Policía
Un policía en Estados Unidos apresó a George Floyd con tal fuerza que terminó por asfixiarle: «I can´t breathe» («no puedo respirar») fueron las últimas palabras de su agonía. La fuerza policial ahoga. Corta el flujo de aire que ingresa al cuerpo y le separa definitivamente de la vida. La policía es capaz de neutralizar el ritmo de lo viviente, con tal profundidad, que termina por matar. Policía, podría ser el nombre para ese dispositivo. Y si la modernidad, desde Thomas Hobbes se funda a partir de la «neutralización» de la guerra civil, digamos que la policía es el gesto propiamente moderno, incluso en el instante mismo de su agonía contemporánea. Por supuesto, el ejercicio policial deviene una máquina de poder que remite a un ensamble muy complejo que alcanza más de 500 años de historia y que concierne a la deriva euroatlántica que hoy condensa en la singularidad de la vida de Floyd, la eficacia última y perversidad de su poder (Mbembe, 2016). Una racionalidad que, por cierto, fue aplicada con intensidades variables a poblaciones enteras por cientos de años (procesos de colonización) y que hoy se consuma en la forma de la globalización. La globalización es el fin de la colonización «expansiva» y el comienzo de su modo «intensivo» (Guattari, 2004).
Las formas de acumulación global del capital neoliberal, no solo han arrasado con bosques y selvas milenarias transformándolas en desiertos, también han oscurecido mares con la cantidad de basura ahogando a las diversas especies que lo habitan. Los aires se hallan totalmente contaminados y miles de ciudadanos sufren o sufrirán miles de enfermedades respiratorias por el solo hecho de vivir en una ciudad tóxica o en algún pueblo o ciudad que recibe nubes tóxicas provenientes desde otros lugares, tal como los océanos lo hacen con múltiples desechos lanzados cotidianamente desde las ciudades que acumulan basura como capital.
La voz de Floyd resuena en nuestros oídos para exponer, con la crueldad de un crimen que vibra normal, que el aire ha de ser pensado como algo más que un mero elemento biológico, algo diferente a un simple «medio ambiente» como reza la fórmula del ecologismo bien intencionado. Una sublevación ‒podríamos decir‒ no es más que la respiración de los pueblos y, por tanto, la destitución de los múltiples mecanismos de poder que ahogan a la multitud. Pero, a la vez, «I can´t breath» no es solo la agónica expresión de un afroamericano de los Estados Unidos bajo la Administración Trump (blanca), también podría ser la de un palestino condenado a vivir bajo nuevas formas del «colonialismo de asentamiento» israelí (Khalidi, 2020). Si, como ha visto Roxanne Dunbar-Ortiz, la «democracia» estadounidense no encuentra su matriz sino justamente en dicha forma de colonialismo, la voz de Floyd porta consigo la signatura de aquellos que han sido arrasados por él a partir de la cual se ha tejido la forma estadounidense de la democracia que, bajo la Administración Trump, ha llegado a su punto cero (Dunbar-Ortiz, 2014).
La voz de Floyd es singular. Como tal es diferente al anónimo paciente de coronavirus que ha sido invisibilizado a través de las cifras. La asfixia acecha en ambos casos de manera diferente. Y en ambos casos la muerte no arremete como un asunto «natural» sino siempre y cada vez, como una tecnología de poder muy precisa que expone la devastación propiciada por un sistema que ha consumado al colonialismo de asentamiento en la forma del capitalismo neoliberal. En este sentido, los pobres del mundo no mueren simplemente de coronavirus, sino de un régimen que les excluye y que, en último término, no les deja respirar.
La convergencia entre la proliferación de sublevaciones y del coronavirus a nivel global se anuda dramáticamente en la cuestión de la respiración. En ambos casos, lo que está en juego es la respiración no como un problema biológico, sino como el lazo mismo que anuda a cada viviente al mundo: sea un pueblo que intenta respirar más allá de las formas de opresión que asfixian a los cuerpos, o un paciente o varios pacientes en un hospital que luchan por su vida porque la enfermedad les ha conducido al momento en que les resulta muy dificultoso respirar. Ambos invisibilizados: los sublevados bajo el trumpismo, los enfermos bajo las cifras estadísticas. Tanto el sublevado como el enfermo dicen: «no puedo respirar».
En ambos, se trata de un asunto propiamente histórico y político y no simplemente natural –en el entendido que la «naturaleza» ha de ser pensada como una producción histórica. Justamente, la expresión «no puedo respirar» pone en juego la dinámica neomalthusiana como una signatura que revela la verdad del capitalismo: las vidas importan menos que el capital, tal como supo Marx. La verdad contemporánea es la verdad marxiana en que democracia y economía, vida y capital están separados por un abismo inconmensurable. Sobre todo, en esta nueva fase de acumulación acelerada vuelve Trasímaco a decirnos que la «justicia es siempre la de los más fuertes» pues ella decide sobre la vida y muerte (Platón, 2014): sea a través del policía que masacra a una población, de un conjunto de tecnócratas que focalizan políticas públicas o de un equipo médico que, en virtud de la escasez de recursos causada por la instauración de las formas de precarización deciden sobre la vida o muerte de un determinado paciente. Policía y medicina, poder jurídico y poder biomédico, articulados a propósito de la misma proliferación aérea, coordinados como dos polos de una misma maquinaria de poder.
Respirar
Ahora bien, ¿qué es respirar? Un fenómeno tan cotidiano, silencioso y, sin embargo, tan decisivo para todos los vivientes. No es un simple «hecho» natural, sino, ante todo, un ritmo existencial, un problema metafísico. Cuando respiramos algo del mundo entra en nosotros y algo de nosotros sale al mundo. Atravesamiento. La respiración es el médium por el que devenimos vivos: el mundo no está «fuera» de nosotros sino atravesándonos desde nuestro interior, y nosotros jamás estamos simplemente «dentro» aislados en el goce solipsista de nuestra subjetividad, sino fuera de nosotros mismos.
Existir significa intersectarnos entre sí, experimentar que el «interior» y el «exterior» son solo pliegues en permanente mutación. Existir implica mezclarnos, habitar el interregno irreductible a la dicotomía espacial entre exterior e interior con la que frecuentemente nos representamos el mundo. Y, en este sentido, la respiración es precisamente su paradigma. Cuando un bebé nace y llora posibilita la entrada de aire a sus pulmones y con ello deviene vivo. Vive porque el mundo, en su proliferación aérea, ha entrado en él y, a su vez, porque él ha iniciado sus ritmos en la abertura de posibilidades del mundo.
A esta luz, cortar el flujo de la respiración es matar porque constituye el mecanismo de expulsión de un viviente de la posibilidad de mundo que no dejamos de compartir (con humanos y no humanos).
Por eso «respirar» no es un asunto biológico sino un problema metafísico en el que descansa toda ética: la potencia de lo viviente deviene tal gracias a la mixtura que adviene en la respiración. Una ética no es un conjunto de normas abstractas, sino el lugar de una forma-de-vida (Agamben, 2008). Un lugar sin lugar, por cierto, un sitio exento de un espacio cartográficamente prefigurado, pero topológicamente desplegado deviene el comienzo de la existencia, el inicio de los posibles.
Inspirar y expirar constituyen movimientos que define a la forma-de-vida en que esta se desenvuelve irreductible a toda Ley, a todo orden articulado por el continuum entre las palabras y las cosas. Cuestiones tan simples como abrir una pequeña ventana por la cual ingresa una brisa marina, una pequeña ráfaga desconocida o leer un poema que nos conmueve y nos saca fuera de nosotros mismos, nos abren a la mixtura y constituyen el paradigma del respirar que parece impregnar toda nuestra existencia (Coccia, 2017). El curso generalizado de las cosas experimenta una interrupción que bifurca su trayectoria a devenires insospechados: los cuerpos danzan agujereados, por cuyo abismo el mundo les atraviesa intensamente.
Referencias
Agamben, Giorgio (2008). La potencia del pensamiento. Barcelona: Anagrama.
Coccia, Emanuele (2017). La vida de las plantas. Madrid: Miño y Dávila ed.
Dunbar-Ortiz, Roxanne. (2014). An Indigenous peoples. History of the United States. Boston: Beacon Press.
Guattari, Félix. (2004). Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares. Madrid: Traficante de sueños.
Khalidi, Rashid (2020). The hundred years war of Palestine. A History of Settler Colonialism and Resistence, 1917-2017. Nueva York: Metropolitan Books.
Mbembe, Achille. (2016). Crítica de la razón negra. Buenos Aires: Futuro anterior.
Platón. (2014). La República Libro I. Buenos Aires: Eudeba.