Chile lenguajea. Paisaje glotopolítico del estallido

 José del Valle (texto a imágenes)

El 18 de octubre de 2019 Chile abría un nuevo ciclo de su historia. Chile abría… Ya, pero ¡¿qué Chile?! Era precisamente el planteamiento airado de esta interrogante, el indignado asalto al proyecto de país, lo que movilizaba a miles de personas a lo largo (y escasamente ancho) del territorio, impulsándolas a tomar las calles con sus cuerpos y sus voces. Un modelo económico fiel a los principios del neoliberalismo, una desigualdad social extrema y un modelo de democracia cuestionado por su capacidad para representar a la totalidad del pueblo entraban en crisis extrema ante la salida a la calle de miles de ciudadanas y ciudadanos que exigían, de maneras y en sentidos múltiples, transformaciones estructurales profundas. El anuncio gubernamental de una subida del costo del transporte público y la estremecedora respuesta de un ministro ante las quejas (“Quien madrugue puede ser ayudado a través de una tarifa más baja”) fueron la zona cero político-discursiva de un acontecimiento cuya codificación lingüística ha recorrido significantes como “el estallido”, “la revuelta” o “Chile despertó”.

Con este sismo se tambaleaba el orden político consagrado en la Constitución de 1980, diseñada por Jaime Guzmán a la medida del modelo económico impuesto por los Chicago boys bajo los auspicios y protección del gobierno militar. La escala de Richter que había calibrado los límites del disenso en el país durante cuatro décadas devenía ahora inútil para medir la dimensión de la protesta. Y ante esto, ante las revueltas populares y los enfrentamientos físicos de manifestantes y policías, el presidente Piñera sacaba el Ejército a las calles y declaraba: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. Según el presidente, la respuesta proporcional a la violencia experimentada en las calles era el establecimiento de un escenario literalmente bélico. Por supuesto, la reacción indignada de amplios sectores de la ciudadanía se hizo sentir enseguida; hasta el general Iturriaga, a cargo de los efectivos militares en la Región Metropolitana, declaró sin demora: “Soy un hombre feliz, no estoy en guerra con nadie”.

En este intercambio, dentro del propio discurso del poder temblaba el lenguaje. Este vibrato de la palabra “guerra” (ya de por sí incapaz de la inocencia) hacía evidente la descomposición de la métrica del disenso que el liberalismo puede tolerar y, muy especialmente, exponía la perversidad extrema con que el presidente desplegaba el vocablo. Se escenificaba, en definitiva, el rol de lo que habría de ser un elemento central del acontecimiento político que se había inaugurado el 18-O: el lenguaje.

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Pude ser testigo directo de esta escena cuando llegué a Santiago procedente de un congreso en Río Cuarto, Argentina, el sábado 9 de noviembre, apenas tres semanas después del estallido. Desde el taxi que me conducía a casa, y a medida que ingresaba en el centro urbano, los efectos de la revuelta iban interpelando los hábitos de relación de mis sentidos con la ciudad: tras los enfrentamientos de la noche anterior, el paisaje sonoro de la mañana sabatina se presentaba extrañamente calmo, ausente la estridencia acostumbrada; el paisaje olfativo sorprendía con sus restos ácidos de gas lacrimógeno; y el visual lo dominaba la impresión del asfalto remecido y la saturación expresionista de los muros, copados de formas y colores, envueltos hasta sus remotas esquinas por una forma de lenguajeo acaso no nueva pero novedosamente protagónica en su ubicuidad. Mis ya casi veinte años de relación abierta con esta ciudad (como extranjero ma non troppo) habían educado mi cuerpo para acomodarse a Santiago y sus sorpresas, para vivirla, en cada retorno, sereno ante la experiencia de lo familiar y curioso ante la inevitable aparición de lo nuevo. En otras palabras, a pesar de mi extranjería, manejaba con soltura la gramática del desorden santiaguino.

Pero en esta ocasión aquella naturalidad con que abordaba siempre la interacción con la urbe se había desvanecido ante una experiencia sensorial transformada y, por lo mismo, transformadora. La ventana del asiento trasero del taxi en movimiento me ofrecía una singularísima lente para la observación: me abría un campo de visión reducido forzándome a concentrar la mirada en busca del detalle; pero, a la vez, la exposición efímera a un objeto, cualquiera que fuese, me obligaba a percibirlo apenas como un constituyente más de una elusiva sintaxis panorámica. Pako perkin, asamblea constituyente… [Semáforo roto], muerte al patriarcado!!!… Piñera qlo, [imagen de un ojo ensangrentado] [La Vega], Go vegan, [Imagen de Matías Catrileo] [Parque Forestal] acabla TV miente… wallmapu libre!!!… Educación gratuita…, [Barrio Bellas Artes], [Bandera mapuche. Imagen de un puño] Evade!!! [Cerca del GAM] Salud digna… [En un árbol: imagen de un kultrún] Die Piñera dieprohibido olvidar… [Bandera mapuche] Piñera CTM… [Imagen de Mon Laferte] Muerte a la yutalas fronteras tb son violentas… [Barrio Santa Isabel] Migrantes, putas y pueblo disidente contra el estado asesino… Así más o menos iba pasando por aquella ventana el desconcertante paisaje en movimiento, y se me iba imponiendo la necesidad de aprender de nuevo a hablar con esta / de esta / en esta ciudad, el imperativo de aprender a lenguajear este espacio reinventado por la acción ciudadana, la reacción político-policial y el conflicto de imaginarios que se disputaba, entre otros muchos espacios, en la geografía urbana y en la palabra.

Necesitaba lenguajear (maravillosa expresión que le hackeo al proyecto Euraca) porque hablar, escribir o usar la lengua no me sirven para evocar el despliegue verbal y multimodal que me rodeaba, la acción glotopolítica que invadía el paisaje santiaguino y desafiaba el poder de mis herramientas de descodificación. Porque la cualidad del lenguajeo es el aprovechamiento de la inestabilidad inherente a todo enunciado para alterar signos que cuando cristalizaron —cuando se convencionalizaron y fueron hablados, escritos y usados— participaron de la producción de alguna forma de desigualdad. Si la relación entre significante y significado es convencional, el signo es solo tan fuerte como lo sea la autoridad para imponer la convención; y el lenguajeo está ahí precisamente para destituir esos poderes: violencia es declararle la guerra al propio pueblo, las fronteras tb son violentas.

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Durante varios días recorrí, a distintas horas, las calles de Ñuñoa, Providencia, Recoleta y Santiago Centro. Resultaba evidente que, en el curso de las anteriores semanas, una zona concreta de la ciudad había adquirido un valor material y simbólico especial: la Plaza Baquedano, popularmente llamada Plaza Italia y rebautizada durante la revuelta como Plaza de la Dignidad. Las protestas del sector gravitaban en torno a esta emblemática intersección (eje articulador del tránsito entre aquellas cuatro comunas), donde se registraban tanto entusiastas e imaginativas celebraciones y reivindicaciones políticas como violentas confrontaciones entre manifestantes y policías. Como efecto de estas últimas, la estación Metro Baquedano resultó destruida (igual que muchas otras del sistema) y la estatua del general homónimo intervenida por la más variopinta combinación de grafitis y disfraces. Al mismo tiempo, los muros de los edificios que rodean la plaza y las calles aledañas participaron de una explosión discursiva que se sumó a los acontecimientos como forma de lucha abierta por la necesaria atribución de sentido de lo que se estaba viviendo.

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Claro está que los propios muros que servían de soporte material para la inscripción y despliegue del lenguajeo insurgente habían de ser resignificados. Por eso, entre las más evidentes acciones semio-políticas se apreciaba no solo la toma de las paredes sino su tematización como lugares de enunciación donde se expresaban e informaban las voces de la ciudadanía: los muros son nuestros, me informo + en los muros que en la TV. El gesto en sí no era novedoso. Ya en los conservados grafitis de la Pompeya itálica vemos testimonios antiguos de la instrumentalización política, afectiva, sexual y lúdica de estos espacios arquitectónicos convertidos en plataformas discursivas. Pero en aquel nuevo Chile despierto de noviembre de 2019, las fachadas y tapias no aparecían simplemente como superficies al servicio de una escritura portadora de significaciones, sino como mecanismos de desestabilización de los sistemas convencionales de comunicación política. Ante las acciones en curso, ante las explícitas redefiniciones del muro, esas superficies quedaban convertidas en acciones glotopolíticas que amenazaban con su simple existencia las formas convencionales de escritura e información y negaban legitimidad a los discursos gubernamentales y a las plataformas tradicionales de su transmisión.

Ya recordé arriba que, desde muy pronto, el presidente Piñera intentó controlar el sentido del acontecimiento reduciéndolo a través de la imposición del tropo de la guerra como marco interpretativo. Y los muros, como ya conté, respondieron: VIOLENCIA ES DECLARARLE LA GUERRA AL PROPIO PUEBLO!: así decía, por ejemplo, el portón de hierro de un comercio clausurado en la avenida Vicuña Mackenna. Pero es necesario notar que el lenguajeo en torno a la guerra y la violencia que se integró en el paisaje glotopolítico santiaguino no se limitó a negar la veracidad de la declaración presidencial. Más rompedora que las negaciones de la propiedad representativa y la conveniencia pragmática del tropo bélico era la construcción de enunciados que ignoraban e incluso alteraban los límites de las figuraciones del discurso gubernamental. A(R)MATE, que HERMOSA te vei LUCHANDO, te quiero * ardiendo “significan” al tiempo que “son”, “están” al tiempo que “hacen”. Implican en el proceso de significación a la matriz léxico-gramatical y fusionan así campos semánticos que reducen no solo el significado de las palabras “guerra” o “violencia”, sino el sentido ético de la acción, abriendo en el acto comunicativo las posibilidades de reimaginarlas y reconstruir su relación, acaso no antagónica, con otro campo semántico: el del amor, la belleza y el querer. Pero también, en un gesto mcluhaniano, arrastran al mismo centro del mensaje convenciones ortotipográficas normalmente consideradas autónomas con respecto a la producción de significado: si the medium is the message, la calle como canal de la escena glotopolítica santiaguina revela un estallido semiótico y pone en entredicho el poder sostenido ya no solo por el lenguaje normado de la ciudad letrada, sino incluso por las lenguas de programación de la ciudad virtual.

Afecto, admiración y lucha, acabamos de ver, se nos presentan entreveradas en enunciados que perturban las asociaciones que convencionalmente generan la función social de las nociones del amor y de la guerra. Pero es crucial señalar que una propiedad central del lenguajeo de la revuelta está en su incontrolable multivocalidad, en su impronta radicalmente heteroglósica. Múltiples voces coexisten en los muros de la ciudad y sus respectivas localizaciones sociales —e incluso nacionales— son extraordinariamente heterogéneas; ni siquiera resultan automáticamente transparentes: Chili ak Haiti ini nou kon inegaliti, amulepe taiñ weichan, donec dignitas fiat consuetudine, baise la police, fuck Piñera, Piñera coño e madre, pako asesino violador y vo tambien milico CTM. Es más, el abigarrado lenguajeo exhibe tensiones internas, en la permanente renovación de un lenguaje cuyas formas se superponen unas sobre otras, ocultándose, matizándose, negándose… paco puto HETERO. El paisaje glotopolítico santiaguino registró la manifestación de múltiples subjetividades en disputa, una lucha intensa y multidireccional por la manifestación de sujetos excluidos por el entramado político-económico-discursivo neoliberal y que llevaban décadas pugnando por hacerse oír: el movimiento pingüino, la resistencia del pueblo mapuche, la acción feminista, la defensa de los derechos de los inmigrantes, la lucha de clases…

Las fotografías reproducidas son apenas un recorte microscópico de múltiples acciones glotopolíticas, abigarradas y dinámicas, refractarias a cualquier intento de captación y descodificación. Son instantáneas que seguro dicen más de mi propio periplo físico, sicológico e intelectual que del devenir del estallido social y las protestas, de la reacción gubernamental y la represión policial. Acaso no sean estas imágenes y el texto que las acompaña más que una muestra de mi torpe lenguajeo mientras trato (como siempre, extranjero ma non troppo) de seguir hablando con este / de este / en este país.

En esta interlengua titubeante digo “Chile despertó” y enseguida me arrepiento. Muchos Chiles ya despiertos salieron a la calle y lenguajearon al unísono un bramido que despertó a muchxs más. Esa voz estridente, ese abrir de ojos que la acompañó, aterró a quienes detentan el poder hasta tal punto que no solo declararon la guerra al pueblo, sino que en la batalla apuntaron el fusil a la mirada desafiante de la ciudadanía y se llevaron más de trescientos cincuenta ojos por delante. Las voces de los muros entendieron que En Chile protestar cuesta un ojo de la cara declarando, con la enunciación misma, su decisión de seguir viendo. A elles, a ellas y a ellos está dedicado este ensayo.

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