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Alarmas emilianenses: El debate sobre la glotopolítica antipanhispanista

Comité de redacción de AGlo: José del Valle, Mateo Niro, Mariela Oroño, Laura Villa

La historia de las ciencias del lenguaje, como la de cualquier otra área de conocimiento, está atravesada por debates que a veces se vuelven apasionadas polémicas. Pueden ser la definición del objeto de estudio, las metodologías o los conceptos teóricos lo que suscite diferencias; pero también surgen de pulsiones competitivas más primordiales relacionadas con el control de los recursos materiales y simbólicos de un determinado campo. Y, en último término, es incluso posible que el disenso refleje posicionamientos sociales y políticos irreconciliables. Estas tensiones y su liberación a través de cadenas intertextuales de argumentación y contraargumentación son no solo inevitables sino necesarias para alimentar el dinamismo de la investigación y hacer posible la adaptación del conocimiento a las demandas de los colectivos humanos en momentos y lugares distintos.

Conscientes de ello, los miembros del consejo de redacción del Anuario de Glotopolítica apreciamos el debate y, en especial, valoramos aquellas polémicas que ponen en su centro diferencias fundamentales de naturaleza ontológica y política. Por ello, hemos leído con sumo interés el artículo de Daniel Pinto Pajares titulado Glotopolítica de la lengua española: El antipanhispanismo a debate desde el materialismo filosófico. El artículo en cuestión fue incluido en el número de julio de 2025 en la prestigiosa revista Spanish in Context, publicada por la editorial John Benjamins y dirigida por Francisco Moreno Fernández, lingüista de robustas e incuestionables credenciales y una demostrada capacidad para acumular poder institucional tanto en el ámbito de los estudios del lenguaje como en la diplomacia lingüística española de los últimos veinte años. Subrayamos el sólido anclaje profesional e institucional de SiC porque constituye para quien publica en ella y para las ideas publicadas —en el caso presente las de Pinto Pajares— una importante plataforma de validación.

En lugar de juzgar si el artículo con el que debatimos cumple o no con los estándares de rigor que cabría esperar de una revista como SiC, queremos reconocer lo provechoso de tomar una posición crítica con respecto a la perspectiva glotopolítica, puesto que este gesto per se hace visibles investigaciones realizadas desde lugares y perspectivas distintas a los centros dominantes y hegemónicos de producción de conocimiento. Son bienvenidas también las advertencias que contiene sobre la imprecisión terminológica (en el uso de «colonialismo» e «imperialismo» por ejemplo) y sobre la aparente atribución de intenciones que se desliza en alguno de los textos agrupados por el autor bajo la etiqueta de «antipanhispanismo».

Aceptamos por tanto de buen grado la crítica y nos la tomamos suficientemente en serio como para responder anotando algunos errores factuales, argumentales y teóricos que, a nuestro parecer, disminuyen la relevancia del artículo. La primera y más devastadora limitación de la tesis de Pinto Pajares es que su objeto de análisis, la «glotopolítica antipanhispanista», no existe. Se trata de un cuerpo doctrinario imaginado por el autor a través de una sorprendentemente desprolija maniobra discursiva de presentación del corpus. Esta autoinfligida herida de muerte se aprecia de manera palmaria en la ausencia de algún grado de sistematicidad que ordene el lote de textos, autores y autoras criticadas. El criterio de selección parece haber sido que hayan adoptado, a nivel teórico, una perspectiva glotopolítica y, a nivel ideológico, una actitud que el autor llama «antipanhispanista». Y nada más. Lo que se nos presenta es un amorfo grupo de autores y autoras y alguno que otro de sus trabajos que, ante la ausencia de justificación o explicación alguna de su selección, resulta en un corpus sin orden interno, es decir, sin sentido histórico. Esta «glotopolítica antipanhispanista» de cuerpo descalabrado es la entelequia que Pinto Pajares dice analizar y criticar para concluir que se trata de una nemasiología.

Además de este defecto radical, sobresalen dos importantes deficiencias asociadas respectivamente a la desfigurada versión del panhispanismo y la glotopolítica que expone el autor. El primero de estos conceptos —como sabe cualquiera que haya leído aunque sea superficialmente la extensa literatura sobre el fenómeno— remite a la afirmación de la unidad entre España y las antiguas colonias del imperio español donde se habla la lengua. Esta idea ha sido movilizada a lo largo de los últimos dos siglos a ambos lados del Atlántico con distintos fines, y, en cada caso, el discurso panhispanista ha adquirido matices distintos en función de las necesidades e intenciones político-culturales de quien lo enuncia. Algunas de estas elaboraciones de la comunión panhispánica han sido estudiadas desde perspectivas glotopolíticas por miembros de este comité de redacción, y de tales estudios se derivan distintas tesis. Según una de ellas, las relaciones presentes entre España y la América hispanohablante que vislumbra la diplomacia lingüística española están mediadas por conceptos propios del origen colonial de la relación, y por ende dificultan la construcción de proyectos conjuntos que, aun basados en la lengua española, tengan un carácter horizontal. Asimismo, estas investigaciones revelan que buena parte de las políticas de la lengua auspiciadas por las academias o instituciones como el Instituto Cervantes de España o el Caro y Cuervo de Colombia cobran pleno sentido al ser interpretadas frente al telón de fondo de las dinámicas del capitalismo contemporáneo. Estas conclusiones, en la medida en que la sociolingüística de orientación glotopolítica no es una ciencia exacta, pueden ser matizadas, discutidas e incluso rechazadas a partir de nueva evidencia o nuevas interpretaciones debidamente argumentadas. Pero etiquetar sin más las investigaciones criticadas como «antipanhispanistas» resulta de un simplismo autodescalificador.

Igualmente pobre nos parece el procedimiento analítico de Pinto Pajares. Critica los trabajos «estudiados» sin hacer justicia ni a sus presupuestos teóricos ni a los corpus en cuyo análisis aquellos sustentan sus conclusiones. A partir de semejante artimaña, sugerir, como hace el autor, que las conclusiones a las que llegan los trabajos de mirada glotopolítica de los intereses económicos e ideológicos del panhispanismo se basa en «supuestas intenciones […] de sujetos individuales» es una distorsión impropia de investigaciones y publicaciones que se pretendan científicamente rigurosas.

Por lo que a la perspectiva glotopolítica se refiere, la representación que de ella hace Pinto Pajares resulta torpe. Preferimos este calificativo para pensar, generosamente, que la deformación que perpetra es producto acaso de un conocimiento limitado de la literatura relevante o de una lectura apresurada de la misma, y no de prejuicios ideológicos. Tales prejuicios podrían activar operaciones de campo orientadas a desprestigiar la glotopolítica, una línea de reflexión que apenas se va abriendo pequeños espacios en los sistemas intelectuales y académicos latinoamericanos y españoles. Dudamos, por lo mismo, que esta humilde perspectiva intelectual consiga dañar las defensas del panhispanismo o sortear los sólidos muros de San Millán de la Cogolla, hermoso pueblo riojano que en ciertos relatos pasa por ser cuna del español, que alberga importantes centros de investigación sobre la lengua y se encuentra a pocos kilómetros de la Universidad Internacional de la Rioja donde es docente Pinto Pajares. No podemos ni queremos hablar por los otros autores y autoras recogidos en el artículo, pero desde AGlo nos hemos referido a la glotopolítica como una perspectiva, una mirada o un enfoque; como un ejercicio de creación de espacios intelectuales desde los que se observe mejor la acción concertada e inseparable de fenómenos y procesos políticos y lingüísticos. Quienes hemos optado por situarnos en ese espacio procedemos de disciplinas tales como la historiografía, la antropología, las ciencias políticas, la filosofía o la sociolingüística. Ocupar este espacio supone adoptar un gesto crítico que, en primer lugar, es producto de una conexión intelectual con escuelas que estudian las prácticas culturales con la voluntad de entender su papel en la producción de la desigualdad y en la creación de condiciones para el cambio social. De ahí nuestra atención a la complicidad entre ciertos panhispanismos y las lógicas de explotación capitalista; y de ahí nuestra lectura a contrapelo de discursos cuyas declaraciones superficiales de hermandad esconden justificaciones del colonialismo y el neocolonialismo. En segundo lugar, la opción crítica impone al investigador o investigadora la proyección reflexiva—hacia sí misma—del aparato analítico para trabajar con conciencia de su propia ubicación dentro de sistemas de producción intelectual en los que el reparto del capital simbólico y material es dispar. En suma, la preferencia por el estudio de la desigualdad y el compromiso reflexivo constituyen una declaración de intenciones ajena a la neutralidad ideológica de la que Pinto Pajares, en un nuevo ejemplo de su despiste, dice que presumimos los y las proponentes de la perspectiva glotopolítica.

Sobre el marco teórico que invoca diremos poco porque hay demasiado que decir. Pero no podemos dejar de mencionar lo alarmante que resulta la naturalidad pseudocientífica (¡y el entusiasmo!) con que el autor reivindica el concepto de imperialismo generador en el que resuenan nítidamente los ecos de la idea de mission civilisatrice. Y tampoco queremos pasar por alto que el autor presente la existencia de Estados-nación y la competencia desigual entre ellos como la realidad y punto, sin urgencia de reflexión teórica e histórica alguna. Fuera de esto, animamos a las y los interesados en este debate a que investiguen por su cuenta a las figuras que constituyen los pilares teóricos de Pinto Pajares: Gustavo Bueno, Frigidiano Álvaro Durántez Prados y Santiago Armesilla.

3 comments on “Alarmas emilianenses: El debate sobre la glotopolítica antipanhispanista

  1. Avatar de Rigoberto Guadamuz Monge
    Rigoberto Guadamuz Monge

    Gracias por la información. Saludos desde Costa Rica

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  2. Avatar de Daniel Pinto Pajares
    Daniel Pinto Pajares

    El reciente texto publicado bajo el título “Alarmas emilianenses: El debate sobre la glotopolítica antipanhispanista” presenta una serie de objeciones a mi trabajo que agradezco sinceramente y he leído con detenimiento. A algunos de sus autores he tenido el placer de conocerlos personalmente y les envío un saludo cordial pese a las diferencias que aquí nos ocupan.

    Antes de entrar en el contenido, creo necesario aclarar dos elementos formales.

    Primero, optaré por no corresponder al tono sarcástico —e incluso despectivo en algunos pasajes— que adopta la réplica. Ese registro, más propio de la polémica pública que del debate académico, no contribuye a la clarificación conceptual que este tema requiere. Mantendré, por tanto, una respuesta centrada en argumentos y no en estrategias retóricas.

    Segundo, la réplica incluye insinuaciones sobre la calidad de la revista y sobre la labor de su editor. Considero este tipo de objeciones improcedente en un intercambio académico: cuestionar la plataforma de publicación es una forma de desviar el debate hacia aspectos ajenos a las ideas discutidas.

    Dado que el debate en torno al panhispanismo exige rigor y claridad conceptual, responderé de manera sistemática, atendiendo al contenido y al marco teórico desde el que escribí. En este punto es imprescindible ser explícito: mi artículo está construido desde el sistema del materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Esto no es un detalle accesorio: es la arquitectura conceptual que ordena mis definiciones, mis distinciones y mis conclusiones.

    Mientras la réplica no entre a discutir las categorías fundamentales de este sistema —materias M1/M2, dialéctica de Estados, eutaxia, finis operis/finis operantis, idea de imperio, concepto de nematología, etc.—, el debate seguirá moviéndose en niveles distintos y, por tanto, no podrá avanzar. Discutir un análisis materialista sin atender a su marco conceptual se puede hacer, pero no se estará discutiendo lo mismo.

    En primer lugar, mi uso del término “glotopolítica antipanhispanista” es una descripción tipológica, plenamente legítima en ciencias sociales, destinada a agrupar una serie de trabajos que comparten una posición crítica frente al panhispanismo a través de una serie de argumentos comunes. Este patrón común, ampliamente documentado en mi artículo, justifica plenamente la caracterización del conjunto como “corriente antipanhispanista”. Negar su existencia equivaldría a afirmar que, en glotopolítica, solo existen obras individuales sin tendencias, sin escuelas, sin líneas de interpretación. Y eso es incompatible con cualquier enfoque histórico-crítico o sociológico del discurso académico.

    Uno de los puntos centrales de mi trabajo consistía en demostrar que esta corriente utiliza conceptos como “imperio”, “colonialismo” y “neocolonialismo” sin una definición previa sistemática ni una delimitación operatoria coherente. Esta falta de delimitación conceptual fue lo que señalé como “nematología” (no “nemasiología”, entiendo que se debe a una errata): una conjunción de ideas que funcionan por asociación y valoración moral más que por definición filosófica. La réplica publicada no aporta elementos que corrijan esa falta de sistematicidad. Por el contrario, persiste en utilizar estas nociones sin una reconstrucción conceptual que permita abordar estos términos desde una perspectiva filosófico-política y no únicamente moral o evocativa.

    En mi artículo insistía en que, desde el materialismo filosófico, la definición de imperio no puede reducirse a un juicio moral de aprobación o condena, sino a su descripción como organización totalizadora capaz de proyectar un plan político más allá de sus fronteras y generar una estructura secular de coordinación entre sociedades políticas. Esa definición es imprescindible para despolitizar el análisis en el sentido eticista y devolverlo a su nivel político-material. La réplica, sin embargo, no confronta este marco teórico ni propone una alternativa sistemática, lo cual impide un debate filosófico propiamente dicho.

    Otro aspecto que señalaba en mi estudio es la tendencia a interpretar la acción de instituciones como la RAE, la ASALE o el Instituto Cervantes a partir de intenciones subjetivas atribuidas a sus miembros o a los Estados que las sostienen. Mi crítica apuntaba a la confusión entre la materia primogenérica (M1) —los hechos objetivos, documentos, corpus, productos lingüísticos, acuerdos y prácticas verificables— y la materia segundogenérica (M2) —las intenciones psicológicas, motivaciones, deseos o sospechas atribuidas a los sujetos operatorios—. Desde el materialismo filosófico es imprescindible distinguir ambos planos para evitar que una hipótesis interpretativa de tipo psicológico se confunda con un hecho político.

    Mi artículo no negaba el componente ideológico del panhispanismo —toda política lingüística lo posee—, sino que criticaba su reducción a un artefacto discursivo desligado de su dimensión histórica y material. El español como lengua internacional no es únicamente un “imaginario”, sino el resultado histórico de un proceso imperial generador (sin entusiasmo, pero recomiendo comparar las acciones imperiales de distintos Estados a lo largo de la historia para comprender la pertinencia clasificatoria), cuyos efectos —finis operis— han configurado la existencia de múltiples Estados en los que el español es lengua oficial o mayoritaria. Esta realidad material persiste independientemente de la valoración que se haga del proceso histórico que la originó.

    Un elemento que la réplica pasa por alto es el fundamento político-materialista del análisis: el objetivo de la política es garantizar la eutaxia del Estado, es decir, su capacidad de persistir, coordinar recursos, proyectarse en el tiempo y evitar la distaxia. Desde este marco, la promoción internacional de la lengua española por parte de España no es un acto de hegemonía impropia, sino una operación política coherente con su deber como Estado en la dialéctica internacional. En mi artículo subrayé que muchos países hispanohablantes no han desarrollado políticas exteriores de lengua comparables, no por subordinación sino por prioridades distintas en sus agendas estratégicas. Ese vacío no puede convertirse en argumento para interpretar la acción española como necesariamente tutelar o impositiva.

    Resulta llamativo que la réplica invite al lector a investigar por su cuenta a algunos de los autores que conforman el marco teórico de mi trabajo —Gustavo Bueno, Durántez Prados o Santiago Armesilla— sin ofrecer ni una sola objeción conceptual, epistemológica o metodológica a sus planteamientos. Señalar nombres sin analizar sus categorías, sus conceptos o su pertinencia equivale a sustituir el debate intelectual por una insinuación ad hominem. En ciencias sociales, la validez de un marco teórico no se determina por la afinidad ideológica con quienes lo emplean, sino por su capacidad para describir fenómenos, ordenar conceptos y generar análisis coherentes. El materialismo filosófico, la teoría de los imperios generadores o la noción geopolítica de “iberofonía” fueron utilizados en mi artículo no por razones identitarias, sino por su potencia explicativa. Si la réplica considera que estos marcos son inaplicables, lo esperable sería una crítica de sus definiciones, de su arquitectura conceptual o de su adecuación al objeto de estudio; no una sugerencia de sospecha que evita el debate de fondo.

    Este modo de proceder —presentar un marco teórico como problemático sin argumentar por qué lo sería— parece inscribirse en un clima intelectual creciente en el que cualquier enfoque no alineado con ciertos supuestos (me ahorro identificarlos, por ahora, para no abrir otra disputa paralela) es recibido con suspicacia previa, cuando no con descalificación preventiva. En ese contexto, más que discutir conceptos, se cuestiona la legitimidad misma de acudir a determinados autores, como si la discrepancia doctrinal fuera en sí misma un defecto metodológico. Frente a esa crispación ambiental, sostengo que la investigación académica requiere precisamente lo contrario: capacidad para dialogar críticamente con tradiciones diversas, apertura a marcos teóricos heterogéneos y evaluación de cada propuesta por su rigor, no por su adscripción ideológica. Hasta que no se aporten razones sustantivas para descartar el materialismo filosófico de Bueno, el concepto de iberofonía de Durántez Prados o los análisis geopolíticos de Armedilla, la objeción permanecerá en el plano de la insinuación y no en el de la crítica científica.

    Por último, debo señalar que la réplica no cuestiona directamente los elementos centrales del razonamiento desarrollado en mi artículo, a saber:

    • la falta de sistematicidad conceptual en la corriente antipanhispanista;
    • la confusión entre planos de materialidad;
    • la ausencia de un análisis político que integre la dialéctica de Estados y la eutaxia;
    • la tendencia a interpretar la política lingüística desde categorías éticas previas;
    • la escasa consideración por los hechos materiales en favor de interpretaciones psicologizantes.

    Dado que la réplica no discute estos fundamentos, sino que se desplaza hacia lecturas alternativas basadas en presuposiciones morales o hermenéuticas, considero que sus críticas no afectan al núcleo filosófico de mi artículo.

    Agradezco el debate suscitado por los autores. Jamás habría imaginado un tono semejante en la reacción a mi humilde aportación, pues mucho de lo que sé sobre glotopolítica lo aprendí precisamente de José del Valle, a quien sigo considerando una referencia imprescindible en este campo. Todo ello confirma la relevancia de seguir trabajando en la clarificación conceptual y en la fundamentación filosófica de los estudios glotopolíticos.

    Un saludo cordial

    Daniel Pinto Pajares

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    • Avatar de José

      Yo también agradezco tu respuesta, Daniel. Y no podría estar más de acuerdo con lo dicho en la última oración de la misma. Sobre todo lo demás vamos a seguir debatiendo. Saludos, José

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