En enero de 2021 un acontecimiento cultural tuvo lugar: salió publicado por la editorial Aduana Vieja y en una cuidada edición del profesor e investigador cubano Armando Chávez Rivera, el Diccionario de los «Provincialismos de la Isla de Cuba» (DPIC), obra de los cubanos Francisco Ruiz, José del Castillo, José Estévez y Cantal y Domingo del Monte Joaquín Santos Suárez, que data del año 1831. Este acontecimiento remueve los cimientos de la lexicografía cubana y americana por cuanto modifica la fecha inaugural —delimitadora— de la producción diccionarística atribuida al Diccionario provincial de voces cubanas de Esteban Pichardo y Tapia, de 1836.
El paso del tiempo, la pandemia y las crisis no deberían hacernos olvidar la trascendencia del hecho para la historia de la lexicografía cubana en particular, y de la lexicografía americana e hispánica en general. La información que contiene la portada del libro contribuye, aunque quizás en exceso, al impacto que se espera de este acontecimiento. «Génesis, rescate y reinvindicación» se lee, como propósitos expresos del editor y de la editorial que lo respalda y, seguido, la descripción de los contenidos reunidos como antesala necesaria: y la inclusión del prólogo del profesor, investigador y presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Francisco Javier Pérez y el trabajo de edición, estudio y notas de Chávez Rivera.
El interés de este comentario se centra en la obra en sí misma, es decir, en los Provincialismos de la Isla de Cuba, que por el deseo de los autores debió haberse publicado en el siglo XIX a manera de diccionario, hecho que no ocurrió por las razones explicadas por el editor ampliamente en su trabajo introductorio. Diversos han sido los estudiosos que siguieron el rastro de esta pieza fundamental del mosaico diccionarístico cubano: Antonio Bachiller y Morales (1882), Francisco Martínez Mota (1968), Mercedes Dubed (1982), Rodolfo Alpízar (1989) y Aurora M. Camacho Barreiro (2017), entre otros. Un acariciado anhelo aparecía en uno u otro investigador: encontrar la obra perdida, la joya extraviada, la pieza faltante en el mosaico de nuestra producción lexicográfica decimonónica.
Domingo del Monte, poeta, mecenas y socio de la Sociedad Patriótica de La Habana, en su «Exposición de las Tareas de la Comisión Permanente de Literatura» durante 1831 da cuenta de la importancia de la tarea emprendida:
El Diccionario de nuestros provincialismos que estaba muy a sus principios cuando anuncié el año pasado su formación en esta clase, se ha aumentado considerablemente, llegando hoy el número de vocablos a más de setecientos. Y cada vez se va convenciendo la comisión de la importancia de este trabajo, porque ha observado que, con muy pocas excepciones, casi todas las voces provinciales indican objetos nuevos que no los hay en España, y que por lo mismo es necesario adoptarlas por los escritores de América. (Del Monte, 1882: 244)
En 1830 la Comisión encargada para esta tarea empezó a trabajar y en diciembre de 1831 comunicaron el avance en la obra, el número de vocablos y especialmente, el convencimiento de la grandeza de la empresa una vez que habían logrado recopilar provincialismos con sentidos no localizados en la península. Anuncia, asimismo, que para el año 1832 podrán preparar el diccionario para la prensa, es decir, para su publicación. Estas palabras no solo nos conmueven hoy por el entusiasmo que revelan, sino porque demuestran una organización cuidadosa de las etapas de compilación, procesamiento y puesta a punto de los materiales léxicos. De gran interés resulta, asimismo, el anuncio del papel desempeñado por cada «individuo» en la magna obra, de mayor mérito por tratarse de un grupo de ilustres cubanos cohesionados en un objetivo común, lo que representa un punto de partida divergente para la lexicografía cubana signada por la obra de autor (Camacho Barreiro, 2013: 42-50). De esta manera conocemos la responsabilidad de Francisco Ruiz como «encargado principal de la redacción del diccionario» así como la contribución de José Estévez y Joaquín Santos Suárez con «copiosa lista» y de José del Castillo «con un abundantísimo cuaderno». De las funciones realizadas por Domingo del Monte como secretario de la Comisión encargada de redactar el Diccionario de provincialismos la «Exposición» proporciona abundante información, pero conocedores de su talla intelectual, y de su capacidad para aunar voluntades artísticas y culturales en la Cuba del siglo XIX, no dudamos de su impronta fundamental en la primera obra lexicográfica cubana.
La pujanza de la Sociedad Patriótica de La Habana se nos revela en los disímiles trabajos sobre el lenguaje que nacieron o estuvieron relacionados con su actividad, por los encargos culturales, educativos y sociales que hicieran a sus socios. Es muy significativo que una parte notable de la producción de textos sobre gramática, sintaxis, etimologías y léxico así como textos escolares se deba a socios ilustres de esta corporación.
Sirvan estas palabras preliminares para ubicar al lector, pero entremos directamente a escudriñar el manuscrito a partir del trabajo de edición de Chávez Rivera, pero despojado de las notas y observaciones que este ha dispuesto en los artículos lexicográficos. Nos acercamos a la obra editada, a partir del propósito del editor, que «ha sido conservar el estilo original, por momentos espontáneo y hasta coloquial» (2021:150). Acercarnos, entonces, al manuscrito en su estado más original constituye el objetivo de esta reseña.
La exploración del lemario, la marcación, la definición y la ejemplificación articulan esta revisión conjuntamente con la evaluación de un aspecto fundamental para la lexicografía cubana: la delimitación de la presencia/ausencia de componentes ideológicos en los provincialismos, fenómeno que fuera rastreado en obras de la tradición lexicográfica cubana (Camacho Barreiro, 2017, 2022) y que podría seguirse completando con la descripción de una obra desconocida por la metalexicografía. Al apéndice y a los anexos que acompañan la obra dedicaremos los comentarios finales.
Los «Provincialismos de la Isla de Cuba» son 706, aunque los autores recogen al final del lemario la cifra de 677 «voces», que no es correcta, debido a los saltos de numeración advertidos que modifican el dato y además a que no se han contabilizado las entradas de las unidades complejas, que son 9. Entre paréntesis indicamos a continuación las entradas contenidas realmente y al lado la cifra aportada por los autores en cada una de las letras en todos los casos en que no coincide: A (45, indican 42), B (32, 29), C (133, 127, con el dígrafo ch intercalado), D (13), E (46, 40), F (29), G (77, 78), H (15), I (3), J (27), L (15, con el dígrafo LL intercalado), M (75), N (2), Ñ (2), O (1), P (56, 55), Q (4), R (19), S (37), T (52, 50), V (3) e Y (11). Las letras K, U, W, X y Z no se incluyen.
Los lemas aparecen ordenados alfabéticamente y separados en folios por letras. Las entradas están numeradas por los autores. Algunos números no aparecen (s/n). La asignación de un orden numérico a las entradas léxicas sufre modificación en casi todas las letras, como resultado de cambios ocurridos en el proceso de trabajo y debido, quizás, al complicado consenso entre los cinco autores. Aparecen tachados los números que cambian y, además, aparecen mal ordenados. Datos reveladores de una obra en proceso, de ahí el intéres que supone adentrarnos en el manuscrito sin mediación o sin la menor mediación posible.
El manuscrito no arroja todos los datos con claridad. La información ilegible nos impide conocer lemas señalados por Chávez Rivera en las letras CH, D y S. Asimismo, el editor indica en algunos casos que el «Lema y artículo aparecen tachados en el manuscrito» como ocurre con las voces Aspiado, Aspiarse, Cabriolé, Cazuelero, Piruja, pero que la edición de 2021 los incluye.
Los lemas se presentan en negrita, letra inicial mayúscula y terminado en punto y seguido. A continuación se incluyen de manera general las marcas en forma abreviada y seguido la definición o explicación. En algunos casos —pocos— los autores aportan ejemplos de uso a continuación y antecedidos por dos puntos. Estamos en presencia de un artículo lexicográfico que sigue de manera general las pautas de la práctica lexicográfica hispánica en el siglo XIX.
Si bien en las definiciones encontramos palabras tachadas, a las que nos referiremos más adelante, no ocurre lo mismo con el lemario; lo que nos lleva a considerar que su selección obedecía a un acuerdo definitivo entre los cinco responsables de la obra.
En el cuidadoso análisis de la información lexica encontramos formas geminadas y formas anidadas que podrían modificar el contenido último del lemario. Entre las primeras, debemos mencionar la pareja Crestirey. Crestirroso, que se lematiza unida, separada por punto; y otros separados por la conjunción disyuntiva «o» como en los casos Anega o Fanega y Triscón o Triscador. Entre las segundas, las formas anidadas que pueden localizarse dentro de las definiciones o explicaciones y que son voces que los autores emplean y definen pero que no han sido dispuestas en el lemario final, podemos ejemplificarlos con los casos Arique que contiene a Yagua, y Yuca que contiene a Casabe.
En el manuscrito se recogen «Marcas, signos y símbolos», pero aquí sobre todo interesan los ubicados por el editor en el bloque I, los que están «Presentes en el manuscrito y reproducidos en esta edición». Entre ellos los autores colocaron sin distinciones categorías gramaticales (adjetivo, adverbio, expresión, frase, interjección,verbo) o información de índole gramatical (participio, plural) junto a marcas diafásicas, sociolingüísticas, semánticas («familiar», «vulgarismo», «figurado»). Las categorías expresadas a través de marcas alternan con enunciados del tipo «También en sentido figurado,…», «Figuradamente…», «En sentido vulgar,…».
La información paratextual recogida en el apartado de marcas, signos y símbolos, nos permite seguir configurando la descripción de algunas prácticas lexicográficas, del empleo de la abreviación y de su aplicación predominante en las entradas del diccionario (Camacho Barreiro, 2008).
En el caso de las interjecciones se han lematizado entre signos de exclamación, como los casos ¡Caray!, ¡Caramba!, ¡Hoiga! o ¡Lárgate!, una marcación a través de los signos exclamativos que se corresponde con el tipo de enunciado pero que entra en disonancia con la práctica lexicografica decimonónica.
Advertimos interés en proporcionar información etimológica, a pesar de que no se integra a la marcación que aportan y no se ofrece este dato con regularidad ni sistematicidad ni en lo formal ni en los contenidos. De esta manera, aparece la explicación de orden etimológico como parte del artículo a través de los siguientes mecanismos: recogen paréntesis etimológico con los nombres científicos en cursiva (Aguaitacaiman. (…) (Ardea virescens)); usan paréntesis con el dato incompleto de la familia para la flora y la fauna (Jucaro. (Bucida)); presentan el idioma del que provienen (Fuete. «Del francés»); indican el procedimiento de formación de las palabras (Jicama. «Se deriva de…», Chiquear. «De chico») o señalan el origen con enunciados sin colocar paréntesis (Gofio. «Término isleño», Heniquen.«Término indio»). La disposición del dato etimológico es igualmente irregular en el artículo lexicográfico, pero puede identificarse una tendencia a colocar los datos sin paréntesis etimológico al inicio y los paréntesis con esta información al final.
Otras informaciones que constituyen marcas lexicográficas aparecen en la obra de manera aislada, dispersas y sin sistematización formal. Así, encontramos información geolectal (Jarico. «Interior de la Isla»; Higüela. «Término de lo interior de la isla»), información diafásica (Cuaba. «vulgarmente» o en Pitiminí a través de la marca propiamente dicha «vulg.») o información semántica (con el empleo de la marca «fig.» en la entrada Guayaba o con el enunciado «Se aplica también en sentido figurado» en Guanajo).
En el tratamiento de las definiciones los autores del Diccionario de provincialismos emplean modelos diversos, mayoritariamente definiciones concisas, breves, más bien propias aunque éstas alternan con algunas más cercanas a la definición enciclopédica. Según José Álvaro Porto Dapena, la definición lexicográfica puede entenderse «como un trozo de discurso delimitable bajo criterios formales» (2014:16). Son precisamente algunos de estos aspectos formales en los que nos detendremos en el análisis del DPIC (2021).
Advertimos diferencias en el tratamiento definicional de algunos componentes de la flora y de la fauna cubanas. Unas definiciones contienen más información de tipo enciclopédica (Almasigo, Buniato), otras son muy breves y sintéticas (Apasote), o representan un nivel intermedio (Baría).
Podemos identificar definiciones sinonímicas en las que los autores recurren a estructuras del tipo «Lo mismo que cerilla» (en Cerillo), «Equivale a guachinango» (en Cuico), «También se llama así» o definiciones por sinonimia como el caso de «Jarinita. Llovizna» en el que la definición se ha dado a través de un sinónimo.
En el DPIC abundan las remisiones en el apartado definicional formalizadas a través de la estructura «Véase» y con el uso en cursiva de la palabra remitida. Seguir la pista de los elementos remitidos, para comprobar la eficacia del método y la autosuficiencia de la selección léxica constituye una tarea pendiente, pero de manera general podemos advertir que el lexicón no es autosuficiente, debido a las pistas perdidas que podemos identificar. Algún ejemplo nos sirve de muestra de una práctica bastante común en los diccionarios, incluso en los más modernos: Entre los provincialismos encontramos Escarrancarse (…). Lo mismo que esparrancarse, que a su vez no aparece lematizado. Esta forma de remisión interna en el DPIC no está formalizada con sistematicidad.
Sin embargo, sorprende por su sistematicidad el empleo de la estructura: lema. +Véase.+ Forma a la que se remite en redonda. En los dieciocho lemas en que se utiliza este mecanismo de remisión se completa la circularidad prevista en el lemario, lo que sugiere una práctica plenamente sistematizada en la obra a pesar de que el manuscrito revela otras inconsistencias y prácticas no regularizadas en lo referido a las remisiones.
El manuscrito editado por Chávez Rivera contiene elementos del artículo lexicográfico tachados por los autores, su explicación o interpretación desde el presente puede constituir elucubraciones sin sentido, pero sobre todo pueden interpretarse como huellas de los autores, reveladoras de un trabajo no concluido, en el que las tachaduras de muy diversa índole llegan a nosotros y nos revelan particulares condiciones de producción del repertorio léxico, desacuerdos, vacilaciones, inseguridades. Las tachaduras son escasas, pero ignorarlas o desestimar su importancia no sería adecuado.
Los artículos que contienen tachaduras son, como decíamos, escasos, apenas en siete entradas. En ellos las tachaduras que predominan son las que se localizan en la definición, como en Arrenquín, Bitongo, Butaca, Estrepitarse, Judio y Peorrera; mientras que en Churringo han tachado el enunciado relativo al carácter familiar del lema, es decir, a la marca. En el primer grupo podríamos identificar enunciados reveladores de contenidos ideológicos que fueron anotados y eliminados en el proceso de elaboración de la obra, tal como ocurre con el lema Peorrera al que se le ha tachado el pronombre posesivo «nuestro» en la descripción de un pájaro («Uno de los pájaros más bellos de nuestra la Isla de Cuba por el esmalte de su plumaje»). En otros elementos tachados no encontramos contenidos ideológicos, sino aspectos formales como en Arrenquín en el que han eliminado «donde monta el arriero».
Encontramos, además, en este análisis del apartado definicional casos en los que los autores no aportan definiciones propiamente dichas, como en Arrebiatar del que ofrecen los siguientes datos «v. act. y recip. de adherirse. Compuesto de la preposición a y reata», pero no elementos definicionales o explicativos.
Entre los provincialismos entontramos cinco casos en que los autores han empleado ejemplos de uso de los lemas y estos ejemplos han sido creados por los diccionaristas. Las entradas léxicas ejemplificadas son: Casera (: El casero de la leche. Aquí está el pan, caserita), Chirriarse (: chirriarse de frío o de miedo), Chispa (: ¡Qué chispa tiene!, Julepe (: ¡Qué julepe le han hecho!) Tacuacha (: jugar una tacuacha). En nuestro análisis del uso de los ejemplos en la lexicografía cubana se comprobó que su empleo fue irregular, asistemático e infrecuente durante el siglo XIX, una conclusión que con el análisis de esta obra no hace más que corroborarse (Camacho Barreiro, 2009).
Un aspecto a considerar entre los provincialismos acopiados por los ilustres miembros de la Sociedad Patriótica es la presencia/ausencia de marcas ideológicas en las definiciones, con el propósito de continuar describiendo obras lexicográficas de la tradición cubana (Camacho Barreiro, 2022). Se ha podido identificar en diccionarios cubanos la presencia de algunas marcas lingüísticas (medios lingüísticos que se activan), que revelan contenidos ideológicos. Se comprobó que los deícticos personales, las palabras derivadas, los adjetivos y los adverbios terminados en -mente funcionan como marcas ideológicas en una muestra en estudio que contiene cinco diccionarios cubanos. Otros medios o recursos de la lengua identificados son los determinantes indefinidos, las estructuras retóricas y los macroenunciados.
La adjetivación abundante constituye un elemento llamativo sobre todo aplicado a frutos, productos y preparaciones culinarias del país: del Mamey colorao del cual dicen que sobresale «no solo por su delicado sabor, sino por su olor y delicado perfume»; del Quimbombó que es una «…especie de potaje o sopa tan sana como agradable» o del Tocororo, «El pájaro más bello que se conoce…». También han sido empleados adjetivos para calificar a «poetas moralistas» en Jagüey, a un instrumento africano, la Marímbula, por su «sonido sordo», a Gragiento por «…olor fuerte y desagradable» o para caracterizar a un Calambuco, «los que por nimia devoción».
Los determinantes indefinidos están presentes en la obra y revelan un sesgo ideológico frente a realidades o referentes inherentes a los componentes africanos de nuestra nación, que tienden a disminuirse o restarle valor. De esta manera, localizamos su empleo para referirse al Babujan, del cual los autores dicen que son «Ciertos hechizos y supersticiones con que creen los negros maleficiar a otros…».
Es finalmente el uso de enunciados peyorativos o despreciativos en alusión a los negros africanos el elemento que más claramente se puede delimitar como ideológico, en la medida que revela la actitud del hombre blanco, de su desprecio, de su exclusión. Algunos ejemplos ilustran esta consideración: en Gragiento «El que despide un mal olor propio de los negros», en Taparrabo «Pedazo de lienzo con que se cubren los negros bozales y los salvajes en general…» o Jutía «(…) A los negros les gusta mucho su carne».
El Apéndice y los Anexos son del mayor interés. La «Lista alfabética de voces castellanas corrompidas con las castizas correspondientes», que según Chávez Rivera «se reproduce fielmente del manuscrito» (2021) revela la preocupación compartida con otros diccionaristas en cuanto al uso inadecuado de las voces americanas frente a las voces españolas. Por otro lado, entre los anexos sobresale por las pistas interesantes que contiene el «Pliego adjunto al manuscrito», que los autores de la Sociedad Patriótica reunieron porque «parecen provincialismos» (2021). Según el editor «Casi todas las voces recogidas en esta lista fueron lematizadas en el manuscrito». Una primera exploración en la letra A del manuscrito y del pliego permiten establecer que el primero contiene 45 lemas y el segundo 19, y que no han lematizado Aporismar, como aparece en el pliego, sino Apolismar. Habrá que profundizar en toda esta documentación que enriquece la obra, no caben dudas.
Es obvio que el Diccionario de provincialismos de la Isla de Cuba que irrumpe en el panorama de la lexicografía cubana, americana e hispánica en general debe convocar estudios diversos y debe dialogar con sus contemporáneas. Dichos estudios comienzan a develar sus particularidades, como ocurre con la propia presentación introductoria de la obra así como a través de los artículos publicados por el editor Armando Chávez Rivera o por una provocadora ponencia la profesora Marlen Domínguez, presentada en el XI Congreso Internacional de Lexicología y Lexicografía, en Lima 2021, en la que se plantea el cuestionamiento de la relevancia de la obra de Esteban Pichardo para la lexicografía regional hispanoamericana con la salida a la luz del DPIC. Desde el presente estaremos en condiciones de evaluar su impacto verdadero. Nuestra reseña, por su parte, ahonda en singularidades del artículo lexicográfico del DPIC y desbroza también el camino a nuevas y necesarias indagaciones.
Fuentes citadas
-Camacho Barreiro, Aurora M. (2013). Diccionario e ideologías. Huellas lingüísticas en la lexicografía cubana (siglos XIX y XX). Tesis en opción del Grado de Doctora en Ciencias Lingüísticas. Universidad de La Habana
-Camacho Barreiro, Aurora M. (2009). Abordaje diacrónico de los mecanismos de citación y ejemplificación en la lexicografía diferencial cubana. Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, 47, 27-54.
-Camacho Barreiro, Aurora M. (2008). Las marcas sociolingüísticas en una muestra de la lexicografía cubana: tipología y evolución. Revista de Lexicografía de la Universidad de la Coruña, 14, 43-58.
-Leyva, Ivette (2021). El azaroso destino del primer diccionario cubano. Entrevista a Armando Chávez Rivera. https://rialta.org./diccionario-cubano-entrevista-a armando-chavez-rivera/.
-Del Monte, Domingo (1929). Exposición de las tareas de la Comisión Permanente de Literatura, durante el año 1831. En Escritos, t. I. La Habana: editorial Cultural S.A., 243-253.
-Domínguez, Marlen (2021). Pichardo visto desde 2021: ¿refundación de la lexicografía regional hispanoamericana?. Ponencia presentada en modalidad virtual en el XVI Congreso Internacional de Lexicología y Lexicografía «Esteban Pichardo y Tapia», Lima.
-Pichardo y Tapia, Esteban (1836). Diccionario provincial de voces cubanas. Imprenta de la Real Marina, Matanzas. The John Carter Brown Library, Brown University, Purchased from the Louisa D. Sharpe Metcalf Fund.