los diferentes campos del saber, por otra parte, requieren de un lenguaje particular que los singularice. Lenguaje e identidad son dos términos en estrecha interlocución. Según Becher (1992, 2001), cada disciplina desarrolla una cultura y utiliza un lenguaje que moldea su identidad. En este sentido, el lenguaje es instituyente: instituye la diferencia, junto a otros elementos, entre los distintos campos del conocimiento. Esta situación no es ajena al psicoanálisis. En efecto, su retórica conforma un “ritual” discursivo –que, en muchos casos, llega a rutinizarse y estereotiparse– al que se apela en la construcción de sentido. Parafraseando a Maingueneau (1995), se puede pensar la enunciación psicoanalítica como una institución discursiva. La enunciación se despliega aquí como un dispositivo de certificación de su propio espacio. Dentro de este horizonte, el psicoanalista se encuentra atravesado por esta institución del habla, que lo precede, que lo sujeta y que, simultáneamente, lo legitima. Inscribirse dentro de la comunidad discursiva del psicoanálisis involucra, entre otros elementos fundamentales, conocer y dominar sus modos de decir.
Ahora bien, en la universidad, el lenguaje empleado por los diversos campos del saber tiende a asumir las modalidades que el decir institucional aclama. Es decir, más allá de las particularidades y de las propiedades de las distintas áreas, el discurso académico pretende uniformizar –en algunos aspectos– los múltiples lenguajes de los que el saber se vale. Es en este cruce, en este punto de articulación, en donde se juegan los encuentros y los desencuentros de las distintas puestas en escena de la palabra.
La tesis y, posteriormente, su defensa son dos géneros universitarios de posgrado que refieren a una investigación que no solamente se propone producir nuevos conocimientos sino también transmitirlos según las convenciones retóricas académicas y aquellas relativas al campo en el que se inscribe. El tesista debe, por tanto, construir una imagen de investigador acorde a las exigencias tanto institucionales como disciplinares y debe, en ese sentido, respetar los diferentes modos de decir que las atraviesan. La tensión entre los requerimientos académicos y los del propio campo del saber se evidencian con mayor desnudez en parcelas del conocimiento cuya discursividad no se acomoda livianamente a los estándares universitarios. Este es el caso del psicoanálisis y de su singular decir.
El decir lacaniano
El hermetismo lacaniano que aparece en sus escritos pero que también se extiende –quizás de manera atenuada– a sus seminarios ha sido señalado por el campo analítico y también por fuera de él, y ha sido objeto de innumerables críticas. Su ardua legibilidad se advierte ya en trabajos tempranos de su obra y, de hecho, Roudinesco (1993) asocia su aparición en 1936 con su encuentro con Kojève y Koyré, encuentro que lo conducirá a una lectura filosófica de la obra freudiana7.
El abundante empleo de figuras retóricas es uno de los rasgos más destacados y evidentes del discurso de Lacan. Fages (2001) realiza –a partir de la clasificación introducida por el tratado de Retórica general– un exhaustivo listado de las figuras que se advierten en los Escritos acompañadas por sus ejemplos. De esta forma, distingue las figuras que actúan sobre la materia fónica, las que actúan sobre la sintaxis, las que actúan sobre el significado y, finalmente, aquellas figuras que actúan sobre la lógica del discurso. Las primeras remiten a los juegos fónicos que realiza Lacan y que necesariamente reenvían a la oralidad. Según el autor, dan cuenta de lo arbitrario del significante. Las segundas, señala, inundan toda su escritura desplegando la supremacía del significante. Por otra parte, las figuras que actúan sobre el significado indican la fuga incesante del significado que Lacan describe como ausencia de articulación. De este modo, el psicoanalista evidencia que ningún lenguaje puede pretenderse exhaustivo y unívoco. El último caso –el de los juegos lógicos–, por último, distancia el discurso lacaniano de la lógica rigurosa del discurso científico. Al hermetismo creado a partir del uso de estas figuras se le puede añadir, asimismo, el efecto generado por la extensión de los enunciados. En este sentido, Baños Orellana (1995) afirma que el discurso lacaniano se caracteriza, por un lado, por un exceso en la extensión que se observa en el uso desmedido de subordinadas y condicionales, y, por el otro, en un exceso en la síntesis, a través de la cual el pensamiento lacaniano se condensa en breves frases. Este último caso se observa en varios enunciados de aparente sencillez léxica y linealidad sintáctica que son teóricamente complejos. El psicoanalista, al igual que otros autores, relaciona este hermetismo lacaniano con la retórica del barroco y la de las vanguardias de principios del siglo XX, que se caracterizan discursivamente por el empleo del quiasmo, la hipérbole, el anacoluto, el neologismo, la utilización de la homonimia, la homofonía, la glosolalia, la metáfora y la metonimia. Incluso, es el propio Lacan quien se refiere a sí mismo como “el Góngora del psicoanálisis” (Lacan, 2008: 438), describiendo, en diversas oportunidades, su estilo como barroco.
Este hermetismo, por otra parte, no es arbitrario. Lacan es consciente del trabajo que su discurso realiza sobre el lenguaje, buscando despertar cierto efecto de sorpresa en sus oyentes o lectores. No ignora, por ende, la dimensión retórica que singulariza su enunciación. Baños Orellana (1995) le atribuye al hermetismo lacaniano diversos sentidos. En efecto, el psicoanalista considera que, en primer lugar, este rasgo se debe a una prudencia epistémica, en la que la ilegibilidad aparece como una manera de expresar el estado precario de la teoría. Y, en segundo lugar, el hermetismo, además de ofrecerse como recurso para destacar determinados postulados, le permite a Lacan redoblar en el plano de la enunciación el contenido del enunciado. Según el psicoanalista argentino, Lacan redobla de esta manera tres dificultades: la del método, la de la clínica y la de la doctrina. El hermetismo metódico se corresponde con una reivindicación, a nivel de la expresión, de su inclinación por las entradas teóricas complejas y por su disgusto por los planteos convencionales. El hermetismo clínico pone en primer plano el carácter literal y barroco de las formaciones del inconsciente. De este modo, se manifiesta tanto la actividad como el material con que opera el psicoanálisis. Finalmente, el hermetismo propio de la doctrina está asociado con lo que Freud denominó objeto perdido. Se trata de plasmar en el discurso mismo la falta propia de la estructura.
Es el propio Lacan quien asocia lo que él denomina estilo con la transmisión:
Todo retorno a Freud que dé materia a una enseñanza digna de ese nombre se producirá únicamente por la vía por la que la verdad más escondida se manifiesta en las revoluciones de la cultura. Esta vía es la única formación que podemos pretender transmitir a aquellos que nos siguen. Se llama: un estilo. (Lacan 2008: 430)
En consonancia con estos planteos, podemos señalar que a partir de este discurso hermético Lacan pone en acto aquello que enuncia:
Es justamente lo que trato de poner en relieve: que ese discurso que es el mío tenga incuestionablemente esa dimensión de acto y sobre todo en el momento en que estoy hablando del acto, es algo que salta a la vista. Y yo diría que, si se mira de cerca, es la única razón de la presencia de la mayoría de los que están aquí, porque si no, no se entiende que podrían venir a buscar aquí, particularmente a nivel de un público joven. No formamos parte del plan de prestaciones de servicio universitarias; no puedo darles nada a cambio de su presencia. Lo que les divierte es que ustedes sienten que, justamente, algo pasa. No estamos de acuerdo. Esto ya es un pequeño comienzo para la dimensión del acto. (Lacan 1967-1968: 73).
El discurso psicoanalítico lacaniano retoma esta retórica lacaniana en su enunciación como parte de un ritual de pertenencia. De esta forma, como señala Baños Orellana (1995: 36) existe un “rito de hablar como lacaniano para ser aceptado entre lacanianos”. Siguiendo lo que planteamos en el apartado anterior, el uso de un lenguaje común distingue a la tribu lacaniana de otras tribus y se convierte en signo de identidad. La matriz a la que se apela inscribe, entonces, el discurso del sujeto dentro de un campo mayor y lo inviste de las cualidades que singularizan ese campo.
La construcción de un discurso sintomático
Como hemos señalado, al momento de escribir y de defender una tesis, el tesista-psicoanalista debe conocer las pautas que rigen la producción de estos géneros para poder adecuar su trabajo a la estandarización característica de estas formas discursivas, pero, a su vez, debe hacer uso del discurso propio del psicoanálisis para transmitir la investigación realizada. Para resolver esta problemática, el tesista puede, entre otras opciones, seguir uno de los siguientes caminos: puede, por un lado, ubicarse en el lugar de investigador-académico y evitar así que aparezcan las huellas del lenguaje lacaniano que incomodan las normas retóricas universitarias, o, por el otro, situarse en el otro extremo, en el lugar de investigador-psicoanalista y manifestar, desde el decir ensayístico frecuente en esta práctica, los resultados hallados en el proceso investigativo. No obstante, estas elecciones confluyen en una elaboración que no articula íntegramente los diferentes aspectos involucrados. Mientras que, en el primer caso, se construye un texto que podría forzar, encorsetar y desvirtuar el discurso psicoanalítico, en el segundo, se compone un texto que podría ser pasible de ser objetado por el jurado.
El análisis de diversas tesis lacanianas presentadas como escritos de finalización de la Maestría en Psicoanálisis de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires y del Doctorado de Psicología de la misma facultad entre los años 2006-2009 y sus correspondientes defensas nos permite dar cuenta de ciertos síntomas que evidencian el malestar que nace en el encuentro entre el discurso académico y el discurso psicoanalítico. El uso desmedido de la despersonalización, el confuso modo de citar las voces ajenas, la aparición de adjetivos evaluativos axiológicos, la construcción de frases imprecisas, la estructuración forzada de enunciados de tinte poético y la ausencia de la práctica clínica son algunos de estos síntomas que se advierten luego de una recorrida por estos textos. Nos dedicaremos a puntualizar cada uno de ellos en los próximos párrafos.
En primer lugar, una de las herramientas que se proclama por excelencia en los manuales académicos es el empleo de estrategias de despersonalización, mediante las cuales el sujeto de la enunciación se presenta como si estuviese ausente de su enunciado. Estas estrategias –la nominalización, las construcciones pasivas desagentivadas y las construcciones impersonales, la metonimia, los giros impersonales, entre otras– apuntan a la confección de un discurso “objetivo” y “neutro”. Sin embargo, el abuso desmedido e inadecuado de este recurso puede provocar cierta ambigüedad en torno a la localización del referente. De esta forma, se genera como efecto de sentido cierta desconcierto respecto de quién es el sujeto agente de la acción al que el escritor se refiere. Veamos dos ejemplos concretos en dos tesis:
(1)Aunque no es compartida esta crítica, ella advierte que Freud destaca el segundo momento del mito de Edipo, dando valor a la muerte del padre y no el primer momento, el intento de muerte del hijo8.
(2)En este caso, ante la carencia de un “oficio” historiográfico específico, que por cierto limita los recursos existentes en cuanto a búsqueda de fuentes, se apelará a la arqueología teórica de los autores, reconocidos como los más serios investigadores en su campo.
El primer ejemplo adviene luego de que el tesista introduzca una cita de una autora. Ahora bien, nos podríamos preguntar: ¿quién no comparte la crítica?, ¿el doctorando o los psicoanalistas freudianos? Uno podría inclinarse por la primera opción: es el doctorando quien no está de acuerdo con la crítica de esta autora. Sin embargo, en este caso puntual, la falta del complemento agente –además de no contribuir con la fluidez del texto– no permite establecer con precisión el agente del predicado de la cláusula concesiva. En la cita siguiente, el empleo de la despersonalización también dificulta la comprensión del lector. Al igual que en el ejemplo anterior uno podría reconstruir que es el tesista –adelantándose a posibles objeciones provenientes del jurado– quien aclama que carece de un oficio historiográfico.
La precisa delegación de la voz ajena en los escritos académicos es, en segundo lugar, otra de las características que atañen al decir universitario. Es necesario, en este sentido, delimitar con claridad y exactitud las citas de los distintos autores. No obstante esta práctica, en algunas tesis de psicoanálisis se advierte cierta confusión respecto de quién habla. En efecto, en algunos momentos de estas tesis la frontera entre la voz citada y la voz citante se desdibuja. Para ilustrar este punto, incluimos un fragmento de una tesis de doctorado. En uno de los apartados de este escrito, el tesista comienza refiriéndose a la palabra de Bruno Latour:
(3) Latour (1984) acentúa que el acto de percibir está constituido por fuerzas sociales predominantes. Propone eliminar V o F de la práctica científica y sostiene que la práctica produce naturaleza y sociedad.
Luego, en el siguiente párrafo, señala:
(4) Es difícil formular descripciones de la actividad científica que no conduzcan a la impresión de que la ciencia sólo trata la cuestión del descubrimiento, en vez de acentuar la creatividad y la construcción.
Uno podría atribuirle esta afirmación al tesista. Sin embargo, diez párrafos más adelante el doctorando recupera su propia voz, evidenciando que lo mencionado con anterioridad forma parte del discurso del otro:
(5)Considero que ciertas afirmaciones de Latour pueden ser en extremo interesantes para pensar cómo un autor absolutamente revulsivo para la epistemología tradicional, tiene ciertas coordenadas de intersección con algunas cuestiones que hacen a los problemas del psicoanálisis9.
En este caso, el empleo de la primera persona del singular señala, entonces, el cambio de enunciador; cambio que, a nivel tipográfico, es reforzado por el empleo de la itálica.
Otro de los recursos propios de los modos de decir académicos es el uso de adjetivos no valorativos. En efecto, en los manuales de escritura académica se desalienta el empleo de adjetivos valorativos, ya que, a través de ellos, se exhibe la subjetividad del sujeto escritor. En algunas tesis que se han analizado, contraponiéndose a esta expectativa, los tesistas-psicoanalistas desatienden esta sugerencia:
(6)En la obra de Cantor, cuya vida alternó entre el genio y la locura, es fácil encontrar una decena de ideas mayores. Son tan originales, tan elegantes y poderosas, que cualquiera de ellas hubiera sido suficiente para coronar la carrera de un gran matemático.
(7)En su excelente biografía de Turing, Andrew Hodges lo formula de este modo.
(8)no hay mucha documentación, ya que salvo sus artículos y conferencias, bastante herméticos por su estilo conciso y su extraordinario nivel de complejidad, todo en su vida transcurrió en la mayor reserva.
En estos fragmentos seleccionados, se advierten adjetivos con una impronta subjetiva perceptible que tiñe el discurso con una alta carga valorativa: “original”, “elegante”, “poderoso”, “excelente”, “extraordinario”. De esta forma, mediante adjetivaciones valorativas, los tesistas manifiestan una toma de posición a favor o en contra de las posturas mencionadas. Según Kerbrat-Orecchioni (1986: 120), los adjetivos axiológicos deben eliminarse “cuidadosamente de los enunciados con pretensiones científicas”. Por el contrario, en los textos aquí analizados aparecen en las distintas escenas discursivas, configurando un discurso que –lejos de la objetividad anhelada por el discurso académico asentada sobre el modelo de las ciencias duras– muestra sin velo alguno la subjetividad de quien enuncia.
El lenguaje universitario demanda, por otra parte, el empleo de términos y frases precisas que se limiten a “informar” el conocimiento que se ha alcanzado. Por lo tanto, la utilización de figuras retóricas propias del lenguaje poético no es un recurso frecuente en tesis o defensas de tesis, ya que alojan un sentido equívoco e indeterminado. Ahora bien, distanciándose de esta demanda, en algunas tesis y defensas de tesis de psicoanálisis se observa la abundante aparición de estas figuras.
(9)Ubicamos aquí la temática del niño como impostor, del intruso, del doble, del que no ha sido llamado, del comedido, del huésped inesperado, del que no merece haber llegado, del ojalá no hubiera venido. (tesis)
(10)El texto palpita en cada lectura, obligando a nuevos ensayos de lectura y de escritura. (tesis)
(11)El inconsciente es ruinas del saber mítico (defensa de tesis)
(12)Esa frase opera como un látigo de lenguaje que parece ser agitado por el mismo sujeto al que golpea (defensa de tesis)
De esta forma, metáforas, enumeraciones, aliteraciones, comparaciones, personificaciones, cacofonías, características de la retórica lacaniana, se suceden en varias de las tesis y de las defensas. Estos juegos del significante no apuntan a la rigurosidad y a la exactitud en la transmisión, sino que, por el contrario, dejan la interpretación del lado del otro, de quien lee el escrito. Es el lector quien debe poner, pues, de su parte. Este empleo del lenguaje será criticado enérgicamente por un jurado en una de las defensas:
(13) en la tesis se utiliza un lenguaje poético muy interesante // yo lo aprecio desde el punto de vista estético pero desde el punto de vista de la información que me brinda es (e:) tan polisemántico que (e:) me pierdo en la jungla de los significados (…) algo así como que el lenguaje palpita // ni siquiera me imagino como puede palpitar el lenguaje // me suena muy lindo / veo una manada / un corazón o pájaros / pero no entiendo de qué se trata.
En esta misma línea, siguiendo con las recomendaciones universitarias, se intenta, en otros casos, presentar un discurso muy estructurado y organizado, pero cargado de recursos poéticos, lo que provoca cierta tensión en el discurrir discursivo. En una defensa, por ejemplo, una maestranda emplea diversas metáforas y realiza distintos juegos de palabras, que tropiezan con el modo en que esta tesista construye su defensa, a saber, a partir de la enumeración detallada de las distintas partes de su trabajo de investigación: las hipótesis principales y derivadas, los objetivos, las conclusiones de su trabajo. En efecto, este inventario exhaustivo encorseta, de alguna manera, el lenguaje psicoanalítico que ella emplea, por lo que pierde así su fluidez:
(14)siete / la represión del falo / la significación fálica y el complejo de castración se inscriben si la privación del falo / negación afirmación del ser no serlo / la operación del duelo por el falo / tiene función de condición lógica y necesaria al juego simbólico / el nacimiento del objeto en el deseo / objeto transicional […] ocho / es al jugar y mientras se juega que la operatoria del duelo por el falo se realiza y sostiene simbólicamente / en este sentido el trabajo de juego es trabajo de duelo ya que en el juego y durante el mismo el niño no coincidirá / se dividirá / se parará y sacrificará en posición de jugador con el personaje que juega.
En este recorte, se destaca la aparición de un lenguaje poético que queda opacado por la rigidez de la organización discursiva. Este efecto de acumulación decolora y empaña el discurso psicoanalítico que la maestranda despliega.
Por último, la omisión de referencias sobre la clínica –en especial, en las tesis y en las defensas de maestría– indica la existencia de una representación teórica en torno a la labor investigativa. Esta ausencia de la práctica clínica se contrapone, por un lado, con la importancia que esta tiene para el psicoanálisis desde sus inicios y, por el otro, con el lugar destacado que algunos tesistas le asignan al comienzo de sus trabajos. Para ejemplificar este punto, presentamos uno de los casos. En una de las defensas, un maestrando justifica la relevancia de su investigación por su vinculación con la clínica:
(15)dado mi propio interés por la clínica con pacientes psicóticos / me ha interesado el modo en que un psiquismo puede fragmentarse y es de allí que he tomado como punto de partida el concepto de splitting de Ferenczi.
Sin embargo, en el desarrollo de su tesis el maestrando no menciona ni incorpora ningún caso. Esto será observado por los tres miembros del jurado. El siguiente es un fragmento de la intervención de uno de ellos:
(16)me parece que quizás el punto un poco más este:/ complicado / más problemático es el de las consecuencias clínicas del concepto / es decir cuando uno hace una investigación en psicoanálisis hace una investigación conceptual / rastrea eso en los textos pero después / qué / qué consecuencia tiene.
Incluso, en algunas de las tesis en las que se introduce un fragmento de la clínica, este no suele ser retomado en la defensa. Por ejemplo, un maestrando afirma al comienzo de su disertación que lo que lo impulsó a emprender su investigación fue una “preocupación clínica”. Refiere, asimismo, que en su tesis analiza un caso clínico propio; caso que resignará desarrollar en su exposición:
(17) bueno el caso tiene todo un desarrollo / una descripción bastante larga que bueno / lamentablemente en la presentación de la tesis no podemos hacerlo // digo lamentablemente porque realmente me interesa mucho trabajar los casos clínicos / me parece que para aquellos que nos dedicamos a la clínica discutir casos clínicos nos permite: (e:) formalizar ciertas hipótesis / ciertas intuiciones de trabajo que tenemos.
De manera paradójica, aquello que el tesista considera central para la formalización teórica queda excluido de su exposición.
El analista: ¿un investigador académico?
La academia opera sobre los discursos –en términos de Foucault (2005)– a través de procedimientos externos que los seleccionan, los distribuyen y los ordenan. De esta forma, la estandarización de las prácticas de escritura universitaria legitima el decir que circula en la institución y se convierte, en este sentido, en un medio para su conservación. De allí que los escritores académicos utilicen ciertos procedimientos discursivos mediante los cuales aspiran a inscribirse en esta comunidad discursiva, demostrando competencia y capacidad en la investigación. Podemos afirmar que esta dimensión imaginaria no es sin efectos.
En este escenario, el psicoanalista lacaniano que pretende el reconocimiento institucional está familiarizado con convenciones discursivas que no se identifican con las prácticas académicas que se presentan como “correctas”. De hecho, la retórica lacaniana se distancia del “bien-entendido” de la universidad, cuestionando los valores y atributos que allí circulan. La antigua polémica entre el psicoanálisis y la universidad, que se inicia con Freud y que continúa Lacan, es “reformulada”, de esta manera, en términos discursivos. El tesista se encuentra así frente al conflicto que surge del entrecruzamiento de dos lógicas discursivas: la lógica universitaria que –se autoproclama universal y uniforme– y la lógica psicoanalítica –que se legitima desde lo singular del caso y desde la dimensión de la falta–. Por este motivo, es esencial que el tesista sea consciente de esta tensión, para que pueda apropiarse e integrar ambos modos discursivos, y no producir un discurso sintomático. Retomando las palabras de la introducción, podemos pensar que el analista es un investigador clínico, pero que también puede posicionarse y legitimarse como investigador académico.
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* Karina Savio es doctora en Letras, área Lingüística, y Magíster en Análisis del Discurso (Universidad de Buenos Aires). Es Investigadora del CONICET y se desempeña como Profesora Adjunta del Taller de Lectura y Escritura de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Es docente de grado y de posgrado de la Universidad de Buenos Aires. Hasta el 2011 ha coordinado el área de escritura en el ingreso a la Universidad de San Andrés. Ha participado y dirigido diversos proyectos de investigación relacionados con el área desde 2005. En la actualidad, dirige el proyecto «La escritura académica: un estudio sobre el sentido y los efectos de prácticas pedagógicas inclusivas» en la Universidad Nacional Arturo Jauretche. En 2019 ha publicado en co-autoría con Mara Glozman el Manual para estudiar textos académicos por la editorial Noveduc. Es autora de numerosos artículos de investigación publicados por prestigiosas revistas nacionales e internacionales. Ha presentado diversos trabajos en congresos tanto en el exterior como en el
ámbito nacional.
1 Un análisis de materiales clínicos argentinos contemporáneos puede encontrarse en Arnoux, di Stefano y Pereira (2010).
2 Hemos abordado esta problemática en diversos artículos. Véase, entre otros, Savio (2009a, 2009b, 2010a, 2010b).
3 Esta información figura en Galeotti (1988).
4 Comunicación personal con la Lic. Nuria Cortada y el Dr. Alfredo López Alonso mantenida el 22/10/2010. El Dr. López Alonso obtuvo su doctorado bajo esta reglamentación en 1983.
5 Hemos revisado los títulos de las tesis presentadas a la Facultad de Filosofía y Letras hasta el año 1982 que publicó el Instituto Bibliotecológico de la UBA en varias series bajo el título “Tesis presentadas a la Universidad de Buenos Aires” y no hemos encontrado allí ninguna tesis que tomara al psicoanálisis como eje de análisis.
6 El Doctorado en Psicología de la Universidad del Salvador se crea en 1984.
7 Algunos autores que han estudiado el tema son, entre otros, Assoun (2004), Baños Orellana (1995), Fages (2001), Porge (2007).
8 Todos los resaltados son nuestros.
9 El destacado es del original.