Juan Luis Rodríguez y Miki Makihara
Introducción
En este ensayo, tratamos los procesos interaccionales en torno a la transformación de formas semióticas como objetos de los posicionamientos verbales, o más en general las posturas semióticas (conocido en inglés como stances), y como procesos mediadores en la formación del sujeto. Las posturas semióticas son evaluaciones de formas semióticas, relativamente estables y reconocidas por quienes participan de un acto de interacción determinado, a través de las cuales los individuos acumulan y adquieren su subjetividad y su visión del mundo (worldview). Un ejemplo de este proceso, que elaboramos luego en este ensayo, es el uso singular del pronombre personal they en inglés, el cual puede indexar a un sujeto de género no binario.
La postura lingüística (Du Bois, 2007; Jaffe, 2009) ha sido definida también como una relación entre sujetos, mediada por objetos de atención pública e interpersonal, a la que se le asigna valor sociocultural. Entendemos que esta manera de abordar el concepto permite comprender mejor las relaciones políticas y de poder. Queremos extender y profundizar en el estudio del rol de las posturas semióticas en las dinámicas de las relaciones sociales, y para ello proponemos ver los objetos evaluados socialmente como formas semióticas con una existencia que no se restringe a su materialidad física. Estas formas tienen utilidades particulares y a la vez pueden ser concebidas como tipos ejemplares dentro de un sistema de intercambio dado. Por ejemplo, una manzana tiene una existencia concreta y puede ser ingerida o usada como elemento decorativo. Pero también la misma manzana puede cambiarse por otras mercancías, con lo que adquiere valores distintos en diferentes mercados (Bourdieu, 1991; Woolard, 1985; ver también Marx, 2013). Estos tipos de valor los podemos encontrar en toda forma lingüística, y es parcialmente por eso que aquí preferimos referirnos a formas semióticas y no solo a objetos. Partimos de la base de que las formas semióticas con valor sociocultural negociado y elaborado en prácticas sociales son la base de la formación del sujeto. Esto nos permite concebir la formación de sujetos como un proceso intersubjetivo, y analizar el poder y la política como dos tipos de capacidades agentivas —asociadas a procesos de normalización y transgresión social, respectivamente— en sociedades con aparatos de Estado e instituciones disciplinarias asociadas a él. En la segunda sección atenderemos a la dinámica del poder y la política en relación con el rol de las posturas semióticas y la agentividad. Pero primero debemos aclarar algunas características de la forma semiótica.
Las formas semióticas que nos interesan son resultado de procesos de valoración de las formas lingüísticas que se producen durante la toma de postura semiótica. En otras palabras, la postura misma es una forma de trabajo semiótico que produce valor de manera performativa. Mientras que otras teorías de la postura asumen que los objetos tienen un valor asignado de antemano, nosotros proponemos que el acto de posicionamiento es fundacional en la producción de valor. Un tipo de valor, por ejemplo, es el que se ve determinado por las posibilidades de uso (llamadas en inglés affordances) de las formas semióticas. Al mismo tiempo, otro tipo de valor se deriva de su intercambiabilidad, comparabilidad, traducibilidad u otras formas de relatividad y relacionalidad. Este último valor se manifiesta en la historia de la circulación y acumulación de las formas semióticas como tipos (types). Estos modelos de valor son formas diferentes de abstracción que, sin embargo, interactúan el uno con el otro dado que el valor de cambio depende, al menos en parte, del valor de uso, lo cual permite la comparación en términos de la importancia social de las formas. No obstante, el valor de uso no depende del valor de cambio, sino de su materialidad y de las formas de interacción con el usuario que restringen y potencian la posibilidad del uso.
La postura de los sujetos con respecto a las formas semióticas y la calibración de estas posiciones con respecto a otros sujetos son la base interactiva para el surgimiento y desarrollo de la subjetividad. Así como las formas semióticas son valoradas en relación con sus cualidades y relaciones mutuas, así también los sujetos se asignan valor los unos a los otros en un proceso de abstracción mutua en el que sus cualidades y relaciones producen tipos sociales reconocibles. Como tales, las formas semióticas y las posturas que se adoptan hacia ellas son parte integral de la reproducción y transformación de las relaciones sociales, así como de la desigualdad.
En general, lo que se evalúa en la toma de postura con respecto a la forma semiótica son sus características éticas y estéticas, teniendo en cuenta los tipos de valor asignados tanto a los objetos materiales, las personas, como a lenguas, los géneros discursivos y todo tipo de prácticas comunicativas. Las subjetividades, entendidas como maneras de ser en el mundo, son producto de la interacción mediada, y son también formas semióticas. Estas formas pueden constituir, por ejemplo, categorías sociales abstractas (con sus valores asociados) como negritud, indigenidad, masculinidad o feminidad. Las posturas dependen de los signos existentes para formar parte del pensamiento (Kohn, 2013). A partir de ellos los sujetos se crean los unos a los otros a través de la abstracción y mediación del mundo físico material en el que los significantes, o cualquier objeto (que interpretan, usan, crean), les permiten calibrar su posición con respecto a los demás. Es en este proceso de abstracción de la materialidad lingüística que los sujetos y sus actos comunicativos hacen posibles las posturas lingüísticas. La toma de postura es, por lo tanto, un proceso de covalorización de los sujetos y las formas semióticas, entendiendo que los sujetos son también formas semióticas ligadas al mismo proceso de abstracción.1 La subjetividad surge, pues, de esta covalorización, como forma extendida de sociabilidad entre los seres humanos y otros sujetos en el mundo que los rodea.
Du Bois (2007) argumenta que «ninguna postura es independiente», todas las posturas se toman en público, y a los sujetos se les juzga como responsables de las posturas que adoptan. Estamos de acuerdo en que las posturas son asuntos públicos; sin embargo, no asignamos el mismo peso a la intencionalidad y a la soberanía absoluta de los individuos. Creemos, en cambio, que la naturaleza pública de la toma de postura y su carácter relacional contradicen la soberanía individual de quien toma una postura (véase también Thompson, 2016). Del mismo modo que ninguna postura se encuentra aislada, ningún sujeto es un individuo aislado y, por tanto, toda subjetividad es producto de la intersubjetividad. Presumir que las posturas implican propiedad y responsabilidad completa es asumir los principios de un individualismo metodológico que enfatiza la autonomía del individuo. Parafraseando a Marx, los sujetos se autoidentifican en posturas semióticas, «pero no lo hacen como desean; no lo hacen en circunstancias autoseleccionadas, sino en circunstancias ya existentes, dadas y transmitidas desde el pasado» (Marx, 2008: 1). De este modo, no tiene sentido presuponer ni la propiedad ni la responsabilidad individual ante la postura. Por una parte, reclamar posesión de una postura es un logro de la interacción entre los sujetos. Por otra parte, los sujetos son mejor entendidos como ensamblajes de múltiples subjetividades (Deleuze, 1992; Overing y Passes, 2000; Strathern, 1988) que, a su vez, son producto de las acumulaciones de experiencias y formas de relaciones sociales en la que los individuos participan y a las que son contextualmente expuestos. Proponemos concebir la propiedad y la responsabilidad individual y colectiva de las posturas como características emergentes de interacciones sociales entre subjetividades parciales. Estamos interesados precisamente en esa construcción y negociación de la relacionalidad que involucra escalas múltiples, y en cómo se relaciona con la (re)producción y transformación de las condiciones de desigualdad. Esto nos permite dar sentido a la naturaleza dinámica, compleja y a menudo contradictoria de nuestras posturas y subjetividades, y a la brecha entre su valor de uso y su valor relativo. Alejarse de una concepción coherente, racional, aislada y autocontenida del individuo permite comprender mejor la toma de postura como un proceso de compromiso mutuo y ver en ella potencial para el empoderamiento colectivo.
A través de la postura, los interlocutores producen, de manera consciente o no, evaluaciones éticas y estéticas de las cualidades y posibilidades de uso de las formas semióticas, produciendo subjetividades socialmente reconocidas (o reconocibles). Estas cualidades y posibilidades de uso no son propiedades inherentes a ninguna forma semiótica, a pesar de que con frecuencia se internalizan como si fueran propiedades naturales. Sin embargo, estas propiedades naturalizadas dependen de la socialización y la normalización de nuestras percepciones. Aprender a reconocer e interactuar con las propiedades naturalizadas es importante para la producción de subjetividad y para el ejercicio de poder disciplinario y de control (Deleuze, 1992). El espacio interaccional e intersubjetivo es donde se produce dicha socialización y normalización, y es también donde se identifica y reproduce una forma semiótica con una existencia material estable (o que se siente como tal). La propiedad naturalizada podría considerarse como una propiedad de la mente que se proyecta sobre la forma semiótica proyectada. Munn (1992) explica, acerca de la producción y transformación del valor cultural, que el acto de proyectar propiedades genera signos icónicos y hace posible evaluar y asignar valores de naturaleza ética o estética. Entendidas como «el aspecto fenomenal de la conciencia» o el carácter «como es» de la experiencia subjetiva, las formas semióticas se vuelven accesibles introspectivamente para el pensamiento y los afectos a través de la participación intersubjetiva con otros sujetos e interacción con las formas.
Es importante destacar que las propias posturas lingüísticas pueden ser objeto de atención, interacción y valorización. El paso de adoptar una posición hacia las posturas de otros sujetos (o hacia las propias) es lo que Kockelman (2013) llama una postura de segundo orden. Esto produce una especie de metapostura, o una posición evaluativa en la que calibramos nuestra propia subjetividad con la de los demás (o la nuestra propia). La relación entre metapostura e intencionalidad es complicada debido al hecho de que las posturas se hacen posturas en la medida en que se reconocen. Esto tiene consecuencias importantes para entender cómo las posturas pueden volverse políticas a pesar de la intención de quien las toma. No todas las metaposturas son políticas, pero todas las posturas políticas son metaposturas, independiente de la distribución de responsabilidad, propiedad e intencionalidad.
En este artículo, ampliamos las ideas sobre la toma de posturas desarrolladas por la sociolingüística, para elaborar una comprensión teórica y metodológica de la política que resulte útil para quienes trabajan en campos de investigación relacionados con el lenguaje y la semiótica. Consideramos la mediación semiótica y la toma de postura como procesos centrales para la formación del sujeto y para la reproducción y transformación de los valores culturales, la normatividad y la estandarización de las prácticas lingüísticas en la vida sociocultural. Podemos adelantar que, para nosotros, la política se refiere a una capacidad agentiva transgresora articulada a través de formas semióticas que median las prácticas interactivas.
¿Cuándo y cómo una postura se vuelve política? ¿Cómo se relaciona con la subjetividad política? ¿Cómo identificamos y analizamos el potencial de las posturas políticas como una fuerza transformadora en la sociedad? Para responder a estas preguntas, nos resulta útil distinguir primero el poder de lo que llamamos política y su relación como capacidades agentivas.
Agencia, poder y política: Cómo hacer política con posturas semióticas
Para teorizar el poder y la política como producto de la interacción social, nos centraremos en sociedades con aparatos de Estado e institucionalidades burocráticas. Entendemos el poder como una capacidad agentiva normalizadora y naturalizadora. Por su parte, definimos la agencia como una capacidad causal y transformadora que está mediada socioculturalmente (Ahearn, 2001: 112; Kockelman, 2013: 1). Esta capacidad agentiva no es necesariamente intencional, a pesar de su efecto sobre la utilidad atribuida a objetos, subjetividades y formas de relación, que también pueden ser políticos. A su vez, el poder es una capacidad agentiva que puede producir disciplina, control o modelaje del comportamiento. Estas formas de poder en combinaciones diferentes constituyen una fuerza centrípeta que reproduce la normalización y estandarización de nuestro comportamiento y nuestro sentido del yo (Self).
La forma disciplinar del poder ha prevalecido en sociedades con Estados y burocracias fuertes y constituye el centro de nuestra atención en este ensayo. Sin embargo, existen otros tipos de poder con respecto de la normatividad además de la disciplina, lo que incluye las formas de control y el modelaje. La diferencia entre estos tipos de poder emerge de las formas ideológicas y las condiciones materiales en las que se basan las estructuras sociales para reclutar a los sujetos y hacerlos seguir las normas. Así, la forma disciplinar del poder implica la estandarización de normas cuya autoridad es externa a los individuos, por ejemplo, las normas de gramática estándar usadas en las escuelas. Estas normas son presentadas y aplicadas a todos los sujetos en contextos específicos en los cuales se espera que ajusten sus comportamientos individuales. Por su parte, el control, el segundo tipo de poder que identificamos, implica que la norma no sea presentada como exterior al individuo, sino ajustada de manera singular a sus características, aunque siempre para provocar el resultado deseado en términos colectivos. Por ejemplo, la colección particular de datos personales en línea que hace posible el marketing o la propaganda electoral personalizada para crear lealtad de marcas o públicos políticos fragmentados. Finalmente, el último tipo de poder que mencionamos aquí tiene que ver con el modelaje, en el cual la norma no se presenta como externa o ajustada al individuo, sino como una meta a ser alcanzada para la autorrealización. Por ejemplo, los estándares estéticos que los personajes famosos hacen deseables, a pesar de no formar parte de una institucionalidad formal o de un conjunto de reglas formales que un ente disciplinar pueda hacer cumplir, ponen presión social y producen deseos y ansiedades en los individuos. Estas tres formas de poder están interrelacionadas entre sí como capacidades agentivas de las cuales dependen los sujetos para relacionarse, de una manera específica, con la normatividad a través de las formas semióticas.
Estos tipos de poder construyen fronteras que generan el sentido de lo que es normal y deseable, fronteras que son construcciones ideológicas, instrumentos que pueden manipularse y trabajarse para limitar el yo, con lo que preservan la jerarquía, las desigualdades y un espacio de normalidad. Las subjetividades que se reproducen dentro de estas fronteras son producto de los diferentes tipos de poder que reproducen las condiciones de subjetivación, aunque no necesariamente lo hagan de un modo consciente. Para navegar el tejido del poder y sus fronteras, los individuos adquieren y difunden «técnicas corporales» (Mauss, 1973), es decir, formas afectivas de comportamiento corporal producidas socialmente. Este proceso depende de la elaboración repetitiva de las normas y posturas que evalúan dichos comportamientos de manera positiva, ya que, por ejemplo, la toma de posición repetitiva produce tempo y ritmo, lo que da a la vida un placer estético particular. Así, el poder les ofrece a los individuos una sensación de pertenencia a un lugar, de seguridad, de placer y de orgullo de su pertenencia a un ser colectivo particular encarnado en una forma de intersubjetividad estable.
También podemos encontrar poder en la (re)creación de un mundo ontológico estable de formas semióticas, en el que éstas acumulan relaciones duraderas no solo entre los signos y sus referentes, sino también entre las formas semióticas mismas, así como entre los sujetos y las subjetividades. En este sentido, el poder también trata de controlar el mundo material que potencialmente puede convertirse en objeto de nuestra interacción, de manera que, en el proceso de aprender a evaluar las formas semióticas, también aprendemos a posicionarnos —a nosotros mismos y a los demás— en la sociedad. Nuestra aceptación de la estabilidad del significado referencial, indexical e icónico depende de la creación de una relación ideológica naturalizada entre los signos y las formas semióticas que creemos que representan. Las normas lingüísticas que constituyen la lengua estándar se basan en dicha estabilización.
La política es, pues, una capacidad agentiva transgresora que puede ser consciente o imputada al sujeto, y que desafía las fronteras (re)creadas por las relaciones de poder. El poder y la política se encuentran en una relación dialéctica pero asimétrica. En cualquier punto histórico dado, una capacidad tiende a prevalecer sobre la otra, lo cual da como resultado relaciones sociales en ocasiones más igualitarias, otras veces más jerárquicas y autoritarias. En tanto que capacidades de acción social, el poder y la política comparten una fuerza agentiva que solo se desarrolla en relación con las condiciones materiales de existencia y los entornos ideológicos, discursivos, en los que las encontramos. Decir que la política o el poder están presentes en nuestras relaciones sociales no significa que tengan la misma fuerza o capacidad agentiva, pues la importancia relativa de ambas depende de las condiciones de desigualdad ideológica, interaccional y material en las que se encuentran.
La política no puede prescindir del poder debido a que ella no se limita a reaccionar a las fronteras y otros síntomas de éste. A su vez, la política no tiene una vida independiente del poder, puesto que la vida política de una forma semiótica se desarrolla solo en el acto de transgredir una norma constituida mediante el ejercicio del poder. Del mismo modo, el poder no puede existir más que en anticipación y prevención de la transgresión política. Al anticipar la transgresión, el poder produce regímenes de modo que la sociedad y el mundo a nuestro alrededor sean estables. El poder puede impregnar la vida social sin siquiera ser notado, y la cohesión social depende de estas formas invisibles de normalización. Ahora bien, la fuerza reproductiva del poder continuamente rechaza y anticipa formas alternativas de desafíos políticos, a pesar de lo cual el poder no puede deshacerse de la posibilidad de la política. Incluso cuando el poder es generalizado, la praxis repetitiva produce variaciones tanto en las formas semióticas como en las posturas políticas que éstas hacen posible, lo que da lugar a formas semióticas nuevas que pueden ser producto de la creatividad o de errores y fallas. Esto aumenta no solo el número y la posibilidad de posturas políticas, sino también las posibilidades y oportunidades de transgresión.
La política, como agencia transgresora, incluye el reconocimiento de posturas, formas semióticas y subjetividades alternativas. Por lo general, una postura política dirige su atención hacia formas semióticas contenciosas que están fuera de las fronteras del comportamiento normativo o que se encuentran en contextos nuevos, a menudo inesperados. En el momento en que los sujetos reconocen la polémica detrás de las formas o posturas semióticas, surge la política. Las evaluaciones discrepantes sobre tales objetos producen desalineación entre los tipos de subjetividad que habitan los sujetos. Aquí distinguimos entre alineamiento y desalineamiento (alignment y disaligment) (cf. Du Bois, 2007), con énfasis en que esta distinción no se correlaciona necesariamente con la que existe entre poder y política. Al mismo tiempo, hacemos hincapié en la naturaleza transgresora de las posturas políticas, pero también en el hecho de que el desalineamiento entre sujetos no necesariamente constituye una transgresión, ya que la transgresión no siempre resulta de una acción racionalizada, sino que también puede ser una respuesta afectiva que tan solo vagamente se relaciona con la intención consciente.
Independiente de la intención, lo que hace que una postura sea política es que la desalineación entre sujetos es de naturaleza transgresora o contenciosa. Por ejemplo, tras haber crecido en los Estados Unidos, el expresidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada, hablaba español con acento inglés, lo cual muchos líderes indígenas y nacionalistas en Bolivia percibieron como una transgresión fuera de lugar. Este acento involuntario, y supuestamente inevitable, se convirtió en un objeto político de disputa durante la carrera política de Sánchez de Lozada. Sin embargo, esa forma semiótica transgresora no devenía de una intención por parte de Lozada, sino del modo en que era percibida por una parte del público de Bolivia que adoptó una postura particular contra él.
La naturaleza política de las formas semióticas no está dada solamente por lo que creemos que son, sino por lo que podrían llegar a ser, y por las posibilidades que encontramos en ellas. Así, las formas semióticas se vuelven políticas: i) cuando cruzan fronteras que se supone que no deberían cruzar por ser esenciales en la (re)creación del poder normalizado, o ii) cuando atraen y producen valores no normativos y como consecuencia se encuentran fuera de lugar. Es en la circulación de actos comunicativos, y en las formas semióticas, donde encontramos capacidades políticas y formas de subjetividad. Por lo tanto, la política se define por ser perpetuamente incompleta y por estar en un proceso de constante cambio y desarrollo cuyo devenir (Deleuze, 1992) caracteriza la transformación de formas semióticas en transgresivas, así como la normalización de las formas transgresivas. Resulta necesario destacar que las formas semióticas no son transgresivas o normalizantes per se, sino que estas capacidades devienen de los procesos de interacción social a escalas específicas.
Las fronteras de circulación, como sucede con todo tipo de contexto, son disputadas y desdibujadas, pero también recreadas performativamente por la transgresión (Goodwin y Duranti, 1992). Un uso transgresor de los pronombres, por ejemplo, puede normalizarse dentro de un contexto particular en la medida en que ya no sea completamente transgresor para una determinada comunidad de práctica. De este modo, la transgresión puede dar lugar a nuevas normatividades. Mientras menos atención llame sobre sí misma una forma semiótica que circula dentro de una escala, menos política se vuelve, y viceversa. Por lo tanto, la transgresión no es una capacidad permanente: las formas pueden entrar y salir de contexto y su naturaleza transgresora se puede perder con el tiempo. En definitiva, el objetivo final de la política es redefinir las relaciones de poder, pero en realidad no puede prescindir de él.
En su cruce de fronteras a través de las escalas, o contextos de interacción y circulación, y en sus desafíos a la normatividad, las formas semióticas nunca están completamente bajo control. Esas fronteras son porosas y relativas. Incluso cuando los sujetos adoptan de manera intencional una postura política, no todos los interlocutores necesariamente tienen que reconocerla como tal. Sin embargo, una parte importante de la toma de postura es que uno acepte o comparta, o que a uno se le impute, la responsabilidad (véase Hill e Irvine, 1993) hacia una forma semiótica. Para ser política, una postura requiere un cierto tipo de reconocimiento compartido y necesita apuntar a alguna asimetría de algún tipo.
Posicionamiento y escala
Las posturas políticas y las formas semióticas se desarrollan y cambian con el tiempo en el flujo de interacciones a diferentes escalas (Carr y Lempert, 2016). Entendemos aquí las escalas como contextos de circulación de formas semióticas que están jerárquicamente vinculadas y a veces subordinadas entre sí. Lo que puede comenzar como una postura no política es susceptible de convertirse en política a medida que avanzan las interacciones, según el marco interpretativo. Las posturas políticas disidentes se desarrollan en relación con otros sujetos posicionados en una escala particular de interacción, pero de ahí se pueden extender a contextos inclusivos encajados el uno dentro del otro en el tiempo y el espacio, a medida que los interlocutores adoptan una visión reflexiva de los tipos de sujetos y públicos que pretenden abordar y a los que pretenden juzgar. Podemos llamar a esto «vinculación de escalas», y definirlo como el efecto producido al reclutar formas semióticas que circulan a través de varios contextos, lo que establece consistencia en el valor de dichas formas semióticas. Uno de los mecanismos por medio de los cuales los sujetos mueven las formas semióticas a través de las fronteras y de las escalas es plantear un valor como si fuera consistente con esas escalas y fronteras. Esta consistencia de valor en la forma semiótica se establece ignorando y encubriendo (erasing) momentáneamente las fronteras que aun así delimitan las escalas y los contextos. Sin embargo, la naturaleza pretendida de esta consistencia, que oculta la descontextualización y la diferencia potencial en las evaluaciones de las formas semióticas, es necesaria para moverlas a través de las fronteras desde una escala de interacción inicial a la escala que es el objetivo final.
Este proceso resulta fundamental para la estandarización lingüística y otros procesos disciplinarios similares. Las formas gramaticales prescritas, por ejemplo, se extienden a través de actos comunicativos a diferentes escalas y en diferentes contextos, tratando estas formas como si tuvieran el mismo valor en todas las escalas, a pesar de que las prácticas lingüísticas reales, como sabemos, contradicen esta pretensión. La dificultad, desigualdad y los dobles estándares con los que se evalúan muchas formas semióticas pueden explicarse por el endurecimiento de las fronteras de las escalas de interacción con respecto de formas semióticas desvalorizadas. Por un lado, las formas no estandarizadas no pueden vincularse con facilidad a través de las fronteras; por otro, compiten con las formas estándar que han acumulado prestigio en escalas más inclusivas de interacción. Por lo tanto, su consistencia es más difícil de fingir. El hecho de que la forma semiótica no tenga consistencia a través de la vinculación de escalas puede llevar a que los sujetos, las subjetividades y las formas semióticas sean evaluados negativamente a través de un proceso de conaturalización.
La política, como hemos discutido, puede apreciarse en los detalles de la vida cotidiana e impregnar múltiples escalas. Una de estas escalas puede ser la distribución de turnos de habla en conversaciones cara a cara; otras pueden incluir comunidades de habla, comunidades de práctica, comunidades imaginadas y públicos. Los sujetos pueden alinearse normativamente en una escala y desalinearse transgresivamente en otras dentro de una sola interacción. Por otra parte, la misma expresión puede constituir una postura política en una escala y una postura de poder en otra. Además, las posturas pueden articular a la vez las relaciones del poder y de la política, señalando de manera indexada su circulación en diferentes escalas de interacción.
Algunas posturas políticas pueden sostener las normas sociales como formas de poder incluso cuando se toman en un nivel de interacción más localizado. Como consecuencia, lo que Foucault llama biopolítica debe verse como una estrategia escalar de subjetivación (o lo que llamamos aquí poder disciplinario) determinada por el contexto institucional de interacción. Es escalar porque la disciplina necesaria para convertir individuos en sujetos se aplica en espacios restringidos demarcados dentro de instituciones que limitan las fronteras de interacción disciplinaria. Esto requiere que las personas involucradas en la interacción mantengan distintos tipos de postura entre sí a diferentes escalas a la vez, dados los roles que estos individuos asumen en las facetas de sus vidas. Presentamos entonces ejemplos para ilustrar cómo se articulan las posturas políticas y de poder disciplinario a diferentes escalas.
Tabla 1. Escalas y reclutamiento de formas semióticas
Original |
Traducción |
1. H1: Was Andrew at the meeting? 2. H2: He was present. 3. H1: They was present. 4. H2: Yeah, they was there. 5. H1: They was not listening carefully though. |
1. H1: ¿Estuvo Andrew en la reunión? 2. H2: Él (‘he’) estuvo presente. 3. H1: Elle (‘they’) estuvo presente. 4. H2: Sí, elle (‘they’) estuvo allí. 5. H1: Elle (‘they) no estaba escuchando con cuidado. |
La tabla 1 ilustra la vinculación de dos escalas a través del reclutamiento de dos formas semióticas en competencia. Si he proviene de y apunta hacia el contexto social más amplio de distinción normativa de género, la forma they es reclutada por el hablante 1 (H1) por ser una forma transgresiva, y por tanto política, que indexa una posición no normativa en referencia al género como no binario. En este caso, la forma they cruza de una escala de interacción a otra, volviéndose transgresora y contraponiéndose a he en el contexto inmediato. Este uso (re)produce una nueva forma semiótica con valor distinto al de they plural, aunque con la misma manifestación material fónica. Es decir, la manifestación material they es abstraída y adquiere un nuevo valor. El turno 4 transforma la relación entre los sujetos de política a poder, a través de una postura que es al mismo tiempo macropolítica y microdisciplinaria. Es microdisciplinaria porque H2 se alinea con H1 aceptando el uso de they en el singular. Es también macropolítica porque H1 recluta a H2 para reconocer una posición política con respecto a cierta escala de circulación social normativa del pronombre they en singular. En los turnos 4 y 5 se revelan escalas intermedias y más amplias de interacción, porque H1 y H2 se reconocen como parte de una comunidad de práctica en la medida en que se contraponen a un contexto social normativo. Además, las posturas siguen siendo políticas en otra escala, hacia un público amplio imaginado cuya postura H1 y H2 transgreden en conjunto.
Tabla 2. Determinación escalar de posicionamiento político
Original |
Traducción |
1. H1: Was Andrew at the meeting? 2. H2: They was there. 3. H1: He was present. |
1. H1: ¿Estuvo Andrew en la reunión? 2. H2: Elle (‘hey’) estuvo allí. 3. H1: Él (‘he’) estuvo presente. |
En la tabla 2, H2 presenta they en singular al responder la pregunta de H1, lo cual es interpretable como una transgresión política de la norma lingüística estándar. H1, en cambio, se desalinea con H2 y ofrece una reparación (repair) con el pronombre normativo he. El valor de las posturas, sean políticas o no, debe establecerse interaccional y etnográficamente, y basarse en la historia de circulación de las formas semióticas. Aun si asumimos que el turno 2 constituye una postura política con respecto a una escala mayor de interacción, el valor de la postura en el turno 3 depende necesariamente del contexto más inmediato en el que se produce esta interacción. Así funciona la determinación escalar, sobredeterminando la escala en la que la forma circula y es pensada. Esta postura puede interpretarse como disciplinaria, por ejemplo, si tuvo lugar en un espacio institucional como la escuela. Por otra parte, este enunciado podría interpretarse como político a nivel micro si la forma semiótica he transgrede las normas políticamente correctas que operan dentro de una comunidad de práctica específica. Además, H1 usa la forma he de manera normativa para reclutar la autoridad de esta forma semiótica en una escala social más amplia. Este movimiento hace evidente la necesidad de estudios etnográficos para entender la cohesión ideológica y la emergencia de las prácticas en una comunidad determinada y su relación con otras comunidades (de práctica e imaginadas) en un contexto social más general.
Tabla 3. Posicionamiento autodisciplinar y subjetividad política
Original |
Traducción |
1. H1: Was Andrew at the meeting? 2. H2: He was present. 3. Yep, they was there. |
1. H1: ¿Estuvo Andrew en la reunión? 2. H2: Él (he) estuvo presente. 3. Sí, elle (they) estuvo allí. |
La tabla 3 ilustra el desarrollo de la subjetividad política a través de una metapostura autodisciplinaria. Aquí, un sujeto (H2) se autorrepara (self repairs) ofreciendo una forma transgresora they, posiblemente sobre la base de su exposición previa a dicha forma, y a un cierto grado de conciencia metalingüística. La línea 3 de H2 asume una postura política que se vincula con una escala social más amplia y recluta la forma transgresora they. Tal autorreflexión, experimentación y revisión es un aspecto importante de la formación de su subjetividad política.
Estos ejemplos muestran que las posturas transgresoras no impiden por completo que el poder penetre en la política, ya que, como hemos dicho antes, la política y el poder dependen el uno del otro y no pueden existir de forma independiente. En otras palabras, la política no puede prescindir por completo del poder y siempre permanece incompleta. La relación dialéctica entre poder y política sigue siendo de complementariedad y articulación mutua a través de diferentes escalas. La multiplicidad de relaciones creadas por el reclutamiento de formas a través de varias escalas aumenta las oportunidades en las que los sujetos negocian la socialización y la subjetivación mutua. A su vez, esta subjetivación mutua tiene el potencial de crear un espacio de cuidado, vulnerabilidad y apertura de unos cuerpos a otros. Reposicionar la política de esta manera hace posibles formas de solidaridad en las que el poder no tiene que entenderse solo como dominación, sino también como formación mutua de subjetividades. En última instancia, este proceso puede conducir a formas de empoderamiento mutuo y al aumento de la voz y la acción política colectiva.
Fronteras, vinculación y desvinculación de formas semióticas
Las fronteras de las escalas enmarcan y proveen de lógica a las subjetividades y las formas semióticas dentro de un contexto de interacción social. El poder depende de esta lógica para establecer las limitaciones de los regímenes normativos. Por ejemplo, la normalización, la estandarización y la cohesión social dependen de la fuerza envolvente de las fronteras. No obstante, las fronteras en sí no son hechos totalizadores, sino que también manifiestan limitaciones e incapacidad de controlar por completo las formas que contienen. Esto es lo que antropólogos lingüísticos como Edward Sapir (1921) tenían en mente cuando afirmaron que todas las gramáticas gotean (leak) y se desplazan (drift). Del mismo modo que una gramática no puede contener la transformación de la forma lingüística, así tampoco las formas semióticas y las subjetividades pueden verse restringidas por completo.
La vinculación y la desvinculación de escalas (procesos que dependen de la consistencia ideológica de las formas semióticas a medida que circulan a través de distintas escalas) pueden concebirse como dos efectos contrarios (conexión y desconexión), producidos por el reclutamiento de formas semióticas. El reclutamiento de formas semióticas produce varios efectos que pueden cambiar potencialmente no solo la relación entre escalas, sino el valor mismo de las formas semióticas, con lo que crean así nuevas formas. Por un lado, la vinculación, como efecto de la conexión, enfatiza el movimiento de formas semióticas como si su valor fuera consistente. Por otro lado, la desvinculación tiende a enfatizar la autonomía de contextos y escalas, y la relativa inconsistencia del valor de las formas semióticas. Así, desvincular las escalas es una afirmación de autonomía, distinción y soberanía de la forma semiótica y de la subjetividad. La función escalar de las formas semióticas puede mejorar o socavar cualquier relación política o de poder, dependiendo del tipo de postura asociada a ella. Por ejemplo, el uso del estándar lingüístico por parte de agentes autorizados recluta autoridad de los valores de una escala social amplia. Al mismo tiempo, las instituciones poderosas pueden extender su influencia sobre escalas de interacción más pequeñas al restringir el rango de circulación de las formas. De manera similar, el uso de una forma no estándar puede desvincular las escalas y volverse transgresiva y política en el proceso. El reconocimiento social juega un papel importante en esta forma de vinculación.
Ilustramos el posible desajuste entre la vinculación de escala y la intencionalidad con el siguiente ejemplo. En 2011, la imagen de Raoni —uno de los líderes indígenas más destacados de la historia brasileña reciente— llorando en una reunión pública comenzó a circular en internet. La imagen mostraba a este jefe kayapó llorando frente a otros líderes indígenas, políticos brasileños y una gran cantidad de equipos de noticias internacionales. Ese año, los kayapó y otros pueblos indígenas de la región de Xingu en Brasil protestaban por la construcción de la represa de Belo Monte, que los desplazaría de sus tierras ancestrales. Raoni y otros líderes indígenas acudieron al lugar de la construcción para llamar la atención sobre su causa y denunciar la destrucción de la selva amazónica ante un público internacional. En ese contexto, el Washington Post recogió la imagen de Raoni llorando y ésta se convirtió de inmediato en un meme que circuló ampliamente en internet. La imagen se acompañaba de textos que describían las lágrimas de Raoni como reacción ante la noticia de que el Gobierno brasileño estaba por aprobar la construcción de la represa. La circulación de esta imagen fortaleció la campaña internacional contra la represa, al tiempo que se integró en una narrativa que reunió a figuras públicas prominentes, como el cantante Sting, en la causa contra la destrucción de la selva amazónica. Así, la imagen proporcionó un poderoso atractivo emocional para el argumento de los ambientalistas contra el Gobierno brasileño y las corporaciones internacionales involucradas en este acuerdo. Sin embargo, el poder de esta imagen se tornó en perplejidad cuando los periodistas descubrieron que las lágrimas de Raoni no tenían nada que ver con la represa, sino que constituían un llanto ceremonial tradicional de bienvenida (Wagley, 1977) para el líder indígena con el que Raoni acababa de reunirse.
En este ejemplo, podemos identificar al menos dos formas semióticas y dos posturas hacia cada una de ellas. Primero, tenemos la represa como un centro de atención ya existente en la esfera pública más amplia (lo que implica una escala temporal y espacial mayor). Segundo, en un contexto y escala más inmediatos, tenemos las lágrimas de Raoni. Estas dos formas semióticas crean dos posicionamientos diferentes pero relacionados. Por un lado, tenemos al presidente de Brasil y las empresas que quieren construir la represa; por el otro, a activistas ambientales, periodistas y pueblos indígenas que comparten una posición en contra de la construcción. En cuanto a las lágrimas de Raoni, los periodistas y ecologistas las malinterpretaron como una evidencia de la postura emocional de Raoni contra la represa, en lugar de como un saludo ritual.
El Gobierno brasileño y las corporaciones internacionales no tomaron ninguna posición con respecto a las lágrimas de Raoni, ya sea porque no estaban al tanto de su significado original o porque decidieron no convertirlo en un objeto de su atención directa. Por su parte, los periodistas, en lugar de alinear sus posturas con los líderes indígenas, recurrieron a reclutar y proyectar las lágrimas de Raoni para vincular sus posturas a una escala mayor de lucha contra la represa. La subjetividad política de Raoni, expresada en sus lágrimas, se vio así limitada al ser atribuida por los periodistas solo a este contexto político más amplio. Como consecuencia, las relaciones sociales de Raoni (incluido, por ejemplo, el llanto que le produce ver gente cercana a él) fueron borradas en la proyección operada por los periodistas que redujo a Raoni solo a la condición de líder político ambientalista. En este sentido, la humanidad completa de Raoni también fue olvidada por el esfuerzo de los periodistas que tomaron las lágrimas como una forma estándar que debe ser siempre interpretada como sufrimiento, en lugar de como una forma de sociabilidad específica. Otra dimensión de la proyección operada por los periodistas es que Raoni fue presentado como un indígena hiperreal (Ramos, 1994), es decir, como un tipo de subjetividad abstracta en vez de como un ser humano de carne y hueso.
El ejemplo de Raoni pone de manifiesto la importancia del medio de circulación para el valor y la accesibilidad de las formas semióticas. El medio es crítico en la relación entre las formas semióticas, los sujetos y sus posturas. Por un lado, las condiciones materiales e ideológicas del medio de circulación pueden mejorar o prevenir la cualidad, movilidad y separabilidad de las formas semióticas de los tipos de subjetividades que producen. Por otro, la trayectoria de circulación ilustra cómo el sujeto nunca tiene el control completo de la relación entre sus posturas y las formas semióticas a las que está apegado. En el ejemplo anterior, los periodistas intentaron hacer circular las lágrimas de Raoni separándolas de su socialidad y subjetividad amazónica, con lo que desvincularon su interacción íntima con otros jefes indígenas en este evento comunicativo de la escala más amplia de su activismo político. El medio de circulación, en este caso imágenes en línea, facilitó la desvinculación y la reinserción de la forma semiótica (lágrimas), lo que redujo a Raoni a ser solo un líder ambiental y desplazó así su sociabilidad íntima.
Las formas semióticas emergentes en las redes sociales electrónicas son una característica de las sociedades posmodernas que nos proporcionan ejemplos interesantes del proceso interdiscursivo en el que emergen formas semióticas subsecuentes, lo que potencia el posible desarrollo futuro de nuevas posturas políticas. Las formas semióticas que resultan particularmente polémicas pueden provocar, contradecir e incluso negar otras formas y posturas relacionadas. Las formas semióticas que surgen de este proceso producen posturas y subjetividades que solo tienen sentido como metapostura o metadiscurso. Por ejemplo, las etiquetas en línea como #AllLivesMatter y #BlueLivesMatter surgieron claramente como desafíos a #BlackLivesMatter. Si bien #BlackLivesMatter se creó originalmente como una etiqueta para exponer el racismo en las prácticas policiales y pedir respeto por las vidas vulnerables de los afroamericanos, #AllLivesMatter y más tarde #BlueLivesMatter se crearon exclusivamente para antagonizar, en nombre de la justicia, a los activistas que luchaban por el respeto de los derechos civiles. Así, #AllLivesMatter y #BlueLivesMatter no tienen sentido como formas semióticas, sino en relación con #BlackLivesMatter. Aunque permiten la construcción de subjetividades opuestas, ni #AllLivesMatter ni #BlueLivesMatter pueden desvincularse de #BlackLivesMatter. Estas dos formas no tienen hasta este momento vida social propia.
Escala temporal y postura
La toma de postura política a menudo requiere del reclutamiento de formas semióticas transgresoras a través de escalas temporales. Dada su historia social, las formas semióticas están vinculadas (o no) a escalas de tiempo particulares; sin embargo, una postura política dada puede desafiar y transgredir dicha vinculación temporal y producir nuevas evaluaciones, formas semióticas y escalas en sí mismas. Esto ayuda a arrojar luz sobre los momentos en los que un evento histórico del pasado se puede vincular con nuestro presente y tener consecuencias reales en nuestras vidas actuales. La manipulación de escalas temporales, es decir, vincular o desvincular el pasado del presente, es una estrategia muy común para (re)producir relaciones de poder y disciplina en muchos entornos sociales. Esto ocurre, por ejemplo, en los procesos de invención de tradiciones, como las fiestas folclóricas nacionalistas (Hobsbawm y Ranger, 1983), que vinculan el presente con un pasado imaginado como si éste hubiera sido siempre así. Existen ocasiones en las que el presente se desvincula del pasado para sostener una jerarquía social particular. En esos casos, una postura política contra tal desvinculación amplía la temporalidad de una forma semiótica para vincular ese pasado con las circunstancias políticas y materiales de nuestra existencia actual.
En lo que sigue ilustramos cómo una postura política concreta nos lleva a revisar nuestra comprensión de la escala temporal de la historia para desafiar la desigualdad racial en los Estados Unidos. Aquí nos centramos en el reciente debate sobre las compensaciones debidas a los afroamericanos por los horrores de la esclavitud y su desvinculación con las desigualdades del presente. Las compensaciones son una forma semiótica clave que desafía la desvinculación temporal de las desigualdades económicas actuales con una historia pasada de esclavitud y explotación que ha sido la base del desarrollo de la economía capitalista en los Estados Unidos.
En junio de 2019, el Congreso de los Estados Unidos celebró una sesión pública sobre compensaciones por la esclavitud. Durante su testimonio, la diputada Sheila Jackson Lee subrayó las continuidades históricas entre el pasado de la esclavitud y el presente de las desigualdades raciales en los Estados Unidos, conectando su historia personal con las condiciones materiales de los afroamericanos. Su ampliación de la escala temporal vinculó su propia vida con las condiciones estructurales en las que se desarrollan las vidas afroamericanas: «Soy un producto de mi historia. Soy claramente una criatura que recorrió este camino. No, no recogí algodón, pero diré que quienes recogieron algodón crearon la riqueza más básica de esta nación. El algodón era el rey» (traducción de los autores).2
La riqueza de esta nación se vincula con las condiciones que produjeron no solo al país en sí mismo, sino también la vida personal de los afroamericanos como individuos. En su testimonio, la congresista Jackson Lee trasladó las reparaciones del pasado al presente vinculando la historia de la esclavitud en los Estados Unidos con las condiciones actuales de desigualdad estructural. Esta vinculación del pasado y el presente les otorga a las reparaciones una poderosa fuerza transgresora contra la eliminación (erasure) normalizada de los efectos de la esclavitud.
En su testimonio, el escritor y periodista Ta-Nehisi Coates amplió de una manera similar la escala temporal en la que podemos entender las reparaciones, interpelando explícitamente al líder de la mayoría del Senado de Estados Unidos, Mitch McConnell, quien ha negado tal continuidad histórica sobre la base de una desvinculación entre el pasado de la esclavitud y la responsabilidad actual del Gobierno de los Estados Unidos, lo cual protege el statu quo.
Ayer, cuando pregunté sobre las reparaciones, el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, ofreció una respuesta que nos es conocida. No se debe responsabilizar a los Estados Unidos de algo que sucedió hace 150 años, pues ninguno de quienes estamos vivos actualmente somos responsables. Esta refutación ofrece una extraña teoría de Gobierno según la cual las responsabilidades del país están de algún modo ligadas a las vidas de sus generaciones […] La esclavitud reinó durante 250 años por estos lares. Cuando terminó […] los negros fueron sometidos a una implacable campaña de terror, una campaña que se extiende hasta la vida del líder de la mayoría McConnell […] Lo que sucedió hace 150 años sucede en este momento […] O sea, que, si Thomas Jefferson importa, también importa Sally Hemings. Si el Día D importa, también importa Black Wall Street. Si importa Valley Forge, también importa Fort Pillow. Porque la verdadera cuestión no es si estamos atados a algunas cosas de nuestro pasado, sino si somos lo suficientemente valientes como para estar atados a todas ellas (traducción de los autores).3
Al ampliar la escala hasta incluir su «vida», Coates expone en esta intervención a los actuales legisladores estadounidenses, y en particular al senador McConnell, como testigos cómplices de la continua discriminación y explotación. Así, la interpelación a McConnell revela el doble rasero con el que se recluta el pasado de los Estados Unidos para justificar o negar las desigualdades estructurales del presente. La postura política de Coates se afirma al movilizar las compensaciones tanto para abrir el contexto histórico en el que entendemos la desigualdad como para discutir los tipos de retribución que pueden resolver este problema. Su transgresión desafía el uso selectivo de la historia por parte de los políticos estadounidenses que desean mantener el privilegio y la desigualdad racial.
Conclusión: Análisis glotopolítico y etnográfico de las formas semióticas
El argumento central que queremos avanzar en este artículo es que la adopción de una perspectiva interaccional y etnográfica sobre la toma de posición, con especial atención a las formas semióticas y la intersubjetividad, nos permite comprender mejor la dinámica entre la política y el poder como formas de agencia transformativa. Esto requiere que comprendamos la circulación y las relaciones entre formas, posturas y subjetividades dentro y entre escalas, para lo cual defendemos el valor del estudio etnográfico. La etnografía se caracteriza por «usar el yo, tanto como sea posible, como instrumento de conocimiento» (Ortner, 1995: 173). Aunque esto generalmente implica trabajo de campo, observación participante y análisis de la interacción, la perspectiva etnográfica también se puede adoptar en los análisis históricos. Una perspectiva etnográfica ilumina el estudio de la vida social y la circulación de las formas semióticas: en primer lugar éstas son producidas, evaluadas y utilizadas por los sujetos para crearse a sí mismos y a otros; en segundo lugar, tales formas son objetivos de la normatividad reproductiva, ya que el poder trabaja para controlarlas; y finalmente, estas formas también son objetivos del reposicionamiento por parte de actores políticos que podrían movilizarlas para producir y promulgar conciencia política. Como vimos, los enlaces interescalares permiten la experimentación y la movilización de la autoridad o la solidaridad. El mapeo, a través del posicionamiento, de la vida social de las formas semióticas y sus desplazamientos nos ayuda a comprender la subjetividad y su transgresión en un momento sociohistórico particular.
La incorporación de una perspectiva etnográfica a la perspectiva glotopolítica implica la atención al funcionamiento del poder y el potencial transgresor de las formas semióticas. En términos prácticos, exige tener en cuenta la vida social de las formas semióticas abstractas y su impacto en el tipo de relaciones y subjetividades sociales que permiten dichas formas. Esta mirada debe enfatizar la economía política de tales formas semióticas prestando atención a su valor como proceso relacional que resulta en la producción y reproducción de la desigualdad. La atención a la toma de posición permite el análisis de los procesos de formación de sujetos mediados por el compromiso intersubjetivo con formas semióticas.
En este ensayo, hemos defendido la importancia de las formas semióticas y la toma de posición para comprender tanto la participación política como las formas de poder. Hemos explicado cómo la política y el poder son dos capacidades agentivas diferentes en la vida social. Mientras que el poder es una fuerza centrípeta que contribuye a la normalización, reproducción y estandarización de las subjetividades y formas semióticas, la política es una fuerza centrífuga que desplaza y mueve formas semióticas fuera de contexto y a través de las fronteras. La toma de posición tiene un lugar central en la determinación de qué tipo de fuerza puede ejercer un tipo de agencia particular. El carácter político de una forma semiótica no es una característica intrínseca, sino que está determinado por el tipo de postura transgresora que los sujetos adoptan hacia ella. Esta determinación implica diferentes escalas temporales y espaciales y la resocialización mutua de las subjetividades. Prestarle atención a la toma de posición nos ayuda a entender la política y el poder en los procesos de interacción, lo cual Del Valle (2017) sugiere es central para un análisis glotopolítico. Por esto creemos que una perspectiva interaccional y etnográfica es fundamental para la comprensión más profunda de las subjetividades políticas.
Referencias
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1 Véase Gal e Irvine (2019) para una discusión sobre la co-constitución como proceso semiótico importante en la construcción de identidades. Véase también Inoue (2006) para un análisis sobre la co-constitución de subjetividad y lenguaje en la construcción de la nacionalidad japonesa.
2 «Hearing on slavery reparations», C-SPAN, 19 de junio de 2019, disponible en https://cs.pn/2YRHKyQ.
3 «Hearing on slavery reparations».