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La lengua es de todes

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Por @luciasvazquez

Si el feminismo me entró en el cuerpo hace varios años, en la lengua, hace un poco menos. Primero fue en la escritura, el uso de la x o la e para denominar a un grupo integrado por mujeres y por hombres. Usos, tal vez, menos públicos, reservados más al ámbito de lo privado. El problema empezó este año, cuando me tomó la lengua, la oral, la del habla, en el ámbito de lo público: la escuela. Soy docente de educación media y actualmente trabajo en una escuela privada. Doy Lengua y Literatura, un dato no menor, soy una especie de embajadora de la RAE en estas olvidadas tierras sudacas, y representante de la norma y la corrección lingüística. Le enseño a pibes y pibas a “escribir bien”, “hablar bien”. El vocativo alternante femenino y masculino ingresó a mis consignas y discursos orales también hace un tiempo. Pero recién este año se me sumó una revelación que entendí como responsabilidad. No solo doy clases a chicos y chicas, también doy clases a chiques. A personas que no se sienten ni mujeres ni varones, personas que no están incluidas en el uso del género masculino ni femenino.

Como profesional de la lengua entiendo perfectamente que el género gramatical no se corresponde con el género social o la marca biológica asociada a lo masculino y lo femenino. Sé que la computadora no es mujer y el pizarrón no es hombre. Enseño Gramática desde esa certeza. Nuestra lengua no tiene casi uso del género neutro. Hay palabras que no tienen género, como los verbos, y otras que no tienen número, en fin, no todos los tipos de palabras en español flexionan según género, número, tiempo, persona, etc. Los artículos, los sustantivos, los pronombres, los adjetivos sí tienen género en su mayoría. Sin embargo, está bien aclarar que los sustantivos se clasifican en cuanto al género en masculino y femenino, pero en caso de nombres de personas y animales la variación refleja una diferenciación sexual. En el caso de los adjetivos (que se enuncian en masculino en los diccionarios), aquellos que no flexionan en género, reciben en su mayoría la categoría de género por concordancia con el sustantivo al que modifica. Los pronombres, a su vez, tienen en algunos casos flexión en género neutro, “eso”, por ejemplo (en mi opinión la e o la x del género inclusivo es superadora del género neutro, porque aporta la perspectiva no de un borrado de la cuestión genérica sino del aporte de un género “nuevo”, más abarcativo). Todo esto lo podemos encontrar en el manual de corrección de estilo de María García Negroni, “El arte de escribir bien en español”. Hasta acá la base. Y entonces la pregunta, ¿qué sucede cuando me dirijo a un grupo de personas conformado por sujetos que se identifican con lo femenino, con lo masculino y tal vez con ninguno de esos dos géneros? Aquí aparece con la duda la necesidad. En mis grupos de estudiantes, que rondan un promedio de treinta personas, no sé qué identidades de género puedo encontrar. No tengo por qué preguntar a comienzo de año o andar sabiendo con qué género se identifica cada une de los adolescentes a les que me dirijo a diario. Entonces, un día, sin pensarlo, me sale decirles “chiques”, “todes”. Y, entonces, seguramente también si pensarlo, padres y madres alarmades llaman a la escuela o vienen a verme preocupades.

A ver, señora, ¿no está contenta con que el género masculino deje de evocar a la totalidad de mujeres y hombres? A ver, padre, madre, ¿usted está segure de que su hije se identifica y se siente incluide cuando les digo todas y todos? Porque yo no, yo no sé si en mis grupos hay seres que por primera vez sienten que también se les está hablando a elles. Yo no sé si hay chicas que, al fin, sienten que no están siendo subsidiarias de un grupo de varones.

Si una parte del feminismo cuestiona la ideología de la lengua al nombrar al grupo con el género predominante, el masculino, es porque en algunas palabras, como los pronombres, los vocativos, los sustantivos que denominan profesiones y un largo etcétera, pareciera que el uso del masculino no es nada inocente. Pareciera estar en sintonía con el predominio también de los hombres en el mundo real. Los significantes vienen a develar lo significado ¿Alguien a esta altura sigue creyendo que es azar que el género gramatical masculino sea el que denomina al conjunto de hombres, mujeres y seres que no se sienten ni unas ni otros? La Historia del hombre es, qué casualidad, eso, la historia de los hombres construyendo y contando sus propias historias, a veces dejando entrar a alguna mujer, nunca dejando ingresar a quien no sea ni hombre ni mujer. Hablar de la historia del hombre es no hablar de la historia de la mujer. Tampoco de las historias de aquelles que no han querido o podido encajar en la construcción histórica de lo que es masculino o femenino. Porque, sí, y aquí otra revelación obvia, ser hombre o mujer es una construcción tanto como lo es nuestro lenguaje y como lo es absolutamente todo lo que nos rodea ¿O toda, o tode?

Y miren si no estará bien cargadita de ideología la RAE que a la hora de definir mujer, “persona del sexo femenino”, tiene por lo menos cuatro acepciones que significan prostituta mientras que el hombre en su primera acepción es la totalidad de la humanidad, “Ser animado racional, varón o mujer. El hombre prehistórico.”. Hay que aclarar que en ninguna de sus acepciones es un prostituto. Y la RAE está bien lejos de distinguir orientación sexual, identidad de género, expresión de género, etc.

A mis adolescentes de entre trece y dieciséis años les cuento que un tipo hace cien años explicó que el signo lingüístico (una unidad de análisis de la lengua) es mutable e inmutable. Es inmutable porque no está todo el tiempo cambiando, los significantes se fijan a los significados durante un tiempo considerable y eso es lo que nos permite comunicarnos, sin ningún tipo de estabilidad sería muy difícil, seguramente imposible, poder entendernos. Pero, por otro lado, el signo, la lengua, muta, es mutable. Esto quiere decir que las lenguas van cambiando con el tiempo, con el uso. Sí, porque más allá de lo que nos quiera hacer creer la RAE, la lengua es propiedad de los hablantes. De los, las y les hablantes. La lengua es nuestra, nos pertenece a todos, todas y todes aquelles que la usemos. Y al usarla, la interrogamos, la cuestionamos, cambiamos su forma.

Suecia agregó a una edición de diccionario de su idioma en abril de este año una palabra sin género binario. Un país inventó una palabra. Así de flexibles son las lenguas, en constante construcción. Es un pronombre que es masculino ni femenino, reemplaza a “él” (han) o “ella” (hon) por hen. Es un triunfo de asociaciones de mujeres y de la comunidad trans. Hen se puede utilizar cuando se desconoce el género, cuando es irrelevante saberlo, para hablar con una persona transexual o con aquellas que no se identifican con ningún género.

Lo que no se nombra no existe. Si existe diversidad, hablemos diversamente. Las palabras tienen el poder de excluir. Vos, ustedes, nosotres, son elecciones lingüísticas, ideológicas, que definen no solo nuestra relación con el mundo sino con les otres, y nuestro posicionamiento con respecto a qué tipo de vínculos queremos, estamos dispuestos o no a, construir.

La mayoría de les que va a rasgarse por las vestiduras se quedaría helade si se enterara de la cantidad de palabras que usan que no están aceptadas por la RAE.Sí, señores, señoras y señeres, porque usamos la lengua la mayoría de las veces como podemos o se nos da la gana, porque, al final del día, lo único que nos importa es que el otre entiendaqué queríamos decir. Y qué locura, pero eso muchísimas veces no pasa. Un experimento posible sería hablar y escribir sin infringir ninguna regla de nuestra queride RAE y ver si eso ha mejorado nuestra capacidad de comunicarnos, nuestro éxito como hablantes. Porque un hablante existose de la lengua no es ni más ni menos que aquel/lla/le que logra comunicarse con éxito, es decir, que logra decir, escribir, aquello que quiere decir y que el receptor, la receptora o el receptore recibe de manera exacta. Qué frustración enorme intentar este experimento. Nosotres mismos somos muchas veces quienes no sabemos qué queremos decir. Por eso es tan difícil la lengua, por eso es tan difícil comunicarnos.

Pensar que las palabras que “existen” son solo aquellas que reconoce la RAE nos quita la posibilidad de pedir a les chiques que “googleen” cosas para trabajar los contenidos, o que para hacer un resumen tengamos que escribir “porque” y no “xq”, que no podamos inventar apodos cariñosos para nuestros seres querides, y un sinfín de etc que restringirían nuestro uso particular de la lengua que nos pertenece de hecho y por derecho.

¿Les chiques me entienden cuando les digo les chiques? ¿Los padres y madres de les chiques me entienden cuando a sus hijes les doy el buen día como les chiques que son? Me entienden perfectamente. Soy una hablante superexitosa, entonces. Porque tanto me entienden, tan perfectamente entienden qué quiero decir que llaman a la escuela o vienen a quejarse. Ojo, también vienen a preguntar. Si soy tantas veces “la de Lengua”, a veces creo que “soy la Lengua”, entonces vienen a interrogarme, a cuestionarme, a mirarme a la cara y tratar de saber por qué soy así. Por qué soy inmutable pero mutable.

De más está decir que este cambio en mi forma de hablarles fue explicitado, conversado, discutido, argumentado con ellos, ellas y elles. Nadie está obligade a usarle. Pero, se ve que es tan claro el significado y tan amenazante el significante que hay que ir a preguntar.

Porque le vengo dando vueltas hace rato, y tengo unas pocas hipótesis para entender el comportamiento reaccionario de la queja: la amenaza de privilegios. Su hijo, señora (en los dos casos cara a cara, el resto fueron anónimos, fueron madres de hijos varones), ya no es más el protagonista del pronombre vocativo. Ahora cuando digo todes su hijo se pierde en el mar de la diversidad. Ojo, es una hipótesis nomás. Otra, más general y obvia es el viejo y conocido miedo al cambio, un miedo irracional a quedarse afuera de lo nuevo por no entenderlo o no saber usarlo. Que es bastante parecida a la anterior. Otra es no entender, no un error, ignorancia, no saber.

Un compañero me dijo que el uso del lenguaje inclusivo es borrar las diferencias. Creo, firmemente, que es todo lo contrario, el lenguaje inclusivo es un gesto amoroso que quiere que todes entren, que nadie se quede afuera del lenguaje, de la convocatoria, por lo tanto, del hacer y participar.

En este punto de la discusión pensar en una forma correcta de usar el lenguaje inclusivo (¿o inclusive?) sería echar por tierra todo el trabajo diario al respecto ¿La x, el @, la e? Ningune de nosotres aún tiene la respuesta. Yo uso en la oralidad la “e” por el simple hecho de que resulta más fácil de pronunciar. Y hay que ver con el uso -respetarme cuando me sale, dejarlo fluir naturalmente- cómo se va asentando, como si la hubiera usado toda la vida. La x en la escritura, creo, tiene un pequeño engaño, que es que el cerebro tiende a “leer para adentro” con la tradicional “o”, pero es innegable el poder de incomodidad que genera en le lector/a/e. Mientras escribo este texto el corrector de Word se vuelve loco y me subraya el lenguaje inclusivo en rojo, pero demasiado problema no me hago, porque si conjugo los verbos en vos me lo hace también, seguro me entendés (rayita roja). Aún no saber cómo lo vamos a usar, o si la RAE finalmente en cincuenta años aceptará estos usos, digo, esta incertidumbre, de ninguna manera convierte al lenguaje inclusivo en una tontería, algo superfluo o un sinsentido. Todo gesto que intente ampliar derechos es válido. Creo que la contundencia del lenguaje inclusivo se demuestra en la cantidad de detractores que tiene y sus argumentos.

Una de las madres que vino a conversar conmigo me dijo que su hijo argumenta que no tengo autoridad para corregir un tilde mal puesto o no puesto en una palabra si uso lenguaje inclusivo. Pero, si yo no estoy hablando “mal” cuando digo todes. No estoy cometiendo un error (creo desde mi corazón, que todo lo contrario), no es que pronuncio mal la palabra, o no sé bien cómo se dice, o me da fiaca pronunciarla correctamente. Me estoy apropiando de mi lengua y estoy haciendo un uso particular, de ningún modo individual (basta con poner “lenguaje inclusivo” en el buscador de Google para ver la cantidad de excelentes artículos y videos que proponen y justifican su uso) de la misma. Soy la de Lengua haciendo uso de la Lengua, ejerciendo mi derecho a mi apropiación de la Lengua, soy la de Lengua mutando, tratando de incluir, pensando con mis alumnes y mis colegas, con mis seres querides, con todes les que quieran pensar conmigo.

 

 

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