Reseñado por Mateo Niro
El libro, publicado en las postrimerías de 2019, da cuenta por otros medios de un debate oral y presencial que se llevó a cabo la tarde del domingo 4 de agosto del mismo año en la Feria de Editores (FED) que se realiza anualmente en la ciudad de Buenos Aires. De hecho, la “Nota del editor” que precede a los dos capítulos exhibe de manera fehaciente esta transposición: “El texto es la desgrabación corregida del intercambio que se dio entre Beatriz Sarlo y Santiago Kalinowski” (7). Podemos decir entonces que, a través de este breve libro, el lector se enfrenta a una doble experiencia: a la de ser (casi) testigo de un duelo original y espontáneo, con sus temporalidades, las imperfecciones propias del vivo, sus discontinuidades (“La intención”, dice la misma nota, “fue replicar una lógica de debate tradicional…”, 7), y la de los procedimientos de edición. Así se ponen a la luz las decisiones y sus justificaciones, y se presenta como resultado factual y físico de estos procesos.
El libro presenta ya en el título las dos cuestiones principales a recorrer: la problemática del llamado inclusivo y el modo de abordarlo: la polémica. Los protagonistas de este debate —que se exhiben en la portada como autores— son Beatriz Sarlo, una de las referentes más importantes de la crítica y la teoría de la literatura en la academia argentina, directora de la célebre revista Punto de Vista, autora de, entre otros, los libros Una modernidad periférica y La imaginación técnica, y quien desde hace unos años aparece en las esferas de los medios masivos de comunicación como una de las voces autorizadas de la cultura y el pensamiento; y Santiago Kalinowski (menos conocido para el público masivo pero sí para el más especializado), doctorado en la Universidad de Western Ontario, en Canadá, quien se desempeña como director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras. Dos voces más intervienen en el debate, de manera breve en ambos casos: la de Cecilia Fanti, quien se presenta explícitamente como organizadora del debate, da la palabra y ordena la reunión (“Perdón, tenemos cinco minutos más para ir redondeando”, 64); y la del público, que interviene al final a pedido de Sarlo.
La organización del libro se da —una vez más de manera explícita— a partir de los mismos criterios de la ceremonia presencial del debate, que partió de dos preguntas/disparadores:
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¿Cuál es, a fin de cuentas, el vínculo entre lengua y sociedad? Quienes desconfían del inclusivo argumentan que nada cambia “realmente” (o sea, en la realidad, en la serie histórica) por modificar solo la manera en que hablamos, postulando tácitamente (¿tácticamente?) que lengua y mundo son dos órdenes separados.
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¿Cuán dueño/a/e es cada uno/a/e de su lengua, de su manera de hablar? ¿Pone el inclusivo en riesgo la inteligibilidad del castellano?
El caso del llamado lenguaje inclusivo resulta un tema extraordinario y llamativo para el ámbito académico, ya que se siente interpelado desde un campo ajeno al propio. Así, de la mano del lenguaje inclusivo, la cuestión lingüística llega a los medios de comunicación, a las redes sociales y a las conversaciones en reuniones informales como pocas veces (o ninguna) alcanzó esos ámbitos masivos. Se trata de un fenómeno que genera reacciones furibundas, y como en contadas oportunidades, también la emocionalidad primó en torno a temas del lenguaje.
Como anécdota sobre esta situación impactante, en la cuenta de Twitter del proyecto AGlo publicamos un corte audiovisual muy breve, de menos de dos minutos, tomado del canal público argentino Encuentro, ligado a temas culturales y educativos, y en el cual una joven le muestra al conductor del programa cómo serían los famosos versos del Martín Fierro si se escribieran en inclusivo. En 48 horas, el video había sido visualizado por más de 850.000 personas y sumaba casi 800 comentarios cargados de expresiones de las más exacerbadas. Se trata, entonces, de una temática con un recorrido peculiar en lo que respecta a cuestiones lingüísticas. Algo de esto, o mucho, está tratado en el libro que reseñamos.
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En sus estudios sobre la polémica pública, Amossy (2016) propone a esta como paradigma de una retórica del disenso cuyo objetivo último no es la búsqueda del acuerdo. Tanto es así que el desacuerdo se estima, en general, más productivo que el consenso. En La lengua en disputa, justamente, se refrenda esta eficacia metapolémica recién comenzado el diálogo cuando, en su segunda intervención, Kalinowski, dice: “Este va a ser un debate aburrido si estamos todos de acuerdo todo el tiempo, pero ya pronto vamos a llegar al desacuerdo” (19). ¿Se logra este disenso estratégico? ¿Cuáles son estos desacuerdos? Veamos en primer lugar cómo se construyen los ethos de los interlocutores y luego los tópicos en esta polémica.
Beatriz Sarlo sabe que el auditorio la reconoce, tanto el que está presente como el que en segunda y tercera instancia se ofrecerá como visualizador/lector (en los distintos formatos). A partir de eso, cede el primer turno pero no el último, convoca al público a la participación, se cita como referente en dichos ajenos (“leo prensa extranjera todo el tiempo, me dicen tilinga por eso”, 56), le arrebata la voz al oponente (“Santiago Kalinowski sabe mucho mejor que yo que las lenguas no cambian de ese modo”, 60). Es la polemista experimentada. Kalinowski, por su parte, se posiciona desde el lado académico pero, sobre todo, institucional (“Lo que comprueban mis compañeros de la universidad de Western Ontario es que sí, hay focos, que claramente uno es Argentina, otro es España y después me consta de colegas de Chile que los llaman de la prensa para hablar del mismo tema, y hay que verlo en términos estadísticos”, 57; “Tengo que hacer una aclaración, que es que yo soy el director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas de la Academia Argentina de Letras, pero no expreso una voz institucional”, 24).
El principal eje que atraviesa la polémica tiene que ver con la naturaleza de la lengua. Sarlo pregona a los cuatro vientos de lo inconducente que es la imposición del inclusivo en el habla general (“En nombre de la democracia y de la inclusión no es conveniente hacer cosas que no sean democráticas ni incluyan las inevitables tensiones lingüísticas”, 60), especialmente si se tiene en cuenta que quienes accionan sobre esta son una “minoría culta urbana”. Esto último lo presenta como rasgo de disvalor, sobre todo si se lo compara, como inmediatamente hace, con grandes movimientos, como la marcha en los Estados Unidos desde Alabama hasta Washington, o los discursos de Martin Luther King, que sí lograron cambios lingüísticos, como, por ejemplo, que cayera la palabra nigger. En esta operación argumentativa sobre quiénes son los que enarbolan el inclusivo, lo que hace es desprender la cuestión lingüística de la causa sobre la que supuestamente andaría encabalgada: la lucha de las mujeres por la igualdad de derechos. Y lo fundamenta de la siguiente manera: en muchos lugares del mundo los reclamos y logros por la equidad de género están más avanzados que en Argentina (“¿Son más atrasados que nosotros en los derechos de las mujeres? ¡De ningún modo! Tienen aborto antes que la Argentina, tienen derechos extendidos antes que la Argentina, tienen presidentas que llegan por su propia fuerza antes que la Argentina, tienen partidos dirigidos por mujeres, la mujer más poderosa de Occidente es Angela Merkel”, 31-32).
A pesar de eso, dice Sarlo, el fenómeno del inclusivo es estrictamente argentino (“Si ustedes miran la prensa internacional, van a ver que la relevancia que tiene el inclusivo en Argentina es desconocida”, 30); pero luego lo circunscribe aún más: ya no es un fenómeno argentino sino estrictamente porteño (“habrá que pensar por qué, como fenómeno cultural, prendió tanto en una ciudad grande como Buenos Aires, prendió menos en ciudades grandes del interior como Rosario, y en otros lugares no prendió del mismo modo”, 31); y exagerando más, dice que ni siquiera se trata de toda la ciudad de Buenos Aires, y dentro de esta, no de un argot de una barriada popular, sino que se trata del impulso de dos escuelas cultas de Buenos Aires (“me parece que estamos muy obsesionados por el inclusivo, a iniciativa de dos colegios de élite como el Pellegrini y el Buenos Aires”, 76). De esta manera, podría agregar, como Borges (2004) cuando desliga al mismo Martín Fierro de los gauchos (“la vida pastoril ha sido típica de muchas regiones de América, desde Montana y Oregón hasta Chile, pero esos territorios, hasta ahora, se han abstenido enérgicamente de redactar El gaucho Martín Fierro”, 179), que la idea de derivar la lengua de su materia —las desigualdades de género en este caso— es una confusión que desfigura la notoria verdad.
Es sobre esta idea de relación entre lengua y materia (sociedad o realidad, como se dice en este libro) sobre la que gira fundamentalmente el debate y su disenso. Kalinowski ya en las primeras páginas da cuenta de que “evidentemente existe un vínculo entre la lengua y la realidad. Siempre que hubo un intento de modificar la realidad, eso comportó una serie de elecciones sobre la lengua…” (14). Para describir esta relación, por su parte, Sarlo apela precisamente a la palabra gaucho como ejemplo. Esto para ilustrar la relación inestable entre lengua y realidad:
La palabra gaucho, en el idioma que usamos los rioplatenses, varió de significado a lo largo de un siglo y medio y muchos sucesos extralingüísticos influyeron nuestra ideología, nuestra forma de percibir la realidad y de nombrarla. La palabra gaucho empezó a designar alguien querible, que hacía gauchadas, que podía servir a una empresa colectiva, cuando llegaron los inmigrantes italianos. En cuanto llegaron los inmigrantes italianos, los judíos, la palabra gaucho dejó de ser vago, malentretenido, cuchillero, para convertirse en alguien que hacía gauchadas. Esos cambios en la realidad produjeron cambios semánticos (17-18).
Esto, a su vez, está presentado por Sarlo como ejemplo de “resemantización”. Estos cambios, dice, “a veces provienen de prácticas deliberadas, y otras veces de una conjunción de factores que no están bajo control de los hablantes” (17).
Inestable y resemantizable, la discordia aparece más bien en el tipo de vínculo que se establece en uno y otro polo de esa relación lengua/sociedad. Santiago Kalinowsky sintetiza su posición dando cuenta de que toda lengua es política, “porque como la política forma parte de la realidad de los hablantes, la lengua interactúa con eso de muchas maneras” (21). En ese sentido, plantea que la lucha por el inclusivo no es una lucha lingüística sino política, y que su objetivo no es volverse gramática, sino más bien convertirse en materia. Para Kalinowsky, se trata de un fenómeno retórico más que normativo (en términos saussureanos): “Lo que busca es crear en el auditorio la conciencia de una injusticia, de la persistencia de una injusticia. Y lo logra” (38). Se impulsa una nueva configuración discursiva, no un cambio lingüístico. Sarlo discute esta noción del término político, ya que se trata de un tipo de acción específica sobre la esfera pública, y no es este caso: “Me resisto —dice— a convertir toda cuestión que me interese en una cuestión política” (47). Sostiene que en cuestiones de normas y regularidades lingüísticas hay algo de azar.
¿Por qué hay vaca y toro y hay solo ballena? ¿La ballena cómo se reproduce, por partenogénesis? No, ¿no? Debe haber ballenos en alguna parte, pero no tenemos ni siquiera el nombre, porque no les podemos decir “les ballenes”. Esto sucede porque hay algo de azar, como en la historia del arte o de las mentalidades (52).
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Decíamos que la problemática del inclusivo refiere a una cuestión social que interpela al campo de los estudios lingüísticos y, de alguna manera, exige un posicionamiento. En el Congreso de Glotopolítica que se realizó en 2018 en la Universidad de Hannover, en Alemania, Diego Bentivegna anticipó la posición que esgrimiríamos en esta revista a través de su trabajo sobre “La irrupción de determinados sujetos colectivos en el debate público en torno a la lengua”. En el número anterior del Anuario de Glotopolítica publicamos una editorial sobre el tema porque nos parecía fundamental manifestarnos. Fue escrita originalmente por José del Valle para la plataforma digital del proyecto, glotopolitica.com, y suscripta por el resto del Comité de Redacción en la edición de papel. Se llamó “La política de la incomodidad” y refería de esta manera a una operación de desacomodamiento, una ostranénie molesta:
En la medida en que las prácticas verbales se acomoden a nuestras expectativas, nuestro cuerpo los recibirá con naturalidad. Y, por lo mismo, en la medida en que incomoden, reaccionaremos ante la sorpresa causada por lo nuevo acaso marcando como antinatural la forma que la generó (17).
Justamente, en La lengua en disputa es este eficaz rechino lingüístico lo que se aborda polémicamente. Y se lo hace, como dijimos en un comienzo, a través de un libro que revela una experiencia sobre los modos. Los rasgos de esta experiencia están manifestados, desde la nota de los editores señalada, pasando por las imprecisiones propias de la oralidad, hasta una especie de álbum fotográfico testimonial/artístico de los expositores, la moderadora y el público intercalado como sueltos a lo largo de sus páginas. Por eso lo que exhibe este volumen es, además del texto polémico interesante sobre un tema atractivo con dos polemistes robustes, un paratexto estetizado de tapas color magenta, papel de buen gramaje, tipografía muy bien cuidada: el fetiche de la obra de arte de la reproductividad técnica en la era de la reproductividad digital. De hecho, el debate completo está colgado en YouTube en su registro audiovisual por la misma Feria de Editores. Pero una cosa es una cosa.
Referencias
Comité de Redacción del Anuario de Glotopolítica (2019). “La política de la incomodidad. Notas sobre gramática y lenguaje inclusive”. Anuario de Glotopolítica, 2: 14-19.
Amossy, Ruth (2016). “Por una retórica del dissensus: Las funciones de la polémica”. En Ana Soledad Montero, El análisis del discurso polémico. Disputas, querellas y controversias (pp. 25-37). Buenos Aires: Prometeo.
Borges, Jorge Luis (2004). El género gauchesco. En Obras Completas I 1923-1949 (pp. 179-197). Buenos Aires: Emecé.