…si viviésemos en entornos no sexistas, hace ya mucho que estaríamos haciendo con el género, también gramatical, lo que nos diese la gana sin tener instituciones que nos impidiesen apropiarnos de ello. Porque detrás de la defensa de la corrección de la lengua frente a las necesidades de sus hablantes, ahí sí hay patriarcado. Patriarcado, colonialidad, racismo, clasismo y capital. Mucho capital. (97)
Lenguaje inclusivo y exclusión de clase, de Brigitte Vasallo, se centra en la cuestión de género con una mirada interseccional que trae al centro de la conversación sobre el lenguaje el tema de clase. El libro trata de la norma como sistema de opresión, el valor del lenguaje en la formación capitalista actual y la necesidad de reivindicar la existencia de lo que no se nombra sin tener que para ello convertir esa existencia en un signo. Particularmente, aborda el hecho de que, en la multiplicidad de identidades, tratar de convertir una forma de nombrar en norma es un riesgo que responde a las propias lógicas del sistema y la sociedad del espectáculo en la cual vivimos. Además, nos advierte de cómo esta operación resultaría peligrosa, pues se lleva a cabo desde lo hegemónico, desde los grupos que validan cuáles luchas «merecen» ser vistas como contrahegemónicas y cuáles «merecen» un borramiento, invisibilización o cancelación desde la hegemonía y sus rituales de poder. La autora evidencia cómo la clase es performativa, y cómo incluso desde los grupos de poder se performa la pobreza de ciertas maneras que permiten instrumentalizar ese performance. Escribo esta reseña como indisciplinada y glotofeminista, ya que Vasallo es una de esas autoras que leímos en el Círculo de Lingüística Feminista y que han devenido una de las referencias centrales para muchas de nosotras (Villarroel Torres y Rivera Alfaro, 14 de julio de 2021).
Brigitte Vasallo es una escritora y activista gallega que ha hackeado (en el sentido positivo de esta palabra) la academia y, con este libro, la discusión actual de lenguaje y género. En el texto nos encontramos con una persona que aborda los temas de lenguaje, género, inclusión y clase desde una perspectiva situada y en línea con los afectos desde su voz íntima. Desde un recorrido autorreferencial, la autora se abre a nosotres de una manera extraordinaria para comprender la fuerza de la acción política sobre el lenguaje en lo privado, especialmente en esta época que lo público y lo privado se entrecruzan. El trabajo de Vasallo resulta anticolonial, antipatriarcal y anticapitalista. Su escritura, desde la referencia a su propia experiencia pensada desde las emociones, enriquece la reflexión sobre el tema y resulta tremendamente glotofeminista al centrarse en las identidades de manera contextual y no esencialista, presentar un compromiso reflexivo y solidario con los gestos glotofeministas por la inclusión y atender a la construcción de la normatividad discursiva en relación con las instituciones y los procesos sociales (Cuba, 2018). Vasallo revierte el poder de las palabras al autoidentificarse como charnega y marimacho, pero comprende que esta es su decisión política y que no se podría imponer a todas las personas a reconocerse a sí mismas con estas palabras sin sentirlas ofensivas (Villarroel Torres y Rivera Alfaro, 14 de julio de 2021). Esta ética de cómo nombrarnos es crucial para acercarnos a su texto.
La primera edición de este libro fue publicada por la editorial Larousse en 2021 y prologada por Remedios Zafra. Me parece importante señalar varios aspectos estéticos que la atraviesan. En primer lugar, el tipo de escritura de este libro lo hace accesible a un público amplio. En segundo lugar, en este texto el concepto de libro se actualiza en cuanto que dispositivo, pues la autora lo pone en diálogo con otros dispositivos (digitales) de nuestra época. Por ejemplo, juega con códigos de realidad aumentada (QR), reproducción de mensajes de WhatsApp (el interludio se reivindica el conocimiento que se puede obtener a partir de mensajes y conversaciones, sin tener que citar siempre otras publicaciones), reproducción de videos (con enlace para observarlos completo en línea). En cuanto al acabado de la edición impresa, se hace necesario referirnos al color: tenemos el color de la página (blanco hueso), dorado, negro y gris. El dorado marca las secciones del libro, y lo tenemos también en los títulos de capítulos y secciones. Así, pareciera que el color se convierte en una parte del mensaje, dado que el dorado es fácilmente asociable con dinero y aspectos de clase. Desde mi perspectiva, hay un juego en cuanto al uso del color también para marcar el valor del texto. Considero que este libro, como dispositivo, nos hace transitar una experiencia en la que se comunica muy bien estética y contenido. Sin duda, todas estas características estéticas y de uso de intertextos con otros dispositivos se convierten en una fortaleza.
El libro consta de dos partes. La primera se denomina «El capital cultural no es cultura, es capital». En ella, Vasallo parte del ejemplo de la presentadora de televisión Belén Esteban Meléndez para evidenciar el tema de clase a partir de las narrativas que se construyen en torno a dicha presentadora. A la vez, la autora evidencia cómo el tema de clase la atraviesa a sí misma a partir de su historia familiar y sus experiencias, con ejemplos propios. Encontramos en esta sección un contraste importante en cómo Belén Esteban continúa manteniendo los gustos de su clase, mientras Vasallo performa cierto capital cultural para poder establecerse dentro de espacios académicos y de producción cultural. Algunos de los conceptos principales que la autora nos entrega en esta sección son el de voz política, como «una voz relacional que usa códigos de posibilidad. Es decir, usa los códigos efectivos para la inteligibilidad» (26), y el de voz íntima, la cual también está cargada políticamente. Otro concepto importante es el de subalternidad discursiva: «una condición que no es esencial, sino que se produce constantemente por la expulsión del agenciamiento en la construcción del significado» (37); y aquí, a partir de Rita Segato, trae al texto también la lengua subalterna, que se disfraza para poder cumplir con los requerimientos de la esfera pública en la separación de lo público-privado desde lo colonial.
Al hablar del tema de clase, Vasallo presenta conceptos que resultan clave para entender la experiencia de la genealogía de la pobreza (venir de pobre). Por ejemplo, resulta iluminador el concepto de enculturización del hambre/de la miseria, que ella entiende como un conocimiento que se transmite, y que actúa como un reflejo involuntario, un miedo al hambre como un conocimiento compartido entre generaciones que recuerda el lugar de origen de quienes venimos de estos espacios. A partir de esto, también presenta la idea del espectáculo de ascenso de clase, que es el asco que debe marcarse contra el lugar pobre del que se viene mientras se va performando el gusto que se supone se debe como capital cultural de la clase más alta. Para la autora, ese espectáculo puede llegar a entenderse como un tipo de autoodio, y odio a la clase de la cual se proviene, con lo cual se desarticulan las luchas políticas de clase. Desde su perspectiva, la clase social, además del estatus económico, «es un conjunto de cosas que incluyen poder económico, contactos y relaciones sociales con personas y grupos que, a su vez, también poseen poder económico, contactos y relaciones sociales» (49). Así, se da una disciplina de clase, un proceso por medio del cual las instituciones nos construyen y nos enferman; a la vez, se da una disciplina del capital, como un proceso de supuesto refinamiento que obliga a seguir las formas de las clases dominantes si se quiere «salir de pobres». Con todo esto en cuenta, la autora trabaja con la idea de capital cultural o informacional como una «red de relaciones sociales y es una clase social en sí misma. Son unas formas refinadas, que son las formas de las clases dominantes, para tener capital cultural. De hecho, esas formas son el capital cultural» (53); se trata, como había adelantado con el ejemplo de Belén Esteban, de un capital performativo y monetizable.
Con respecto al poder, la autora lo caracteriza como un fractal, así explica que todas las lógicas colonizadoras y de producir subalternidad, «se reproducen dentro de cada grupo, donde la subcultura con más poder (de género, de clase, de racialización y de capacitación, ese gran abismo) impone sus formas a las demás con argumentarios aterradoramente similares» (57). Y dada esa forma fractal del poder, el supuesto ascenso pasa en realidad por una cuestión de desprecio a nuestres iguales, según explica Vasallo, se nos disciplina a despreciar la zona de la subalternidad como indeseable, ayudando a sostener la desigualdad. De allí que un elemento central en este trabajo de Brigitte es la crítica al lugar de las disidencias: «Sin duda, uno de los grandes éxitos del sistema es que las propias disidencias hagan el trabajo sucio de disciplinar aquellos espacios que quedaron fuera» (34).
Según Vasallo, el capital cultural es performativo, no se puede solo poseer como otros capitales, sino que se requiere «demostrar» a través de los gustos y decisiones, incluyendo las personas con quienes nos llevamos. Y por esa performatividad de la clase, también se da la apropiación de clase, que consiste en performar como si se fuera pobre sin serlo, es decir, tomar los signos de clase sin en realidad vivir las dificultades; esta apropiación permite entrar en determinados espacios y tomar lugares de lucha, mientras se ostenta la clase, pues los rasgos de pobre devienen un privilegio a interpretar (performance). Además, resulta esencial el concepto de vigilancia a pobres como un proceso de vigilancia sobre qué se supone que debería priorizar la gente pobre, qué le debería importar o cuándo debería hacerlo; en este proceso se critica que pueda tener tiempo propio para disfrutar, recrearse o utilizarlo como quiera. En esta sección del libro los ejemplos que propone la autora son esenciales para que podamos nosotras mismas reflexionar sobre nuestros espacios políticos y la manera en la cual, por ejemplo, dentro de la propia academia se dan estas apropiaciones de clase.
En este sentido, son iluminadoras las reflexiones de la autora sobre la contrahegemonía poniendo en diálogo el tema de clase con el tema colonial. Parte del modo en que se impone una episteme en el proceso colonizador y de cómo la tecnología del tiempo crea la idea de «atraso». En el tema de la hegemonía los grupos de poder definen qué es contrahegemónico, representando como «atrasados» a grupos que no se alinean con esa episteme. Vasallo define la contrahegemonía como formas que cuestionan la hegemonía, pero desde un reconocimiento como contrahegemónicas que retrata lo demás como atrasado: «la contrahegemonía deviene una misión civilizatoria y contribuye a afirmar la norma al tiempo que la cuestiona» (72), es decir, implica un poder sobre la norma y su horizonte de cambio.
La segunda parte es «Lenguaje, género y (semio)capitalismo». Por semiocapitalismo entiende la formación actual capitalista en la cual se lucra del símbolo, pues el producto es la información. En esta forma de capitalismo se plantea la acción de mirar como un trabajo (no como empleo), al convertirnos en espectadorxs de productos (aquí Vasallo retoma la sociedad del espectáculo de Debord). Un concepto central en esta sección es el de capital digital, como forma actual de capital relacionada con el mundo digital que responde al espectáculo y al mirar como trabajo. En esta línea, también se habla del lenguaje como trabajo siguiendo a Ferruccio Rossi-Landi, y diferencia trabajo de empleo. Habla de cómo debemos producir por medio del lenguaje (que mueve todo), pero que no tenemos control sobre los medios de producción, pues estos están normados (hasta el punto casi, o a veces, de delito) por instituciones que mantienen el orden social patriarcal, racista, clasista, colonialista, etc.
Tras la exposición de todos los conceptos anteriores, Vasallo problematiza el término «inclusión», ya según escribe la cuestión social es irreducible a una cuestión de palabras o aspectos lingüísticos. Para ella un problema es que la palabra inclusión irradia un deseo por un centro de poder, por el control de dónde, por qué y para qué se incluye… y a quién, claro: «El lenguaje no se hace inclusivo ni se hace igualitario modificando el género de las palabras ni generando listados de identidades que serán nombradas por los mismo cuerpos enunciadores de siempre ni por sus discípulxs ni aspirantxs» (95). Vasallo critica el hecho de que se pueda reducir a que sean las palabras las que son sexistas en lugar de llevar un debate sobre el sistema mundo.
Para Vasallo la institucionalización convierte la lengua en una cáscara estéril. Sobre el masculino como supuesto género neutro la autora señala que «tiñe lo neutro de masculinidad» (100) y pone de ejemplo cómo en la moda vestimentaria también, al hablarse de moda no binaria, se da una movida hacia tonos y diseños masculinos, mientras los vestidos y elementos similares se siguen representando como «de mujeres». Esto es lo que critica como el sistema, que existen dos puntos de anclaje (masculino y femenino) aunque estemos o no de acuerdo. Y una de las críticas centrales del libro es hacia la representación universal o la supuesta universalidad: se trata de una crítica hacia la idea de una opción «neutra», que represente a todas las personas, que confunde la enunciación con la enumeración (mencionar o hacer lista de distintas identidades). Para Vasallo, no puede haber un género perfecto, pues finalmente excluiría a un grupo (en línea con del Valle, 2014 y 2018). Para ella lo importante es el uso de fórmulas que resultan «ilegales» y de esta forma ponen en entredicho el sistema, al desnaturalizarlo. En palabras de la autora, «el sistema no es una forma, sino un método» (102) (una lectura complementaria puede ser Calvo, 2017).
Aquí la autora se centra en el tema de la interpretación, que se da a partir de los pactos de lenguaje, que serían las características contextuales que nos permiten dar significado a lo que se dice. Ahí es donde surge la violencia simbólica, que no se encuentra en las palabras, sino en la enunciación (quién, desde dónde y qué realidad refuerza): «Las palabras en sí mismas no pueden ser violencia, ni siquiera simbólica. Lo que las convierte en violencia simbólica es todo lo demás que configura el lenguaje y que incluye el contexto, el tono, la intención, la ocasión, el discurso, quién lo codifica y quién no, y quién lo descodifica y quien no» (106). Por eso, la autora llama a no esencializar, advierte sobre el riesgo de esencializar el código (ej. lenguaje inclusivo), pues esto lleva a exclusiones a quienes usan las palabras de otra manera o quienes no las usan. De este modo se dan formas de hegemonía lingüística intra-disidencia. Para ella, el problema de los códigos es que se conviertan en categorías morales, pues a partir de ella se desactiva la posibilidad emancipadora del lenguaje: el esencialismo que vemos en esa supuesta certeza sentida de una correlación entre palabras y lo que se es, para Vasallo es una consecuencia (¿o más bien síntoma?) de la espectacularidad, un método semiocapitalista. La autora enfatiza la importancia de resignificar, pues en palabras de Vasallo: «La violencia es lo real. Lo simbólico, aun participando de esa violencia, es resignificable» (111) para ella «Toda narración, incluso la de la propia experiencia, es una construcción y está mediada por infinidad de condiciones, también por una condición política. No hay línea directa entre lo narrado y lo vivido que no pase por la subjetividad. Y esa subjetividad es un eslabón imprescindible para la acción transformadora a través del discurso.» (113).
Vasallo hace hincapié en la diferencia entre la verdad vs. lo real. Para Vasallo, en el contexto del semiocapitalismo la verdad y lo real se separan (y hasta se oponen), porque dicho sistema «nos empuja a vivir en lo simbólico en detrimento de su materialidad» (114). Por eso, nos centramos en el plano simbólico pensando que con cambiarlo ya se cambiará el mundo (según Vasallo), para ella «la palabra no cambia la cosa a menos que se cambie [la] proyección subjetiva» (114). Esa proyección subjetiva se da en la materialización, por ejemplo de tener realmente un grupo de mujeres diverso cuando hablamos de mujeres, y no un grupo homogéneo de mujeres. Para ella, lo real es la cosa, lo material; en cambio, la verdad es el signo de la cosa, la narración sobre la cosa. En la inversión que causa el semiocapitalismo, el plano simbólico supuestamente en lugar de codificar lo real, lo descodifica: las opiniones se presentan como descubrimientos, como verdad última y se pugnan por ser «la correcta». Para Vasallo, esto lleva a que lo real se convierta en una ficción y que nuestra lectura particular de la realidad se convierta en la verdad. Allí, se da una pugna entre verdades, por ser la verdad única. Para Vasallo, se da «la lucha por la verdad más que por la transformación de la realidad» (116.). Y así la realidad queda relegada. El problema entre lo real y la verdad es que la distancia entre uno y otro hace que cada vez más cosas (y a la vez nada) sean verdad. Esto causa problemas porque la idea de «una verdad» nos vuelve a capturar incluso si ahora el amo es más amable, según dice la autora.
En este proceso es donde se da el trabajo lingüístico, la representación mental proyectada hacia lo real a través de artefactos que son palabras o dibujos, una creación humana. Y pasamos por una alienación lingüística: «situación en la cual las obreras del lenguaje, las que lo hacemos existir usándolo, no tenemos acceso al control de los medios de producción y las formas, la aplicación del lenguaje y sus posibilidades y límites vienen dados desde la institución, de manera jerárquica, y sus desviaciones (su reapropiación) son perseguidas por una especie de policía del lenguaje y de cuadrillas vecinales de vigilancia del lenguaje», y la consecuencia de esta alienación es que cada vez es mayor la distancia entre lo narrado y lo vivido (se narra con las herramientas vigiladas por el amo). Desde la perspectiva de la autora, lo real ha devenido un aspecto colateral y eso es un problema; para ella está claro en que por ejemplo hasta el dinero se multiplica virtualmente, aunque las consecuencias del capitalismo financiero sí afectan lo real. Y en este punto se da una inflación lingüística: «fenómeno especulativo de empobrecimiento de las pobres y enriquecimiento de las ricas, de aquellas que tienen el poder de especular. La multiplicación de los signos hace que remitan a fragmentos cada vez más pequeños de realidad, a que las palabras que tienes cada vez digan menos. Hasta que ya apenas puedes decir» (120).
Considero muy valioso el llamado de la autora a estar atentas a nuestro lugar en la producción dentro del sistema semiocapitalista, al afirmar que «(…) producir palabras y conceptos no nos emancipa, sino que nos atrapa. Porque las herramientas del amo no son las palabras, sino su contexto y sus procesos…» (120). Participamos en una sociedad del espectáculo que «dirige la concepción de la existencia a la esfera de la visibilidad, que ya no es la pública sino la esfera de la representación» (132). Y el signo tiene un lugar central en esa formación, es ahí donde se deviene supuestamente más real, mientras que lo real se ignora. Para Vasallo, el problema en esta época es que se pierde la sincronía entre la existencia simbólica (la verdad) y la material (lo real). De hecho, habla del derecho a la intrascendencia, y del valor político de que reconozcamos la existencia por sí misma, sin que sea nombrada.
Y aquí introduce la distinción entre dualidad y binarismo, que trae de Rita Segato. En la dualidad, dos esferas son igual de importantes y completas en significado. En el binarismo, solo hay un sujeto y el reverso (subalterno). Vasallo se pregunta cuál es el espacio privado en el semiocapitalismo, para ella «no es la casa hiperconectada, sino todo aquello de lo que no se puede hacer producto simbólico» (127). Lo que se escapa del semiocapitalismo es, según la autora, lo improductivo. Y critica, con Silvia Rivera Cusicanqui, que la supuesta individualidad «occidental» es en realidad un proceso de homogeneización; un ejemplo es en las redes sociales donde la homogeneización se da por medio de normas que deciden la visibilidad.
Dicho todo lo anterior, la autora nos lleva al concepto de género como «forma de organizar el mundo» (139). Y señala que no-género y no-binario son categorías que, al nombrar, lo que hacen es atrapar, meter dentro del marco epistémico binario y hacer que las categorías se vuelvan parte del sistema de sexo-género binario. Para Vasallo: «lo que se nombra, en el contexto de la sociedad del espectáculo, deja de existir» (140). Concluye que «Las subalternas no pueden hablar porque la escucha, la recepción, reproduce el imaginario del poder, y solo alcanzamos a oír esa lengua disfrazada de poder. No logramos escuchar el subtexto porque ni imaginamos que ese subtexto sea trascendente. Porque lo subalternizamos» (158).
Definitivamente el trabajo de Brigitte Vasallo nos recuerda que les lingüistas no tendríamos que pensarnos con el monopolio del lenguaje, cosa que señalan autoris como Yadira Calvo (2017) y Peter Burke (1987). Personalmente estoy agradecida de contar con voces como la de Vasallo que nos recuerdan la manera en que la clase nos atraviesa en el lenguaje, nos interpela y nos hace pensar en esas maneras en que, desde nuestro lugar, performamos la clase.
Fuentes citadas
-Burke, Peter (1987). Introduction. En Burke, Peter y Roy Porter (eds.), The Social History of Language. Cambridge: Cambridge University Press, 1-20.
-Calvo, Yadira (2017). Arsénico y palabras. En De mujeres, palabras y alfileres. Barcelona: Bellaterra, 11-25.
-Cuba, Ernesto (2018). Lingüística feminista y apuesta glotopolítica. Anuario de glotopolítica, 2, 21-40, https://glotopolitica.com/2019/03/26/2017-1/.
-del Valle, José (2018). La política de la incomodidad. Notas sobre gramática y lenguaje inclusivo. Anuario de glotopolítica, 2, 13-19, https://glotopolitica.com/2018/08/21/la-politica-de-la-incomodidad/.
-del Valle, José. (2014). Lo político del lenguaje y los límites de la política lingüística panhispánica. Boletín de Filología, 49 (2), 87-112, http://www.scielo.cl/pdf/bfilol/v49n2/art_05.pdf.
-Villarroel Torres, Natalia y Rivera Alfaro, Silvia (2021, 14 de julio). Sesión 28. Conversando con Brigitte Vasallo sobre lenguaje inclusivo y exclusión de clase. https://linguisticafeminista.com/sesion-28-conversando-con-brigitte-vasallo-sobre-lenguaje-inclusivo-y-exclusion-de-clase/