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La paridad en la Falta mostró lo que falta

micropolíticas.uy

La palabra —el habla— es la casa del ser. En su morada habita el hombre.

Carta de Heidegger a Jean Beaufret

 

El hecho de que la categoría de mujer esté inscrita dentro de la categoría “universal” de hombre, como se ha dicho ya desde la filosofía contemporánea y la filología, da cuenta de la inferioridad jerárquica que aquella ocupa dentro del mundo de las palabras y, con esto, de sus limitaciones para ser.

Es decir, la palabra, el lenguaje (lo extendería a lo simbólico en general) tiene la fuerza suficiente para definir los límites del ser. En efecto, uno de los argumentos para defender el lenguaje inclusivo[1] es que si la mujer no se nombra no existe.

«Los hombres dueños de la historia

los hombres dueños de los hombres

escriben páginas de gloria

y excluyen al hombre sin nombre»

(murga A contramano, 2008)

 

El hombre sin nombre

Cuando se originó la murga, como sucedió con cualquier expresión artística de que podamos tener registro, al menos en el mundo occidental, la mujer era concebida como apéndice, o incluso apendicitis, del hombre, coherente con una mentalidad que fluctuaba entre el machismo y la misoginia.

El ser murguista era reservado, en aquel entonces, de forma exclusiva para los hombres. La murga se conformaba por hombres, hablaba sobre los hombres y para los hombres, y promovía una relación de jerarquía en la que todo aquello que no era estrictamente hombre (…blanco, heterosexual) pasaba a ser un elemento accesorio, decorativo o humorístico. Paradójicamente, cuando se pretendía contemplar los intereses de quienes no respondían a esa categoría de hombre, se lo hacía dentro del universal masculino; “el Hombre”, “los hombres”.

Diría que, estadísticamente, el panorama todavía no ha sufrido grandes cambios, y esa lógica no es ajena a la que aún predomina en todo discurso en castellano.

Sin embargo, como es sabido, durante los últimos años se ha empezado a denunciar que hay pocas mujeres en las murgas, que hay pocas murgas que incluyan mujeres y que opera una suerte de veto hacia las murgas conformadas totalmente por mujeres.

«El discurso no es apenas más que la reverberación de una verdad que nace ante sus propios ojos; y cuando todo puede finalmente tomar la forma del discurso, cuando todo puede decirse y cuando puede decirse el discurso a propósito de todo, es porque todas las cosas, habiendo manifestado e intercambiado sus sentidos, pueden volverse a la interioridad silenciosa de la conciencia de sí.» (Foucault, 2015, pág. 49).

Recientemente se dio a conocer la noticia de que Falta y Resto, una murga que existe desde el año 1980 y que ha sido una de las más icónicas en la historia del carnaval uruguayo, no se presentará al concurso del Carnaval 2019 debido (según sostienen varios de sus miembros) al veto que ejerció uno de sus dos fundadores, para impedir que volviera a conformarse de manera paritaria[2] como lo hizo para el carnaval anterior.

Si bien desde mi punto de vista no habría que darle tanto reconocimiento a ese veto, ya que cada persona o grupo de personas es absolutamente responsable de las decisiones que toma por más veto o vicisitud que se le interponga, cierto es que las peripecias en que la murga Falta y Resto se embarcó durante y después del último carnaval uruguayo, toda la controversia generada en torno a la decisión de conformar el grupo de forma paritaria, deberían servirnos como insumo para pensar en qué situación ontológica se halla la mujer en la murga hoy: ¿vive la mujer como ser en la casa de la murga como palabra, o todavía la habita solo el hombre[3]?; si conviven, ¿lo hacen de forma igualitaria o aquí también la mujer es la única que lava los platos?

“El privilegio masculino no deja de ser una trampa y encuentra su contrapartida en la tensión y la contención permanentes, a veces llevadas al absurdo, que impone en cada hombre el deber de afirmar en cualquier circunstancia su virilidad” (Bourdieu, 2010, pág. 75).

“La murga es cosa de hombres, con alguna chiquilina… dos”, ironizaba Falta y Resto en su último espectáculo, haciendo autocrítica sobre nuestra histórica idiosincrasia machista[4] y posicionándose de manera activa en el medio de un proceso de transformación simbólica.

La conformación paritaria, otro porotito histórico que se apuntó la Falta, arrojó luz no solamente sobre el lugar que ha ocupado siempre la mujer (o, mejor, que no ha ocupado) en un sentido cuantitativo dentro del espectáculo de murga, sino también sobre la relación profunda que eso ha tenido con la aparente universalización de un gusto, único y específico, en el que coincide una posible mayoría[5] de las personas que escuchan murga, en relación a la sonoridad.

Con frecuencia se dice que la Falta perdió potencia, que suena más chillona, que ya no es la de antes. Y es verdad que ha cambiado; nunca antes tuvo una participación tan equitativa una mujer en murga excepto en conjuntos de mujeres, o haciendo de hombre como en viejas épocas[6].

No podemos sentir familiaridad con algo que nunca hemos visto ni escuchado antes; pero, en lugar de estancarnos en el “no me gusta”, deberíamos tomar esa incomodidad con pinzas porque nos está revelando nuestros propios prejuicios. Si no somos capaces de hacer esto, es que no hemos aprendido nada de la historia del arte.

La incomodidad nos está hablando, nos está invitando a pensar en esa batería de prejuicios que nos moldean el gusto y, con eso, en nuestra propia idiosincrasia.

La intención de esta nota no es hacer observaciones sobre el espectáculo 2018 de la murga Falta y Resto, sino reflexionar exclusivamente en torno a la controversia que ha generado la aparición del primer conjunto paritario en la historia de la murga uruguaya desde una perspectiva de género. Por eso, me limitaré a mencionar un elemento que observo de dicho espectáculo para ampliar la discusión: el posicionamiento de la murga desde el binomio hombre-mujer, sin comentarios sobre qué significa ser uno u otra, obviando el amplio espectro de expresiones de género que existe[7] y que últimamente ha tomado visibilidad gracias a los movimientos sociales y la teoría queer. Ese será quizás el próximo hito en la historia carnavalera.

Sin otro particular, con la certeza de que Falta y Resto ya no necesita el concurso de Carnaval para existir,

Atentos saludos.

Fotaza de Falta y Resto, cortesía de Agostina Vilardo Instagram: @enfotogramasph_

 

Referencias

Foucault, M. (2015). El orden del discurso. Tusquets Editores, Argentina.

Heidegger, M. (1972). Carta sobre el humanismo. Ediciones Huascar, Argentina.

Bourdieu, P. (2010). La dominación masculina. Anagrama, Argentina.

Espectáculo 2008 de murga A contramano.

Espectáculo 2018 de murga Falta y Resto.

[1] Aclaración: el lenguaje inclusivo no implica necesariamente un cambio en ningún aspecto del lenguaje que aprendimos en la escuela; si usted está en contra del uso de la “x” o de la “e” como sustituto del universal masculino, pero desea visibilizar a la mujer a través del lenguaje, no dude en contactarme. Estoy trabajando en una guía para la escritura y la selección de imágenes inclusivas (sin alterar el lenguaje). No es magia, es la riqueza del léxico castellano y las posibilidades de la sintaxis.

[2] Misma cantidad de hombres que de mujeres.

[3] ¿Está claro que es un juego de palabras con el universal masculino que empleó el amigo Heidegger, hijo de su época?

[4] En algún momento, la murga es solo un ejemplo, hemos sido una sociedad machista que no se cuestionaba a sí misma en ese plano. Ahora somos una sociedad machista que a veces se lo cuestiona.

[5] Agradezco que si existe una estadística formal, me la hagan llegar.

[6] Que alguien me ilumine si me equivoco. De todos modos, sin pretender desviarme del tema, todo el enunciado, junto a nuestros prejuicios, se hallarían en jaque frente a la noción de lo transgénero. Pongamos, por ejemplo, el caso de un hombre trans que no ha recibido tratamiento hormonal. Es discriminatorio decir que tiene voz de mujer, porque desconoce su voluntad de ser, que es lo único que debería importarle a una sociedad verdaderamente inclusiva. O también se me ocurre el caso de la murga La Transpirada de Fray Bentos, conformada íntegramente por mujeres trans. ¿Qué dicen nuestros prejuicios sobre la sonoridad trans?

[7] Hecho que atribuyo desde mi optimismo a una negociación interna de la murga sobre qué podría decirse (y luego escucharse) y qué no en el contexto en el que se presentaría el espectáculo.

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