El discurso de Jair Bolsonaro estuvo claramente marcado desde la campaña electoral de 2018 —en la cual fue elegido presidente de Brasil, cargo que asumiría a partir del 1 de enero de 2019— por atacar a los negros e indígenas, a las mujeres y a los homosexuales y transexuales, a los «comunistas», además de defender la violencia, la tortura y el uso libre de las armas. Esa enunciación respondía a una postura ultraderechista —constitutiva de su deslucida carrera política— que alimentaba los derroteros de una ambición dictatorial. Desde esta postura abrazó los designios de los sectores que ansiaban acelerar el proceso de implementación neoliberal que estaba en marcha en Brasil, de modo de alcanzar niveles de éxito equiparables a los del tan alabado modelo chileno.
En esa campaña, la bandera que le permitió ganar las elecciones tal vez haya sido su abierta posición contra el Brasil del Partido de los Trabajadores (PT), que había gobernado durante trece años. Su postura promovía una gran adhesión, más aún porque Bolsonaro cargaba las tintas en la lucha contra la corrupción.1 Esa toma de posición, como en cada una de las veces que expresa su ideario, se materializa en una enunciación marcada por la provocación. Y a este señalamiento de índole discursiva ya podemos sumar otro, relevante en la reflexión que propongo: un atentado sufrido durante la campaña lo obligó a permanecer hospitalizado. Así, jugó a su favor una forzada contención de la palabra que le resultó conveniente pues no tuvo que exponerse al debate ni explicar su programa que, en verdad, no consistía más que en una serie de frases de efecto y de slogans de cuño conservador apoyados por una pequeña minoría y rechazados —como quedó demostrado en distintas encuestas— por la mayoría, incluso por muchos de los que terminaron votándolo.2 La retahíla de frases y slogans se adaptaba mucho mejor a la sintaxis de las redes sociales: Twitter, Facebook y WhatsApp, soportes que fueron buque insignia de su campaña.
Abordaré en esta reflexión algunos aspectos del funcionamiento de la práctica de la palabra de Bolsonaro en las inflexiones que tomó durante el año 2020, marcado por la pandemia del COVID-19, crisis de salud pública que, en el caso de Brasil, se vio agravada por la política del gobierno. De acuerdo con los números oficiales (que comportan un importante margen de subnotificación), a fines de ese período la cifra de infectados se elevaba, a más de ocho millones y el número de muertos superaba los 200 mil, contexto agudizado por la falta de conducción por parte del Ministerio de Salud para organizar la compra de la vacuna a nivel nacional y el armado de la logística capaz de prever la infraestructura necesaria para la vacunación que aún se configuraba como un proceso incierto. El 28 de diciembre los titulares registraban: «Bolsonaro diz que não é ele que tem que ir atrás da vacina», aclarando que los fabricantes son los que deberían buscar a Brasil, porque el país es un mercado consumidor enorme.
Para acercarnos a los modos de enunciar de Bolsonaro y, sobre todo, a los efectos que desata la práctica de su palabra como presidente en las condiciones materiales específicas que atraviesan el espacio brasileño empezaré citando parte de la serie de bocadillos que introdujo justamente sobre la vacuna (o vacunas) en diversos pronunciamientos realizados en eventos no necesariamente vinculados a la situación sanitaria. Los mismos tuvieron lugar la semana del 18 al 25 de diciembre de 2020, período marcado por el inicio de los cronogramas de vacunación en varios países, incluso de América Latina. Por ejemplo, en un paseo por el litoral del Estado de Santa Catarina, que promovió —como es su costumbre— una aglomeración de seguidores, sin máscara, gesto valentón que suele acompañar el tono de su decir provocador, afirmó que la mejor vacuna es contraer el virus, tal como le ocurrió a él mismo: «Eu tive a melhor vacina, foi o vírus. Sem efeito colateral». El pronunciamiento alcanzaba alta dimensión genocida en un momento en que el número de muertos en Brasil volvía a ser de casi mil personas por día, tal como había ocurrido en el período de junio a agosto del mismo año, cuando el pico máximo superó las 1.300. Cabe destacar que ese movimiento de generalización a partir de su experiencia particular, que es constante y que se hace presente en su reiterada apología de la cloroquina en el tratamiento de la infección, lo lleva a concluir que él no se aplicará ninguna vacuna porque ya estaría inmune.
En el embate obcecado que mantiene con el discurso científico, un día después, puso en duda la eficacia de la CoronaVac, desarrollada por el laboratorio chino Sinovac y comprada por el gobernador del Estado de São Paulo, el ultraliberal João Doria (Partido da Social Democracia Brasileira/PSDB), inicialmente su aliado y, luego, su opositor principalmente en lo que se refiere al tratamiento del tema de la vacunación. Algunos días antes, en un acto en el Estado de Bahía, ya había cuestionado los posibles efectos colaterales de las vacunas, tomando como ejemplo la elaborada por Pfizer/BioNTech y afirmando que no hay garantía de que la misma no transforme a quien la reciba en un caimán. Para rematar su argumentación, a esa ilustración hilvanó otras: «Se você virar Super-Homem, se nascer barba em alguma mulher aí, ou algum homem começar a falar fino», en el contrato queda claro que el laboratorio no se responsabiliza por efectos adversos.
Los pronunciamientos son elocuentes y dicen mucho sobre quién habla y a partir de qué lugar ya que los propios ejemplos movilizados permiten ver algo regular en su modo de enunciar: la expresión de las fantasías que propicia la postura machista y homofóbica de Bolsonaro. Lo que nos parece necesario es empezar a observar el tipo de efectos que desatan. Algunos periodistas, incluso los de los medios hegemónicos que apoyan los rumbos trazados por el neoliberalismo, llegan a subir el tono e increpan a Bolsonaro, exigiéndole que «seja presidente» y que «seja capaz de liderar». Además, se indignan cuando afirma, tal como ocurrió el 10 de diciembre de 2020, que «estamos vivendo um finalzinho de pandemia», lo que los llevó a acusarlo —como tantas otras veces— de mentir descaradamente.
Tales interpretaciones nos remontan a un hecho nada menor: Bolsonaro era un advenedizo en el momento de ganar las elecciones. Este estatuto tenía que ver con su intranscendente carrera política, con pertenecer al Partido Social Liberal —en aquel momento, con poco o ningún peso en la política brasileña— y con el hecho de que hoy es un presidente sin partido. Su perfil no lo hacía un buen candidato para el conjunto de la burguesía, lo que resultaba agravado por un ethos «inconveniente», marcado por gestos intempestivos en alguien que, además, defiende con fervor valores de ultraderecha. Primaba una tendencia al exceso que le restaba confiabilidad, al favorecer un carácter díscolo que podía poner en riesgo el orden constitucional. Esa tendencia intempestiva se mostró y continúa mostrándose cuando Bolsonaro toma la palabra en las variadas prácticas: en los paseos dominicales por Brasilia, rodeado de sus seguidores; en los mensajes que publica en las redes sociales; en los actos o eventos de la agenda oficial. Siempre puede llegar a decir aquello que no se espera de un presidente, aquello que roza lo imposible o, simplemente, sintetizando la queja de los citados periodistas, aquello que lo desdice como presidente. Al mismo tiempo, en todas esas ocasiones, es posible notar un cierto goce de la palabra, acompañado por el de aquellos que se identifican con sus bravuconadas.
Desde la perspectiva de los que no son sus seguidores, una síntesis posible de esa figura se materializaba en el payaso vestido de presidente, con la respectiva banda presidencial, presentado por una de las carrozas alegóricas de la escola de samba «Acadêmicos de Vigário Geral» en el carnaval de 2020 de Río de Janeiro.3 El muñeco retomaba la memoria de un payaso llamado «Bozo», nombre que parte de la población suele asignarle a Bolsonaro. El mismo refiere al personaje creado en los años 40 en Estados Unidos («Bozo the Capitol Clown») y que, en los 80, protagonizaba en Brasil un programa televisivo de amplia audiencia. La alegoría carnavalesca nos acerca una vez más a la escisión o a la falta de resolución entre el lugar social que debe ser ocupado y el «yo» que no logra ocuparlo. La boca del payaso contribuye incluso a anticipar otro rasgo crucial de la enunciación de Bolsonaro, pues nos hace llegar con facilidad a la idea del «bocazas» («persona que habla más de lo que aconseja la discreción») o del «bocón» («que habla de más»).
A la izquierda foto de parte del carro alegórico de la escola de samba Académicos de Vigário Geral. A la derecha, tapa de revista de noviembre de 2020, sobre una afirmación de Bolsonaro: «Tudo agora é pandemia, tem que acabar com esse negócio, pô. Lamento os mortos, lamento. Todos nós vamos morrer um dia, aqui todo mundo vai morrer. Não adianta fugir disso, fugir da realidade. Tem que deixar de ser um país de maricas».
La práctica de la palabra no es un problema menor en el gobierno de Bolsonaro, incluso, como vimos, por las interpretaciones que suscita: la demanda de que «sea presidente», de que hable y actúe como tal. Esa no coincidencia que se da entre la práctica de la palabra y el lugar social de presidente desata efectos también, tal como es posible imaginar, en sectores del gran empresariado. En ese sentido, cabe destacar que, poco después del inicio de la pandemia del COVID-19 era posible escuchar a Bolsonaro atizando los ánimos contra el Congreso Nacional y el Supremo Tribunal Federal (equivalente a la Corte Suprema de Justicia) bajo la alegación de que necesitaba «governar sem interferências». La burguesía, a esas alturas, venía digiriendo el sapo puesto que, ya que se trataba del presidente elegido, había que aprovecharlo para dar continuidad a sus caros designios. Así, como parte de las negociaciones políticas, le cuestionó el ejercicio de la palabra, en el sentido de que dejase de provocar conflictos desestabilizadores con los órganos de la democracia4, imprescindibles para dar continuidad al proyecto de rapiña: llevar a cabo las reformas y privatizaciones aún no realizadas para profundizar el necesario orden de desigualdad. La urgencia de esos designios quedó clara en una reunión ministerial del 22 de abril de 2020, en la que el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, afirmaba la necesidad de «passar a boiada». Con esa expresión se refería a aprovechar que la atención de los medios y de la sociedad se concentraba en el COVID-19 para, sin levantar la perdiz, cambiar las reglas relacionadas con la protección ambiental y el área de la agricultura.
En este punto, creo fundamental detenerme en el constante rumor que el gobierno Bolsonaro genera en amplios sectores de la población: los que siempre dijeron «ele não» y los que le retiraron apoyo. Tal rumor —que ya encontraba expresión en el muñeco de la escola «Acadêmicos de Vigário Geral»— está marcado por la presencia de ciertos significantes. Tomo aquí algunos de ellos: se dice que se trata de un desgobierno y de un despresidente, y se le asignan a este último una serie de atributos tales como el de improvisado, conservador, machista, troglodita, homofóbico, miliciano, corrupto, la vergüenza de Brasil en el mundo, genocida, payaso, ignorante, idiota, grosero, loco, inoperante. La conformación de esa serie, aquí incompleta, me lleva a una operación necesaria: la de exponerla al equívoco, o sea, a la polisemia y a la ambigüedad, siempre presentes en el lenguaje y, para ello, se hace imprescindible una confrontación.
A fines de 2020, Brasil enfrentaba las medidas ya tomadas por ese gobierno (y por lo tanto vigentes) o las que estaban en la cámara en vías de aprobación. Tanto unas como otras anticipaban cambios profundos que implicaban la producción de un nuevo país. Presento las principales en tres grandes ejes, vinculándolas a los efectos centrales que acarrearán: i) los nuevos grados de explotación que impondrá la «reforma administrativa» y la precarización laboral que traerá lo que se llama carteira verde amarela dando continuidad, esta última, a las reformas laborales y previsionales que vienen siendo implementadas; ii) una cada vez más amplia pérdida de la soberanía: «Vou vender tudo» es uno de los ejes del programa del ministro de economía, Paulo Guedes, un chicago boy convicto a quien Bolsonaro mantiene desde el inicio de su mandato, pese a la continua renovación que, por diversos motivos, practica en el equipo de su gobierno; iii) la completa destrucción del medio ambiente en función del agro negocio y de la explotación de los recursos naturales de manera abierta, sin controles.
Esa serie de medidas, entre otras, dejan en evidencia la equivocidad de algunos de los términos de la serie de atribuciones que se le hacen a Bolsonaro: a) no se trataría de un desgobierno, al menos no en el sentido que suscita la alegoría del vehículo sin conductor o sin dirección; b) por eso mismo, tampoco se trataría necesariamente de un despresidente ni Bolsonaro sería un loco inoperante. En las condiciones señaladas, decir que «es loco» constituye una expresión que, como mínimo, falla porque —como si no pudiera aprehenderlo— no da cuenta de la referencia al proceso instalado por el gobierno. Así, si alguien insiste en decir que es un idiota y que no sabe lo que hace, me parece necesario ponerlo en duda, aunque pueda comprender por qué se dice. En verdad, las atribuciones que se le asignan son expresión del estupor que causa depararse con el caos, porque tienen que ver con la producción de las anticipaciones imaginarias necesarias para hacerle frente a la firma y ejecución de medidas devastadoras por parte de la máquina del Estado. El «caos» funciona ahí como prefiguración del real que, como tal, siempre está fuera de cálculo. Más aún en el contexto que instaló la política de muerte con relación a la pandemia.
La movilización de la serie de significantes citados muestra también la complejidad de la figura: autoritaria y, a la vez, endeble por un arribismo que lo coloca en riesgo con alta capacidad —en acecho— de fallar en el ritual exigido por el cargo. Sin duda, un arma de doble filo para la burguesía que, pese a sus contradicciones, se sirve de ella como semblante, rostro o cubierta de un gobierno salvajemente neoliberal. Ahondando en la metáfora, diría que usa a Bolsonaro como avatar5 de su proyecto.
Retomo, ahora, la metáfora del rumor como modo de representación de la pulsión cotidiana de no aprobación (o de rechazo) del gobierno Bolsonaro. Esta última alcanza una amplia e incansable serie de expresiones de lucha que se dan en el cruce entre el peso de la tradición que impone un país estructuralmente desigual y la política del gobierno Bolsonaro, que puja para llevar a un extremo tal condición. Las batallas se libran permanentemente contra injusticias empresariales, territoriales, de represión o en respuesta a los ataques a los servicios públicos. Mediante sus consignas y reivindicaciones, atacan el corazón de las imposiciones de orden neoliberal, corroyendo discursivamente sus presupuestos fundamentales. Así, en su movimiento, el rumor alcanza tonos de flujo y de reflujo, señalando la proporción de lo que haría falta para decir «basta» ante el tamaño de la afronta del gobierno.
En un momento de auge en 2020, la no aprobación llegó a ser del 70% de la población. Ese crecimiento se vio acompañado de una consigna enérgica y masiva: Fora Bolsonaro! Pronunciada como un grito, se sobreponía al barullo de los cacerolazos iniciados en marzo y sostenidos a lo largo de más de dos meses en las ventanas de varias ciudades del Brasil. La misma se vinculaba al horror provocado por los primeros pronunciamientos del gobierno frente a la pandemia, en los que quedaba clara la toma de la postura genocida. Y también tenía que ver con los ya mencionados ataques que Bolsonaro profería constantemente contra instituciones del funcionamiento democrático. Adjudico especial valor a ese grito porque pienso que respondía a una reacción convocada, fundamentalmente, vía la movilización en redes sociales y en el anhelo de producir alguna acción colectiva. El mismo se fue agudizando con una fuerte baja de apoyo popular al gobierno, que llegó a ser, hacia fines de mayo, del 29%. La decisión de pagar un auxilio emergencial (que, en algunos momentos, alcanzó la cifra de 100 a 110 dólares mensuales) a los sectores más pobres de la sociedad contribuyó a que ese 70% de desaprobación disminuyera.
Así, el grito de Fora Bolsonaro! se fue perdiendo a lo que, en buena parte, contribuyó que la dirigencia de los trabajadores y de otros sectores (como el movimiento estudiantil) junto con los partidos de oposición al gobierno se fueran entregando a las especulaciones del cronograma electoral de 2022. De hecho, ese conjunto no recogió el grito para sostenerlo, con graves consecuencias frente al avance de la devastación neoliberal y de la política de muerte. Contribuyó, así, a que el mismo se replegase al nivel del rumor y a que la activa y permanente pulsación rizomática de la resistencia no encontrase un cauce de expresión a nivel nacional.
Entreveros glotopolíticos
La teoría de la Semántica de la Enunciación, desarrollada en Brasil por Eduardo Guimarães (2002), puede contribuir a avanzar en la comprensión del funcionamiento de la enunciación de Bolsonaro. Dice el autor que el «locutor» (L) es el lugar que se representa en el propio decir como origen y fuente de ese decir pero, para ocupar ese lugar que produce el necesario y constitutivo efecto de unidad y de parámetro de tiempo, es necesario que esté afectado por los lugares sociales que autorizan a hablar y a hacerlo de determinado modo y no de otro. En síntesis, para que L se represente como origen de lo que enuncia, es necesario que no sea él mismo sino un lugar social de locutor, pues solo puede hablar en tanto predicado por este último.
En las escenas enunciativas protagonizadas por Bolsonaro, el decir de ese «yo» no se deja predicar por el lugar social de presidente, al menos, no en la tradición a la cual vinculamos su funcionamiento. En verdad, permanece siendo él mismo sin someterse, como veremos con más detalle, a los gestos de abstracción que exige su cargo y, por eso, en la enunciación solo alcanza el nivel del enunciador individual, lo que provoca los efectos de no coincidencia que aparecieron tanto en las demandas aquí presentadas («sea presidente») como en las atribuciones que se le asignan («es un despresidente»).
Salir del propio lugar demandaría un desplazamiento o una inversión subjetiva, por muchos motivos, imposible en el caso de Bolsonaro. La razón que elijo abordar tiene que ver con el usufructo del goce de «continuar siendo él mismo», como si estuviera entre sus amigotes, con sus compañeros en el cuartel militar o, tal como es posible imaginárselo con sus hijos, en familia. Discursivamente, ese gesto le rinde réditos, en buena medida, por la identificación que provoca en una parte de la población, que se ve espejada en sus modos de enunciar: interpretados como campechanos («fala como o povo») y como propios de alguien que no tiene pelos en la lengua, rompen con el ethos del político tradicional del cual «todo mundo cansou». Goza, entonces, con los efectos de jugar el rol de (valentón) provocador, lo que le rinde adhesiones y enfrentamientos, estos últimos, a veces, también productivos. Se trata de algo parecido a los beneficios que trae «hacerse el payaso». Esta es la otra cara de la representación que se da en los sectores que, negativamente, lo llaman Bozo.
Ese goce es claramente sádico: al ignorar el bien común, atraviesa el principio del placer del otro ya que, en sus bravuconadas, Bolsonaro exalta y propicia la muerte. Buenos ejemplos de lo que digo aparecen, discursivamente, en formas de decir en las cuales resuena —bajo la forma de humor tanático— la reivindicación fascista de «¡Viva la muerte!» Se trata de declaraciones relacionadas con cuestionamientos que se le dirigieron en momentos álgidos de la pandemia, frente a los cuales respondió: «é uma gripezinha», «não sou coveiro» («no soy enterrador»), «todo mundo morre algum dia», «conversinha mole de ficar em casa é para os fracos» («el bla-bla-bla de quedarse en casa es para los flojos»).Vemos, así, que hay un específico agenciamiento enunciativo de la toma de la palabra por parte de Bolsonaro. Ya fue posible observar algo en ese sentido en los pronunciamientos citados sobre la vacuna contra el COVID-19, pero enfocar una escena específica, dentro de una serie que denomino «entreveros glotopolíticos», nos permitirá avanzar, además de darnos acceso a otros tipos de efectos en diversos sectores de la población pues, en este caso, la reacción que provoca lleva a que el rumor alcance la forma de una específica marea cibernética. Bajo la forma de una respuesta que no calla, es producida a partir de un lugar de resistencia e implica, como quedará claro, un determinado tipo de insurgencia.
Comienzo por registrar que, en el escenario de 2020, aquí presentado en apretada síntesis, también avanzaron las investigaciones alrededor de un esquema de corrupción que corresponde a la época en que el actual senador Flavio Bolsonaro, hijo del presidente, fue diputado de la Asamblea Legislativa del Estado de Río de Janeiro (2016-2017). En ese esquema un papel fundamental lo cumplía Fabrício Queiroz, expolicía y amigo personal de la familia Bolsonaro, que trabajó dentro del gabinete del entonces diputado. Su detención, llevada a cabo el 18 de junio de 2020, y las pruebas que fueron surgiendo desataron un «entrevero» entre Bolsonaro y un periodista, reiterando una larga serie de escenas de ese estilo, conocidas en ámbito nacional e internacional. Las mismas se caracterizan por su reacción frente a determinadas preguntas de los periodistas que lo sacan y lo llevan a responder intempestivamente, atropellando todo el juego imaginario constitutivo de la interlocución (quién es él para hablarme así, quién soy yo para que le hable del modo que lo hago, a quién y de qué le hablo así, etcétera) y fracturando el ritual de una práctica. Aquí, la referida imposibilidad de que, en tanto Locutor, se deje afectar por el lugar de locutor-presidente, alcanza una aguda expresión.
En el contexto de los paseos que promueve con sus seguidores, el domingo 23 de agosto —siempre en 2020— un periodista le preguntó: «Presidente, por que sua esposa Michelle recebeu R$ 89 mil de Fabrício Queiroz?»6, cuestión totalmente pertinente en el contexto de los resultados de las investigaciones en curso. La respuesta fue: «Minha vontade é encher tua boca na porrada» (en la acepción más pulida: «Te llenaría la boca de trompadas»). El episodio desató una denuncia en el Supremo Tribunal Federal y una gran cantidad de intervenciones en las redes sociales, especialmente en Twitter e Instagram con la respectiva circulación vía WhatsApp. Las mismas se concentraron especialmente entre el 23 y 24 de agosto y consistieron en reproducir la pregunta realizada por el periodista. Esa movida incluyó más de un millón de twitters disparados por usuarios entre los cuales había artistas, periodistas, influencers, celebridades. En ese primer momento el interrogante ya sufría reformulaciones —el fragmento «sua esposa Michelle» se rescribía como «primera dama» o como «Michelle»— o entraba en relación con otra pregunta clave que continúa sin ser respondida: «Quem mandou a matar Marielle?», refiriéndose a Marielle Franco (concejal de la ciudad de Río de Janeiro, por el Partido Socialismo y Libertad/PSOL), asesinada con cuatro tiros a quemarropa en marzo de 2018. De hecho, los Bolsonaro sufren gravísimas denuncias de que estarían ligados a los milicianos que la mataron.
El movimiento producía una serie de nuevos hashtags: #porradanaonoscala, #semporrada, #Michelle, #FabricioQueiroz, #corrupção, #corruption, que se vinculaban a la recuperación de otros, ya estabilizados: #forabolsonaro. Por su parte, en lo que siguió de la semana del 23 de agosto un nuevo gesto multiplicó la pregunta en varias lenguas, en algunos casos, con especiales contextualizaciones y hasta tomó la forma que hubiera pronunciado el periodista, en el caso de ser nordestino.
El hecho de que la pregunta circulase en varias lenguas y en boca de diversos personajes —hasta hubo un video en el que Trump también la reproducía— arrancaba el episodio de un lugar y tiempo particularizados (hechos de corrupción en Río de Janeiro, entre 2016-2017 / proceso de investigación sobre la familia Bolsonaro en 2020) y expandía el espacio de su enunciación. En ese mismo sentido funcionaban recontextualizaciones que involucraban figuras como, entre otras, las de Freddie Mercury.
Muy pronto, también, surgió la serie «laranja»: el término viene haciendo referencia en Brasil a aquel que presta su nombre para ocultar el origen o el destinatario de dinero ilícito, tal como ocurre en el esquema de corrupción aquí en juego. La imagen de la fruta se hizo presente de diversas formas, incluyendo la producción del billete de 89 mil (incluso con el rostro de Michelle), para «facilitar depósitos», y las «naranjas», como unidades, fueron objeto de problemas de matemática no resueltos por Quico, el personaje de El Chavo del 8, a quien Bolsonaro habría recurrido para saber cómo explicar la cuestión del depósito.
Los contextos en los que la pregunta se reiteraba fueron sorprendentes e innumerables. Hacia fines de agosto, una banda de rock, «Os detonautas», publicaba la composición «Micheque», título que condensa el desplazamiento metonímico a partir del nombre de la primera dama (Michelle). Cito los fragmentos del estribillo, en los cuales las preguntas se dirigen a ella misma y a Bolsonaro, en este último caso, por medio del vocativo «capitán», grado alcanzado en su carrera militar:
Hey Michelle, conta aqui pra nós
A grana que entrou na sua conta é do Queiroz?
Hey capitão, como isso aconteceu?
Levante a mão pro alto e agradeça muito a Deus.
Vemos en una captura de imagen del video clip (publicado el 4 de setiembre: https://www.youtube.com/watch?v=VoC9YT9H1_Q) que la estética de las imágenes respondía a la de las propagandas de los años 50 en los Estados Unidos, tal vez aludiendo al histórico deseo de Brasil de alinearse a ese país y a la singular subordinación de Bolsonaro a las posturas de Trump:
La publicación de la banda provocó una denuncia por parte de Michelle Bolsonaro, quien registró una queja policial acusando a la banda de injuria, calumnia y difamación, y solicitando la prohibición de la reproducción tanto en lugares públicos como privados.
Vemos, así, que lo que designo como un entrevero glotopolítico llegó lejos: condensando los sentidos de «pelea + mezcla desordenada» continuó surtiendo efectos en el terreno público del lenguaje. La pregunta se instaló y no calló: en setiembre el número de 89 mil se traducía al de kilos de arroz —un artículo básico en la canasta familiar brasileña— y en noviembre se recombinaba con el de los votos obtenidos por Biden y Trump en la histórica elección de los Estados Unidos. Siempre se sostuvieron, además, los ya referidos hashtags, creados a partir del entrevero.
En diciembre algunos internautas repetían la pregunta con encabezamientos como el siguiente: «está chegando o ano novo e a pregunta é a mesma» o retomando el contexto de nuevos episodios protagonizados por Bolsonaro:
La fuerza de esa marea cibernética que continúa latente, prometiendo nuevas expresiones, tal vez se haya visto propiciada por el hecho de que «gobernar contra la corrupción» fue una importante bandera en la campaña de Bolsonaro. Pero hay algo más: aclaremos que la respuesta dada al periodista reitera discursivamente las acciones que dificultaron y dificultan el curso de las investigaciones, y que tanto ese caso como el ya mencionado de la muerte de Marielle Franco constituyen el talón de Aquiles de Bolsonaro porque son aquellos en los que la justicia llegó más cerca de él mismo y de su familia. Se trata, desde luego, de un punto que lo desestabiliza.
Para ir concluyendo, retomo la necesidad de avanzar en la comprensión del específico agenciamiento enunciativo de la toma de la palabra por parte de Bolsonaro. En ese sentido, comienzo por señalar que la pregunta del periodista («Presidente, por que sua esposa Michelle recebeu R$ 89 mil de Fabrício Queiroz?») expresa el derecho a decir en el espacio de enunciación de un Estado de derecho y los modos movilizados en ese decir (encabezados por la forma nominal de tratamiento, «Presidente») proyectan en la escena enunciativa7 el conjunto de relaciones que la invocación del espacio jurídico-administrativo del Estado instaura: un sistema de relaciones abstractas que definen y regulan los lugares de enunciación (Zoppi-Fontana, 2002). Creo que esto ocurre a pesar de que se haga referencia a la esfera individual («sua esposa») porque los 89 mil «reais» de que se habla serían dinero público y porque esa esfera individual podría ser retomada adecuadamente a partir de la palabra de un locutor que se deje afectar por el lugar de presidente.
La respuesta —«Minha vontade é encher tua boca na porrada»— toma la habitual forma de provocación (alcanzando su clímax al configurarse como amenaza) y afecta la deontología de papeles proyectada por la enunciación del periodista en una sesión pública de prensa, además de colocar en jaque, arbitrariamente, los derechos a decir. De hecho, lo que se dice, el cómo se dice y la lengua en que se dice (el enunciado no está a la altura de la «lengua oficial», la lengua del Estado y de su presidente) fracturan la escena al arrancarla de la instancia abstracta de mediación y ubicarla en un ámbito marcado por la particularización: en él la relación entre los interlocutores pasa a estar marcada por el cuerpo a cuerpo, libre del gesto del sujeto de derecho, capaz de actuar por encima, justamente, de los cuerpos circunstanciales y de los afectos del corazón (Zoppi-Fontana y Celada, 2009).8 Por su parte, el gesto glotopolítico que incisivamente multiplica la pregunta en las redes sociales restaura, reafirmándola, la deontología instalada por la pregunta del periodista: reivindica que este tiene el derecho de preguntar y el presidente, el deber de responder, defendiendo la restauración de un orden o ritual. Es, como anticipé, una cierta forma de insurgencia.
Fora Bolsonaro!
En la segunda parte de esta reflexión, esbocé una posible interpretación del funcionamiento enunciativo en la práctica de la palabra por parte de Jair Bolsonaro. La escena abordada, retirada de la serie de entreveros que el presidente mantiene con los periodistas, funcionó como un buen exponente porque, además, mostró la amenaza, clímax de la práctica provocadora que —dependiendo de las específicas condiciones de producción— ataca, instiga, irrita. A su vez, la marea cibernética provocada por el entrevero e interpretada como una productiva deriva del mismo, me permitió retomar el rumor que pulsa, con diversas modulaciones, entre diversos sectores de la población brasileña y del cual esa marea es una expresión. En una específica relación de fuerzas, esbozada en la primera parte de esta reflexión, fue posible ver que ciertas aristas de ese ejercicio de la palabra son objeto de negociación por parte de la burguesía la cual, sin escrúpulos, aprovecha al siniestro Bolsonaro como avatar del proyecto que no vacila en desarrollar e imponer. Mientras tanto, es posible afirmar que, entre buena parte de la población, el rumor gana densidad. El agravamiento de la crisis sanitaria vinculada a la pandemia del COVID-19, la profundización de la crisis económica y la no renovación (por lo menos hasta el momento de cerrar este texto) del auxilio emergencial —que rindió al gobierno un alza en los índices de aprobación entre los más pobres— son factores que pueden contribuir a que el grito de Fora Bolsonaro!, que ya alcanzó tonos agudos en el medio del rumor, se potencie.
Cierro este texto el 5 de enero de 2021, deseando que la pulsación rizomática que atraviesa el Brasil pueda encontrar un cauce capaz de expresar una respuesta a la altura. Por eso, comparto con el lector el siguiente detalle de «planes para el 2021», tal como circuló en las redes sociales durante las semanas de las fiestas de fin de año:
El mismo marca la agenda a seguir para retomar la tarea impostergable: un grito de intervención que sea efectivamente performativo.
Referencias
Faraco, Carlos Alberto. (2020). «Jair Bolsonaro: a miséria do populismo e a linguagem autoritária». AGlo, 3.
Guimarães, Eduardo. (2002). Semântica do acontecimento. Campinas: Pontes.
Zoppi-Fontana, Mónica. (2003) Lugares de enunciação e discurso, Boletim da Associação Brasileira de Lingüística, v. 1, pp. 99-201. Fortaleza, ABRALIN/UFC.
Zoppi-Fontana, Mónica y Celada, María Teresa (2009). «Sujetos desplazados, lenguas em movimiento: identificación y resistência em procesos de integración regional». Signo & Seña, 20.
1 Para comprender mejor ese y otros aspectos de esa coyuntura, recomiendo la lectura del texto escrito por Carlos Alberto Faraco (2020).
2 En ese sentido, en el registro de resultados de una encuesta realizada por Datafolha (Opinião Pública, 12/07/2019), se lee: «Sete em cada dez (70%) brasileiros adultos rejeitam o projeto do presidente Jair Bolsonaro de facilitar o porte de armas». Disponible en: https://datafolha.folha.uol.com.br/opiniaopublica/2019/07/1988232-66-sao-contra-posse-de-armas.shtml, acceso el 30/12/2020).
3 El tema de la escola cuestionaba la historia oficial brasileña y, para ello, colocaba al propio Brasil como el contador de la «verdadera historia». En un determinado momento del relato, se abordan los excesos cometidos por sus gobernantes y es ahí que entra el referido carro alegórico.
4 El 25 de marzo de 2020, a partir de una de las primeras declaraciones de Bolsonaro sobre la pandemia, el diario O Globo registraba que Fernando Henrique Cardoso (PSDB), ex presidente de Brasil entre 1995 y 2003, había observado: «[o] pronunciamento de Bolsonaro “passou dos limites”: “Se não calar estará preparando o fim”». (https://oglobo.globo.com/brasil/fh-diz-que-pronunciamento-de-bolsonaro-passou-dos-limites-se-nao-calar-estara-preparando-fim-24326831, consultado el 04/01/2021). Asimismo, en agosto de 2019, el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia (DEM-RJ) había afirmado: «o radicalismo das falas do presidente atrapalha a tramitação de projetos no Congresso» (https://noticias.uol.com.br/politica/ultimas-noticias/2019/08/08/maia-diz-que-bolsonaro-e-produto-de-nossos-erros.htm, consultado el 04/01/2021).
5 En varios sentidos de «avatar»: «perfil» y, también, «vicisitud» (circunstancia favorable o adversa).
6 Michelle es el nombre de pila de la actual mujer de Jair Bolsonaro.
7 Estoy movilizando conceptos como el de «espacio de enunciación» y el de «escena enunciativa», ambos formulados por Guimarães (2002).
8 Ese funcionamiento es permanente y ya atravesaba la posición a partir de la cual Bolsonaro hablaba de su experiencia individual con el COVID-19, en el constante movimiento de generalizarla.