Más allá de las dudas que suscita sobre el español como lengua común, los defensores de los subtítulos para acercar recuerdan que esto ha favorecido el triunfo del series españolas, como La casa de papel o Élite, en los países latinoamericanos donde se han pasado. Y lo cierto es que más veces en las últimas dos décadas se han subtitulado filmes latinoamericanos o españoles en las salas de otros países hispanohablantes. La colombiana La vendedora de rosas, la mexicana Amores Perros o la argentina Nueve Reinas son algunos de los casos. Aunque las principales dudas, más allá de los subtítulos en sí, rodean la elección de adaptarlos al público español.
En Filmin, otro portal online con amplia presencia de cine español y latinoamericano, la mayoría de estos filmes se presenta en versión original pura. Hay excepciones, como Nueve Reinas, que ofrece subtítulos, a lo Roma. Y también en Filmin Latino, su brazo mexicano, ciertas películas llevan subtítulos en castellano. Aunque en su caso es a menudo una elección económica: si eligen incluir los subtítulos, optan por una sola versión. La traducción, en todo caso, siempre depende de las productoras de las películas.
“Ofrecer los subtítulos se ha hecho desde siempre y si permite que más gente pueda entender, no me parece mal. Recuerdo que hace años, cuando vi Y tu mamá también, los hubiera agradecido. Y también en filmes recientes como El club o El clan”, defiende Jaume Ripoll, cofundador y responsable de contenido y desarrollo de Filmin. Y amplía el debate: en el mercado de la Berlinale de 2011, la película El irlandés, de habla inglesa, se proyectó con subtítulos en ese mismo idioma.
“Cuando alguien te plantea ‘hagamos español neutro’, yo me pregunto ¿quién lo habla?”, explica Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, México, 1973), que subraya que nunca ha tenido que adaptar sus escritos originales a un español bajo demanda. “En México estamos muy acostumbrados a leer castellano de España, de Argentina, de Colombia. El problema surge cuando la industria editorial o cinematográfica trata de hacer el lenguaje más transparente para eliminar el argot. Pero no sirve de nada cambiar ‘pendejo’ por ‘gilipollas’. Es una chapuza adaptar, porque no existe la diferencia”. Por ahí camina también el razonamiento de María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976), autora de Pelea de gallos, que cree que en Latinoamérica están más acostumbrados al argot de España porque no se dobla el cine. “Allí sí vemos cine en idioma original y entendemos que hay gente que habla distinto. Consumimos televisión mexicana, venezolana o española”, dice. Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) añade que “hay editores españoles que buscan limpiar ciertos libros, hacerlos más neutros”. “¡Como si el castellano neutro existiera! En cambio, nunca me ha pasado a la inversa”, cuenta.
Esas exigencias de despojar el idioma de sus particularidades se han dado tradicionalmente en el teatro. Son muchos los intérpretes latinoamericanos que durante años eliminaron cualquier vestigio de acento al llegar a España, como el fallecido argentino Héctor Colomé, que recitaba versos del Siglo de Oro como si hubiera nacido en Valladolid. Pero los tiempos han cambiado y el público no parece tener problema para seguir una función interpretada por voces latinoamericanas. Actores como Héctor Alterio, Miguel Ángel Solá o Fernanda Orazi actúan habitualmente en producciones españolas sin cambiar su acento. Y uno de los grandes éxitos de los últimos años procedente de Argentina, La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir, encadena con ritmo endiablado decenas de expresiones que no se usan en la Península, pero nunca en los más de 10 años de vida de esta producción, en los que ha visitado varias veces distintas ciudades españolas, se ha retocado: el contexto y la propia interpretación de los actores ayudan a seguir la función sin problemas.
Con información de Raquel Vidales y Ana Roca Barber.
TRADUCIR A TRAVÉS DE LOS SIGLOS
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS
Andrés Trapiello, que en 2015 publicó una traducción del Quijote al castellano actual, cree que cualquiera podría ver ‘Roma’ sin subtitular –“el léxico mexicano y el español están muy cerca”- pero no cree que haya que rasgarse las vestiduras: “El original mexicano es una delicia, pero los subtítulos son una opción que puede acompañar a algunos espectadores, como cuando ves una película en una lengua que no dominas del todo. Recuerdo haber visto en Londres un musical estadounidense que sobretitulaba las partes habladas en inglés americano porque había muchas expresiones callejeras”. Trapiello cree que es menor la distancia que existe entre el español de España y el de México que la que existe entre el español del siglo XVII y el actual. De ahí su versión de la novela de Cervantes: “Habrá quien diga que puede leer el ‘Quijote’ sin diccionario y sin cinco mil notas, pues estupendo, pero hay partes que no se entienden. Sobre todo las más pegadas a la oralidad. Los continuos refranes de Sancho, por ejemplo. ¿Qué es “pedir cotufas en el golfo”? Literalmente es pedir chufas en alta mar, o sea, “peras al olmo”. O “castígame mi madre, y yo trómpogelas”, es decir, “ríñeme mi madre, por un oído me entra y por otro me sale”.
Por TOMMASO KOCH
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