Por Adriana Villegas Botero
Esta semana recordé el Quemando Central, esa creación humorística en la que Jaime Garzón parodiaba con gracia el lenguaje eufemístico y enrevesado de los uniformados.
Lo recordé al oír al comandante de la Policía de Bogotá, Hoover Penilla, cuando intentaba explicar por qué dos manifestantes fueron forzados a subir a carros particulares conducidos por personas vestidas de civil. Alguien grabó un video que se volvió viral y alguien identificó que la placa del carro era de Inteligencia de la Policía. Los retenidos, que se declararon secuestrados, fueron liberados en medio del pánico por la situación sufrida.
En un país con tantos falsos positivos y desapariciones forzadas un hecho así genera terror. Sin embargo el comandante se justificó diciendo que no hubo captura ilegal, sino una conducción, que hay mucha susceptibilidad frente a la Policía y que la gente los cuestiona mucho.
Me gusta vivir en una sociedad que pueda ejercer el derecho de cuestionar a sus instituciones y estoy de acuerdo con el comandante en lo relacionado con la mucha susceptibilidad. Yo por ejemplo tengo susceptibilidades lingüísticas con relación a la manera en la que se expresa la Policía, y ya que reconocemos que estamos susceptibles aprovecho para manifestarlas.
Se volvió común en las declaraciones oficiales sobre homicidios que se reporte como causa de la muerte la intolerancia. “Un hecho de intolerancia con machete provocó la muerte de un hombre”, dice la Policía. Enseña la Real Academia que intolerancia es la falta de respeto a ideas, creencias o prácticas de los demás, y creo que matar a alguien es algo más contundente y definitivo que una simple falta de respeto.
El lenguaje preciso es importante. En épocas de las Farc la guerrilla llamaba “retenidos” a los secuestrados y la discusión era más profunda que un mero asunto semántico. No es lo mismo decir “lo irrespetaron” o “lo intoleraron” que “lo mataron”. A la gente la matan por violencia: por guerras, conflicto armado, riñas, venganzas, ajustes de cuentas, para callar al que sabe demasiado, por sicariato. Pero en este país negacionista en el que la cabeza del Centro de Memoria Histórica insiste en que en Colombia no ha habido conflicto armado, se volvió normal que la Policía diga que las muertes violentas son por intolerancia. Intolerancia lo que algunos tienen por la lactosa, o lo que uno siente a ratos por la pareja, el vecino o el compañero de trabajo. Pero no por eso les dispara. Matan las muchas armas circulando, la delincuencia, la violencia. El eufemismo de “muerto por intolerancia” me parece intolerable.
Dirán que se trata de un detalle menor. Me parece que no: las formas lingüísticas revelan intenciones y prioridades. Me explico con otro ejemplo: hace dos semanas Dilan Cruz fue asesinado en Bogotá y según Medicina Legal la causa fue un disparo de un agente del Esmad. Pues bien, la discusión se centró en si las “bean bag” (las que mataron a Dilan) son armas letales o menos letales, como si esta susceptibilidad lingüística hiciera que el muerto estuviera menos muerto.
El 7 de diciembre unos ciudadanos protestaron con pancartas y de manera pacífica en el aeropuerto El Dorado contra el gobierno de Duque. Aunque eso no está prohibido por ahora (esta semana radicaron en el Congreso un proyecto de ley para regular la protesta) la Policía retuvo a 20 personas. Se habló de capturas ilegales y abuso de autoridad, pero la Policía dio la misma explicación que ofreció el comandante Penilla sobre los que fueron subidos a vehículos particulares, o sobre la retención de dos periodistas del periódico de Medellín Universo Centro: no fueron capturas sino conducciones.
Homicidio por intolerancia, conducciones, armas menos letales: hay todo un lenguaje dedicado a minimizar los hechos, a normalizarlos. Y lo que hay de fondo son los derechos humanos fundamentales consagrados en la Constitución a la vida, la libertad, la libre locomoción, la libre expresión, la protesta. Pero lo que se debate no es si el derecho se violó o se puso en riesgo: la discusión se diluye en eufemismos lingüísticos.
Una susceptibilidad final: un ente público como la Policía no debería incluir en sus comunicaciones oficiales el saludo “Dios y patria”. En un Estado laico la comunicación oficial no debe usar expresiones religiosas que hacen parte del ámbito privado.
Desde que entró en vigencia el actual Código de Policía y empezamos a ver uniformados decomisando empanadas y arepas de venta callejera quedó en evidencia que hay una brecha entre el deber ser del Estado, la protección de los derechos de los más vulnerables, y la ejecución de algunas normas. Los problemas pueden ser algo más que lingüísticos. El lenguaje los delata.
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