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Un lenguaje llamado unidad

querrillero.cu

Por Heidy Pérez Barrera

Siempre he estado convencida de que el 12 de octubre no se celebra el día de la conquista de América, simplemente se conmemora.

Y ahí radica la diferencia entre celebrar (festejar) y conmemorar (recordar); se festeja con alegría, con agrado, con satisfacción; en cambio, conmemorar no niega lo primero, pero puede hacerse con pesar, con tristeza, con rabia, con impotencia, sobre todo si se trata de hechos que a pesar de los años transcurridos y hasta de los siglos, siguen pareciéndonos injustos.

Quinientos veintisiete años hace que la América fue «conquistada» (para mí, ultrajada) y justo lo que pudiera hasta ser coincidencia, constituye ante el mundo y desde Ecuador, una demostración de que por encima de la fuerza del exterminio colonizador en las tierras de la región, una fuerza casi divina se mantiene intacta: la indígena, una raza que heredamos si no en genes al menos en vocablos (como aguacate o barbacoa) o porque vivimos en un lugar cuyo nombre también tiene su génesis en alguna historia asociada a nuestros ancestros más lejanos. Por ejemplo, Guainacabo (el nombre del barrio donde nací) o simplemente porque tenemos el pelo tan lacio, la tez café, los ojos oscuros y rasgados que ganamos el símil de «indiecito o indiecita».

Quinientos veintisiete años después somos testigos de cuán increíble es la cultura indígena, de su poder de convocatoria, de su compromiso con el pueblo, de lo inapelable de la palabra empeñada. Los indígenas ecuatorianos provenientes de la región Sierra y Amazónica del país andino, son tan diversos como los colores que distinguen sus collares y las plumas de los jefes o representantes; pero tienen de común que no cejan en el empeño de defender sus derechos y de luchar por lo que creen justo.

En su castellano (para ellos segunda lengua) el uso de la primera persona del plural habla de ideales compartidos y defendidos a brazo partido: «creemos justo, consideramos necesario, reclamamos, pedimos, exigimos…», lo que en la lengua primaria de muchos (quichua) se traduce en «Munanchi apuk» (queremos justicia). Pero en lo que se convirtió en 11 días de reclamos y protestas, principalmente en el centro histórico de Quito, en claro español se vitoreaban frases que denunciaron ante el mundo el desacuerdo con las políticas neoliberales, que una vez más ponen en desventaja a las clases media y baja y favoreciendo a los ricos.

Lo vivido en Ecuador, y compartido por la pantalla chica y por las redes sociales, impresionó en ocasiones lo que solo podemos imaginar en películas de terror: cortinas de gases lacrimógenos invisibilizando rostros decididos a todo por defender sus ideales, mujeres deshechas en llanto por sus familiares muertos, niñas abrazando a sus muñecas para protegerlas del pánico, ancianos sujetos a su lanza de madera que hace de bastón y los mantiene en pie de lucha a pesar de más de siete décadas de vida.

Pero hay algo verdaderamente impresionante: la resistencia humana por más de 264 horas (sin aseo, casi sin comida, camas improvisadas en un pedazo de cemento o en un banco de madera, a merced del frío y los ruidos de las bombas que se adueñaron de los días y las noches), la capacidad de seguir en pie de forma indefinida y hasta cuando sea necesario, deja a la humanidad una lección de arrojo y convicción.

Quinientos veintisiete años después, el 12 de octubre de 2019, los indígenas ecuatorianos ponen en alto el innegable valor de su cultura y su sentido de hermandad, lo que sin dudas, le concede a esa nación el gran mérito de la plurinacionalidad, de lo intercultural como realidad que hace del país de los sombreros de paja toquilla, de las flores más hermosas de la región, del cacao y el camarón, un lugar que sigue invitando a admirarle, ahora tal vez más que nunca porque ya sabemos que es, además, tierra de historia.

Y lo considero así porque este octubre de 2019 marca un hito en la historia de los pueblos indígenas. Desde este octubre, Ecuador se realza ante el mundo no solo por sus bellezas naturales, por marcar el meridiano cero, por su artesanía multicolor o por sus tortugas milenarias, sino por la gran hazaña que acabamos de presenciar; el mundo le aplaude por la valentía de un grito sostenido por más de una semana que se escuchó en todos los continentes: «Fuera el FMI» (Fondo Monetario Internacional), el causante principal de que la derecha y el neoliberalismo hayan entrado a muchos países con exigencias que anulan sueños y derechos humanos.

Los 12 de octubre venideros volveremos a conmemorar la conquista de América, pero ahora tendremos además, todos los que abogamos por la paz y el bienestar social, un motivo para celebrar: la titánica lucha de los indígenas ecuatorianos que no pudieron exterminar los conquistadores españoles de hace cinco siglos, tal vez para que sigan llegando a todos los oídos con un timbre arrasador, las voces de hombres que solo saben que los derechos no se vulneran y si sucede lo contrario, el lenguaje se llama unidad.

 

 

 

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