Veinte años separan la Historia social da lingua galega. Idioma, sociedade e cultura a través do tempo (1999) y esta última obra de Henrique Monteagudo1. Aquel primer libro aún hoy es la referencia obligada para todo aquel que quiera abordar el desarrollo histórico de la lengua de Galicia. El manual presenta un cuidadoso y esquemático abordaje diacrónico que sigue vigente y permite comprender tanto el fondo histórico y social del cenit de la lengua gallega como su período de decadencia y minorización. Pero aquel libro de finales del siglo pasado, que se anunciaba como parte de un proyecto mayor que se proponía abordar la realidad sociolingüística de Galicia, sin embargo, terminaba de forma algo súbita, curiosamente tan súbita como lo fue la guerra civil española, llegando solo hasta 1936.
Este nuevo libro retoma la historia social de la lengua gallega justamente en uno de sus capítulos más oscuros y le dedica una extensión en páginas comparable al mencionado manual que le precede. Las razones parecen radicar en la importancia que el levantamiento militar y el posterior régimen dictatorial liderado por Francisco Franco han tenido en el destino de la sociedad española en general y la gallega en particular. Del mismo modo que el libro de 1999 fue fundamental para entender las razones históricas detrás de las dinámicas sociolingüísticas presentes en Galicia hasta la república, en este nuevo libro el autor nos presenta con detalle y cuidado el trabajoso camino recorrido por todas las personas que resistieron en Galicia y en la diáspora gallega hasta llegar a un escenario que permitió la normalización lingüística de la lengua gallega. Rescatando la memoria de la militancia y resistencia lingüística no solo completa la parte más relevante de la historia gallega del siglo XX sino que recupera el valor y significado simbólico que esta lucha tuvo y tiene en la identidad y cultura de las y los gallegas y gallegos.
El libro es propiamente presentado con una detallada introducción en la que se describe tanto el contexto socio-histórico como las bases teóricas del campo de la historia social de la(s) lengua(s) que el autor concibe como «o estudo dos procesos de constitución / destitución de linguas, isto é, de configuración e reconfiguración, de ordenación, xeraquización e regulación da diversidade lingüística» (17).
La obra se extiende en diecisiete capítulos organizados en cuatro partes. Cada parte tiene un ilustrativo título que da cuenta de la concepción del monográfico no solo como un libro de sociolingüística que aborda con cuidado cuestiones glotopolíticas claves sino también como una narrativa que constituye en sí un relato cuya lectura es fácil y fluida. De nuevo como con el libro de 1999 Monteagudo acierta en el carácter divulgativo y didáctico de su escritura sin perder el rigor científico necesario.
La primera sección titulada «O xermolar dunha calada e escura vida» aborda tanto el contexto sociolingüístico de toda la obra como una propuesta glotopolítica para el estudio de las dinámicas comprendidas en el régimen franquista. Desde el punto de vista narrativo llega hasta la mitad del siglo XX dejando las bases para comprender el proceso de resistencia y militancia galleguista emprendidos en el siguiente período tanto en el llamado exilio interno como en el externo. La sección está dividida en dos capítulos. Mientras el primero está dedicado a presentar el marco histórico y sociolingüístico del período abordado por el libro, el segundo se enfoca en los diferentes aspectos que tuvo el efecto de la política lingüística del régimen franquista. Esta sección resulta clave para situar al lector en el punto de partida desde el que la obra emprende su recorrido histórico. Para esto se reseña la evolución sociolingüística de Galicia citando la obra del autor que precede cronológicamente a esta, la ya mencionada Historia social da lingua galega. Pero también se la contextualiza con testimonios biográficos fundamentales sobre la diglosia presente en la sociedad gallega y el efecto que esta tenía en detrimento de la lengua y cultura de Galicia. Resulta también muy clarificador para entender el efecto acelerador que implicó el franquismo para la substitución lingüística que en pocas generaciones y en cuatro décadas tuvo como consecuencia que la lengua mayoritaria del pueblo gallego perdiera espacios y usos en los que fue reemplazada por la castellana. En este proceso, denominado por Monteagudo como «desgaleguización», como bien explica el sociolingüista muradano tendrán un papel fundamental los aparatos ideológicos del Estado, en términos de Althusser, ejerciendo su función represiva. Entre las instituciones destacadas por el autor como actores hegemónicos son revisados el aparato educativo, en el que la iglesia es un actor central, y los medios de comunicación, entre los que sobresalen la radio y la televisión. Todo este fondo sociohistórico permite al lector comprender las dificultades que debieron enfrentar quienes estaban comprometidos con el cultivo de la lengua gallega, que son justamente las experiencias explicadas en los siguientes capítulos.
En el segundo capítulo de esta sección, Monteagudo presenta al lector un cuadro muy ilustrativo del carácter represivo de las políticas ejercidas por el régimen franquista en su primera fase histórica. Con este fin, el autor en primer término enumera las bases ideológicas de la dictadura basadas en la imposición de una unidad lingüística, religiosa, política y cultural para todos los habitantes del Estado español. Este modelo se implanta ejerciendo una enorme presión sobre cualquier intento de disidencia no sólo por medio de las instituciones mencionadas sino claramente en forma de represión, censura y persecución. De este modo, el período representa consecuencias trágicas para la cultura gallega. El séptimo apartado de este capítulo (105-107) se dedica al discurso imperante no solo en la propaganda de masas sino en la justificación desde el mundo liberal que argüían figuras tan relevantes de la filología como Ramón Menéndez Pidal o Dámaso Alonso, quienes legitimaban la situación al explicar que el gallego era una variedad rural y poética, y que por lo tanto debía desistir de aspiraciones científicas o filosóficas superiores. En esta parte del libro también se recogen memorias que pintan tanto las medidas impuestas por el régimen contra toda forma de desarrollo, divulgación o uso de la lengua gallega como las consecuencias para los intelectuales galleguistas, que implicaban no solo la imposibilidad de expresarse sino la cárcel o represalias directas efectuadas por el colectivo falangista omnipresente en la sociedad gallega de la posguerra civil. En contraste con estas experiencias destaca la vivencia de la diáspora gallega reseñada por exiliados como Xosé Neira Vilas, cuyo testimonio da cuenta tanto de las libertades que la cultura gallega podía disfrutar en Argentina como de la frecuente falta de lealtad lingüística de los gallegos emigrados en el Río de la Plata. Además, en este capítulo se presentan las condiciones en las que germina en las cárceles franquistas el proyecto galleguista de resistencia a la dictadura. Monteagudo nos trae la voz de dos actores importantes en la normalización de las lenguas gallega y vasca, Ramón Piñeiro y Koldo Mitxelena respectivamente. Monteagudo señala que el contacto establecido entre estas personalidades centrales en la normalización del gallego y el euskera, así como el tiempo compartido durante su detención, representa un hecho histórico que no solo tendrá importancia para las estrategias de defensa de los encarcelados, sino que también será clave para delinear las ideas de una de las figuras centrales del proceso que dará lugar al gallego común moderno.
La segunda sección «A herba medra de noite» comprende entre 1950 y 1962 y aborda la resistencia galleguista estructurada en los capítulos III-VI. El tercer capítulo trata las iniciativas para la conformación de una lengua gallega literaria de referencia. Como bien reseña Monteagudo citando a Rodríguez Lapa (141-142), los galleguistas eran conscientes de la necesidad de establecer una norma de prestigio que pudiese ser medio de instrucción en el sistema educativo cuando la situación política lo permitiese. Ante la cuestión de la norma moderna para la lengua, Monteagudo presenta las dos tendencias divergentes sobre los criterios a adoptar a la hora de establecer la norma culta. Por un lado, la propuesta por Aquilino Iglesia Alvariño, representada por la traducción al gallego de las Carmina de Horacio y, por otro, la traducción al gallego de los Altkeltische Dichtungen de Julius Pokorny por Ramón Piñeiro. Ambas obras parecen coincidir en la ampliación de funciones para el gallego, otorgándole el estatus de lengua en la que se pueden traducir obras cultas, pero difieren en las elecciones adoptadas sobre el corpus lingüístico. El modelo de Iglesia Alvariño recurre en exceso a formas dialectales y populares. Monteagudo identifica este modelo como limitante y diglósico porque restringe al gallego como lengua oral popular y lengua poética escrita. En cambio, en la tradición de Piñeiro se presenta un modelo supradialectal para el gallego que buscaría alcanzar todos los ámbitos y por tanto superar la diglosia. Además, Monteagudo observa en el discurso piñeirano la importancia de la lengua gallega como elemento esencial de un patrimonio espiritual común del pueblo gallego. Premisas que el autor identifica como heredadas del nacionalismo gallego que atendía a la relación entre lengua e identidad propia en términos de Volksgeist que parecen deudores de las ideas de Johann G. Herder o Wilhem von Humboldt.
Piñeiro será, junto a Francisco del Riego y Xaime Isla, figura central de la editorial Galaxia, el proyecto cultural que fue primordial para las estrategias glotopolíticas a favor de la normalización del gallego durante la dictadura franquista. Justamente Monteagudo concede al grupo de la editorial Galaxia un lugar central en el cuarto capítulo del libro. La represión y restricciones políticas de la dictadura obligaron a los galleguistas a emprender estrategias de resistencia. En este contexto el activismo cultural, y con más precisión el editorial, tuvo un rol clave para las acciones glotopolíticas desarrolladas a favor de la lengua gallega. Para presentar al lector la forma en la que se articuló el grupo Galaxia y la red de apoyo con la que contó, se apela a la idea de «coalición de lectores» a partir del concepto de Benedict Anderson de «comunidades imaginadas». Monteagudo reconoce una continuidad ideológica entre el colectivo nacionalista gallego del período de entreguerras tratado en la ya mencionada Historia social da lingua galega y el grupo Galaxia, una continuidad que se centra en la «concepción de Galicia como unha nación cunha identidade propia, definida, entre outros elementos centrais, por un idioma de seu» (164). En esta tradición el colectivo se constituye y es identificado como sucesor de hecho del grupo Nós y del Seminario de Estudos Galegos. En unas condiciones precarias determinadas por la limitaciones políticas y económicas, el proyecto contó con el apoyo de entre 200 y 400 accionistas, y emprendió una empresa editorial consciente de su importancia glotopolítica. El autor hace una reseña del plan de acción del grupo editorial partiendo desde los objetivos enumerados por Ramón Piñeiro en ocho puntos hasta las diferentes acciones implementadas por el grupo Galaxia. Desde una perspectiva sociolingüística, el decálogo de líneas de acción de la editorial ilustra la proyección que se proponía el grupo, abarcando: (1) la prestidigitación de la lengua gallega en una «república das letras» hispánicas y lusófonas, (2) fomentar el uso del gallego como lengua literaria y pública, (3) impulsar la modernización de la lengua gallega, (4) ganar nuevos usuarios cultos para la lengua gallega, (5) aportar continuidad histórica con el legado cultural de la lengua gallega, (6) estimular los estudios filológicos y la producción de instrumentos lingüísticos dedicados a la lengua gallega, (7) reforzar y dar nuevos bríos a las agónicas instituciones gallegas tradicionales, como la Real Academia Gallega, y crear otras nuevas, como la Fundación Penzol, y (8) desarrollar una política exterior en tres horizontes, el peninsular, el de la diáspora gallega y el mundo lusófono. Estos puntos delinean una suerte de política lingüística para la lengua de Galicia que el grupo asume ante la ausencia en la dictadura de una institución gallega en Galicia que la implementara. Monteagudo a continuación menciona las acciones emprendidas por el grupo como, por ejemplo, la creación de la Colección Grial, tanto como la resonante traducción de Heidegger al gallego, en tanto que experiencias a la vez innovadoras y de resistencia a la represión ahogante del régimen franquista.
En los dos últimos capítulos de la segunda sección, es decir el quinto y el sexto, el autor aborda la precaria situación sociolingüística del gallego en torno a la segunda mitad del siglo XX. En primer término, da cuenta de las iniciativas de base en el campo de la política lingüística, y en segundo, del aporte de la diáspora gallega. Monteagudo reseña la batalla cultural emprendida por los galleguistas para dotar a la lengua gallega de prestigio cultural como capital simbólico en torno al cual configurar la identidad nacional gallega. Entre las carencias que experimentaba la lengua gallega se observa la ausencia de instrumentos lingüísticos, ya que las gramáticas y los diccionarios existentes eran antiguos o incompletos. En este marco se recupera y pone en valor el plan de Isidoro Millán para la modernización de la lengua gallega. Este plan identificó la importancia de la formación científica de los especialistas, la creación de un fondo lexicográfico, el estudio del gallego en uso y la creación de un acervo documental del gallego escrito. Como continuación e implementación del plan de Millán, se presenta el Padroado da Lingua Galega, articulado por Ramón Piñeiro, recogiendo la experiencia de la creación del diccionario enciclopédico gallego-castellano, la revitalización de la Real Academia Galega y la rectificación de la voz “gallego” en el DRAE de 1958. Todas estas acciones glotopolíticas eran emprendidas en una lucha cuyo fin era el de prestigiar la lengua gallega. Finalmente, cerrando la sección en el capítulo sexto se trata en detalle el aporte y apoyo decisivo de la militancia galleguista en el exilio de la diáspora gallega, principalmente en Argentina. Este capítulo, titulado «A solidaridade dos “irmáns de América”. Buenos Aires, capital da cultura galega (1940-1962)», resume artículos recientes en los que Monteagudo ha abordado la temática al tocar aspectos sociales fundamentales como el paso de ser labregos gallego-hablantes a urbanitas bilingües, los contextos histórico-políticos, como el exilio interior y exterior durante la dictadura de Franco, las dinámicas diaspóricas en términos del compromiso y militancia frente a la denuncia de la represión vivida en Galicia, la importancia de la publicación de obras de referencia en el exterior que no era posible imprimir bajo el franquismo, como la Historia de Galicia de Ramón Otero Pedrayo, y la que Xesús Alonso Montero llamó la «Batalla de Montevideo». En este último subcapítulo, el autor recoge la épica iniciativa de los galleguistas en el exilio que hicieron visible la opresión sufrida por el pueblo gallego al denunciar la situación de minorización y persecución que vivió la lengua gallega frente a la UNESCO en su VIII Asamblea General.
Conforme al hilo narrativo, la tercera sección presenta el período comprendido entre 1962 y 1973 como la fase esperanzadora de «Abrir camiños e recoller colleitas». Es justamente la década en la que se articula y despliega el activismo cultural que permitirá que la lengua y cultura de Galicia lleguen a las condiciones propicias para su normalización. La posibilidad de emprender acciones culturales por parte de los galleguistas se materializa en los años 60 en el contexto de apertura y alivio de la represión política que adoptó el régimen franquista. En este marco, como bien señala Monteagudo, toman impulso actores que se venían articulando en la década anterior. En este contexto, la Real Academia Gallega celebra, a partir de 1963, el día de las letras gallegas dedicado cada año a un autor en lengua gallega distinto, celebrando y difundiendo su obra. En la misma línea, la Real Academia Galega comienza a usar la lengua gallega como lengua de uso y surgen colectivos de militancia cultural como “O Galo” en Santiago de Compostela y “O Facho” en Coruña. Entre sus iniciativas se destacó la organización de cursos de lengua gallega. Monteagudo va repasando en el capítulo séptimo estas experiencias sin descuidar el rol que jugaron los gallegos de la diáspora como antecedentes y, en muchos casos, como activadores de estas. El autor recupera las acciones que al mismo tiempo representaron tanto modelos culturales como empresariales en el octavo capítulo. La revista Grial de la editorial Galaxia, la fábrica de cerámicas Sargadelos o ediciones do Castro fueron empresas comerciales también embarcadas en la generación de productos culturales de vanguardia como medio para revalorar la cultura de Galicia. En la década del mayo francés madura en la ciudad universitaria de Galicia la militancia popular. De allí que el noveno capítulo esté dedicado al ámbito universitario compostelano, contemporáneo de y en sinergia con el surgimiento del movimiento de música popular de protesta.
En los capítulos décimo y undécimo titulados homónimamente como «A Igrexa católica e a lingua galega (1964-1975)» se dedican a un ámbito central de la sociedad gallega tradicional, la religión. En el primero de estos dos capítulos, «A transición posconciliar», el autor presenta el contexto histórico, social y político en el que se enmarcan las dinámicas lingüísticas en el ámbito eclesiastico. Entre los aspectos más destacados, sobresale la importancia que tenía la iglesia católica como vía de ascenso social y educativo en la sociedad gallega de posguerra civil y las polémicas desencadenadas en la iglesia en torno del Concilio Vaticano II que referían al uso de las lenguas vernáculas. En el segundo capítulo de esta serie dedicada a la iglesia, «Prácticas, actitudes e discursos», el autor salva la falta de datos, encuestas o informes sobre el uso lingüístico llevando un detallado trabajo de archivo en el que recurre a artículos y entrevistas periodísticos de la época. Un buen ejemplo de esto son los testimonios recogidos en las que se puede tener una aproximación a las actitudes e ideologías presentes entre los clérigos gallegos y la jerarquía eclesiástica. El autor también tiene en cuenta el eco y reacción que provocó la postura reactiva de la cúpula de la iglesia gallega al uso del gallego tanto entre los gallegos exiliados en Buenos Aires como en la Galicia territorial. El análisis de la política lingüística de la iglesia gallega permite comprender el proceso que conduce a lo que Monteagudo denomina como una transición fallida, que perpetuó una diglosia lingüística, en la que solo cambió el castellano por el latín pero se excluyó a la lengua vernácula de la mayoría de los feligreses y del clero.
En el capítulo doceavo, con el título «O tardofranquismo (1966-1975)», se hace un recuento de la obtención de los primeros datos estadísticos sociolingüísticos sobre la lengua habitual, prácticas y usos. También se da cuenta de las iniciativas y propuestas para la incorporación de la lengua gallega en el sistema educativo, así como las concesiones que la dictadura fue dando a las lenguas regionales en el estado español. Todos estos elementos sirven de representación de las tendencias hacia el final del franquismo y las tensiones presentes en el camino a la transición democrática.
De este modo se permite al lector poner en contexto el auge de la sociolingüística gallega, que se presenta en el decimotercer capítulo, y que Monteagudo identifica como consecuencia de un proceso de maduración en la reflexión en la intelectualidad gallega sobre la situación lingüística en la sociedad gallega. En este capítulo se tratan principalmente los trabajos de quienes el autor identifica como figuras centrales y fundacionales de la sociolingüística gallega, el ya mencionado Ramón Piñeiro y Xesús Alonso Montero. En el análisis de los informes y pronósticos sociolingüísticos, de Piñeiro y de Alonso Montero, Monteagudo no solo identifica las lecturas y modelos teóricos detrás de los textos sino que los pone en relación con las críticas y debates presentados por otros sociolingüistas gallegos de referencia, Guillermo Rojo y Francisco Rodriguéz. En su conjunto el capítulo propone una suerte de historia de la sociolingüística gallega. Aproximaciones que implican un proceso que tiene lugar tras cuatro décadas del régimen franquista y sin el cual sería muy difícil entender el desafío que implicó el proceso de normalización lingüística emprendido con la llegada de la democracia. A este tema, el autor le dedica la cuarta y última sección, «Os gromos da primavera da fala por nós agardan». Los capítulos finales del libro tratan puntos más relevantes como la conformación de la lingüística gallega y la elaboración de las normas lingüísticas oficiales para la lengua gallega con las dinámicas y tensiones que este proceso implica. En esta parte del libro se narra el derrotero desde la gramática normativa y la iniciativa ortográfica de la Real Academia Galega hasta la creación del Instituto da Lingua Galega y su rol en la codificación de la lengua gallega actual. Se tratan tanto las propuestas de Ramón Piñeiro como las de Ricardo Carvalho Calero. El libro termina en el capítulo decimoséptimo que aborda diferentes perspectivas acerca de la relación entre la lengua gallega y la portuguesa. El título del capítulo, «O portugués no horizonte. Piñeiro e Lapa: enxergando o porvir», plantea en cierta forma el carácter de proyección y oportunidad que la relación entre las dos lenguas representa para el gallego pero también como una cuestión aún pendiente y abierta para el futuro.
En definitiva, esta nueva obra de Henrique Monteagudo, continuación de la Historia social da lingua galega, ofrece una aproximación global al período franquista. Analiza la política lingüística represiva de la dictadura, que se destacó por la imposición coercitiva del español y la marginación sistemática del gallego, y aborda las dinámicas sociales que llevaron a un proceso de sustitución masiva del gallego. Su atención se centra en la resistencia político-cultural gallega, en particular, en su estrategia encaminada a constituir un sistema cultural autónomo, con la lengua como elemento definitorio. Se analizan los avances en el estudio, cultivo y elaboración del gallego y los debates públicos que se han desarrollado en torno a todas estas cuestiones. La obra, aunque dedicada a un período histórico más breve, es tan extensa en páginas como su antecesora, pero quizás esto se deba al impacto que la época abordada en esta tiene hasta la actualidad para la realidad social y política de Galicia. Es, por lo tanto, un libro de consulta obligada para quien se aproxime al desarrollo sociolingüístico gallego. Además, cuenta con una sección anexa donde se resumen tanto las acciones implementadas en el exilio porteño en Argentina como en el exilio interno en Galicia, así como también un compendio de legislación. Tanto por su organización cronológica como por su rigurosa documentación se convierte en una herramienta de divulgación accesible no solo para el público especializado.
1 El autor es profesor catedrático por la Universidad de Santiago de Compostela, además de investigador principal del Instituto da Lingua Galega y secretario de la Real Academia Galega.