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José Ingenieros, Patricio Leiva y el diálogo sobre el esperanto en la filosofía

diarioelheraldo.cl

Habíamos acordado reunirnos con el destacado filósofo José Ingenieros (1877 – 1925), a las 10:00 de mañana del día viernes en la biblioteca Municipal “Manuel Francisco Mesa Seco”, sin embargo, antes de salir de mi casa, me llamaron de la Universidad, informándome que debía responder y enviar un cuestionario de manera urgente, lo cual, retrasó en un par de minutos mi salida, obligándome a correr hacia el lugar comprometido. Al llegar, inmediatamente me acerqué a mi amigo Patricio Leiva, quien se encontraba orientando a unos estudiantes sobre diversos escritores locales.
Profesor- exclamó Patricio- al verme a la distancia.
Le saludé fraternalmente, y le pregunté si había pasado alguna persona preguntando por mí.
Antes que Patricio me diera una respuesta, un noble caballero, abrió la puerta de la biblioteca, ingresó saludando cortésmente a cada uno de las personas que se encontraban en el lugar. Era el filósofo y docente ítalo argentino, José Ingenieros, quien, abriendo uno de los bolsillos de su abrigo, sacó su reloj y señaló – las 10:00 en punto.
Patricio, habiendo escuchado de las visitas desde el pasado de varios filósofos a la comuna, comenzó inmediatamente el fructífero dialogo – Don José, hace unos días estuve leyendo su libro “Proposiciones Relativas al Porvenir de la Filosofía”, y me interesaría que nos pudiera ilustrar sobre el capítulo relativo a la importancia del Lenguaje en la Filosofía

José Ingenieros (1953) inhalo profundamente y nos señaló;

Quien comienza a estudiar filosofía se sorprende de las heterogéneas y contradictorias acepciones con que suelen usarse las palabras del vocabulario filosófico; el que resiste, y sigue estudiando, pierde la mitad del tiempo en comprender las palabras que cada filósofo emplea. Los diversos lexicólogos no han podido uniformar el arte de descifrar esos nebulosos jeroglíficos. La falta de clave homogénea impide el progreso de estos estudios, dejando a cada filósofo la libertad de pronunciar palabras que los demás entienden cada uno a su manera. (p.85)

Don José Ingenieros, mantuvo unos minutos de silencio y nos Interrogo – ¿Dicen lo mismo los que hablan de razón, idea, realismo, categoría, intuición, espíritu, energía, espacio?
No necesariamente dicen lo mismo – Respondí.
Ese es el problema – señalo Don José y prosiguió –
Un lenguaje no sirve ya a sus fines cuando la significación de las palabras que lo componen deja de ser uniformemente comprendida, acercándose a la legendaria confusión de las lenguas en la torre de Babel. Todo idioma es, por definición, impersonal: ningún hombre cuerdo pronuncia palabras sino para hacerse comprender de otros. Sin embargo, basta leer una polémica filosófica para advertir que será imposible entenderse mientras se use la actual jerga filosófica; si los que creen contradecirse entraran a explicar el sentido que dan a cada palabra usada, no sería raro que se sorprendieran habiendo dicho lo mismo, y viceversa. (p.86)

¿Cuál sería la solución, frente a esta problemático? – Interrogó Patricio.
Don José, agito el sombrero entre sus manos y profirió;
La renovación del léxico filosófico no es tarea fácil. ¿Podría un Congreso imponer un “esperanto” especial a los profesores de filosofía? ¿Renunciarán los de cada país a usar la terminología especial de sus compatriotas más célebres? ¿Un hombre de genio podrá hacer una transformación tan útil que nadie se resista a adoptarla? ¿Se extenderá a la metafísica el lenguaje de las ciencias? Son demasiados problemas, que me limito a enunciar. Pero la solución es imposible mientras no cese la hipocresía de los filósofos y no se libren éstos de los idola theatri.

Patricio asintió frente a las interrogantes planteadas y le indicó que esa situación no solo acontecía en el área de la filosofía, sino que en gran parte del quehacer humano. (pp.86-87)

Don José Ingenieros prosiguió;

Sin sustituir por términos precisos la vaga terminología de los clásicos, será imposible plantear con exactitud los problemas metafísicos, condición preliminar para que ellos puedan ser hipotéticamente resueltos. Plantearlos bien, importa evitar la mayoría de las hipótesis ilegítimas. En el terreno puramente conjetural, considero posible que una escuela, capaz de realizar una renovación total de la filosofía, consiga imponer a sus sucesores un nuevo vocabulario filosófico, en que cada término solo tenga una acepción precisa y en que se excluyan todas las acepciones figuradas. No creo que esto traiga inconveniente alguno para la historia de la filosofía. Actualmente el idioma de cada filósofo es traducido por cada comentarista a su lenguaje personal, causando la disparidad de las interpretaciones; del otro modo se economizaría mucho trabajo, por cuanto bastaría una sola traducción, conforme al nuevo léxico uniforme. (p.87)

Quizás una sola palabra, no pueda representar por sí misma la amplitud y profundidad de una experiencia – señale, mirando fijamente al filósofo.

Don José, guardó silencio y proyectó con su mirada los cientos de libros que se encontraban en una de las estanterías y nos dijo;

La exactitud de todo proceso lógico está condicionada por la exactitud de los términos; la imperfección del lenguaje científico, y la mayor del lenguaje filosófico, depende de que sus términos tienen su origen en las experiencias necesariamente imprecisas de nuestros sentidos imperfectos; con términos imperfectos no ha sido posible construir una lógica perfecta. La posibilidad de una lógica cuyos términos sean perfectos solo ha sido posible mediante abstracciones cuyo valor ha sido podido fijarse convencionalmente. Tal es el caso del lenguaje matemático, cuyos términos son valores convencionales; como ellos han sido fijados por los hombres, para que les sirvan, han podido hacerlo con perfección creciente: los términos de los razonamientos matemáticos son símbolos perfectos abstraídos de experiencias imperfectas, y todas sus conclusiones se limitan a expresar relaciones entre esos símbolos. Pueden aplicarse a objetos, pero nada expresan de éstos mismos, sino de sus relaciones. Es evidente que un lenguaje de ese género sería ideal para expresar todos los conocimientos e hipótesis posibles. (p.88)
Patricio, tomo un libro del Poeta Gonzalo Rojas y señalo – si no es el esperanto, puede ser el lenguaje del Poeta, quien logra describir en esencia, la experiencia.

Don José, elevo su mirada y señalo – “una aproximación a ese ideal es deseable; el primer paso sería reemplazar el viejo léxico incomprensible por otro comprensible; comprendiéndolo, sería más fácil corregir progresivamente sus imperfecciones”. (p.90)

El dialogo prosiguió durante la mañana, don José, ayudó a ordenar los libros, conversó con los estudiantes, leyó el Diario el Heraldo y antes de despedirse le solicitó a Patricio inscribirse en la biblioteca, para llevarse “Al silencio” del Poeta Gonzalo Rojas.

Bibliografía
Ingenieros, J. (1953). Proposiciones relativas al porvenir de la filosofía. Buenos Aires, Argentina: Editorial Lozas. S.A.

Juan Francisco Andrades Pinto (Yahia)
Sociólogo
Magister en Educación Prof. de Epistemología

 

 

 

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