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Lenguaje, poder, y el poder del lenguaje

caretas.pe

Por: Michele Back* |
A propósito del video ‘Los castellanos del Perú‘ y el programa Aprendo en Casa.

 

En las últimas semanas hemos visto una reacción agresiva hacia la aserción de que existe una relación entre el lenguaje y el poder en el Perú. El uso del video Los castellanos del Perú como parte del currículo Aprendo en Casa para los alumnos del quinto de secundaria generó acusaciones de comunismo y hasta terrorismo por osar delinear una relación entre los usos de lenguaje y la discriminación social. Estas acusaciones también conllevan la insistencia de que existe un español “correcto” y “educado” que—según los ofendidos—no tiene nada que ver con el poder.

Esta reacción, lejos de confirmar la existencia de un español normativo y objetivo, es una demostración clara de que sí existe una relación íntima entre estos dos conceptos. De lo contrario, un video como Los castellanos del Perú no generaría problema alguno. No ofendería a los supuestos grupos del poder porque estos no existirían, o no lo tomarían como un desafío implementarlo como parte del currículo escolar. Pero cuando los grupos privilegiados se sienten amenazados, reaccionan. Y eso es precisamente lo que pasó con el video que, al destacar esta relación, generó una reacción que fue clara evidencia del poder que aun existe y que los de cierto estatus social quieren mantener. Como dice mi colega Virginia Zavala, colaboradora del video y coeditora de nuestro libro Racismo y lenguaje, “los debates apasionados sobre el lenguaje siempre esconden agendas políticas.”

La dificultad en revelar esas agendas consiste en la forma asolapada en que existen; es decir, los discursos sobre el lenguaje raras veces son obvios en su conexión con mantener o quitarles el poder a uno o varios grupos. En cambio, apelan a la educación, que no solo tiene que ver con el aprendizaje, sino también con una manera “correcta” o “culta” de comportarse. Vimos esto en la reacción horrorizada del 2009 sobre la entonces congresista Hilaria Supa, que fue excoriada por su uso de una ortografía alternativa en sus apuntes privados. La ortografía que utilizó Supa era simplemente un reflejo de la influencia de su primer idioma, el quechua. Más importante aun, ella empleaba esta ortografía para unos apuntes no destinados para el público. ¿Quién entre nosotros escribe perfectamente cuando estamos tratando de captar información de una manera rápida? Hasta que hay una ortografía completamente ilegible—la taquigrafía—que se ha utilizado para ese contexto. Me imagino que si alguien en el Congreso hubiera usado la taquigrafía para sus apuntes, no habría reaccionado nadie. Pero en el caso de Supa, varios periodistas y miembros del público vieron sus apuntes como una prueba de su supuesta “mala educación.” Así, el lenguaje privado de Supa fue usado para cuestionar su capacidad como congresista. O sea, se usó el lenguaje para ejercer poder. Desafortunadamente, seguimos igual que hace once años: se sigue juzgando el lenguaje de muchas otras personas minoritizadas, en la mayoría de los casos por que hablan otra lengua o variedad del castellano no privilegiada. Si uno no emplea un español normativo o “culto,” entonces se le considera una persona “mal educada” en todos los sentidos. Esa percepción les niega una serie de cosas, desde el empleo hasta la educación, y en esta manera los que están en el poder pueden mantener su control.

Pero el poder es aún más complicado que una simple discriminación desde arriba hacia los grupos menos privilegiados. Los discursos de lo “correcto” han permeado todos los sectores de la sociedad, y hasta las lenguas minoritizadas mismas. A veces estos se manifiestan en las inseguridades de los hablantes, como cuando los quechua hablantes comentan que hablan mal el español, o cuando mis estudiantes que hablan español en sus casas indican que su español es “malo” o “no adecuado” para sus vidas académicas. A veces sale como una reacción al comportamiento de las generaciones nuevas, como cuando los hablantes del quichua ecuatoriano de mayor edad dicen que los jóvenes indígenas con pelo corto hablan un quichua “mutilado” o “mocho.” Esos ejemplos demuestran cuánto de la ideología que existe en una lengua “culta” o “correcta” se ha convertido en una ideología general. Cuando los propios grupos discriminados desconocen su capacidad de hablar un idioma, se sienten menos capaces de participar en una sociedad más igualitaria. Y a los que dicen que el hecho que Alberto Fujimori y Alejandro Toledo (que hablaban otras variedades del castellano) fueran presidentes elimina la existencia de estos discursos de poder déjenme contarles que lo mismo dijeron sobre Barack Obama y el racismo, y miren cómo estamos en los Estados Unidos ahora.

No me gusta hablar de problemas sin proponer una solución, pero esta no es fácil. Sería bueno que todos los que están en posiciones privilegiados reflexionen sobre por qué hablar de lenguaje y poder genera tanto disgusto. Por qué hablar de un español “estándar” cuando esta lengua ha cambiado a través de los siglos y seguirá cambiando mientras los que la hablan existan. El castellano es variado. Se habla diferente en Piura, Pasco y Puno pero también en Panamá, Paraguay y en la Patagonia. Cuando se piensa que alguien habla “mal,” esto tiene que ver con un sistema que nos ha enseñado ver ciertas variedades como una falla personal del hablador, o de un grupo, en vez de una riqueza cultural. Si podemos ver que en la variedad lingüística está el gusto (y el progreso), podemos empezar a construir una sociedad verdaderamente intercultural. Una sociedad que no solo tolera las diferencias, sino también reconoce su valor y compensa a los que las tienen. Eso sí es el poder del lenguaje.

*Profesora de Educación en la Universidad de Connecticut y coeditora del libro Racismo y lenguaje.

 

2 comments on “Lenguaje, poder, y el poder del lenguaje

  1. Pingback: Lenguaje, poder, y el poder del lenguaje — Anuario de Glotopolítica – Elvis Mori

  2. Excelente artículo.

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